Servicio diario - 01 de marzo de 2017


 

El Papa inicia los ritos de la Cuaresma – texto completo de la homilía en la basílica de Santa Sabina
Posted by Redaccion on 1 March, 2017



(ZENIT- Roma, 1º marzo 2017).- El papa Francisco inició por la tarde de este miércoles de ceniza en la basílica de San Anselmo, los ritos de la cuaresma, vistiendo paramentos color violeta y con una ceremonia que comenzó con el canto en gregoriano.
En la basílica situada en la casa generalicia de los benedictinos, en el monte Aventino de Roma, estaban junto al Papa, cardenales, obispos, monjes benedictinos y padres dominicos con su hábito color blanco y negro. Todos se dirigieron en procesión penitencial hacia la iglesia de Santa Sabina a unos trescientos metros de allí, mientras se cantaban las letanías de todos los santos.
Ya en la basílica de Santa Sabina el Coro Pontificio de la Capilla Sixtina entonó el ‘Atende Domine et Miserere’, seguido por la santa misa. Después de la homilía el Santo Padre bendijo las cenizas, que a continuación impartió a los cardenales y a algunos monjes y fieles.
Texto de la homilia:
«Volved a mí de todo corazón… volved a mí» (Jl 2,12), es el clamor con el que el profeta Joel se dirige al pueblo en nombre del Señor; nadie podía sentirse excluido: llamad a los ancianos, reunid a los pequeños y a los niños de pecho y al recién casado (cf. v. 6).
Todo el Pueblo fiel es convocado para ponerse en marcha y adorar a su Dios que es «compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad» (v.13). También nosotros queremos hacernos eco de este llamado; queremos volver al corazón misericordioso del Padre.
En este tiempo de gracia que hoy comenzamos, fijamos una vez más nuestra mirada en su misericordia. La cuaresma es un camino: nos conduce a la victoria de la misericordia sobre todo aquello que busca aplastarnos o rebajarnos a cualquier cosa que no sea digna de un hijo de Dios.
La cuaresma es el camino de la esclavitud a la libertad, del sufrimiento a la alegría, de la muerte a la vida. El gesto de las cenizas, con el que nos ponemos en marcha, nos recuerda nuestra condición original: hemos sido tomados de la tierra, somos de barro.
Sí, pero barro en las manos amorosas de Dios que sopló su espíritu de vida sobre cada uno de nosotros y lo quiere seguir haciendo; quiere seguir dándonos ese aliento de vida que nos salva de otro tipo de aliento: la asfixia sofocante provocada por nuestros egoísmos; asfixia sofocante generada por mezquinas ambiciones y silenciosas indiferencias, asfixia que ahoga el espíritu, reduce el horizonte y anestesia el palpitar del corazón.
El aliento de la vida de Dios nos salva de esta asfixia que apaga nuestra fe, enfría nuestra caridad y cancela nuestra esperanza. Vivir la cuaresma es anhelar ese aliento de vida que nuestro Padre no deja de ofrecernos en el fango de nuestra historia.
El aliento de la vida de Dios nos libera de esa asfixia de la que muchas veces no somos conscientes y que, incluso, nos hemos acostumbrado a «normalizar», aunque sus signos se hacen sentir; y nos parece «normal» porque nos hemos acostumbrado a respirar un aire cargado de falta de esperanza, aire de tristeza y de resignación, aire sofocante de pánico y aversión.
Cuaresma es el tiempo para decir «no». No, a la asfixia del espíritu por la polución que provoca la indiferencia, la negligencia de pensar que la vida del otro no me pertenece por lo que intento banalizar la vida especialmente la de aquellos que cargan en su carne el peso de tanta superficialidad.
La cuaresma quiere decir «no» a la polución intoxicante de las palabras vacías y sin sentido, de la crítica burda y rápida, de los análisis simplistas que no logran abrazar la complejidad de los problemas humanos, especialmente los problemas de quienes más sufren. La cuaresma es el tiempo de decir «no»; no, a la asfixia de una oración que nos tranquilice la conciencia, de una limosna que nos deje satisfechos, de un ayuno que nos haga sentir que hemos cumplido.
Cuaresma es el tiempo de decir no a la asfixia que nace de intimismos excluyentes que quieren llegar a Dios saltándose las llagas de Cristo presentes en las llagas de sus hermanos: esas espiritualidades que reducen la fe a culturas de gueto y exclusión.
Cuaresma es tiempo de memoria, es el tiempo de pensar y preguntarnos: ¿Qué sería de nosotros si Dios nos hubiese cerrado las puertas? ¿Qué sería de nosotros sin su misericordia que no se ha cansado de perdonarnos y nos dio siempre una oportunidad para volver a empezar?
Cuaresma es el tiempo de preguntarnos: ¿Dónde estaríamos sin la ayuda de tantos rostros silenciosos que de mil maneras nos tendieron la mano y con acciones muy concretas nos devolvieron la esperanza y nos ayudaron a volver a empezar?
Cuaresma es el tiempo para volver a respirar, es el tiempo para abrir el corazón al aliento del único capaz de transformar nuestro barro en humanidad.
No es el tiempo de rasgar las vestiduras ante el mal que nos rodea sino de abrir espacio en nuestra vida para todo el bien que podemos generar, despojándonos de aquello que nos aísla, encierra y paraliza.
Cuaresma es el tiempo de la compasión para decir con el salmista: «Devuélvenos Señor la alegría de la salvación, afiánzanos con espíritu generoso para que con nuestra vida proclamemos tu alabanza»; y nuestro barro –por la fuerza de tu aliento de vida– se convierta en «barro enamorado».


