Extraordinario análisis de
D. Fernando del Pino-Calvo Sotelo, sobre el conflicto con Rusia y
la dependencia estadounidense, que por su interés reproducimos.
El entreguismo de la sedicente “élite” europea a EE. UU. causa
extrañeza. En efecto, el verdadero responsable de la política
exterior de la UE no parece ser el Alto Representante de turno,
sino los Estados Unidos de América. Así, de forma patente, la
política exterior europea no defiende los intereses de los
europeos, sino los del gobierno norteamericano.
Fernando del Pino Calvo-Sotelo, 28 de septiembre de 2022
Estados Unidos afirma constantemente que los países europeos son sus
“aliados”, pero esta simplificación edulcora la fría realidad
geopolítica. En efecto, en las relaciones internacionales no existen
cursis alianzas basadas en la amistad o en “valores comunes”, sino
uniones temporales de mayor o menor duración basadas en una
confluencia de intereses o en relaciones de subordinación, como es el
caso.
Además, EE. UU. ve a Europa más como reliquia de museo que como
potencia, pues su militarismo sólo respeta a quienes cuentan con
ejércitos importantes y Europa no los tiene.
Pero lo más relevante es que para Estados Unidos Europa es un
competidor, y de igual modo que a lo largo de la Historia el Reino
Unido siempre intrigó para que la Europa continental se mantuviera
débil y dividida, el gobierno norteamericano considera que una Eurasia
en paz y unida por la interdependencia de lazos comerciales supone una
amenaza a su hegemonía política y económica (doctrina Brzezinski).
Por lo tanto, la cronificación de la guerra en Ucrania no tiene nada
de altruista, sino que es para EE. UU. un arma geopolítica para
debilitar a Eurasia. Divide et
impera.
El inicio del conflicto, de hecho, ha coincidido con la finalización
del gaseoducto Nord Stream 2,
que reforzaba enormemente los lazos de Rusia con Europa como proveedor
de energía barata. ¿Creen que ha sido una coincidencia?
Así, el primer objetivo americano al involucrar a Europa en esta
guerra era hacer descarrilar dicha infraestructura, considerada una
amenaza estratégica para los intereses norteamericanos, e inicialmente
lo logró gracias al entreguismo del gobierno alemán.
Y cuando ante la llegada del invierno Alemania empezaba a comprender
su error, se produce el sabotaje submarino simultáneo de Nord
Stream 1 y 2. ¿Qué países poseen la capacidad operativa para
hacerlo? ¿Cui prodest? ¿Quién
se beneficia de ello?
“Preparados, disparen, apunten”
En contraste con la calculada estrategia norteamericana, la toma de
decisiones de la UE no ha sido precedida de ningún análisis
coste-beneficio mínimamente serio que defendiera los intereses de los
europeos. La consigna ha sido: preparados, disparen, apunten, y al
disparar primero y apuntar después nos hemos pegado un tiro en el pie.
Al inmiscuirse en un pulso de poder que nos era completamente ajeno,
los burócratas de la UE no han hecho más que contentar a EE. UU. y, no
satisfechos con propiciar una escalada del conflicto, han ido
imponiendo sanciones sin ton ni son en un descabellado in
crescendo que puede suponer el tercer suicidio de Europa en un
siglo.
En efecto, estas sanciones están perjudicando mucho más al ciudadano
europeo que al ruso. Aunque la fluctuación de las divisas responda a
factores complejos, una muestra del efecto de las sanciones es la
evolución del rublo y del euro frente al dólar desde que comenzó la
guerra. El rublo sube y el euro se hunde:
La caída del euro, además, contribuye al gravísimo
problema de inflación preexistente (empeorado por la guerra) que en
España amenaza con devolver a la pobreza, vía pérdida de poder
adquisitivo, a nuestra frágil clase media, creada con enorme esfuerzo
a partir de 1950.
Asimismo, al romper relaciones comerciales con el
proveedor ruso, hemos creado una crisis energética sin precedentes
previamente sembrada por el fanatismo “verde”. Efectivamente, sólo
Europa se toma tan en serio el timo del cambio climático inventado por
el globalismo, cuyo resultado final serán los apagones y una factura
eléctrica inasumible.
