Servicio diario - 06 de febrero de 2017


 

El Papa en Sta. Marta invita a ser “esclavo del amor”
Posted by Redaccion on 6 February, 2017



(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- Los rígidos tienen “miedo” de la libertad que Dios nos da, tienen “miedo del amor”. Así lo ha asegurado el Santo Padre en la misa de este lunes celebrada en Santa Marta. De este modo, ha querido recordar que el cristiano es “esclavo” del amor, no del deber, y ha invitado a los fieles a no esconderse en la “rigidez” de los mandamientos.
“¡Dios mío, qué grande eres!”. El Pontífice ha desarrollado su homilía haciendo referencia al Salmo 103, un “canto de alabanza” a Dios por sus maravillas. En esta línea ha indicado que el Padre trabaja para hacer esta maravilla de la creación y para hacer con el Hijo esta maravilla de la re-creación. Al respecto, el Santo Padre ha contado que un vez un niño le preguntó qué hacía Dios antes de crear el mundo. “Amaba”, ha sido su respuesta.
Entonces, ¿por qué Dios creó el mundo? Simplemente –ha explicado– para compartir su plenitud, para tener alguien al que dar y con el que compartir su plenitud. Y en la re-creación, Dios envía a su Hijo para “re-colocar”: hace “de lo feo lo bello, del error lo verdadero, de lo malo lo bueno”.
El Santo Padre ha explicado también que cuando Jesús dice “El Padre siempre obra; también yo obro siempre”, los doctores de la ley se escandalizaron y querían matarlo por esto. ¿Por qué? Porque –ha respondido– no sabían recibir las cosas de Dios como don. Solamente “como justicia”. En vez de abrir el corazón al don, se escondieron, han buscado refugio en la rigidez de los mandamientos, que ellos habían multiplicado hasta 500 o más… Tal y como ha precisado el Papa, “no sabían recibir el don”. Y el don solamente se recibe “con la libertad”. Y estos rígidos tenían miedo de la libertad que Dios nos da, tenían miedo del amor.
“Te quiero mucho porque me has dado este don”. Esta es la oración de alabanza, la oración de alegría, la oración que nos da la alegría de la vida cristiana. “Y no esa oración cerrada, triste, de la persona que nunca sabe recibir un don porque tiene miedo de la libertad que siempre lleva consigo un don”, ha subrayado. Esclavos del deber, pero no del amor, ha lamentado. Al respecto, ha asegurado que cuando te conviertes en esclavo del amor, eres libre. Y esta es “una bella esclavitud”.
Finalmente ha invitado a preguntarse cómo recibimos la redención, el perdón que Dios nos ha dado, el hacerme hijo con su Hijo, con amor, con ternura, con libertad. ¿Lo hacemos con libertado o nos escondemos en la rigidez de los mandamientos cerrados, que siempre son más seguros, entre comillas, pero no da la alegría, porque no te hacen libre?.
Así, cada uno puede preguntarse cómo vive estas dos maravillas: “La maravilla de la creación y la todavía más maravilla de la re-creación”.



Francisco alienta a la Iglesia evangélica en Alemania a intensificar el diálogo teológico
Posted by Rocío Lancho García on 6 February, 2017



