Servicio diario - 15 de abril de 2017


Vigilia Pascual: ‘El Señor está vivo, queriendo resucitar a quienes han sepultado la esperanza’
Sergio Mora

El Santo Padre bautiza a 11 personas en la Vigilia Pascual
Sergio Mora

Texto completo de la homilía del papa Francisco en la vigilia y misa pascual
Redacción

Texto de la oración final del papa Francisco, al concluir el Via Crucis 2017
Redacción

Pascua de 2017: miles de flores holandesas en la Plaza de San Pedro
Redacción

¡Feliz Pascua!
Redacción

Así recuerdan a los cristianos coptos de Tanta, martirizados por el ISIS en el Domingo de Ramos
Redacción

Domingo de Pascua – Comentario a la liturgia
Antonio Rivero

Santa Bernadette Soubirous – 16 de abril
Isabel Orellana Vilches


 

15 abril 2017
Sergio Mora

Vigilia Pascual: ‘El Señor está vivo, queriendo resucitar a quienes han sepultado la esperanza’

El Papa preside la Vigilia Pascual en la basílica de San Pedro, con la ceremonia del ‘lucernario’

(ZENIT – Ciudad del Vaticano, 15 Abr. 2017).- El papa Francisco celebró en la noche de este sábado en la basílica de San Pedro, la Vigilia Pascual.

La ceremonia litúrgica inició con el ‘lucernario’ en el atrio de la basílica, en donde el Santo Padre a partir del fuego nuevo encendió el cirio pascual, en el que incidió las letras alfa y omega.

Llevando el cirio pascual que simboliza a Cristo ‘luz del mundo’, a medida que el Sucesor de Pedro entraba en la basílica que se encontraba en penumbra, la misma se fue iluminando con las velas, hasta que se encendieron las luces con gran intensidad, mientas el diácono cantaba por tres veces ‘Lumen Christi‘ y la asamblea respondía ‘Deo Gratias‘. El Santo Padre vestía paramentos blancos con unos discretos bordados verdes y dorado.

Le siguió la liturgia de la palabra, con tres lecturas que comprendieron el libro del Éxodo, seguido por el ‘Gloria in Excelsis Deo’, cantado por el Coro pontificio de la Capilla Sixtina, mientras las campanas repicaban al viento y la basílica se iluminaba aún más.

Después de la lectura del Evangelio, el Papa en su homilía invitó a imaginar los pasos de María Magdalena y de las mujeres que no se convencen de que todo haya terminado de esa manera. Rostros, dijo, en los que se pueden encontrar el de “tantas madres y abuelas, el rostro de niños y jóvenes que resisten el peso y el dolor de tanta injusticia inhumana”. De quienes sienten “el dolor por la explotación y la trata”. El rostro “de aquellos que sufren el desprecio por ser inmigrantes, huérfanos de tierra, de casa, de familia; el rostro de aquellos que su mirada revela soledad y abandono por tener las manos demasiado arrugadas”.

“Con el riego –precisó el Pontífice– de convencernos de que esa es la ley de la vida, anestesiándonos con desahogos que lo único que logran es apagar la esperanza que Dios puso en nuestras manos.

“De pronto, estas mujeres recibieron una sacudida”, recordó Francisco. “Con la Resurrección, Cristo no ha movido solamente la piedra del sepulcro, sino que quiere también hacer saltar todas las barreras que nos encierran en nuestros estériles pesimismos”.

“Vayamos con ellas a anunciar la noticia, vayamos… donde parece que la muerte ha sido la única solución”, exhortó.

Porque “el Señor está Vivo. Vivo y queriendo resucitar en tantos rostros que han sepultado la esperanza, que han sepultado los sueños, que han sepultado la dignidad”. Y si no somos capaces de dejar que el Espíritu nos conduzca por este camino, entonces no somos cristianos. Concluyó el Papa.

(Leer el texto completo de la homilía)

La ceremonia prosigue con el bautismo de once personas y la santa misa.

