9.02.14

 

Univisión ha realizado una encuesta a 12.038 católicos de los cinco continentes. Según se indica en la breve ficha técnica, el margen de error es del 0.9%, así que se supone que es bastante fiable. En todo caso, nos encontramos con un problema fundamental al no indicarse si esos católicos encuestados son practicantes o no. Ese dato no es baladí, porque parece evidente que no será lo mismo lo que responde alguien que vive su fe que aquellos que la tienen de adorno en su vida.

Aun así, resulta la mar de interesante analizar los datos. Por ejemplo, a pesar de la presión mediática y social a favor de la supresión del celibato entre el clero diocesano, prácticamente la mitad de los fieles (47%) está en contra. Solo un tres por ciento más (50%) está a favor. En relación al acceso de las mujeres al sacerdocio, son más los contrarios (51%) que los favorables (45%).

Sorprendentemente hay un 18% de católicos que está en contra del uso de anticonceptivos. Un 78% está a favor, pero tengo casi la certeza absoluta de que es mayor el porcentaje de los que hacen uso de los mismos.

En relación al aborto, uno de cada tres católicos (33%) cree que no deben permitirse nunca. Un 65% opina que sí en algunos casos, pero los señalados en la pregunta son el peligro para la vida de la madre o del feto. Solo un 8% está favor de que el aborto sea libre.

Y en cuanto al “matrimonio” homosexual, dos de cada tres católicos (66%) se oponen, y no llega a un tercio (30%) los que lo apoyan.

Por último, la valoración del Papa Francisco es muy positiva, aunque son algo más los que consideran este pontificado como bueno (46%) que los que lo califican de excelente (41%). Solo un 6 por cierto opina que es mediocre o malo.

Sin embargo, lo más significativo de la encuesta estriba en la diferencia por continentes. Aunque que solo se ofrecen datos diferenciados en la pregunta sobre el celibato sacerdotal y el “matrimonio” homosexual (*), no creo que sea muy aventurado asegurar que en el resto de temas las respuestas sufrirán los mismos cambios en cada continente.

¿Qué nos dicen esos datos? Pues que tanto África como Asia, el católico promedio es muy conservador. En Europa es muy liberal -o progresista-. En Estados Unidos es más conservador que en Europa pero todavía es mayoritariamente liberal. Y en Iberoamérica la cosa se iguala, aunque siguen habiendo algo más de liberales que conservadores. Es curioso que a la comunión anglicana le pase lo mismo.

No es casual que allá donde la secularización y la apostasía están a la orden del día, el católico medio sea más liberal que conservador. Sin embargo, el catolicismo emergente, que sin duda es el africano y el asiático, es eminentemente conservador, que es lo mismo que decir “fiel” a a la esencia de la fe católica.

Europa hace décadas que ha decidido tirar por la borda sus raíces cristianas. Los papas anteriores a Francisco han indicado que está en pleno proceso de apostasía. Recordemos para apostatar de la fe, primero se ha tenido que profesar dicha fe. La situación del catolicismo en el Viejo continente solo puede ser comparada con la del protestantismo. Con una diferencia. En Europa todavía quedan muchos millones de católicos conservadores mientras que protestantes evangélicos -no liberales- hay muy pocos. En Estados Unidos, seguramente por el hecho de que el protestantismo evangélico es mucho más potente e influyente que el liberal, el catolicismo está menos secularizado. E Iberoamérica, el llamado continente de la esperanza por Juan Pablo II, va unos pasos por detrás en esa secularización, pero sin duda está en el mismo camino.

Algunos van a usar estos datos para apoyar la idea de que la Iglesia ha de cambiar su doctrina. Como si la fe dependiera de una encuesta demoscópica, por muy reales que sean sus resultados. Ya lo cité en otro post y vuelvo hacerlo ahora. Cuando Jospeh Ratinzger todavía era arzobispo de Munich, pronunció una homilía con motivo del fallecimiento de Pablo VI. Así explicó la actuación pastoral del Papa Montini en medio de la gran crisis post-conciliar (negritas mías):

Un Papa que hoy no sufriera críticas fracasaría en su tarea ante este tiempo. Pablo VI ha resistido a la telecracia y a la demoscopia, las dos potencias dictatoriales del presente. Pudo hacerlo porque no tomaba como parámetro el éxito y la aprobación, sino la conciencia, que se mide según la verdad, según la fe. Es por esto que en muchas ocasiones buscó el acuerdo: la fe deja mucho abierto, ofrece un amplio espectro de decisiones, impone como parámetro el amor, que se siente en obligación hacia el todo y, por tanto, impone mucho respeto. Por ello pudo ser inflexible y decidido cuando lo que se ponía en juego era la tradición esencial de la Iglesia. En él, esta dureza no se derivaba de la insensibilidad de aquellos cuyo camino lo dicta el placer del poder y el desprecio de las personas, sino de la profundidad de la fe, que le hizo capaz de soportar las oposiciones.