(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco, en una audiencia con la delegación ecuménica de la Iglesia evangélica en Alemania, ha indicado que la llamada urgente de Jesús a la unidad nos interpela, como también toda la familia humana, en un periodo en el que experimenta graves laceraciones y nuevas formas de exclusión y de marginación. También por esto –ha exclamado– nuestra responsabilidad es grande.
Presente en el grupo estaba el cardenal Marx. Al respecto, el Santo Padre ha indicado que el hecho de que el presidente de la Conferencia episcopal alemana acompañe a la delegación de la Iglesia evangélica en Alemania “es fruto de una colaboración larga y expresión de una relación ecuménica madurada en los años”.
Así, Francisco ha invitado a caminar juntos, sin cansarse, recordando que “tenemos el mismo bautismo”. Además, ha asegurado que es significativo que, con ocasión del 500º aniversario de la Reforma, cristianos evangélicos y católicos acojan la ocasión de la conmemoración común de los eventos históricos del pasado “para poner nuevamente a Cristo en el centro de sus relaciones”.
En esta misma línea, ha asegurado que las diferencias en cuestiones de fe y de moral, que todavía existen, “permanecen desafíos en el recorrido hacia la visible unidad, a la cual anhelan nuestros fieles”. El dolor es sentido especialmente –ha lamentado el Papa– por los esposos que pertenecen a confesiones diferentes. Por eso, ha indicado, es necesario empeñarse, con oración insistente y con todas las fuerzas, a superar los obstáculos todavía existentes, intensificando el diálogo teológico y reforzando la colaboración entre nosotros, sobre todo en el servicio a los que más sufren y en el cuidado de la creación amenazada.
Por otro lado, ha observado que lo que animaba e inquietaba a los Reformadores era, en el fondo, “indicar el camino hacia Cristo”. Es esto –ha precisado– lo que debe estar en el corazón también hoy, después de haber nuevamente emprendido, gracia a Dios, un camino común.
Este año de conmemoración nos ofrece la oportunidad de “cumplir un nuevo paso adelante, mirando al pasado sin rencores, pero según Cristo y en comunión en Él, para proponer de nuevo a los hombres y mujeres de nuestro tiempo la novedad radical de Jesús, la misericordia sin límites de Dios”. Precisamente lo que los Reformadores en su tiempo querían “estimular”. Aunque, ha reconocido que el hecho de que su llamada a la renovación haya suscitado desarrollos que han llevado a división entre los cristianos, “ha sido realmente trágico”.
Los creyentes –ha lamentado– ya no se han sentido más hermanos y hermanas en la fe, sino adversarios y competencia; durante demasiado tiempo han alimentado hostilidad y se han mezclado en peleas, fomentadas por intereses políticos y de poder, a veces incluso ni siquiera sin hacerse escrúpulos al usar violencia unos contra otros, hermanos contra hermanos.
Por otro lado, se ha mostrado agradecido con los presentes por tener intención de acercarse juntos, con humildad y franqueza, a un pasado que “nos duele”, y compartir un gesto importante de penitencia y reconciliación. Se refiere a una función evangélica, titulada “Resanar la memoria – testimoniar a Jesucristo”. Católicos y Evangélicos en Alemania, podrán así responder, en la oración, a la fuerte llamada que juntos advierten en el país originario de la reforma: “purificar en Dios la memoria para ser renovados interiormente y enviados por el Espíritu a llevar a Jesús al hombre de hoy”.
El re-descubrimiento de las fuentes comunes de la fe, el re-sanamiento de la memoria en la oración y en la caridad y la colaboración concreta en el difundir el Evangelio y servir a los hermanos “sean impulsos para proceder más rápidamente en el camino”.
Finalmente ha recordado que , en la realidad del único Bautismo que “nos hace hermanos y hermanas” y en la común escucha del Espíritu Santo, sabemos, en una diversidad ya reconciliada, apreciar los dones espirituales y teológicos que hemos recibido de la Reforma.


El Papa manda un mensaje a la Super Bowl
Posted by Redaccion on 6 February, 2017



(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El Papa Francisco ha enviado un vídeo mensaje a la Super Bowl, la final del campeonato nacional de fútbol americano. El evento deportivo tuvo lugar este domingo en Houston, Texas. De este modo, hablando en español, el Papa recordaba que los grandes eventos deportivos, como el Super Bowl, “son sumamente simbólicos, lo que demuestra que es posible construir una cultura del encuentro y un mundo de paz”.
Al participar del deporte, el Pontífice reconoce que “somos capaces de ir más allá de nuestro propio interés personal” y de una manera saludable “aprendemos a sacrificarnos, a crecer en fidelidad y en el respeto a las reglas”. Finalmente desea que la Super Bowl de este año “sea un símbolo de paz, de amistad, de solidaridad para todo el mundo”.



El Vaticano presenta la Nueva Carta de los trabajadores sanitarios
Posted by Redaccion on 6 February, 2017



