Tengo la tentación de escribir un titular para esta apresurada crónica de la semana en la Iglesia y en el mundo. Sería algo así como “El Papa también tiene quien le escriba”. Quizá porque las cartas al Papa centran la atención mundial. Pero no, prefiero pensar en “La moda de las cartas”.

Cartas muy distintas, distantes, con temáticas diferenciadas, con intenciones varias y con un destinatario común. Hay que recuperar un preciosos trabajo del profesor Manlio Simonetti, patrólogo maestro de generaciones de teólogos, sobre el valor del género epistolar en la transmisión de la fe, en el cristianismo. Un trabajo que me regaló mi añorado don Eugenio. Pero no, estas cartas no van por esa línea. Discurren por otros cauces bien distintos.

El Papa Francisco, que lo llena todo, gracias a Dios, ha puesto el género epistolar en primera línea de comunicación. No se trata de emails, sino de cartas, manuscritas unas, mecanografiadas otras, que recibe a miles en una dirección muy usada en estos tiempos. Un número que no desvelaré, por eso de no incitar al género. Y que concluye con “Ciudad del Vaticano”. Hasta yo tuve intenciones, no hace mucho, de escribir una carta al Papa.

La primera carta no llevaba timbre de correos. Era la carta de un grupo de miembros del Sínodo, obispos y cardenales. El contenido, conocido a medias, entre bastidores, sugerido en entrevistas varias. Los firmantes, que si sí, que si no… En resumen, que la carta existe, y la tiene el Papa.

Como cuenta Andrés Beltrano en Vaticaninsider, “una tormenta en un vaso de agua”. Así calificó uno de los firmantes de la ya famosa carta de los 13 cardenales dirigida al Papa, la polémica que siguió a la publicación del contenido de esa misiva. Jorge Liberato Urosa Savino aclaró que la iniciativa nunca pretendió ser polémica. Precisó que el texto filtrado a la prensa era un “borrador preliminar” pero que no coincide con el documento finalmente entregado y aseguró que todos aceptan las disposiciones de Francisco”.

Por cierto, me dicen de Roma que sí va a ver Relatio finalis, pero que se va a entregar al Papa. Y el Papa decidirá. Este es el segundo titular. El Papa decidirá. Bueno, el Papa siempre decide. Gracias a Dios.

Entiendo que el cardenal Gerhard L. Müller no necesita escribirle una carta al Papa para contarle lo que puede pasar con el nuevo Vatileaks que se cierne sobre la Iglesia. En una entrevista al diario italiano Il Corriere Della Sera, el cardenal alemán declaró, sobre el hecho de que se hubiera filtrado la carta entregada al Papa, “es un nuevo vatileaks. Los actos privados del Papa son propiedad privada del Papa y de ningún otro. Ninguno puede publicarla, no sé cómo ha podido suceder, y quién lo ha hecho debería justificarlo”.

¿Acaso el nuevo Vatilieaks puede estar relacionado con papeles de la Congregación para la Doctrina de la fe? Entra en juego el espectáculo del oficial de esa Congregación que presentó, en días pasados, a su pareja. Krzyszof Olaf Charamsa, teólogo de la Congregación para la Doctrina de la Fe y secretario adjunto de la Comisión Teológica Internacional, que estos días pasea por Barcelona entre periodistas, y que está trabajando para tener una columna en un diario catalán. Supongo que dedicada a la Iglesia. Charamsa que escribe un libro y que dice que ha enviado, o va a enviar, ya no sé el tiempo verbal, otra carta al Papa. Mientras, escribe un libro… ¿Qué editorial lo publicará en España?

Sobre este caso, me quedo con el artículo que escribió el director del diario italiano Avvenire, de la Conferencia Episcopal, -¿Por qué en Italia la Conferencia episcopal tiene un periódico?-, Marco Tarquino.

Dice este maestro de periodistas que la Iglesia nos enseña a proclamar el amor que se convierte en respeto hacia toda persona, sea cual sea su condición. Un respeto sin excepciones. Cuando hablamos de Iglesia, hablamos de toda la Iglesia, desde el Papa a tantos padres en sus familias, sacerdotes, religiosos, religiosas. El Catecismo de la Iglesia Católica, cuando habla de la homosexualidad, enseña el camino de palabras como respeto, delicadeza, compasión, que significa capacidad de sentir la situación el otro.

Oír decir a un sacerdote que la Iglesia mantiene una actitud homofóbica, decirlo con toda la pompa del aparato mediático, con fotografías sacadas de la estética de anuncios de moda masculina, me parece irreal, y dice mucho del mundo de ficción de ciertos contexto de vida. El espectáculo es mala compañía para la expresión vital de la verdad. El contraste entre la imagen de una Iglesia supuestamente homofóbica, que no entiende y persigue a los homosexuales, y la realidad que vivimos en el día de la comunidad cristiana, que se expresa en la infinita misericordia, es de una distancia infinita, sideral. Lo oído y visto estos días no puede ser más que un slogan intencional de una campaña a la que, con todo mi respeto, se presta quien la pone en marcha.

Hay más cartas al Papa. Incluso por estos predios. Cuando las cartas que se envían al Papa están acompañadas de abogados especialistas que a su vez envían cartas a los medios de comunicación, la carta es algo más que una carta.

La carta está íntimamente ligada a la literatura. Por eso invito a nuestros lectores a recuperar el extenso artículo de Lucetta Scaraffia, en L´Osservatore Romano, sobre las nuevas novelas religiosas. No sé si el inquieto sacerdote de Madrid, Javier Alonso Sandoica, estará de acuerdo conmigo, pero la interpretación de esta periodista del libro “El Reino” de Emmanuel Carrère nos daría para una buena tertulia en el café Gijón, por ejemplo. A la que podíamos invitar, se me ocurre, a Pablo D´Ors. Por muchas razones.

¿Quién dijo que la carta no es una provocación? ¿Acaso una interpelación a la conciencia?

Ver, oír y contar, es un buen lema para el periodismo. Ver, oír y tocar, ahora, porque últimamente me acuerdo mucho de Santo Tomás. Tocar la carne de la Iglesia y convertirla en palabra para que podamos explicarnos algo de lo que pasa. Decía el filósofo de la ciencia Jorge Wagensberg que en el cómo bien preguntado está escondido el por qué.