24.11.12

 

Concluí mi artículo de anteayer, en el que defendía el derecho de los colegios católicos a inculcar a sus alumnos la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio, advirtiendo que “el problema que la Iglesia tiene en España es que no está nada claro que una buena parte de los colegios que son confesionalmente católicos transmitan un catolicismo sano y ortodoxo a sus alumnos. Habría que empezar por ahí".

Hoy he leído en el blog de Paco Pepe que existe una lista de colegios católicos en Estados Unidos en los que admiten clubs donde se apoyan las tesis del lobby homosexual. Y detrás de todo está el hecho de que la secularización interna en la Iglesia afecta especialmente a las órdenes y congregaciones religiosas, que son las responsables de la inmensa mayoría de los centros escolares de titularidad católica.

Como siempre, caer en generalizaciones es una injusticia. Pero, para ser sincero, cabe preguntarse cómo es posible que con la cantidad de jóvenes que asisten a colegios católicos, por no hablar del porcentaje de alumnos que acuden a la asignatura de religión católica, el nivel de católicos practicantes entre la juventud sea tan escaso en España.

Durante mi infancia acudí a los Escolapios de Getafe, de los que guardo un afectuosísimo recuerdo. La mayoría de los profesores no eran curas, pero sin duda todos eran católicos. Y, salvo alguna excepción, se notaba que lo eran. No rezábamos misterios del Rosario entre clase y clase, pero en mi larga etapa como alumno no recuerdo una sola vez en que oyera algo contrario a la cosmovisión católica de la sociedad.

Sin embargo, una vez que regresé junto con mi esposa a la Iglesia, recién abandonado el protestantismo evangélico, tuve que ver como mi hijo mayor, que hasta entonces había asistido a un colegio evangélico en Madrid y al que cambiamos a uno público, tuvo que oir en clase de religión católica una defensa rotunda de la herejía marcionita. A saber, que el Dios del AT era muy malo y Jesucristo, todo lo contrario. Como quiera que ese mismo año dejamos Madrid, decidí no montar un número ante la archidiócesis de la capital de España.

Que en una asignatura confesional se predique lo contrario a lo que enseña dicha confesión religiosa es tan absurdo como si en clase de matemáticas se enseñar que 2+2=5. El daño espiritual para el alumno es infinitamente más grave que si se le dejara sin formación religiosa alguna. Es peor enseñar la mentira que no enseñar nada.

Más grave es la constatación de que hay colegios católicos -o sea, no clases de religión en colegios públicos- donde los niños y jóvnes reciben el mismo veneno. Sé de casos en los que a los críos se les enseña, por ejemplo, que el infierno y el purgatorio no existe, porque “¿Cómo un Dios de amor puede castigar y condenar a nadie?". Sé al menos de otro caso donde el profesor de historia es un ardiente defensor de la II República, lo cual implica que se niega a hablar, ni por un casual, de los miles de mártires que dio la Iglesia de este país el sigilo pasado.

Ocurre además que los pocos padres que se interesan por saber qué se les enseña a sus hijos en clase, cuando se enteran de esas barbaridades, prefieren bajar la cabeza “para no meter al nene o la nena en un lío”. Temen que, si protestan, sus críos pasen a ser “los hijos de esos fundamentalistas". Si hay suerte, les enseñarán a sus hijos la verdad.

Como quiera que las órdenes y congregaciones religiosas son, en la práctica, independientes en su funcionamiento interno de la autoridad episcopal, es casi imposible ver a un obispo intentando poner orden en los colegios católicos de su diócesis. Si alguien conoce un caso de pastor español interviniendo una escuela católica, que me lo diga por favor.

La Iglesia puede y debe celebrar Jornadas Mundiales de la Juventud. La que tuvo lugar en Madrid fue fabulosa. Pero más urgente sería que se asegurara de que en sus colegios fueran instrumentos de transmisión de la fe y no de secularización. Para el alma de un alumno católico es mejor un buen profesor que mil JMJs. Me temo que estamos dejando pasar generaciones enteras de jóvenes sin cristianizar allá donde, además de la propia familia, mejor se les puede inculcar la fe de la Iglesia. No podemos enfrentar la nueva evangelización sin afrontar una reforma urgente del sistema educativo católico. No sé quién o como se puede hacer tal cosa. Pero que hay que hacerlo, nadie lo dude.

Luis Fernando Pérez Bustamante