Intentar justificar el actual boicot a productos rusos
criticando a posteriori la “dependencia energética” que teníamos de
Rusia es una triquiñuela. Europa carece de suficientes fuentes de
energía propias, luego a medio plazo simplemente sustituiremos la
dependencia energética de Rusia por la dependencia energética de EE.
UU., de las dictaduras árabes o del Magreb. ¿Hemos mejorado? No lo
creo.
En poco tiempo Rusia podrá establecer nuevos lazos para
vender sus abundantes materias primas a China e India, hogar del 36%
de la población mundial, y probablemente la perdamos para siempre.
¿Comprenden ustedes el golpe de gracia a la prosperidad futura de
Europa que nos ha dado EE. UU. con la complicidad de los ineptos de
Bruselas y Berlín?
Aprendiendo de la historia
Decía Santayana que “aquellos que no recuerdan el
pasado están condenados a repetirlo”. El 28 de junio de 1914 el
heredero de la corona del Impero Austrohúngaro fue asesinado a tiros
en un atentado terrorista en Sarajevo (entonces Serbia).
Sólo cuatro semanas después y tras un ultimátum,
Austria declaró la guerra a Serbia a pesar de que este país había
aceptado 13 de los 14 puntos de dicho ultimátum. Los yonquis del poder
tenían decidido ir a la guerra y las “causas” inmediatas del conflicto
no fueron más que coartadas, como suele ocurrir.
La política de alianzas transformó entonces una
contienda local en una devastadora guerra mundial. Rusia activó su
alianza con Serbia y anunció la movilización de sus tropas, lo que
propició que Alemania, aliada de Austria, declarara la guerra a Rusia;
Francia acudió en ayuda de Rusia y Gran Bretaña en ayuda de Francia,
quedando conformados dos bandos: la Triple Entente (Francia, Reino
Unido y el Imperio Ruso) frente a los dos grandes imperios
centroeuropeos, Alemania y Austria. Más adelante, Italia, Japón, el
imperio otomano y otros países se unirían a uno u otro bando.
Cuatro años más tarde la devastación era absoluta: en
los campos de Europa yacían los cadáveres de 17 millones de personas
sin que para entonces nadie recordara el motivo real por el que habían
muerto.
De aquí se desprenden algunas lecciones para la Europa
de hoy. Primero, el poder no sólo corrompe la moral del individuo,
sino también su capacidad de juicio. Así, en 1914 las “élites”
europeas arrastraron al continente hacia la hecatombe con una
estupidez, frivolidad e inmoralidad aterradoras. Segundo, las
“alianzas” son peligrosas armas de doble filo que pueden transformar
un conflicto local en una guerra mundial.
El artículo 5 de la OTAN, por ejemplo, fue diseñado
para disuadir al difunto Pacto de Varsovia de tentaciones
expansionistas durante la Guerra Fría. Lo que en realidad preveía no
era la ayuda mutua de sus débiles firmantes, sino la protección del
fuerte (es decir, de EEUU) a cualquiera de ellos.
Sin embargo, era sólo un arma disuasoria. De no haber
funcionado, ¿qué habría ocurrido? El papel lo aguanta todo, pero
bajemos a lo concreto: ¿enviaría usted a su hijo a luchar y morir por
Ucrania? ¿Cree usted que los alemanes o los ingleses vendrían a
defendernos de un ataque de Marruecos?
LA OTAN,
¿fuente de paz o de conflicto?
El órdago del artículo 5 fue un éxito, pero quedó
obsoleto cuando la amenaza del comunismo soviético desapareció en
1991. De hecho, la OTAN es hoy exclusivamente una herramienta de poder
norteamericana y una organización cuya supervivencia depende de que su
enemigo tradicional siga siéndolo. De ahí su interés por que la
opinión pública identifique falazmente a la actual Rusia con la
antigua URSS, aunque nada tengan que ver.
Al igual que la OTAN, las vastas estructuras
burocráticas de las agencias de inteligencia, el Departamento de
Estado y el complejo militar-industrial norteamericanos (el Deep
State) dependen de la existencia de un enemigo grande que
justifique su tamaño y su poder. Sólo hay que aplicar la lógica del cui
prodest y comprender los mecanismos de la patología del poder
para concluir que, como el Ministerio de la Paz de Orwell, están tan
interesados en la guerra perpetua como la OMS lo está en la pandemia
perpetua.
