Como que sientas que existes, ni móvil, ni redes sociales, ni nada

 

 

Miguel del Río | 23.06.2024


 

 

 

 

 

Cada vez nos sentimos más aislados. Se llama soledad. Nos la creamos, pero también nos la generan. No importar a nadie es seguramente la peor sensación con la que alguien puede vivir. Y hay muchas personas inmersas en la soledad más absoluta. No solo la cantidad va en aumento, es que se ha doblado, y más tras el covid. En la sociedad actual el protagonismo lo tienen las tecnologías, el móvil, las redes. Hablar, conversar, preguntar a otros cómo están, parecen gestos olvidados. Es lo que tiene la falta de urbanidad. Cuando en un recinto coincido con otra persona, me da mucho coraje que no me diga siquiera ¡hola!

 

Ante todo, la soledad se interioriza. No se habla en exceso de ella, ni como sentimiento, ni tampoco como un problema personal que te lleva a pensar que  no existes para los demás. Frente a esta apariencia de tema inconfesable, la soledad es algo que se ha abordado con sumo interés a lo largo de la historia, y mucho más tras incrementarse en paralelo a la Revolución Industrial. Desde Friedrich Nietzsche a Albert Einstein o Gabriel García Márquez, todos ellos, en sus deducciones, han tratado de explicar la soledad, seguramente porque la padecieron. El primero, el filósofo, esclareció que nadie aprende, nadie aspira, nadie enseña a soportar la soledad. El segundo, genial físico, dedujo que no porque estemos rodeados de multitudes significa que no podamos sentirnos solos. Y el tercero, nobel de literatura, plasmó que la soledad no es la distancia entre nosotros y los demás, sino la distancia entre quienes somos y quienes queremos ser. Incluso a su obra maestra la tituló Cien años de soledad.

El caso es que uno de cada cinco españoles la siente. Afecta a todos los grupos sociales y de edad, aunque se ceba con tres sectores principales. Están los jóvenes de entre 18 a 24 años (1 de cada 3 la padece). Están las mujeres, en especial aquellas que superan los 55 años y viven mayormente en ciudades. Y el tercer grupo al que más le afecta la soledad es al de la discapacidad. Leo en una noticia que los factores actuales para el mayor aislamiento están relacionados con la mala salud, las dificultades de llegar a fin de mes, hoy algo muy normal, el paro juvenil y la inmigración directamente relacionada con no ser aceptado dentro de la nueva comunidad a la que llegas para emprender una nueva vida de prosperidad que el país de origen niega.

Pese a existir un Observatorio Estatal de la Soledad no Deseada (mira que hay observatorios en este país para que los problemas sigan sin solución) creo que deben actualizar sus estudios, porque con todo lo que sucede en este nuevo siglo respecto a las soledades y aislamientos, hay otras muchas causas que se deben tener en cuenta. Pienso por ejemplo en la discriminación y al tiempo acoso que han generado muchas tecnologías. Las hemos hecho, como el móvil, nuestras mejores amigas y compañeras. En una parada de autobús no te pones a conversar con el de al lado, aunque sea del tiempo. El teléfono está constantemente en la mano, y solo tienes atención para él. No importa nada de lo que haya a tu alrededor, ni tampoco las personas que deambulan de un lado a otro. Así hemos llegado a ni siguiera saludar cuando entras en un ascensor y también está ocupado por otras personas. Vas con el móvil a todas partes. Te acuestas y levantas con él. ¡Qué pena de sociedad, tan vacía, tan individualista, donde muchos no han elegido ser invisibles!

El teléfono de la Esperanza, ese que te cogen voluntarios de una calidad humana extraordinaria, recibió el año pasado 464 llamadas relacionadas con ideas suicidas. No lo veamos tan solo como un dato más, ya que la situación empeora. Por si fuera poco, en España vivimos crispados y distanciados. A diario se nos golpea con noticias gubernamentales que nos cabrean, estresan y generan ansiedad. Eso de que los Gobiernos están para hacer felices a los ciudadanos ha pasado página. No solo no se dan respuestas a los posibles aislamientos de los ciudadanos, sino que se favorece su incremento.

El covid y el postcovid es otra historia. Se le ha dado carpetazo sin más. Es lamentable que la propia Comisión Europea auspicie este silencio, donde no se generan estudios estatales sobre la situación real en que nos ha dejado mentalmente la pandemia. De cuando en cuando, unos pocos se atreven a comentar que todo ha cambiado, a peor, pero nadie hace nada para pulsar de verdad el estado emocional de los ciudadanos. Tampoco de todos aquellos que han perdido a cientos de miles de seres queridos, de los que no pudieron siquiera despedirse. ¿Nadie en las alturas tiene en cuenta toda la catastrófica historia reciente? Hablamos con total naturalidad de que los jóvenes no tienen futuro, de que las condiciones laborales han empeorado, de que se nota más agresividad en los conductores, de que ya no hay educación ni cortesía, y de que lo que ha de ser ético y moral se le da la vuelta a capricho de grupos de poder y económicos, ante lo cual tampoco hay ninguna respuesta social y sí solo periodística, a través de columnistas de opinión que han pasado a engrosar una lista negra por tan solo decir verdades.

La soledad existe, se siente y padece; los hay que te ayudan frente a ella, pero también un ejército incivilizado que la genera con sus pisotones e indiferencias hacia todo lo que les rodea, en especial el resto de seres humanos que conviven dentro de una comunidad vecinal concreta. En este sentido, la ancianidad debería ser un grado de respeto máximo por parte de todos. Esto es así en Noruega, Canadá, Suiza, Países Bajos o Alemania. España casi nunca aparece bien en las listas de estadísticas. Somos un país de boquilla, pero no de hechos. Los que dan ejemplo con la convivencia, la tolerancia y, sobre todo, el respeto, son naciones desarrolladas. Lo peor lo encuentras en los países que llevan enfrascados toda su vida en guerras civiles, y que ya no van a olvidar nunca los genocidios cometidos contra mujeres, niños y ancianos. Pero no olvidemos una cosa, después de tantas apreciaciones como las hechas en este artículo. La soledad es falta de compañía, de que nadie muestra interés por uno, por cómo estás, te encuentras, va la vida. A diario, estoy por las calles, y cada vez me parece más una sociedad zombi, de exabruptos más que de afectos.

 

 

Miguel del Río