Miércoles de ceniza: el Papa en la audiencia invita a vivir un camino de conversión y esperanza
Posted by Sergio Mora on 1 March, 2017



(ZENIT- Ciudad del Vaticano, 1 marzo 2017).- El papa Francisco invitó en este Miércoles de Ceniza y comienzo de la cuaresma, a vivir este período como un camino que sea signo sacramental de nuestra conversión.
Lo dijo en la catequesis de la audiencia que realizó en la plaza de San Pedro, en un día soleado del final del invierno europeo. El Santo Padre al ingresar en el jeep abierto, pasó por los corredores donde le aguardaban miles de peregrinos, quienes le han recibido saludando, agitando pañuelos o banderas. El Pontífice hizo detener varias veces el vehículo para bendecir a niños y a enfermos.
“Hoy, miércoles de ceniza, los invito a reflexionar sobre la cuaresma como tiempo de esperanza” dijo Francisco en sus palabras en español y recordó: “Al igual que el Pueblo de Israel que sufrió la esclavitud en Egipto, cada uno de nosotros está llamado a hacer experiencia de liberación y a caminar por el desierto de la vida para llegar a la tierra prometida”.
“Jesús nos abre –prosiguió el Pontífice– el camino al cielo a través de su pasión, muerte y resurrección. Él ha debido humillarse y hacerse obediente hasta la muerte, vertiendo su sangre para librarnos de la esclavitud del pecado”.
“Es el beneficio que recibimos de él, que debe corresponderse con nuestra acogida libre y sincera. Estamos llamados a seguir el ejemplo de Nuestro Señor. Él venció al tentador y ahora nosotros debemos también afrontar la tentación y superarla. Él nos dio el agua viva de su Espíritu y nosotros debemos ir a buscarla a la fuente de los sacramentos y la oración”, dijo.
El Papa aseguró que Jesús “es la luz que vence las tinieblas y nos pide a nosotros alimentar la llama que se nos confió el día de nuestro bautismo. De este modo, nuestro camino cuaresmal será signo sacramental de nuestra conversión”.
Al concluir su resumen de la catequesis en español, el Santo Padre saludó cordialmente a los peregrinos de lengua española, “en particular a los grupos provenientes de España y Latinoamérica. Los exhorto a caminar en esperanza y con empeño en este camino de amor, que Dios nos propone”.
“Que nuestro esfuerzo –concluyó– forje una esperanza sólida, como la de María, que continuó a creer y a esperar incluso cuando se encontraba junto a la cruz de su Hijo”.
En la catequesis invitó también a entrar “con corazón abierto” en la cuaresma. Y “sintiéndonos parte del pueblo santo de Dios, iniciamos con alegría hoy este camino de esperanza”.
Leer el texto completo de la audiencia


