Claro que los pisos turísticos son causantes de la turismofobia

 

 

Miguel del Río | 09.06.2024


 

 

 

 

 

Gozábamos de un sector turístico de primera, y en esto nos disparamos al pie con los pisos turísticos ilegales, lo que genera destrozos al conjunto de la sociedad. El perjuicio es tanto para jóvenes como para mayores. Los primeros no pueden comprar casa, ni tampoco alquilarla. Y los segundos están viendo cómo fondos buitres de inversión adquieren bloques enteros de viviendas, y a continuación plantean desahuciar a los inquilinos de siempre, sin que les importe en absoluto su edad ni circunstancias. Las Administraciones deben tomar cartas en el asunto, pero antes han de contar con leyes que les respalden, que no hay. Ha surgido la turismofobia.

 

Habremos oído hablar de un montón de fobias. Algunas de las más conocidas son a volar (aerofobia), a que no te gusten los espacios cerrados (claustrofobia), y una a la que el covid le ha venido fatal, por eso de acrecentarla, como es la agorafobia o miedo a salir de casa. Que el mundo está cambiando, a peor, no parece tener discusión, aunque la mayoría no quiera verlo, por eso de anteponer su comodidad personal, ante cualquier otro asunto, general y preocupante, que se nos plantee.

Sí, el caso es vivir bien, actitud compartida con otra demostrativa de que las cuestiones peliagudas actuales nos la trae al pairo. Ahora bien, al menos yo no esperaba que en un país como el nuestro, que vive fundamentalmente de los ingresos que genera el turismo, esté creciendo de forma vertiginosa la turismofobia. Fíjense la definición que encuentro al respecto, porque lo contiene todo: Rechazo social que sienten los ciudadanos locales hacia los turistas, debido a la mala planificación de políticas turísticas, cuya explotación provoca la destrucción del tejido social y tiende a un decrecimiento de la calidad de vida local. Tal cual.

Aunque viene de más atrás, en el verano de 2023 ya explosionó todo lo relacionado con el alquiler ilegal de pisos turísticos. Hacían un daño mortal al sector turístico que paga impuestos, principalmente hoteles, hospedajes en general y hostelería. Generaban molestias en las comunidades de vecinos que, de repente, se veían invadidas de desconocidos inquilinos temporales. Y las ciudades y pueblos que disponían de recursos limitados, en especial energía y agua, sufren también esta invasión de viajeros, de difícil justificación como turismo beneficioso. Empezaron las quejas y a amontonarse las denuncias ante Gobiernos y Administraciones, que prometieron intervenir. Estamos ya a las puertas del verano de 2024 y todo apunta a que va a ser igual al del año pasado, es decir, que no se ha hecho nada para atajar esta plaga descontrolada de pisos turísticos, la mayoría de ellos ilegales, ya que no pagan impuestos por esta actividad, como si hacen religiosamente las empresas agrupadas dentro del sector turístico.

La legislación, en este caso su falta, va muy por detrás del problema que, en cambio, sí está siendo analizado y estudiado por expertos que aportan conclusiones que se debieran tener en cuenta. Una ya la he comentado. Las urbes andan muy escasas de infraestructuras, que se están viendo afectadas por las sequías en aumento, lo que deriva en gran falta de agua. Muy relacionado con lo anterior, hay que sumar la degradación del entorno natural y, con ello, también el patrimonial y cultural.

Con la turismofobia se puede hablar claramente de crisis social, ya que impacta directamente en la convivencia y desarrollo de los lugares. Así, con los pisos turísticos no se encuentran casas asequibles que comprar. Así, con los pisos turísticos no se accede ya fácilmente a los alquileres. Y así, además de que los jóvenes no pueden acceder a la vivienda, se les sumerge en el desolador escenario de que la única forma de independizarse es compartir piso, con lo que aflora también un precio alocado por una simple habitación. ¡Menudo bienestar que les damos!

Evidentemente, y aunque de manera oficial ni se reconoce ni se reconocerá, crecen de manera vertiginosa las desigualdades socioeconómicas. Dicho de otra manera, unos pocos privilegiados pueden, mientras miles y miles solo alcanzan a soñar, ya que les resulta del todo imposible tener casa. Si en la época de nuestros abuelos y padres lo lograron, que nos expliquen cómo hemos llegado a la situación actual de tanta diferencia, discriminación y exclusión.

El colmo de los pisos turísticos llega de la mano de que los fondos de inversión han entrado de lleno en este negocio, y su planteamiento es echar de sus casas a todos aquellos vecinos que han venido gozando de alquileres antiguos y a precios asumibles, no como ahora. Esto está ocurriendo en casi todas las ciudades, y se oyen más las denuncias de los afectados que lo que pueda ser la intervención de las Administraciones, aunque es de justicia nuevamente aludir  a que los ayuntamientos poco pueden hacer, si la legislación es tan escasa o directamente inexistente.

Indigna más si cabe cuando en estas situaciones se están viendo afectadas personas mayores. Un estado del bienestar (o lo que queda de él) no puede permitir semejantes injusticias. Los pisos de alquiler han generado una voracidad económica sin precedentes, tanto a nivel de empresas dedicadas en exclusiva a este negocio, pero también particulares que ven una oportunidad de incrementar su cuenta corriente dedicándose al turismo. La gallina de los huevos de oro que un día fue para nuestro país la llegada de viajeros de todo el mundo se desinfla a marchas forzadas. No hemos cuidado bien de la denominada primera industria nacional, y las manifestaciones en contra de la masificación de visitantes se suceden en diferentes puntos de la geografía nacional. Fue especialmente multitudinaria la habida en Canarias en abril, estimándose en más de 50.000 los manifestantes contra “un modelo turístico de masas que está abrumando el archipiélago atlántico”. Claro, es algo fácilmente asumible en otros muchos puntos de España, basado en reivindicaciones entendibles. Una es limitar el número de turistas. Otra, frenar un desarrollo turístico incontrolado. Y la tercera, salvaguardar a los residentes fijos, a la vecindad, y el medio ambiente en el que se desenvuelven.  Puede que la opinión vaya por barrios (también preservarlos), pero el cerco cada vez se estrecha más en torno a quienes quieren hacer, de manera ilegal, el agosto, convirtiendo sus propiedades en pisos turísticos. Es algo inaceptable. No se puede permitir.

 

 

Miguel del Río