Una encuesta de este tipo, o la que se ha enviado a las diócesis con motivo del próximo sínodo extraordinario de la Familia, puede servir para tomar la temperatura de la salud docrtinal del pueblo de Dios. En ningún caso puede ser un argumento para cambiar la fe de la Iglesia. Una fe arraigada en la Revelación (Biblia y Tradición) tal y como es transmitida por el Magisterio. Es decir, la respuesta a la secularización y la apostasía no es dar facilidades para que siga avanzando, sino plantearse una acción pastoral encaminada a poner remedio.

La fe no se vota. No está sujeta a estudios demoscópicos. De lo contrario, en el siglo IV la Iglesia se habría convertido en arriana y antes de Calcedonia se habría hecho monofisita. Lo que los fieles necesitan no es que la Iglesia ceda a la opinión de una mayoría, sino que se establezcan mecanismos para que puedan comprender mejor el por qué la Iglesia enseña lo que enseña en esos temas que ellos rechazan. Luego tienen el libre albedrío de aceptar o rechazar semejantes enseñanzas, pero no estaría de más indicarles que el rechazo no es compatible con la comunión eclesial. A nadie se le obliga a ser católico, pero el que lo es ha de serlo de verdad. El catolicismo a la carta no es otra cosa que una variante más del protestantismo, mayormente el liberal.

Algunos creemos que allá donde la Iglesia está sufriendo un proceso de descomposición debido a la secularización, difícilmente puede convertirse en un instrumento de evangelización. Una Iglesia mundanizada no evangeliza al mundo. Más bien es descristianizada más profundamente por ese mundo. De poco vale hablar de nueva evangelización si la mayoría de los fieles difícilmente pueden ser calificados de católicos. Lo lógico sería intentar sanar al enfermo antes de enviarle a sanar a los que están fuera.

Ahora bien, obviamente el mundo no puede estar esperando a que el catolicismo recupere unos niveles de salud espiritual óptimos. Hay muchos católicos capaces de evangelizar en las periferias, como pide el Papa. Pero es claro que las periferias espirituales y doctrinales no están fuera de la Iglesia, sino muy dentro de la misma.

Aunque sería materia para objeto de un post o serie de posts, diré que creo que la razón de lo que ha ocurrido tiene sus raíces en las herejías pelagianas y semipelagianas. Se ha creído que la gente, por sí sola, es capaz de darse cuenta del mal y alejarse del mismo. La falta de praxis sacramental, la proliferación de abusos litúrgicos, la ausencia de predicación de verdades de fe fundamentales para la salud espiritual de los fieles, son a la vez síntomas y causas de la situación actual. Nos hace falta, como agua de mayo, una predicación auténtica sobre el poder de la gracia, que transforma una vida cristiana mundana en una vida de santidad. Dejar a los fieles en sus propias fuerzas para luchar contra el pecado es camino directo hacia el fracaso. Primero dejan de luchar contra el mismo. Luego dejan de considerarlo como pecado. Y finalmente piden a la Iglesia que cambie sus enseñanzas. Esa espiral solo lleva a la condenación.

No se puede empezar a reconstruir la casa desde el tejado. No se puede dejar la salvación del pueblo de Dios en manos de una pastoral falsamente misericordiosa, que deje de lado la predicación de las verdades fundamentales que nos hacen libres para vivir en Cristo. Ya lo advirtió el autor de la epístola a los hebreos:

Pues los que después de tanto tiempo debíais ser maestros, necesitáis que alguien de nuevo os enseñe los primeros rudimentos de los oráculos divinos, y os habéis vuelto tales, que tenéis necesidad de leche en vez de manjar sólido. (Heb 5,12)

Son muchos los que rechazan la fe y moral de la Iglesia por puro desconocimiento de sus rudimentos, de sus raíces evangélicas. Eso no se arregla echando paladas de cal viva que oculten dichos rudimentos. Se arregla siguiendo el ejemplo de los grandes apóstoles de todas las épocas. Predicando la fe, la necesidad de conversión y la gracia gratuita que se nos ofrece para obtener la salvación. Se arregla rogando al Espíritu Santo que haga aquello que Cristo dijo que haría: “Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio” (Jn 16,8).

Cristo nos envió a hacer discípulos suyos en todas la naciones. Discípulos, no cristianos mundanizados que viven conforme al príncipe de este mundo, el padre de toda mentira.

Luis Fernando Pérez Bustamante

(*) No es casual que el país donde más católicos se muestran a favor del engendro del “matrimonio” homosexual sea España. Las leyes inicuas forman conciencias inicuas, sobre todo cuando no se le opone la verdad con contundencia e insistencia desde donde se debe.