 

15/04/2017-20:30
Sergio Mora

El Santo Padre bautiza a 11 personas en la Vigilia Pascual

(ZENIT – Ciudad del Vaticano, 15 Abr. 2017).- El papa Francisco bautizó este sábado por la noche a once personas, cinco mujeres y seis hombres, como parte de la Vigila Pascual en la basílica de San Pedro,
El rito de iniciación cristiana, el bautismo, fue impartido en la tercera parte de la Vigilia,
en el rito bautismal, así como la el sacramento de la confirmación. Dos de los bautizados eran chicos.
El rito inició con la renovación de las promesas bautismales.
Las personas fueron las siguientes:
Alejandra Ester Leticia Cacheiro – Bofarull Espagña 1998
2. Ta?ána Maria ?empelová – Rep. Checa 1967
3. Florinda Colella – Italia 1982
4. Ali Acacius Damavandy – Estados Unidos 1986
5. Gabriel Latyr Gallo – Italia 2008
6. Edrison Francesco Kucubina – Albania 1993
7. Ledion Giovanni Paolo Kucubina Albania 1986
8. Yuri Piccolo – Italia 1995
9. Isaac Jason Francesco Scicluna – Malta 2005
10. Vivian Francesca Wong Wee Vern – Malasia 1996
11. Jiana Chiara Xu – China 1991
Al concluir el bautismo los neófitos recibieron de sus padrinos la capa blanca y la vela
símbolo de la luz y siguió con la unción de los oleos de la Confirmación.
La ceremonia prosiguió con el canto del ‘Exultate Deo’, con el que inició la cuarta parte de la vigilia, la santa misa.

 