Francisco a los peregrinos de Irak, Jordania y Medio Oriente: “La cuaresma es un camino de esperanza”
Posted by Deborah Castellano Lubov on 1 March, 2017



(ZENIT- Ciudad del Vaticano, 1 marzo 2017).- “Envío un cordial saludo a los peregrinos de idioma árabe, particularmente a los que provienen de Irak, Jordania y Medio Oriente, dijo el papa Francisco durante la Audiencia general de este miércoles 1º de marzo de 2017.
Esta mañana en que la audiencia inició en la plaza de San Pedro un poco más temprano, a las 9:30, el Santo Padre Francisco encontró a los grupos de peregrinos provenientes de Italia y de tantos países del mundo.
En sus palabras en italiano, traducidas inmediatamente en árabe por uno de sus colaboradores de la Curia romana el Papa dijo:
“La cuaresma es un camino de esperanza: la esperanza de llegar a la Pascua a través del desierto del ayuno y la mortificación. Un camino de fe donde se siente la fidelidad del amor de Dios que no nos abandona nunca; un camino de penitencia donde la salvación se realiza y se cumple a través de la respuesta libre del hombre; un camino de liberación de los ídolos del mundo para alcanzar la libertad de los hijos de Dios; un camino de victoria sobre las tentaciones con la ayuda de la oración y de los sacramentos”.
“Les deseo una buena cuaresma –dijo Francisco– ¡El Señor les bendiga a todos y les proteja del maligno!”.


Audiencia y catequesis del papa Francisco – 1 de marzo de 2017 – texto completo
Posted by Redaccion on 1 March, 2017



(ZENIT – El papa Francisco realizó este miércoles 1 de marzo de 2017, durante la audiencia general en la plaza de San Pedro, la catequesis, cuyo texto publicamos a continuación.

“Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En este día, Miércoles de Ceniza, entramos en el Tiempo litúrgico de la Cuaresma. Y ya que estamos desarrollando el ciclo de catequesis sobre la esperanza cristiana, hoy quisiera presentarles la Cuaresma como camino de esperanza.
De hecho, esta perspectiva se hace enseguida evidente si pensamos que la Cuaresma ha sido instituida en la Iglesia como tiempo de preparación para la Pascua, y por lo tanto, todo el sentido de este periodo de cuarenta días es iluminado por el misterio pascual hacia el cual está orientado. Podemos imaginar al Señor Resucitado que nos llama a salir de nuestras tinieblas, y nosotros nos ponemos en camino hacia Él, que es la Luz. Y la Cuaresma es un camino hacia Jesús Resucitado. La Cuaresma es un periodo de penitencia, también de mortificación, pero no un fin en sí mismo, sino finalizado a hacernos resurgir con Cristo, a renovar nuestra identidad bautismal, es decir, a renacer nuevamente “desde lo alto”, desde el amor de Dios (Cfr. Jn 3,3). Por esto es que la Cuaresma es, por su naturaleza, tiempo de esperanza.
Para comprender mejor que cosa significa esto, debemos referirnos a la experiencia fundamental del éxodo de los Israelitas de Egipto, narrada en la Biblia en el libro que lleva este nombre: Éxodo. El punto de partida es la condición de esclavitud en Egipto, la opresión, los trabajos forzados. Pero el Señor no se ha olvidado de su pueblo y de su promesa: llama a Moisés y, con brazo poderoso, hace salir a los Israelitas de Egipto y los guía a través del desierto hacia la Tierra de la libertad. Durante este camino de la esclavitud a la libertad, el Señor da a los Israelitas la ley, para educarlos en el amor a Él, el único Señor, y para amarse entre ellos como hermanos. La Escritura muestra que el éxodo es largo y fatigoso: simbólicamente dura 40 años, es decir, el tiempo de vida de una generación. Una generación que, ante las pruebas del camino, es siempre tentada a añorar Egipto y volver atrás. También todos nosotros conocemos la tentación de regresar atrás, todos. Pero el Señor permanece fiel y esta pobre gente, guiada por Moisés, llega a la Tierra prometida. Todo este camino es realizado en la esperanza: la esperanza de alcanzar la Tierra, y justamente en este sentido es un “éxodo”, una salida de la esclavitud a la libertad. Y estos 40 días son también para todos nosotros una salida de la esclavitud del pecado a la libertad, al encuentro del Cristo Resucitado. Cada paso, cada fatiga, cada prueba, cada caída y cada salida, todo tiene sentido solo dentro del designio de salvación de Dios, que quiere para su pueblo la vida y no la muerte, la alegría y no el dolor.
La Pascua de Jesús es su éxodo, con el cual Él nos ha abierto la vía para alcanzar la vida plena, eterna y gozosa. Para abrir esta vía, este camino, Jesús ha debido despojarse de su gloria, humillarse, hacerse obediente hasta la muerte y la muerte de cruz. Abrirnos el camino a la vida eterna le ha costado toda su sangre, y gracias a Él nosotros somos salvados de la esclavitud del pecado. Pero esto no quiere decir que Él ha hecho todo y nosotros no debemos hacer nada, que Él ha pasado por medio de la cruz y nosotros “vamos al paraíso en un carruaje”. No, no quiere decir esto. No es así. Nuestra salvación es ciertamente un don suyo, pero, como es una historia de amor, requiere nuestro “si” y nuestra participación en su amor, como nos demuestra nuestra Madre María y después de ella todos los santos.
La Cuaresma vive de esta dinámica: Cristo nos precede con su éxodo, y nosotros atravesamos el desierto gracias a Él y detrás de Él. Él es tentado por nosotros, y ha vencido al Tentador por nosotros, pero también nosotros debemos con Él afrontar las tentaciones y superarlas. Él nos dona el agua viva de su Espíritu, y a nosotros corresponde tomar de su fuente y beber, en los Sacramentos, en la oración, en la adoración; Él es la luz que vence las tinieblas, y a nosotros se nos pide alimentar la pequeña llama que nos ha sido confiada el día de nuestro Bautismo.
En este sentido la Cuaresma es «signo sacramental de nuestra conversión» (Misal Romano, Oración colecta I Dom. de Cuaresma), quien realiza el camino de la Cuaresma esta siempre en el camino de la conversión. Es un signo sacramental de nuestro camino de la esclavitud a la libertad, siempre por renovar. Un camino ciertamente difícil, como es justo que sea, porque el amor es arduo, pero es un camino lleno de esperanza. Es más, diría además: el éxodo cuaresmal es el camino en el cual la esperanza misma se forma. La fatiga de atravesar el desierto – todas las pruebas, las tentaciones, las ilusiones, las visiones… – todo esto vale para forjar una esperanza fuerte, sólida, en el modelo de la Virgen María, que en medio a las tinieblas de la pasión y de la muerte de su Hijo continuó creyendo y esperando en su resurrección, en la victoria del amor de Dios.
Con el corazón abierto a este horizonte, entramos hoy en la Cuaresma. Sintiéndonos parte del pueblo santo de Dios, iniciamos con alegría hoy este camino de esperanza. Gracias”.


