Demasiados accidentes de tráfico mortales, ante todo, evitables

 

 

Miguel del Río | 20.02.2023


 

 

 

 

 

Cuando se produce un trágico accidente de tráfico por conducción temeraria, que desemboca en la muerte de una persona, no digamos si es muy joven, es más la indignación de la calle que lo que pueda esperarse de la justicia que está por venir. El Código Penal en España se desinfla cada vez más para muchos delitos, y la tendencia no es endurecer nada en supuestos en que habría que pararse, como es la agresividad al volante, que acaba con las vidas de otras personas. En Cantabria tenemos los casos de Corbán y, más recientemente, el de Castelar. Incoherente, chocante y, sobre todo, muy injusto.

 

Desgraciadamente, cada vez más, muchas ciudades y pueblos viven días dramáticos, al producirse accidentes mortales de tráfico, en los que fallecen jóvenes, que tenían toda una vida por delante. En Santander, será difícil no recordar los casos de Corbán, en el que murieron dos jóvenes de 28 y 29 años, y más recientemente el de Castelar, en el que falleció un joven de 19 años. Cuando sucede algo así, hay dos sensaciones en la población que se experimentan al tiempo. Por una parte, la conmoción social es muy grande. Por otra, se cuenta el suceso, que va de boca en boca, mientras se piensa en la aplicación de la ley, lo que hará la justicia, y la pena de cárcel que le pueda caer al conductor causante del choque tan brutal (Corbán) o del atropello más demencial (Calle Castelar de Santander).

Cuando escribes un artículo como este, debes ser muy consciente de los hechos, y de las afirmaciones que puedas realizar, ya que hay familias implicadas que nunca dejarán de sufrir por la pérdida tan injusta, como inesperada, de seres queridos. Jamás se recuperarán del mazazo que les ha dado la vida. Por eso voy a utilizar el enfoque del continente, las ciudades, y el contenido, las leyes actuales que tenemos.

Si bien las ciudades han transformado rápidamente su concepto de movilidad, dando preferencia al peatón sobre los coches, no ha ocurrido lo mismo a la hora de imponer una pedagogía y normas legales nuevas, que avalaran con la debida fuerza tales cambios llevados a cabo en conceptos de urbanismo y convivencia. Pedir en España que la ley se adapte a la gravedad de ciertos delitos es una quimera. Simplemente, no hay voluntad política de llevarlo a cabo. Solo una gigantesca corriente social de grandísima repercusión, dentro y fuera del país, lo podría hacer posible, pero también es algo impensable ahora, porque los tiempos van por caminos muy diferentes a estos planteamientos. Además, aquí se olvida, olvidamos, muy pronto. Y con eso también cuentan quienes no quieren cambiar las cosas, y poner más orden en ciertos aspectos que a la ciudadanía nos parece chocante, aunque no hagamos nada al respecto.

Accidentes siempre ha habido, y seguirá habiendo. Aunque cada época tiene sus problemas específicos y consiguiente debate. Hoy, el nuestro, es el de la combinación tan explosiva que supone volante-alcohol-drogas. Tampoco hay que olvidar el protagonismo que han cobrado las redes sociales para hacer locuras con vehículos, y luego emitirlo en busca de lograr lo más visto. Generalmente, cuando nos encontramos con accidentes mortales en los que se ven implicados jóvenes, ¡es lo que hay! Tras el Covid, tenemos también pendiente hablar alto y claro de lo que psicológicamente ha supuesto y supone semejante periodo de parón para diferentes grupos sociales, que requieren más ayuda de la que están pidiendo, y de la que no se les está ofreciendo. Muchos casos, conduciendo un vehículo, resultan todo un peligro sobre ruedas. En este sentido, haríamos bien en volcar nuestro interés en la juventud y lo que piensa sobre muchas cuestiones. La lucha debe ir dirigida a evitar todos los accidentes que se pueda.

Ponerse al volante es una libertad que está al alcance de todo el mundo. Hoy en día, al menos es mi impresión, no dejo de ver un exceso de conducción agresiva. La ley no cambia ni se endurece. Es cierto que las campañas de la Dirección General de Tráfico son buenas y constantes. Y las ciudades, con su mayor peatonalización, mezclada con coches, motos y patinetes, parece como si funcionaran de manera automática, y no necesitaran de más vigilancia policial. Escuchen lo que es tener una buena actitud al volante: estar concentrados, mostrar tolerancia hacia los demás conductores, conducir de una forma suave y no cometer infracciones que puedan poner en peligro tu vida o la de los demás. Vamos apañados si queremos que esto lo haga todo el mundo, de facto, sin exigencia, mayor vigilancia, y castigo ejemplar del delito, cuando se comete como en los sucesos acaecidos en Santander.

¿Nos conformamos entonces con lo que hay? Resulta indignante que además de lo que pasan las familias de los fallecidos, tengan encima que afrontar una lucha legal, que no tienen a su favor, y que les va a propiciar no pocas amarguras y sinsabores. Resulta también muy chocante que esto suceda en una democracia. Puede que en los peores países del mundo para la conducción (Tailandia, Perú, India) no sea noticia relevante el atropello y muerte de un joven, que no había cometido ninguna imprudencia para perder así la vida. Entre los delitos de tráfico que se castigan con la cárcel está desde la omisión de socorro, el exceso de velocidad, el consumo de alcohol y drogas, la conducción temeraria o conducir sin carné. Todos ellos tienen en común las escuálidas penas por incurrir en estos supuestos. Si indigna saberlo, no digamos padecerlo como resultado de que has perdido a alguien de tu familia en uno de estos accidentes tan terribles. La balanza entre la persona que pierde la vida y quien ha propiciado ese horror se inclina de pleno hacia la segunda. Todo muy alucinante, pero es que vivimos en España.

 

 

Miguel del Río