15/04/2017-19:35
Redacción

Texto completo de la homilía del papa Francisco en la vigilia y misa pascual

(ZENIT – Ciudad del Vaticano, 15 Abr. 2017).- El papa Francisco celebró este sábado por la noche la vigilia Pascual que concluyó con la santa misa, en la basílica de San Pedro.
A continuación la homilía del Santo Padre:
«En la madrugada del sábado, al alborear el primer día de la semana, fueron María la Magdalena y la otra María a ver el sepulcro» (Mt 28,1). Podemos imaginar esos pasos..., el típico paso de quien va al cementerio, paso cansado de confusión, paso debilitado de quien no se convence de que todo haya terminado de esa forma... Podemos imaginar sus rostros pálidos... bañados por las lágrimas y la pregunta, ¿cómo puede ser que el Amor esté muerto?
A diferencia de los discípulos, ellas están ahí, como también acompañaron el último respiro de su Maestro en la cruz y luego a José de Arimatea a darle sepultura; dos mujeres capaces de no evadirse, capaces de aguantar, de asumir la vida como se presenta y de resistir el sabor amargo de las injusticias.
Y allí están, frente al sepulcro, entre el dolor y la incapacidad de resignarse, de aceptar que todo siempre tenga que terminar igual. Y si hacemos un esfuerzo con nuestra imaginación, en el rostro de estas mujeres podemos encontrar los rostros de tantas madres y abuelas, el rostro de niños y jóvenes que resisten el peso y el dolor de tanta injusticia inhumana.
Vemos reflejados en ellas el rostro de todos aquellos que caminando por la ciudad sienten el dolor de la miseria, el dolor por la explotación y la trata. En ellas también vemos el rostro de aquellos que sufren el desprecio por ser inmigrantes, huérfanos de tierra, de casa, de familia; el rostro de aquellos que su mirada revela soledad y abandono por tener las manos demasiado arrugadas.
Ellas son el rostro de mujeres, madres que lloran por ver cómo la vida de sus hijos queda sepultada bajo el peso de la corrupción, que quita derechos y rompe tantos anhelos, bajo el egoísmo cotidiano que crucifica y sepulta la esperanza de muchos, bajo la burocracia paralizante y estéril que no permite que las cosas cambien.
Ellas, en su dolor, son el rostro de todos aquellos que, caminando por la ciudad, ven crucificada la dignidad. En el rostro de estas mujeres, están muchos rostros, quizás encontramos tu rostro y el mío.
Como ellas, podemos sentir el impulso a caminar, a no conformarnos con que las cosas tengan que terminar así. Es verdad, llevamos dentro una promesa y la certeza de la fidelidad de Dios. Pero también nuestros rostros hablan de heridas, hablan de tantas infidelidades, personales y ajenas, hablan de nuestros intentos y luchas fallidas.
Nuestro corazón sabe que las cosas pueden ser diferentes pero, casi sin darnos cuenta, podemos acostumbrarnos a convivir con el sepulcro, a convivir con la frustración. Más aún, podemos llegar a convencernos de que esa es la ley de la vida, anestesiándonos con desahogos que lo único que logran es apagar la esperanza que Dios puso en nuestras manos.
Así son, tantas veces, nuestros pasos, así es nuestro andar, como el de estas mujeres, un andar entre el anhelo de Dios y una triste resignación. No sólo muere el Maestro, con él muere nuestra esperanza. «De pronto tembló fuertemente la tierra» (Mt 28,2). De pronto, estas mujeres recibieron una sacudida, algo y alguien les movió el suelo. Alguien, una vez más salió, a su encuentro a decirles: «No teman», pero esta vez añadiendo: «Ha resucitado como lo había dicho» (Mt 28,6).
Y tal es el anuncio que generación tras generación esta noche santa nos regala: No temamos hermanos, ha resucitado como lo había dicho. «La vida arrancada, destruida,
aniquilada en la cruz ha despertado y vuelve a latir de nuevo» (cfr R. Guardini, El Señor).
El latir del Resucitado se nos ofrece como don, como regalo, como horizonte. El latir del Resucitado es lo que se nos ha regalado, y se nos quiere seguir regalando como fuerza transformadora, como fermento de nueva humanidad.
Con la Resurrección, Cristo no ha movido solamente la piedra del sepulcro, sino que quiere también hacer saltar todas las barreras que nos encierran en nuestros estériles
pesimismos, en nuestros calculados mundos conceptuales que nos alejan de la vida, en nuestras obsesionadas búsquedas de seguridad y en desmedidas ambiciones capaces de jugar con la dignidad ajena.
Cada uno de nosotros ha entrado en el propio sepulcro, los invito a salir.
Cuando el Sumo Sacerdote y los líderes religiosos en complicidad con los romanos habían creído que podían calcularlo todo, cuando habían creído que la última palabra estaba dicha y que les correspondía a ellos establecerla, Dios irrumpe para trastocar todos los criterios y ofrecer así una nueva posibilidad. Dios, una vez más, sale a nuestro encuentro para establecer y consolidar un nuevo tiempo, el tiempo de la misericordia.
Esta es la promesa reservada desde siempre, esta es la sorpresa de Dios para su pueblo fiel: alégrate porque tu vida esconde un germen de resurrección, una oferta de vida esperando despertar. Y eso es lo que esta noche nos invita a anunciar: el latir del Resucitado, Cristo Vive.
Y eso cambió el paso de María Magdalena y la otra María, eso es lo que las hace alejarse rápidamente y correr a dar la noticia (cf. Mt 28,8). Eso es lo que las hace volver sobre sus pasos y sobre sus miradas. Vuelven a la ciudad a encontrarse con los otros. Así como ingresamos con ellas al sepulcro, los invito a que vayamos con ellas, que volvamos a la ciudad, que volvamos sobre nuestros pasos, sobre nuestras miradas.
Vayamos con ellas a anunciar la noticia, vayamos... a todos esos lugares donde parece que el sepulcro ha tenido la última palabra, y donde parece que la muerte ha sido la única solución. Vayamos a anunciar, a compartir, a descubrir que es cierto: el Señor está Vivo. Vivo y queriendo resucitar en tantos rostros que han sepultado la esperanza, que han sepultado los sueños, que han sepultado la dignidad.
Y si no somos capaces de dejar que el Espíritu nos conduzca por este camino, entonces no somos cristianos. Vayamos y dejémonos sorprender por este amanecer diferente, dejémonos sorprender por la novedad que sólo Cristo puede dar. Dejemos que su ternura y amor nos muevan el suelo, dejemos que su latir transforme nuestro débil palpitar.