El Santo Padre envía un mensaje a la campaña de Fraternidad en Brasil
Posted by Redaccion on 1 March, 2017



(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco ha enviado a la Conferencia Episcopal de Brasil que organiza la 34º Campaña cuaresmal de Fraternidad, un mensaje en el que invita a todos a “aumentar la conciencia de que el desafío mundial que atraviesa la entera humanidad requiere la participación de cada persona junto con el esfuerzo de toda comunidad local”.
El lema de la campaña es “Fraternidad: biomas brasileños y defensa de la vida” y se refiere al versículo del Génesis que dice “El Señor Dios tomó al hombre y le dejó en el jardín de Edén para que lo labrase y lo cuidase”.
Un bioma o áreas bióticas es una determinada parte del planeta que comparte el clima, flora y fauna. Un conjunto de ecosistemas.
Francisco recuerda que el Creador ha sido generoso con Brasil concediéndole una diversidad de biomas de extraordinaria belleza, aunque por desgracia los signos de agresión a la creación y de degradación de la naturaleza también están presentes. En este sentido, subraya que la Iglesia de Brasil ha sido siempre una voz profética en cuanto atañe al respeto y al cuidado del medio ambiente y de los pobres no solamente llamado la atención sobre el desafío de los problemas ecológicos sino también indicando sus causas y sugiriendo caminos para superarlas.
Esta Campaña, escribe el Santo Padre, nos invita a admirar y respetar la diversidad de la naturaleza que se manifiesta en los diversos biomas de Brasil, a través de la promoción de relaciones respetuosas con la vida y la cultura de los pueblos que allí viven . “Este –subraya- es uno de los desafíos más grandes en todos los lugares de la tierra porque la degradación del medio ambiente va siempre acompañada por la injusticia social”.
“Los pueblos originarios de cada bioma o que viven tradicionalmente en ellos nos dan un claro ejemplo de como la convivencia con la creación puede ser respetuosa, portadora de plenitud y misericordia. Por lo tanto es necesario conocer a estos pueblos y aprender de ellos y de sus relaciones con la naturaleza. Así, será posible encontrar un modelo de sostenibilidad que pueda ser una alternativa al afán desenfrenado de lucro que agota los recursos naturales y agrede la dignidad de los pobres” indica.
Al final, refiriéndose al tiempo de Cuaresma en que se celebra siempre esta Campaña, el Santo Padre hace hincapie en que las personas de fe que celebran en Pascua la victoria de la vida sobre la muerte, si son conscientes de la situación de agresión a la creación divina en cada uno de los biomas brasileños no pueden permanecer indiferentes.


¿Qué debemos hacer cuando encontramos a un mendigo?
Posted by Redaccion on 1 March, 2017



(ZENIT – Ciudad del Vaticano) La primera cosa que se hace cuando uno encuentra a un mendigo es saludarlo, “Buenos días, ¿cómo estas?” porque quien vive por la calle entiende inmediatamente cuando hay un interés real por parte de la otra persona o cuando hay”.
El papa Francisco le responde a ‘Scarp de tenis’, una revista de calle apoyada por la diócesis de Milán, una serie de preguntas. Así en el número que ha salido el último día de febrero explica que “Se puede ver una persona sin hogar y mirarlo como una persona, o como un perro. Y ellos se dan cuenta de esta forma diferente de mirar”, explica el Santo Padre.
Y narró una hecho real: “En el Vaticano es famosa la historia de una persona sin hogar, de origen polaco, que solía estar en la Piazza Risorgimento en Roma. No hablaba con nadie, ni siquiera con los voluntarios de Cáritas que por la noche le llevaban una comida caliente. Sólo después de mucho tiempo consiguieron que les contase su historia: “Soy un sacerdote, conozco muy bien a vuestro Papa, estudiamos juntos en el seminario”.
La voz llegó a San Juan Pablo II, que oyó el nombre y confirmó que había estado con él en el seminario y quiso encontrarlo. Se abrazaron después de cuarenta años, y al final de la audiencia, el Papa le pidió que lo confesara al sacerdote que había sido su compañero. “Pero ahora te toca a ti”, dijo el Papa. Y su compañero de seminario fue confesado por el Papa.
Gracias al gesto de un voluntario, de una comida caliente, de unas palabras de consuelo, de una mirada bondadosa, esta persona pudo recuperarse y hacer una vida normal que lo llevó a ser capellán de un hospital.
El Papa lo había ayudado, por supuesto, esto es un milagro, pero también es un ejemplo para decir que las personas sin hogar tienen una gran dignidad”.
Francisco contó también que en el arzobispado de Buenos Aires en una reja entre un portal y la acera “vivían una familia y una pareja. Los encontraba cada mañana cuando salía. Los saludaba e intercambiaba unas palabras con ellos. Nunca pensé en echarles”.
Añadió que alguien le dijo: ‘Ensucian la Curia’. El Santo padre en la entrevista aseguró: “Pero la suciedad está dentro. Yo creo que hay que hablar con la gente con gran humanidad, no como si tuvieran que pagarnos una deuda y no tratarlos como si fueran pobres perros”.
Leer también ¿Hay que dar limosna a quien pide por la calle? Francisco responde