Pero más allá de cuestionar la OTAN, lo preocupante es
que, como en la Primera Guerra Mundial, el poder ha corrompido la
moral y la capacidad de juicio de la “élite” europea y un dominó de
alianzas puede transformar un conflicto local de daño contenido en una
contienda mundial de consecuencias imprevisibles.
El
objetivo de Estados Unidos es debilitar a Rusia…y a Europa
Mientras Occidente se obsesiona con Ucrania, en el
resto del planeta no ocurre lo mismo. De hecho, los países que han
sancionado a Rusia suponen sólo el 13% de la población mundial. El 87%
restante mantiene sus relaciones con Rusia incólumes. ¿Es Rusia la que
se está quedando sola o es Occidente?
Quizá el resto del mundo tiene claro que el origen del
conflicto está en la provocación de EEUU a Rusia (sirviéndose del
corrupto régimen ucraniano) esperando que el glacial autócrata ruso
mordiera el anzuelo con sus mandíbulas de acero, como hizo. Por eso,
el único actor mundial interesado en prolongar la guerra en Ucrania es
EEUU, motivo por el cual hizo descarrilar las negociaciones entre
ambos bandos llevadas a cabo antes de verano en Turquía en las que
Ucrania habría accedido a no entrar en la OTAN, a aceptar el statu
quo de Crimea y el autogobierno del Donbass, ya reconocido en los
Acuerdos de Minsk II del 2015.
¿No creen que el mundo sería hoy más seguro y próspero
si se hubiera alcanzado dicho acuerdo? ¿Estamos mejor o peor?
En el orden global de las cosas, la guerra de Ucrania
se enmarca en el intento de alargar la hegemonía anglosajona puesta en
riesgo por el despertar de Asia y el declive moral de Occidente, y en
este contexto a EE. UU. le interesa debilitar a Rusia a costa de
Europa con una guerra de desgate en la que ellos no ponen los muertos
ni sufren la debacle económica.
No sería la primera vez que Estados Unidos sacrifica a
Europa en pro de sus intereses. En primavera de 1917 la opinión
pública europea estaba harta de tanta carnicería. Tras la revolución,
Rusia prometía retirarse del conflicto y Francia y Austria entablaban
discretas conversaciones de paz: algunas divisiones francesas se
negaban a combatir y el emperador Carlos de Austria, angustiado por no
poder frenar la escabechina (en contraste con el agresivo káiser
alemán), apelaba al papa Benedicto XV. Parecía que la guerra iba a
acabar sin un claro vencedor, lo que suele ser el mejor resultado
posible.
Sin embargo, EE. UU. quería protagonizar la
organización del “nuevo orden” posbélico. Tras forzar la guerra contra
España en 1898 con el pretexto del Maine,
había probado el sabor del imperialismo y no podía dejar pasar la
oportunidad de acabar con dos grandes competidores centroeuropeos.
De este modo, entró en la guerra a última hora
utilizando la coartada du jour, alargándola
un año más y produciendo como resultado unos vencedores y unos
vencidos claros, que fueron humillados hasta el extremo en el Tratado
de Versalles: el imperio austríaco fue desmembrado y Alemania
condenada a la pobreza, lo que provocaría a la postre la llegada al
poder de Hitler, democráticamente elegido por el desesperado pueblo
alemán. EE. UU. apenas perdió 116.000 hombres, mientras los europeos
perdieron millones.
Al borde
del precipicio
Hoy Europa vuelve a estar al borde del precipicio
porque la “élite” política europea se dedica a obedecer al amo
americano y renegar de su obligación de defender a sus propios
ciudadanos. Así, nos han involucrado imprudentemente en un pulso de
poder que nos era ajeno y puesto en marcha sanciones de carácter
autodestructivo que dañan a los europeos tanto como regocijan a los
americanos, centrados sólo en preservar su preeminencia.
Europa, indefensa frente al belicismo norteamericano y
abandonada por la cobardía e incompetencia de sus propias autoridades,
se enfrenta al colapso económico y a una peligrosa escalada de un
conflicto en el que se ha querido arrinconar a una potencia nuclear.
Como en 1914, no cabe mayor estupidez, frivolidad e inmoralidad.
¿Quién defiende al ciudadano europeo? Nadie, y no comprender esto es
no comprender nada.
Gervasio Portilla García,
Diácono permanente y periodista