(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El Vaticano ha presentado este lunes la XXV Jornada Mundial del Enfermo, que se celebrará en Lourdes, Francia, el próximo 11 de febrero. Además, se ha aprovechado la ocasión para presentar la Nueva Carta de los trabajadores sanitarios.
Monseñor Jean-Marie Mate Musivi Mupendawatu, secretario delegado del dicasterio para el servicio del Desarrollo humano integral, ha recordado que esta jornada se instituyó hace 25 años por Juan Pablo II, fue y todavía es “un extraordinario evento eclesial”. Por tercera vez, el Santuario de Lourdes es elegido para la celebración de esta ocasión. La primera vez fue en 1993 la segunda en 2004.
Respecto a la Nueva Carta, ha indicado que es “un valioso compendio de doctrina y de praxis”, un texto en el que se ha realizado una revisión y una actualización según la cual, también los temas ya afrontados en su momento son ilustrados con un lenguaje más accesible y actual. Desde el punto de vista doctrinal –ha indicado– la Nueva Carta reafirma la sacralidad de la vida y su indisponibilidad en cuanto don de Dios. Los trabajadores de la salud, ha explicado monseñor Jean-Marie, son ministros de la vida en cuanto que son siervos y están llamados a amarla y acompañarla en el recorrido existencial del generar – vivir – morir, trinomio temático del índice de dicho documento.
También ha participado en la rueda de prensa Antonio Gioacchino Spagnolo, profesor de bioética y director del Institute of Bioethics and Medical Humanities en la Facultad de Medicina de la Universidad Católica del Sagrado Corazón de Roma. De este modo ha indicado que las conquistas de la búsqueda y las nuevas realidades socio sanitarias que se han registrado desde 1994, como también los pronunciamientos del Magisterio de la Iglesia católica al respecto, “han hecho necesaria una revisión y actualización de la Carta de los Trabajadores. La carta –ha explicado– ha mantenido su estructura original de instrumento para una serie preparación y formación continua sobre el plano ético de los trabajadores sanitarios, para mantener la debida competencia profesional y su vocación a ministros de la vida.
Del mismo modo, ha advertido que la Carta no puede ser realmente exhaustiva respecto a todos los problemas y a las cuestiones que se imponen en el ámbito de la salud y de la enfermedad pero “ha sido realizada para ofrecer líneas-guía lo más claras posibles para los problemas éticos que se deben afrontar en el mundo de la salud en general en armonía con las enseñanzas de Cristo, y con el Magisterio de la Iglesia”.
Leer también: El Papa: Enfermos y personas con discapacidad tienen “una dignidad inalienable”
Texto completo del Mensaje del Santo Padre Francisco para la XXV Jornada Mundial del Enfermo 2017