 

15/04/2017-09:26
Redacción

Texto de la oración final del papa Francisco, al concluir el Via Crucis 2017

(ZENIT – Roma, 15 Abr. 2017).- El santo padre Francisco al concluir el Vía Crucis de este Viernes santo, recitó la oración que publicamos a continuación:
Oh Cristo dejado solo y traicionado hasta por los tuyos y vendido a bajo precio.
Oh Cristo juzgado por los pecadores y entregado por los jefes.
Oh Cristo lacerado en la carne, coronado de espinas y vestido de púrpura.
Oh Cristo abofeteado y atrozmente clavado.
Oh Cristo atravesado por la lanza que ha lacerado tu corazón,
Oh Cristo muerto y sepultado, tú que eres el Dios de la vida y de la existencia.
Oh Cristo nuestro único salvador, volvemos a ti también este año con los ojos bajos por
la vergüenza y con el corazón lleno de esperanza:
de vergüenza por todas las imágenes de devastación, de destrucción y de naufragio que se volvieron comunes en nuestra vida;
vergüenza por la sangre inocente que cotidianamente es derramado por mujeres, niños, inmigrantes y personas perseguidas por el color de su piel o por su apariencia étnica y social y por su fe en ti;
vergüenza por todas las veces que, como Judas y Pedro, te hemos vendido y traicionado, y dejado morir solo por nuestros pecados, escapando como cobardes de nuestra responsabilidad;
vergüenza por nuestro silencio delante de las injusticias; por nuestras manos perezosas para dar y ávidas para quitar y conquistar; por nuestra voz estridente para defender nuestros intereses y tímida al hablar de aquellos de los otros; por nuestros pies veloces en el camino del mal y paralizados en los del bien.
vergüenza por todas las veces que nosotros los obispos, sacerdotes, consagrados y consagradas hemos escandalizado y herido tu cuerpo, la Iglesia; y nos hemos olvidado de nuestro primer amor, nuestro primer entusiasmo y nuestra total disponibilidad, dejando oxidar nuestro corazón y nuestra consagración.
Tanta vergüenza Señor, pero nuestro corazón tiene nostalgia también de la esperanza confiada de que tu no nos trates según nuestros méritos sino únicamente de acuerdo con la abundancia de tu misericordia;
que nuestras traiciones no vuelvan menor la inmensidad de tu amor;
que tu corazón, materno y paterno, no se olvida a pesar de la dureza de nuestras entrañas.
La esperanza segura de que nuestros nombres están grabados en tu corazón y que estamos colocados en la pupila de tus ojos;
la esperanza que tu Cruz transforme nuestros corazones endurecidos en corazones capaces de soñar, de perdonar y de amar; transforma esta noche tenebrosa de tu cruz en el alba fulgurante de tu Resurrección;
la esperanza es que tu fidelidad no se apoya en la nuestra;
la esperanza de que las hileras de hombres y mujeres fieles a tu cruz sigue y seguirá
viviendo fiel como la levadura que da sabor y como la luz que abre nuevos horizontes en el cuerpo de nuestra humanidad herida;
la esperanza de que tu Iglesia buscará de ser la voz que grita en el desierto de la humanidad para preparar el camino de tu retorno triunfal, cuando vendrás a juzgar a los vivos y a los muertos;
¡la esperanza que el bien vencerá a pesar de su aparente derrota!
Oh Señor Jesús, Hijo de Dios, víctima inocente de nuestro rescate, delante a tu estandarte real, a tu misterio de muerte y de gloria, delante a tu patíbulo, nos arrodillamos, avergonzados y llenos de esperanza, y te pedimos de lavarnos en con tu sangre y agua que salieron de tu corazón lacerado; de perdonar nuestros pecados y nuestras culpas;
te pedimos de acordarte de nuestros hermanos arrasados por la violencia, la indiferencia y la guerra;
te pedimos de quebrar las cadenas que nos tienen presos en nuestro egoísmo, en nuestra ceguera voluntaria y en la vanidad de nuestros cálculos mundanos.
Oh Cristo, te pedimos de enseñarnos a no avergonzarnos nunca de tu cruz, a no instrumentalizarla, pero honrarla y adorarla, porque con esa tú nos has manifestado la monstruosidad de nuestros pecados, la grandeza de tu amor, la injusticia de nuestros juicios y la potencia de tu misericordia. Amén.

