La mayor fortuna del mundo y la economía de las malas formas

 

 

Miguel del Río | 06.11.2022


 

 

 

 

 

Las maneras con las que empieza su andadura el nuevo propietario de Twitter son despreciables. Tanto por el despido masivo de trabajadores, como por el trato vejatorio que les ha dado el magnate Elon Musk. Todo lo que gira ya en torno a la red social más influyente es incógnita, y también una pista de por dónde puede ir, en adelante, el control de la información. La Guerra de Ucrania es un claro ejemplo. Hay dos frentes, el real, en el campo de batalla, y el que libran los medios de comunicación, y las muchas noticias fabricadas que reciben, para posicionar a la opinión pública respecto a la culpabilidad de la crisis y la subida de todos los precios.

 

Lo repetiré tantas veces haga falta: este siglo es terrible en cuanto a los mal llamados líderes mundiales, en muy variadas facetas, que ni lo son, ni tampoco lo representan a través de sus cuestionables actos y declaraciones. Personajes como Donald TrumpVladimir Putin, Xi Jinping, Boris Jhonson, Jair Bolsonaro, Elon Musk, han irrumpido en la escena política y económica, para destruir más que construir, para dividir más que unir, y para crear más miseria que prosperidad colectiva. Pese a mi forma de pensar al respecto, adeptos no les faltan, dentro de un Estados Unidos partido en dos, lo mismo que Brasil, recién salido de unas elecciones envenenadas que ha ganado Lula da Silva (¡veremos!), aunque los seguidores de Bolsonaro, como los de Trump, nunca van a reconocer el resultado de las urnas. De Rusia y China, poco más que decir. Porque no son democracias como tal, y a los hechos hay que remitirse en su forma de funcionar, que genera un mundo totalmente inestable, donde todos están enfrentados a todos

Dentro del momento tan delicado que vive la humanidad, porque se habla del fin de muchas cosas, aparece la enigmática figura del hombre más rico del mundo: Elon Musk. No le debe parecer bastante con lo que ya tiene (Tesla, SpaceX, Neuralink, Boring Company), que en lo que será por mucho tiempo una de las acciones económicas de mayor impacto, adquiere en 44.000 millones de dólares Twitter, hoy en día, la red social más importante e influyente.

Somos muchos quienes nos preguntamos por la mutación que experimenta la sociedad que nos habíamos dado. En lo que se denomina era postcovid, fallan, en general, las formas. Por supuesto, también la educación. Por méritos propios, Musk representa lo peor de esta nueva época, y lo ha hecho tras la compra de la multinacional del logo azul del pajarito Larry. Con un simple correo electrónico, despide a la mitad de su plantilla, exigiendo a la que queda aún contratada un esfuerzo laboral más propio de siglos pasados, lo que en estos días se ha hecho viral con la foto de una trabajadora durmiendo en la propia oficina para no perder su puesto, y trabajar con el sistema tan desproporcionado y exigente que reclama ahora el nuevo dueño.

Pero, ¿qué hay realmente detrás de la compra de Twitter?, ¿qué conexiones tiene Musk con otros magnates metidos en política? Si la adquisición de la red social empieza de esta manera tan fea, qué no irá sucediendo en días y meses sucesivos, con el gran protagonismo que a Musk le gusta tener en todo momento. La multimillonaria compra se envolvió en su aseveración de salvaguardar el futuro de la civilización, y evitar que en Twitter aumente la polarización y los extremismos. Con el regreso de los tuits de Donald Trump, ¿se salvaguarda a los usuarios del lenguaje y las condutas radicalizadas? Lo veremos muy pronto, en la medida que el ex presidente norteamericano anuncia  que se presentará a la reelección, para volver a ser el inquilino de la Casa Blanca. La trascendencia de controlar Twitter está tanto en su potencial, como que el resto de medios de comunicación mundiales, no deja de informar constantemente sobre todo lo que se mueve dentro del icono del pajarito Larry. No se pude pedir más, a la hora de tener un control mediático casi absoluto.

Por otra parte, el público no va a reaccionar de ninguna manera al cambio de propiedad de Twitter, ni al despido de la mitad de su plantilla, ni que se prohíba acceder a los trabajadores a su puesto de trabajo porque se les ha retirado la identificación que les permite teclear en su ordenador. Quienes utilizan las redes, cada vez más, están encantados con lo que cuentan dentro de ellas, con repercusión o sin ella. Y punto. Elon Musk cobrará por muchos de los servicios que se presten, pero incluso el precio no será obstáculo para que la red siga creciendo. También me pregunto, ahora que estoy a tiempo, qué va a pasar con el resto de redes sociales, en especial las más conocidas. La libertad de comunicación y con ello de expresión se han puesto muy caras. Vivimos tiempos de desinformación. De montones de noticias falsas. De la guerra que se libra en el frente de Ucrania, pero también en los medios de comunicación, sobre las informaciones interesadas y manipuladas que se publican a diario. El periodismo no pasa por sus mejores momentos, es evidente. Aunque no quedará otra que resurgir, cuando el cúmulo de despropósitos y mentiras haya alcanzado niveles tan grandes, que no quede ya otra que poner las cosas en su sitio, mediante lo que nunca debieron dejar de hacer los medios serios: la búsqueda de la verdad. En la batalla del mensaje rápido y eficaz, las redes sacan toda la ventaja a los medios de comunicación convencionales. También hay un trasvase peligroso de usuarios que buscan informarse, solo, en las redes. Imposible aspiración si tenemos en cuenta el uso habitual que se da a los tuits, como crítica hacia algo o alguien, para defender ideologías o representantes de ellas, o acudir directamente al insulto y la descalificación, que resulta lo más habitual, sin que a mi juicio exista un interés real de los responsables de las redes en cortar por lo sano con determinados perfiles a los que, de lejos, se les ve la intención dañina y de odio. La revolución en Twitter, dirigida hacia el lado bueno o el oscuro, está a examen desde ya. El comienzo, con el deleznable trato dado a sus trabajadores, a los que se ha despedido y a los que se quedan, no habla nada bien de lo que sin duda será un reality show Musk permanente. La falta de seriedad se va imponiendo a los puntos en los comienzos de siglo XXI.

 

 

Miguel del Río