Primer domingo de cuaresma
Posted by Antonio Rivero on 1 March, 2017




P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor de Humanidades Clásicas en el Centro de Noviciado y Humanidades y Ciencias de la Legión de Cristo en Monterrey (México).
Idea principal: la tentación es compañera de viaje aquí en la tierra.
Resumen del mensaje: Dios por amor crea al hombre y a la mujer para hacerles partícipes de su amor. El enemigo, envidioso del amor que Dios tenía a estas primeras creaturas humanas, les asedió con la más terrible de las tentaciones, la soberbia, “seréis como dioses”, invitándoles a que se desligaran de Dios como él había hecho. Ellos cayeron. Y las consecuencias fueron desastrosas, no sólo para ellos, sino para toda la humanidad, pues de ellos heredamos el pecado original, y los frutos del mismo: pecado y más pecado (primera lectura). Si creció el pecado, más abundante fue la gracia en Cristo Jesús que nos justificó (segunda lectura), venciendo al enemigo y haciéndonos partícipes de su victoria (evangelio).
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, la tentación de nuestros primeros padres, Adán y Eva, fue diabólica. Nada menos que desterrar a Dios de sus vidas para ser como Dios, sin depender de nadie ni obedecer a nadie. Es el pecado de la soberbia que el enemigo inoculó en las facultades nobles que Dios había puesto en sus primeras creaturas para hacerles partícipes de su amor y ternura: mente para conocer a Dios, voluntad para elegir a Dios y servirle, y corazón para amarlo. La tristeza y la decepción de Dios Padre fue inmensa. No se esperaba eso. No se merecía eso.
En segundo lugar, menos mal que vino Jesús para enseñarnos a luchar contra las tentaciones y para darnos la fuerza para vencerlas. Las tres tentaciones de Jesús abarcan los tres campos atractivos para todos: el ansia de disfrutar, el deseo de vanidad y la ambición del poder. Tentaciones que atentaban su misión como Mesías y Salvador: llevarle a un mesianismo triunfal, fácil, favorable a sí mismo, con prestigio y poder. De todas estas tentaciones Jesús sale vencedor y se mantiene fiel y totalmente disponible al plan salvador de Dios, dándonos el ejemplo a seguir y la gracia para vencer, que pasará por la oración, el sacrificio y los sacramentos.
Finalmente, la Cuaresma es tiempo propicio para ir con Jesús al desierto y fortalecer los músculos de nuestra alma y así estar preparados para los embates de las tentaciones de nuestro enemigo. Nuestras tentaciones tienen el mismo sabor que las de Jesús, pues el enemigo conoce muy bien nuestro talón de Aquiles. ¿Queremos vencer las tentaciones? Aliémonos, como Jesús, a la Palabra de Dios que es espada bien afilada, hagamos ayuno de todo aquello que nos corrompe la voluntad y mancha la afectividad; alimentémonos con los sacramento, y no hagamos caso a las mentiras y propuestas del enemigo.
Para reflexionar: Dice san Agustín: “¿Te fijas en que Cristo fue tentado, y no te fijas que venció la tentación? Reconócete a ti mismo tentado en él, y reconócete a ti mismo victorioso en él”. ¿Cuáles son tus tentaciones más frecuentes? ¿Qué medios pones para vencerlas?
Para rezar: recemos con el salmo 140, 1-9
1Señor, te estoy llamando, ven de prisa,
escucha mi voz cuando te llamo.
2Suba mi oración como incienso en tu presencia,
el alzar de mis manos como ofrenda de la tarde.
3Coloca, Señor, una guardia en mi boca,
un centinela a la puerta de mis labios;
4no dejes inclinarse mi corazón a la maldad,
a cometer crímenes y delitos;
ni que con los hombres malvados
participe en banquetes.
5Que el justo me golpee, que el bueno me reprenda,
pero que el ungüento del impío no perfume mi cabeza;
yo seguiré rezando en sus desgracias.
6Sus jefes cayeron despeñados,
aunque escucharon mis palabras amables;
7como una piedra de molino, rota por tierra,
están esparcidos nuestros huesos a la boca de la tumba.
8Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
9guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.