Vocación cristiana y promoción humana
Posted by Catholic.net on 6 February, 2017



Cuando se emplea la palabra “vocación” (llamada), ha sido frecuente durante siglos pensar sólo en los candidatos para el seminario o para la vida religiosa. El Concilio Vaticano II habló de “vocación cristiana” y aún más: esa vocación cristiana es “vocación universal a la santidad”. En un sentido más amplio todavía, el Concilio habló de “vocación humana”, porque toda vida humana es una llamada a la plenitud de la belleza, del bien y la verdad que se abren en Dios.
Pues bien, la promoción humana –el desarrollo humano integral– es parte, y parte esencial, de la vocación cristiana; y más aún, de toda existencia humana. Así se dice en la encíclica Caritas in veritate, donde el término “vocación” aparece en 25 ocasiones:
“Todos los hombres perciben el impulso interior de amar de manera auténtica; amor y verdad nunca los abandonan completamente, porque son la vocación que Dios ha puesto en el corazón y en la mente de cada ser humano”. Esa vocación universal al amor y a la verdad es manifestada por Jesucristo, que la libera de las limitaciones humanas y la hace plenamente posible.
Vocación significa llamada. ¿Quién llama a participar en la promoción y el desarrollo humanos? Llama Dios, que interviene en toda vida que comienza. Nos llama a cada uno nuestro propio ser, hecho para el amor. En palabras de Benedicto XVI, esta vocación a la promoción humana es también una “llamada de hombres libres a hombres libres para asumir una responsabilidad común”.
En la medida de su respuesta a esa llamada –explica la encíclica–, “los hombres, destinatarios del amor de Dios, se convierten en sujetos de caridad, llamados a hacerse ellos mismos instrumentos de la gracia para difundir la caridad de Dios y para tejer redes de caridad”.
Puesto que toda llamada espera una respuesta, ¿cuáles serían las condiciones para responder a esta “vocación al desarrollo humano”? La encíclica señala tres condiciones principales: la libertad, la verdad y la caridad.
a) En primer lugar, la libertad. Toda vocación “es una llamada que requiere una respuesta libre y responsable” ¿Y quién debe responder? Tanto las personas –cada una–como los pueblos –los pueblos hambrientos interpelan a los pueblos opulentos–. Dicho de otro modo, esta vocación exige, a la vez, una respuesta personal y una respuesta de las estructuras e instituciones sociales –del Estado y de otros agentes sociales– y eclesiales.
b) En segundo lugar, la respuesta exige que se respete la verdad. Ante todo, la verdad profunda del “ser” del hombre. Y por eso se trata de “promover a todos los hombres y a todo el hombre”. A este propósito el Evangelio es un elemento fundamental, porque enseña a conocer y respetar el valor incondicional de la persona humana. Cristo revela el hombre al propio hombre (cf GS 22), y, así, le muestra que su valor es grande para Dios. Le muestra “el gran sí de Dios” a todos sus anhelos. De aquí deduce el Papa que sólo respondiendo a esta vocación el hombre puede ser feliz y realizarse plenamente: “Precisamente porque Dios pronuncia el ‘sí’ más grande al hombre, el hombre no puede dejar de abrirse a la vocación divina para realizar el propio desarrollo”. Así que esta vocación al desarrollo abarca tanto el plano natural como el sobrenatural. De hecho, cuando Dios se eclipsa en el horizonte del hombre o de la sociedad, se comienza a disipar nuestra capacidad de reconocer la finalidad y el bien a que estamos llamados.
c) Finalmente, “la visión del desarrollo como vocación comporta que su centro sea la caridad”. Es muy de agradecer la clarividencia de la encíclica en este tema, siguiendo las ideas de Pablo VI. Las causas del subdesarrollo –se dice– no son principalmente materiales, sino que radican, primero, “en la voluntad que con frecuencia se desentiende de los deberes de la solidaridad”. Después, en el pensamiento, que no siempre sabe orientar adecuadamente a la voluntad (por eso se requiere configurar un “humanismo nuevo”). Y, sobre todo, la causa está en “la falta de fraternidad entre los hombres y entre los pueblos”.
Al llegar a este punto, se pregunta Benedicto XVI si acaso la fraternidad la podrán lograr los hombres por sí mismos, favorecidos por la actual tendencia a la globalización. Pero no. La fraternidad “nace de una vocación transcendente de Dios Padre, el primero que nos ha amado, y que nos ha enseñado mediante el Hijo lo que es la caridad fraterna”. Por tanto –concluye–, responder con generosidad a la vocación para el desarrollo requiere hoy la urgencia de la caridad de Cristo.
Sólo esa urgencia de la caridad de Cristo permite responder a los aspectos concretos y costosos de esa llamada. Así es la intervención en la vida pública, cultural y política, cada cual según su condición. “Todo cristiano está llamado a esta caridad, según su vocación y sus posibilidades de incidir en la pólis”. Otro aspecto es el cuidado y la responsabilidad por la naturaleza; y, antes, el cuidado respetuoso de cada persona en la familia, en la empresa, en la universidad, sabiéndose servidores y no dueños. Responder a esta vocación requiere del trabajo y la técnica que de él procede. En todo caso, Benedicto XVI proclama la necesidad de formar “hombres rectos… que sientan fuertemente en su conciencia la llamada al bien común”.
Hay que tener en cuenta que esta vocación no nos la hemos dado a nosotros mismos, sino que viene de Dios. Por eso, antes que nada, y continuamente, es preciso acoger a Dios en nuestra vida, dejarle entrar libremente y seguirle con toda fidelidad y entusiasmo. Ha llegado la hora –especialmente para los jóvenes y más aún para los universitarios– del compromiso con Dios y los demás. Pues “sólo si pensamos que se nos ha llamado individualmente y como comunidad a formar parte de la familia de Dios como hijos suyos, seremos capaces de forjar un pensamiento nuevo y sacar nuevas energías al servicio de un humanismo íntegro y verdadero”.


Beato Pío IX – 7 de febrero
Posted by Isabel Orellana Vilches on 6 February, 2017