(Traducción de ZENIT)

 

15/04/2017-17:26
Redacción

Pascua de 2017: miles de flores holandesas en la Plaza de San Pedro

(ZENIT – Roma, 15 Abr. 2017).- La plaza de San Pedro con motivo de Pascua se transforma en un jardín florecido, símbolo de la alegría por la resurrección de Cristo, con más de de 35 mil flores que llegan desde Holanda. La decoración además de subrayar la sacralidad de la liturgia es rica de referencias simbólicas relacionadas con el mensaje pascual del papa Francisco.
Lo refirió la Oficina de prensa de la Santa Sede, precisando que el tradicional homenaje con flores holandeses para la Pascua ha llegado a la 31 edición, con un equipo de floristas holandeses coordinados por Paul Deckers.
“!Cada año este es un momento mágico¡, explica Deckers. El camión llega desde Holanda el jueves santo. Son descargados los árboles, flores y composiciones ya preparadas en Holanda”.
Hay los tulipanes amarillos, blancos, rojos y anaranjados, además de los jacintos azules y blancos, además de los narcisos amarillos.
Este año la Pascua es especial porque es festejada en la misma fecha sea por los católicos que por los ortodoxos.
En la selección de las flores prevalecen los colores amarillo y blanco, representativos de la Ciudad del Vaticano, pero no faltan lirios, símbolo de pureza que en la iconografía cristian representa a la Virgen María.

 

15/04/2017-08:46
Redacción

¡Feliz Pascua!

¡Feliz Pascua!
Que la alegría de Jesús resucitado sea vuestra fuerza.
Que el Señor resucitado bendiga a vuestras familias
Que el Señor vivo lleve consolación y paz.
Que sea también una ocasión para expresarles de corazón nuestro agradecimiento
por el apoyo y por vuestras oraciones.

El equipo de ZENIT

 

15/04/2017-08:58
Redacción

Así recuerdan a los cristianos coptos de Tanta, martirizados por el ISIS en el Domingo de Ramos

(ZENIT – Roma, 15 Abr. 2017).- Así los cristianos cóptos de la localidad de Tanta, en Egipto, recuerdan a los 27 cristianos asesinados por un kamikaze durante el Domingo de Ramos. El cuadro lo difundió en su cuenta Twitter, el Obispo Copto Ortodoxo Suriel.
Los atentados del Domingo de Ramos han sido dos: uno en la iglesia de San Jorge, en
Tanta, donde se han registrado 29 muertes y más de 70 heridos, mientras que el ataque a la Iglesia de San Marcos en Alejandría a causado la muerte de otras 18 personas.
El domingo pasado, 9 de abril, al término de la misa de Ramos en la plaza San Pedro en el Vaticano, en la introducción del ángelus, el papa Francisco ha evocado este drama, expresando sus ”más profundas condolencias” a su “querido hermano Su Santidad el Papa Teodoro II, a la Iglesia copta y a toda la querida nación egipcia”.
“Oro por los difuntos y por los heridos. Estoy cerca de las familias y de toda la
comunidad”, ha añadido el Santo Padre que va a ir al país a finales de mes, los 28 y 29 de abril.
“Que el Señor convierta los corazones de las personas que siembran terror, violencia y muerte, ha añadido el papa con firmeza, e igualmente los corazones de aquellos que fabrican las armas y hacen tráfico de armas”, dijo.

