12.08.13

 

Hace poco escribí un artículo comentando la celebración del Día Internacional de la Madre Tierra, que se celebra el 22 de abril promovido por la ONU. Ahora, en pleno mes de agosto, he tenido ocasión de ver en multitud de medios de comunicación algo parecido, pero con un carácter mucho más religioso y “tradicional”. Se trata de las ceremonias de ofrenda a la Pachamama, la Madre Tierra, en algunos países iberoamericanos. ¿Cuál es el problema –pueden pensar algunos– cuando es un rito antiquísimo que muchos hacen sin la menor intención espiritual o de culto, sino simplemente para continuar una tradición enraizada en las culturas indígenas de algunos países? En primer lugar, vamos a ver un poco la fenomenología de la celebración, para analizar después lo que significa y lo que trae consigo.

Observo en la prensa de Bolivia, por ejemplo, un gran despliegue de las ofrendas a la Pachamama, que comenzaron el primer día del mes dedicado a esta divinidad anterior a la civilización inca. Tanto en el campo como en las ciudades se convocaron encuentros en los que se reprodujeron los mismos “rituales ancestrales” de acción de gracias y súplicas a la Tierra. Algunos medios explican que hasta hace unos años se trataba de un rito de carácter rural, exclusivo de campesinos indígenas deseosos de gozar de la fecundidad de las tierras de cultivo, pero que ahora los festejos han llegado a las ciudades, donde en una suerte de religiosidad natural se aplica esta curiosa liturgia a todo lo relativo a la vida ordinaria de las personas. Así, se le pide a la Madre Tierra su bendición y protección para la familia, los negocios y hasta el coche, suplicándole la típica tríada de “salud, dinero y amor”.

¿Qué es lo que se ofrece? Las ofrendas no sólo son simbólicas, sino que se pueden ver y tocar: alimentos, bebidas alcohólicas, dulces, hojas de coca, hierbas, flores… e incluso fetos del animal más turístico del país, la llama (y es que el “humo sagrado” que resulta de quemar el feto es muy preciado para los rituales paganos de Bolivia). Todo esto se deposita, se derrama o se quema, según el tipo de ofrenda que sea, en hoyos cavados en la tierra, como no podía ser de otro modo. En una plaza céntrica de La Paz, capital del país, y en una ceremonia muy concurrida, uno de los oficiantes, un kallawaya (médico indígena de la tribu aimara), señaló que “este ritual es un agradecimiento a la Madre Tierra y al Cosmos. En estas fechas empieza la fertilidad, cada persona puede poner la semilla a la tierra, pues se abre la boca de la Pachamama y agradecemos para emprender nuevos proyectos, nuevos pensamientos”. Como puede comprobarse, nada de simbolismo: se habla de la Tierra como un ser personal.

No sólo es significativa la difusión que ha supuesto este salto del agro al mundo urbano, sino también un soporte social y cultural que cuenta con el apoyo directo del poder político. Este año, sin ir más lejos, el vicepresidente boliviano, Álvaro García Linera, protagonizó uno de estos rituales en el cerro Pajchiri. Según un comunicado del propio Gobierno nacional, acudió para dar gracias oficialmente por la producción de alimentos y para pedir la protección del Ejecutivo. “Venimos aquí a pedir con humildad a nuestro achachila (divinidad que habita en las montañas) poderoso y guerrero Pajchiri que proteja a nuestra Patria de los abusos de los poderosos, para que nos vaya bien como país y que sigamos subiendo y mejorando nuestras condiciones de vida. Venimos a pedir que proteja a nuestro Presidente de la gente mala, de los gobiernos malos, de los envidiosos y de los poderosos que quieren hacer daño”, según leemos en el comunicado oficial de la Vicepresidencia. La cosa no quedó ahí, ya que el segundo mandatario llevó una prenda de vestir del presidente Evo Morales “para que, a través de la misma, pueda recibir la bendición, protección y las buenas vibras”.

No me digan que esto no es una religión oficial. De hecho, el vicepresidente, tal como leemos en el comunicado oficial, “llamó a la población a cumplir con los actos rituales en todo el territorio nacional”. No contento con representar a la entera población boliviana en la ofrenda a una divinidad pagana, tuvo que hacer su peculiar apostolado. Por eso, cuando leo en la nueva Constitución de Bolivia –que ahora, por cierto, ya no es un país, sino un conglomerado llamado “Estado plurinacional”– que “el Estado respeta y garantiza la libertad de religión y de creencias espirituales, de acuerdo con sus cosmovisiones”, y que, más aún, “el Estado es independiente de la religión”, no sé si lo que está mal es esa ley fundamental vigente desde el año 2009 o lo que se está celebrando en estos días de agosto en la nación. Claro, como siempre, hay que leer el Preámbulo, verdadera declaración de intenciones y sostén de todo el articulado normativo, y donde pone claramente que “poblamos esta sagrada Madre Tierra con rostros diferentes”, y los legisladores se despachan diciendo que “cumpliendo el mandato de nuestros pueblos, con la fortaleza de nuestra Pachamama y gracias a Dios, refundamos Bolivia”. Ciertamente la pretenden refundar, no hay duda.

