La tomadura de pelo del PP y la complicidad de los católicos

Cuando la actual legislatura ya ha entrado en su fase final. Cuando el Partido Popular demostró su condición de partido tan abortista como el que más, echándose atrás en una reforma “moderada” -y soy generoso en la calficación- de la ley del aborto. Cuando los ministros católicos del gobierno siguen en el mismo como si no fuera con ellos la defensa de la vida, demostrando que para ellos está antes el cargo que la fidelidad a Cristo. Cuando todo el mundo, salvo algunos “provida” y aquellos que están ansiosos de poder justificar su voto al PP, daba por hecho que nada iba a cambiar, las mentes privilegiadas de Génova y Moncloa han dicho: “Vamos a echarle unos cacahuetes a los monos para que sean felices un rato“.

Eso, y no otra cosa, es el anuncio de una mini-reforma consistente en requerir obligatoriamente el consentimiento de los padres o tutores para que las menores de 17 años -¿por qué no 18?- puedan abortar. 

Vaya por delante que la medida tiene un componente positivo. Efectivamente, parece de sentido común que se respete la patria potestad a la hora de que una menor tome una decisión tan importante como es la de matar a su hijo no nacido. Pero señores, el principal problema no es que los padres estén o no de acuerdo, sino que se mata a un ser humano en sus primeras fases de desarrollo. Fases por las que todos, sin excepción, hemos pasado desde que fuimos concebidos en el seno de nuestras madres.

Ahora bien, como señala Mons. Mario Iceta, obispo de Bilbao, lo que ya riza el rizo, lo que alcanza dimensiones esperpénticas, lo que es una tomadura de pelo intolerable, es el argumento que el señor Rafel Hernando, actual portavoz del PP en el Congreso, dijo ayer al presentar la inciativa. Tuvo la desfachatez de apelar al programa electoral de su partido.

Oiga, don Rafael, ¿usted se piensa que los ciudadanos, especialmente aquellos que deseamos ver protegido el derecho a nacer, somos imbéciles? ¿no se le cae la cara de vergüenza de hablar de un programa que ustedes mismo han pisoteado el año pasado? ¿le tengo que recordar lo que dijo el ex-ministro de Justicia, Alberto Ruiz Gallardón? Pues mire, se lo recuerdo:

Gallardón asegura que le dan asco los motivos para retirar la reforma del aborto

Lea, les usted esa noticia. Lea a su todavía compañero de partido diciendo:

«Me da igual, no me importa que haya sido porque lo haya promovido un lobby económico o porque alguien haya podido pensar que es un beneficio electoral, es lo de menos. Por tanto, sea éste o sea otro, lo único que me da es asco, no me importa»

A ustedes, don Rafael, el derecho a la vida, el derecho de los padres a decidir algo relacionado con el futuro de sus hijos, el derecho a recibir una educación religiosa en la escuela -su LOMCE se carga dicho derecho en Bachillerato- y cualquier otro derecho fundamental les importa un pimiento. Ustedes actúan solo en base a cálculos electorales. Ustedes son el ejemplo de la escoria moral en que se ha convertido la derecha política de este país. Ustedes son parte de esa apostasía generalizada en la que ha caído España y, salvo excepciones notables, el resto de Europa. Es más, ustedes, especialmente sus cargos católicos, demuestran hasta qué punto ha llegado la degeneración del catolicismo en este país, al menos en cuanto a su repercusión en la actividad política.

Pero es más, estoy convencido de que actúan así porque saben que este tema no afecta para nada a sus perspectivas de voto. En la última encuesta del CIS, el aborto preocupaba al cero por ciento de los españoles. Quizás no sea un cero, pero desde luego dudo muchísimo que más allá del 0.5% decidan su voto en base a la defensa de los valores no negociables propuestos por Benedicto XVI. Da igual que haya más de cien mil abortos al año. Ni han llegado ni llegarán a cien mil los votos de cualquier opción política que haya presentado o se presente con la abolición de ese holocausto como uno de los pilares de su programa.

Esta es la realidad de la sociedad española. También de su parte menguante católica. Podría escribir sobre la responsabilidad de obispos, sacerdotes, religiosos y seglares, pero prefiero limitarme a recordar algo que dijo un gran hombre de Dios, un pastor íntegro, un verdadero príncipe de la Iglesia. Se trata del cardenal Marcelo González,  Arzobispo de Toledo y Primado de España. En noviembre de 1978, poco antes del referéndum sobre la Constitución, escribió una Instrucción pastoral en la que, entre otras cosas, dijo esto:

4. la Constitución no tutela los valores morales de la familia, que por otra parte están siendo ya agredidos con la propaganda del divorcio, de los anticonceptivos y de la arbitrariedad sexual. Los medios de difusión que invaden los hogares podrán seguir socavando los criterios cristianos, en contra de solemnes advertencias de los Sumos Pontífices dirigidas a los gobernantes de todo el mundo, y no solamente a los católicos.

Se abre la puerta para que el matrimonio, indisoluble por derecho divino y natural, se vea atacado por la “peste” (Conc. Vat.) de una ley del divorcio, fábrica ingente de matrimonios rotos y de huérfanos con padre y madre. Como han señalado oportunamente los Obispos de la Provincia Eclesiástica de Valladolid y otros, la introducción del divorcio en España “no sería un mal menor”, sino ocasión de daños irreparables para la sociedad española.

5. En relación con el aborto, no se ha conseguido la claridad y la seguridad necesarias. No se vota explícitamente este “crimen abominable” (Conc. Vat. II). La fórmula del artículo 15: “Todos tienen derecho a la vida”, supone, para su recta intelección, una concepción del hombre que diversos sectores parlamentarios no comparten. ¿Va a evitar esa fórmula que una mayoría parlamentaria quiera legalizar en su día el aborto? Aquellos de quienes dependerá en gran parte el uso de la Constitución han declarado que no.

No es que el tiempo le haya dado la razón a don Marcelo. Es que ni en sus peores pesadillas se habría imaginado que casi 40 años después, el divorcio y el aborto serían el pan nuestro de cada día en este país. Y que a eso le habría de unir el “matrimonio” homosexual. Y en breve, ya lo verán ustedes, la eutanasia. Todo ello con la complicidad en el voto de millones de católicos. ¿Qué hemos hecho con el talento de una fe que recibimos en herencia? ¿qué hemos hecho con la fe de nuestros mártires, cuya sangre regó España? No nos sorprendamos si en breve se cumplen estas palabras de Cristo en la parábola de los talentos:

Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez, porque al que tiene se le dará y abundará; pero a quien no tiene, aun lo que tiene se le quitará, y a ese siervo inútil echadle a las tinieblas exteriores; allí habrá llanto y crujir de dientes.

Mt 25-28-30

Lo dicho. No nos sorprendamos si en los próximos años nos quitan nuestros colegios -¿para qué los hemos usado?-, nuestros derechos, nuestras libertades. Es lo que hemos sembrado. Es lo que posiblemente recojamos. 

Tiempo de Cuaresma, tiempo de conversión, tiempo de implorar al Señor su perdón y su misericordia ante tanta tibieza y complicidad con el mal.

Santidad o muerte. No hay otra.

 

Luis Fernando Pérez Bustamante