Leer también: Mons. Becciu: Los atentados en Egipto no detendrán al Papa en su misión de paz

 

15/04/2017-06:30
Antonio Rivero

Domingo de Pascua – Comentario a la liturgia

Ciclo A – Textos: Hechos 10, 34.37-43; Col 3, 1-4; Jn 20, 1-9

P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor de Humanidades Clásicas en el Centro de Noviciado y Humanidades y Ciencias de la Legión de Cristo en Monterrey (México).
Idea principal: Encuentro, confesión y misión son la clave para entender el misterio de la resurrección de Cristo, hecho central de nuestra fe.
Resumen del mensaje: Llegó la alborada del júbilo pascual y amaneció el Domingo de la Resurrección. Aquella mañana de Pascua se llena de pasos que van al sepulcro, de zozobrantes búsquedas y diálogos con ángeles; de prisas, asombros y, por fin, del júbilo de la gloria: ante los ojos atónitos de los discípulos aparece la figura amada del Maestro. Dios ha liberado definitivamente al hombre
por la Muerte y Resurrección de Jesús. Hubo un encuentro, que supuso una
confesión en la fe y comprometió a una misión: anunciar la gran noticia: “¡Cristo está vivo, ha resucitado!”.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, encuentro con Cristo resucitado. El Señor es quien sale al encuentro de sus abatidos discípulos en el camino de Emaús, en el sepulcro a María Magdalena, a las mujeres por el camino, a los once finalmente, reunidos en el Cenáculo. A todos ellos, Cristo en ese encuentro les regala su Presencia, se les entrega como don; es para ellos, en ese trance tan difícil, el Dios-con-nosotros, consolando con sus apariciones el pequeño grupo de creyentes. Cristo se muestra con soberana libertad, se muestra a sí mismo. No se trata de una alucinación, sino
de un encuentro. Así los apóstoles se convencerían. Y ellos lo ven, lo escuchan, lo palpan y comparten con Él la comida. ¡Está realmente con ellos otra vez! Son testigos del triunfo sobrenatural de Cristo, patente ahora por la Resurrección. Lo reconocieron, es decir, identificaron al Resucitado con aquel que vieron clavado en el Calvario.
En segundo lugar, ese encuentro les llevó a una profesión de fe. El contacto con Cristo resucitado provoca en el alma de los discípulos la profesión de fe; les
devuelve la fe: “Señor mío y Dios mío”. Con esa fe comprendieron el testimonio de la Escritura, es decir, la coherencia íntima entre las profecías del Antiguo Testamento y la vida, la muerte y especialmente la resurrección del Señor. Asimismo, los discípulos recordaron lo que Jesús les había dicho cuando estaba entre ellos. Comprendieron la misma existencia de Cristo, su predicación y sus
milagros. Hallaron en la confesión de su Divinidad la clave verdadera de interpretación, la luz para poder penetrar el sentido de las maravillas de Dios en su integridad.
Finalmente, y esa fe nos debe lanzar, como a esos discípulos, a la misión para llevar esa buena nueva, la más importante: “¡Cristo está vivo; ha
resucitado!”. En las diversas apariciones que siguieron a su resurrección, advertimos que el Señor se muestra a sus discípulos de paso, y como despidiéndose. Es que la resurrección inaugura su nuevo modo de quedarse en la Iglesia, que se verá corroborado y afirmado por la llegada del Espíritu en Pentecostés. ¿Qué misión les encomendó Cristo resucitado? Enseñar todo lo que Él ha mandado, para salvación del género humano. Anunciar esa buena nueva: Cristo vive en la Iglesia, fundada por Él, a la que prometió la asistencia del Espíritu Santo. Lanzar las redes para pescar.
Para reflexionar: ¿nos hemos encontrado ya con Cristo en la Iglesia, en los sacramentos, en su Palabra? ¿Sabemos confesar la fe en Cristo resucitado con nuestras palabras y con nuestro testimonio de vida coherente? ¿A quién debemos anunciar esta gran noticia de que Cristo está vivo en su Iglesia, en su Palabra y en los sacramentos?
Para rezar: Señor resucitado, que te encuentre cada día en la meditación de la Escritura, en la participación de los sacramentos y en la persona de mi hermano. Que ese encuentro me haga confesar que estás vivo y a proclamarte por todos los rincones. Amén.