Y de Bolivia damos ahora el salto a Argentina, que a primera vista podría parecernos un país más alejado de estas prácticas. Sin embargo, en el norte de la nación, como sucede en Chile, perviven grupos étnicos con influencias quechuas y aimaras. En San Antonio de los Cobres (provincia de Salta) se celebra desde 1995 la Fiesta Nacional de la Pachamama de los Pueblos Originarios, que consiste en rituales semejantes a los que hemos visto en Bolivia. Las declaraciones también son parecidas. Por ejemplo, el director del Museo Indígena de Salta afirmaba hace unos días que “seguimos haciendo este ritual porque consideramos que la Pachamama nos ha parido, nos alimenta y es ella quien nos va a recoger en su seno cuando muramos. Hay que andar bien con la madre tierra”.

También en Argentina nos encontramos con el apoyo de las autoridades, que comenzó de forma oficial en 2003, justamente hace diez años, cuando el entonces presidente Néstor Kirchner asistió a la ofrenda pagana en Posta de los Hornillos. Fue el primer presidente democrático que se hizo presente en un rito que después ha seguido contando con el respaldo del poder ejecutivo. Este año, el pasado 1 de agosto la presidenta Cristina Fernández participó en una ceremonia en la que estuvo acompañada por los representantes de las comunidades indígenas, y en la que se despachó tan a gusto con afirmaciones como ésta: “está en cada uno de ustedes, en el ADN de este pueblo milenario que, cuando en Europa estaban con taparrabos y cazando en los bosques, había descubierto ya la astronomía, las matemáticas y tenía complejos cultivos, la socialización de la tierra y de la producción”. Sólo le faltó decir que esto se estropeó cuando los españoles llegaron allí, o cuando se llevó la fe cristiana y se marginaron las creencias aborígenes.

Al parecer, la suya no fue una presencia tan “confesional” como la que vimos en Bolivia, sino más bien de carácter político y populista. Aunque, como informa Efe, “arrodillada frente a un pozo abierto en la tierra que simboliza la boca de la pachamama, Fernández participó activamente de la ceremonia donde se ofrenda a la madre tierra regalos sagrados, se prenden sahumerios para purificar las ofrendas y se hacen peticiones”. Quien tenga interés puede consultar en la página web de la Presidencia de la Nación los discursos pronunciados por la mandataria argentina, que incluyen afirmaciones de que “yo creo mucho en el destino” y “yo creo mucho en las señales”, además de concluir sus intervenciones con una curiosa despedida: “¡Que Dios, la Virgen y la Pachamama, los bendigan a todos!”. Si esto no es sincretismo…

Creo que no hace falta poner más ejemplos. Sí quiero recordar que en algunas de estas ceremonias se ha destacado la presencia inexplicable de algún sacerdote o religiosa, además de poder verse en las fotografías y vídeos a multitud de escolares llevados a tan espiritual evento. Hay una completa promoción de las ofrendas rituales a la Madre Tierra, y es algo que va más allá de una tradición recordada o de un acto milenario que no se quiere perder. Es una práctica del neopaganismo, que quiere recuperar las creencias precristianas, en su versión concreta del neoindigenismo. En la cosmovisión de los pueblos quechua y aimara –que, no lo olvidemos, es de donde se toma, muchas veces para trasplantarla sin mucho sentido ni criterio– la Pachamama es una diosa, con la que se tiene una relación personal, que actúa e interviene en la vida de los hombres determinando la fecundidad e incluso la “buena suerte”, a la que hay que pedir y agradecer, e incluso pedirle perdón por las ofensas.

Todo esto tiene su influencia cultural, que puede verse en cosas aparentemente tan simples e inocentes como la costumbre que tienen algunos habitantes de Buenos Aires y de otros lugares de derramar una pequeña parte de la bebida antes de ingerirla “ofreciéndosela a la Pacha”. Este gesto y otros semejantes tienen un claro carácter supersticioso vinculado a la divinidad telúrica. Algunos ritos más familiares y caseros, si no se repiten, traerán necesariamente la mala suerte al humano ingrato con su “Madre”. Por cierto, también hay episodios de sincretismo con la religiosidad popular católica, identificando a la Pachamama con algunas advocaciones de la Virgen María, como las de Copacabana, Urkupiña o el Socavón en Bolivia, o la de la Candelaria en Perú. Y termino. Dicen en Bolivia que agosto es el mes de la lakampacha, es decir, el tiempo en el que la Pachamama tiene la boca abierta y ganas de comer. Aparte de lo extraña que nos parezca la palabreja en aimara, es inquietante pensar en esa gran diosa con hambre. ¿Será necesario recordar hasta qué extremos llevaban en la antigüedad estos cultos indígenas? No creo que ahora –ni nunca– sea la hora de recuperar ciertas cosas.

Luis Santamaría del Río