(ZENIT – Madrid).- Giovanni María Mastai-Ferretti fue el noveno hijo de los condes Girolamo Mastai y Caterina Solazzi, y nació el 13 de mayo de 1792 en Senigallia, Marca de Ancona, Italia. La epilepsia puso freno a sus estudios durante unos años, hasta que en 1815, después de peregrinar a Loreto, desapareció la enfermedad. Previamente, y como su padre tenía el deseo de que formara parte de la Guardia Noble del papa, para complacerlo había presentado su solicitud, petición que le fue denegada al tener constancia de su enfermedad. No le importó. Lo que realmente quería era ser sacerdote, de modo que libre de la epilepsia pudo seguir la carrera eclesiástica, y en 1819 fue ordenado.
Ofició su primera misa en la iglesia de Santa Ana, colindante a un centro para jóvenes sin hogar, Tata Giovanni, donde iba a realizar una fecunda labor apostólica hasta 1823, ya que fue designado director del hospicio por el papa Pío VII. Además, el pontífice lo eligió también para una delicada misión: ser auditor del delegado apostólico ante Chile, monseñor Muzi, y de Perú. Su labor apostólica se polarizaba en la acción caritativa con los pobres y las sucesivas tareas pastorales de orden diverso que le fueron encomendando. Fue canónigo de Santa María en Via Lata, dirigió el gran hospital San Michele, fue arzobispo de Spoleto, cardenal presbítero titular de la iglesia de Santi Pietro e Marcellino, entre otras responsabilidades que le confiaron. Gran diplomático y estratega, logró que miles de desertores del ejército australiano depusieran las armas y que, al entregarse, les fuese condonada la pena por las autoridades.
Fue elegido pontífice el 16 de junio de 1846. Era el sucesor de Gregorio XVI. Se le ha denominado el «papa de la cruz». No en vano, su largo pontificado, que duró 32 años, transcurrió en una época histórica convulsa; la masonería internacional tenía en el punto de mira a la Iglesia. Luchas entre facciones políticas desencadenaron ataques y saqueos en iglesias italianas. La República Romana, proclamada por Giuseppe Mazzini, Carlo Armellini y Aurelio Saffi, se fue a pique gracias a la intervención de las tropas francesas. Y el papa, que tuvo que refugiarse en Gaeta, regresó a Roma. Había sido acogido con esperanza por su carácter abierto, pero se negó a claudicar ante las exigencias del poder laico y también se opuso frontalmente contra la masonería.
En 1845 proclamó el dogma de la Inmaculada Concepción, hito histórico eclesial de gran relevancia. En 1864 promulgó la encíclica «Quanta cura». El anexo «Sillabus» inserto en ella es una lista de enseñanzas prohibidas, con la que la Iglesia condenaba los errores del momento, así como conceptos liberales e iluministas. Como causas de los males que abatían a la Iglesia y a la sociedad de su tiempo, el clarividente pontífice apuntó al ateismo y al cientismo del siglo XVII, postulado por la masonería y exaltado por la Revolución Francesa. Atacado por los masones, permaneció incólume en la defensa de la verdad proclamada por Cristo, y prosiguió impulsando la unidad de la Iglesia. Designó a san José, Patrono de la Iglesia Universal, dio gran importancia a la espiritualidad popular, reconoció las apariciones de María en La Salette y en Lourdes, convocó el Concilio Vaticano I (1869-70), y dentro del mismo promulgó el dogma de la infalibilidad papal.
Cuando en 1870 fue tomada Roma por facciones piamontesas, se recluyó en el Vaticano. Pero nada podía terminar con la Iglesia y así lo lanzó a los cuatro vientos, diciendo: «Ninguna cosa es más fuerte que la Iglesia. La Iglesia es más fuerte que el mismo cielo, pues está la palabra de Jesús: El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán». Su amor sin reservas por la Iglesia, la vivencia de la caridad, la fidelidad al sacerdocio y la tutela de los misioneros fueron las pasiones de este gran pontífice. Además, tuvo un sentido del humor extraordinario. Anecdóticamente se recuerda que cuando la anestesia de una operación no fue lo suficientemente efectiva, no se quejó. Pero al final, mientras agradecía al cirujano su labor, le dijo: «Es usted un astrónomo formidable. Me ha hecho usted ver más estrellas que el director del observatorio con su telescopio». Sencillo y cercano, gozó del cariño de las gentes. Murió el 7 de febrero de 1878.
El beato José Baldo sintetizó su vida aseverando: «Dirá la historia que todo el mundo tuvo los ojos clavados en Pío IX. Dirá que tuvo la fuerza del león y al mismo tiempo la amabilidad, la ternura y la suavidad de una madre». Su causa de beatificación ha sido larga y compleja. Fue abierta por Pío X el 11 de febrero de 1907. El 7 de diciembre de 1954 Pío XII tomó el relevo de su predecesor y volvió a ocuparse del proceso. Con posterioridad, Pablo VI le dio un importante impulso. En 1986 la causa quedó clausurada tras el milagro de la inexplicable curación de una religiosa. Finalmente, Juan Pablo II lo beatificó el 3 de septiembre de 2000.