Santa Ángela de la Cruz – 2 de marzo
Posted by Isabel Orellana Vilches on 1 March, 2017



(ZENIT – Madrid).- Ángela Guerrero González nació en la espléndida ciudad de Sevilla, España, el 30 de enero de 1846. Su padre era cocinero en el convento de los padres Trinitarios y su esposa trabajaba también para los religiosos. En el hogar nacieron catorce hijos, de los cuales sobrevivieron seis. Su madre llegó a conocer su fundación. Angela era humilde, sencilla, muy alegre, devota y gran trabajadora; tenía un buen ejemplo en sus progenitores. Uno de los primeros recuerdos de su infancia, bien conocidos, fue su repentina desaparición –cosa de niños–, pero no se debió a una travesura ordinaria, como supuso enseguida Josefa, su madre. Así que apuntó al lugar donde pensaba que había podido ir: la iglesia. Y, efectivamente, allí estaba: orando, recorriendo los altares. Recordando el hecho, cuando ya era fundadora, decía: «Yo, todo el tiempo que podía, lo pasaba en la iglesia, echándome bendiciones de altar como hacen las chiquillas».
Para ayudar a los suyos comenzó a trabajar a los 12 años en el taller de una zapatería. Su formación fue muy precaria debido a la falta de recursos de su familia. Apenas pudo aprender a leer y escribir, pero su finura espiritual se hizo patente en ese cercano círculo. Así, mostraba rotundo desagrado ante conversaciones poco delicadas, teñidas por descalificaciones y blasfemias. Y, al menos en su presencia, sus compañeros se abstenían de proferir palabras malsonantes e improperios. Es otra característica de los santos quienes con su autoridad moral trazan caminos de bien comenzando por su entorno. Además de poner coto a la afilada lengua de los empleados, la santa les convencía para que rezasen el rosario. Éstos y otros rasgos de su virtud llegaron a oídos del padre Torres Padilla, quien le ayudó a dilucidar su vocación y a madurarla, orientándola hacia la vida apostólica. Tenía entonces 16 años. Al salir del trabajo visitaba hogares sumidos en la pobreza, frecuentaba iglesias y rezaba en sus altares. Los menesterosos de su barrio recibían sus limosnas.
Cuando en 1865 Sevilla fue abatida por el cólera, diezmando a las familias que vivían en los «corrales de vecindad», Ángela, que ya tenía 19 años, se desvivió para asistir a todos. Entonces abrió su corazón al padre Torres diciéndole que quería hacerse monja. Pero esta mujer audaz tenía un cuerpo menudo y era de complexión débil, así que cuando tocó la puerta de las Carmelitas Descalzas del barrio de Santa Cruz no fue admitida. Se temió que no pudiera soportar los rigores de la vida de clausura. Más tarde, fue postulante con las Hermanas de la Caridad. Sin embargo, su mala salud la obligó a salir del convento, pese a que las religiosas hicieron todo lo posible para que permaneciera junto a ellas buscándole destino en otros lugares, confiadas en una eventual mejoría. De modo que, en la calle nuevamente, Ángela partió con esta convicción: «Seré monja en el mundo». Y ante los pies del Crucificado hizo privada consagración de su vida el 1 de noviembre de 1871. Los dos años siguientes maduró su anhelo de vivir clavada –y subrayó esta expresión– junto a la cruz de Cristo, llamándose Ángela de la Cruz.
