Metimos el medio ambiente en la escuela y ni la sequía preocupa

 

 

Miguel del Río | 04.05.2023


 

 

 

 

 

 

Todo problema necesita de concienciación y ponerse manos a la obra en la búsqueda de solución. El cambio climático, el calentamiento global, no tiene ni una cosa ni la otra, al menos como es debido, para evitar el desastre. Tampoco tiene el mejor aliado posible para revertir los síntomas de enfermedad grave que padece el planeta. Ese aliado es la juventud. Hace años que se introdujo en el sistema educativo un concepto clave de futuro: medio ambiente. No ha dado resultado. La sociedad actual es más destructiva y consumista. Y, mucho peor, indiferente ante grandes problemas que no se afrontan, con la sola preocupación de vivir bien.

 

 

 

Fíjense en la cantidad de temas superficiales, ridículos o absurdos con los que nos entretienen de habitual, cuando debieran de concentrarse y prepararnos para las consecuencias del cambio climático en el que estamos inmersos, y la brutal sequía actual es uno de los episodios para no dormir que vamos a empezar a vivir con mayor asiduidad.

Como dirían los mayores y más sabios del lugar, ya no llueve como antaño; ni el invierno se comporta como tal y con el verano ocurre lo mismo, solo que el calor amenaza con extenderse sin control posible. Quienes más han de saberlo y ponerse manos a la obra están a otros menesteres, principalmente cortejando a Putin y Xi Jimping para que paren la Guerra de Ucrania, mientras los otros países ricos del planeta no dejan de enviar armas al territorio invadido, dentro de una alocada espiral que, evidentemente, nos sitúa como la civilización demente que somos.

En este escenario tan surrealista, no hay tiempo en el que pararse para abordar de lleno las consecuencias del cambio climático, en absoluto prioritario, y eso que España se está erigiendo en uno de los países del mundo que va a salir peor parado dentro del calentamiento global. La terrible sequía en la que estamos inmersos, sin precedentes, es la prueba irrefutable de los avisos no escuchados que hacen nuestros reputados meteorólogos. Como ya se hizo con los científicos en el Covid, vuelve a ocurrir lo mismo con aquellos que más saben sobre el clima: ni caso a sus predicciones ni consejos al respecto. Lo más chocante y extremadamente preocupante a la vez, es que una sociedad educada mayormente en el respeto medioambiental llevado a las escuelas, no da ejemplo de nada al respecto, y sí de una voracidad consumista que solo se limita a vivir bien y a todo trapo, sin preocupación que valga, incluso si se trata de que nos quedamos sin planeta en el que vivir.

El poder y sus principales resortes políticos, económicos y sociales se basa en una teoría propia para no mover ficha. En realidad, son dos las teorías. La primera habla de que mientras no suceda ningún hecho grave dentro del ámbito que se controla, no hay alarma alguna que pulsar. Se trata de que los ciudadanos vivan sin preocupaciones mayores a las habituales, y, como sucede en la actualidad, mejor si no se enteran de más, gracias a un creciente control económico de los medios de comunicación que debieran de informar con total transparencia. Regresando a las teorías, la segunda es que mientras las catástrofes se den lejos de las grandes capitales mundiales del poder, esencialmente en las zonas pobres y tradicionalmente abandonadas, no hay tampoco que excederse en alarmas, ya que el impacto en quienes viven bien y en la abundancia va a ser casi inexistente.

A fin de cuentas, el planeta, esté sano o enfermo, desde los tiempos de la prehistoria siempre ha tenido que lidiar con la avaricia, la destrucción y el belicismo de sus pobladores, capaces de no dejar nada en pie por cuestiones de ideología, religión, independencia, ocupación territorial o colonialismo esencialmente económico, de explotar a unos países y a sus habitantes en beneficio de otros países y otros habitantes, que se aprecian mejores en razón de su historia y nacionalidad. Pero me temo que el cambio climático y el calentamiento global trata a todo el mundo por igual, aunque unos lo teman más que otros, y los lobby funcionen a toda marcha para negar la mayor sobre cambiar drásticamente nuestra manera de vivir, sin contaminar ni destruir a diario.

En absoluto hay que mirar fuera para ver las variaciones del clima. Desde hace diez años, se ha reducido el intervalo de lluvias a cuatro meses, de diciembre a marzo. En este 2023, se da la circunstancia de que, en esos meses, no ha llovido casi nada. Actualmente, nuestra reserva de agua es de 28.000 hectómetros, cuando deberían ser 37.000. Según nuestros mayores expertos (no escuchados), las calimas procedentes de África con polvo muy fino en suspensión, se han hecho frecuentes. Y las gotas frías o DANA se repiten una y otra vez, cuando hace 50 años se concentraban entre los meses de octubre y noviembre.

El problema con el cambio climático es que ha fallado todo, empezando por la educación. Ni creemos, ni escuchamos ni reaccionamos. Te metes de lleno en un lío, cuando lo dices porque parece que lo deseas, aunque no es así. Me refiero a que nuestra civilización solo puede reaccionar cuando llegue el desastre total. Los Gobiernos creen que con dar plazos ya está todo hecho, tanto en materia de combustibles, como energías limpias. No se han hecho los progresos adecuados en ninguna cuestión. Por eso seguimos viviendo a todo tren, como si las reacciones del planeta en cuestión de temperaturas, deshielo, ausencia de lluvias y, por lo tanto, de agua, exterminio de especies tanto en fauna como en flora, no fuera con nosotros. Resulta minúscula la población concienciada, y se echa de menos la reacción y movilización continuada de la juventud en la defensa de la tierra, que nos lo da absolutamente todo. Las pocas leyes que se adoptan al respecto son contradictorias. Como sucede en España, resultan más políticas y electorales, que defensivas a ultranza del ecosistema. Lo apreciamos ahora con el Parque de Doñana, que no ha sido cuidado ni especialmente protegido, ni antes ni ahora. Y tampoco la Unión Europea puede sacar pecho al respecto, porque siempre estamos a vueltas con lo mismo: los intereses de unos y de otros. ¿Qué puede esperar el planeta con nuestra actitud y comportamiento, el de todos, porque no se salva nadie de la crítica? Sí, apreciado lector, estoy de acuerdo: no haría falta siquiera hacer la pregunta.

 

 

Miguel del Río