En 1873 formuló los votos perpetuos fuera del claustro, uniéndose por voto de obediencia a las indicaciones del padre Torres. En su corazón ya bullía el anhelo de «hacerse pobre con los pobres» (los llamaba sus señores), y formar la «Compañía de la Cruz». Con toda su confianza puesta en Cristo, en enero de 1875 comenzó a dar forma a este sueño. Se unieron a ella tres mujeres que se distinguían por su bondad y sencillez, y compartían el espíritu de pobreza. Una aportó los medios para alquilar un cuarto con «derecho a cocina», como entonces se decía. Y ese fue su «primer convento», austero, como los que irían surgiendo. Desplegaron una ingente labor asistencial realizada a tiempo completo, de día y de noche, que tenía como objetivo a los necesitados pobres y enfermos; limpiaban sus casas y les daban consuelo. Luego se mudaron a otra calle. Su acción ya había obtenido reconocimiento en estamentos religiosos. Vistieron un hábito y a Ángela pronto empezaron a llamarla «Madre». En medio de la labor pastoral realizaba duras penitencias y mortificaciones.
En 1876 el cardenal Spinola les dio la bendición. Y en 1894 ella mantuvo un encuentro con León XIII que aceptó su obra, aprobada después por Pío X en 1904. Sevilla y toda Andalucía acogió con gratitud y cariño a esta pobre «zapaterita, negrita, y tontita», como ella misma se definía, a la que acompañaba fama de santidad por sus virtudes y prodigios. Su forma de vida austera y mortificada suscitó numerosas vocaciones entre las jóvenes. Abría los brazos no solo a los pobres, sino también a potentados que solicitaban su atención, consejo y apoyo. Su amor por los necesitados le instó a realizar un gesto que otros santos tuvieron, como Catalina de Siena: succionar la supuración de las llagas de una enferma que se hallaba a punto de morir, y que sanó poco tiempo después.
Fue agraciada con visiones. Su itinerario espiritual estuvo marcado por grandes purificaciones que la condujeron a las más altas cimas de la mística, coronada por el desposorio espiritual. Fue reelegida cuatro veces madre general hasta sus 82 años. Cesó a instancias superiores eclesiales, y acogió con gran alegría volver a convertirse en una religiosa sin más responsabilidades. Una trombosis cerebral que se presentó el 7 de julio de 1931 la dejó casi paralizada. Y el 2 de marzo de 1932 voló al cielo. Lo último que se le había oído decir antes de perder el habla, fue: «No ser, no querer ser; pisotear el yo, enterrarlo si posible fuera…». Juan Pablo II la beatificó en Sevilla el 5 de noviembre de 1982 entre el delirio de las gentes que no ocultan su devoción por esta «madre de los pobres» como es conocida. Y el mismo pontífice la canonizó en Madrid el 4 de mayo de 2003. Su fiesta litúrgica es el 5 de noviembre, pero en el martirologio, criterio que rige este santoral, su celebración se fija para el día de hoy.