 

15/04/2017-04:46
Isabel Orellana Vilches

Santa Bernadette Soubirous – 16 de abril

(ZENIT – Madrid).- Nació el 7 de enero 1844 en Lourdes. Era la primogénita de nueve hermanos; algunos murieron en los primeros años de vida. Con una complexión débil y, por tanto, propensa a las enfermedades, las precarias condiciones en las que vivían en el húmedo sótano de un molino –su padre era molinero– en medio de una extrema pobreza rayana en la miseria no eran las más aptas para alguien tan frágil como ella. Era asmática y contrajo el cólera cuando tenía 10 años. Colaboraba en el cuidado de sus hermanos y trabajaba como pastora por cuenta ajena. Su madre le inculcó el amor a Dios y a María, y solía rezar el rosario todos los días con gran devoción. Hasta los 16 años fue analfabeta porque no tuvo los medios para haber podido estudiar; suplía las carencias con su esfuerzo. El maestro reconocía: «Le cuesta retener de memoria el catecismo, porque no sabe leer; pero pone mucho empeño: es muy atenta y piadosa».
Como las gracias sobrenaturales no están sujetas a parámetros humanos, a sus 14 años la Virgen se había fijado en ella para infundir a la Humanidad la esperanza de la vida eterna mediante la oración y la conversión. Quizá menos mermada intelectual y emocionalmente de lo que la gente pensaba, iba creciendo humana y espiritualmente, forjando la talla espiritual que conmovería a todos por su alegría, bondad e inocencia evangélica. Ese año memorable de 1858 la Madre del cielo señaló a la santa que es en la oración donde radica la auténtica felicidad: «No te prometo hacerte feliz en este mundo, pero sí en el otro». Bernadette conoció el dolor físico tempranamente. Con el ánimo de ofrecerlo humilde y generosamente como rescate de los pecadores, respondiendo a la invitación de María suplicaba su ayuda: «No, no busco alivio, sino solo la fuerza y la paciencia». Con ella esperaba domar los sufrimientos que le provocaron el asma y luego la tuberculosis.
Las apariciones de María, en total 18, se iniciaron el 11 de febrero de ese año en la gruta conocida como Massabielle. Bernadette se hallaba en el entorno buscando leña, acompañada de una hermana y de otra niña, cuando la Virgen se hizo presente. En esa ocasión compartió los rezos con Ella silenciosamente. Fue en la tercera aparición cuando oyó la voz de la «Señora»; así la denominó. El 24 de febrero María insistió en la necesidad de la oración y de la penitencia. En otra ocasión le instó a beber agua en la reseca superficie en la que introdujo sus manos hasta que comenzó a manar el líquido. Igualmente tuvo que ingerir alguna hierba del entorno, todo ello a petición de la Virgen y siempre después de haber rezado el rosario juntas. Algunos testigos que presenciaron estos gestos no ocultaban su escepticismo. El 2 de marzo María rogó que erigieran allí una capilla en su honor y el 25 de ese mes, en la decimosexta aparición, le reveló: «Yo soy la Inmaculada Concepción».
Bernadette había dado cuenta de los hechos al párroco, padre Dominique Peyramale, una persona que guardaba distancia con esta clase de manifestaciones. Cuando la noticia se extendió a otros niveles, la adolescente constató que ni las autoridades civiles ni las eclesiásticas aceptaban su narración. Aquello atrajo multitud de contrariedades a su vida. Por una parte, se ponía en tela de juicio la veracidad de su testimonio. Y, por otra, se sentía acosada por la curiosidad de la gente que, a toda costa, quería obtener de ella remedios para sanar sus enfermedades. Reclamaban esta gracia de forma inoportuna y con procedimientos dudosos –muchas veces le ofrecieron dinero– acrecentando la asfixia que le provocaba el asma.
Aunque comparecer ante la gente que la hostigaba de ese modo le producía íntima angustia y temor, transmitía una serenidad y delicadeza admirables. Heroica fue su paciencia en la entrevista que en 1860 mantuvo con un sacerdote que la trató sin miramiento alguno. Fue escalando los peldaños de la vida eterna a fuerza de purificaciones. Nunca se envaneció de haber sido la dilecta criatura a la que se dirigió la Virgen. Y no estuvo presente en actos multitudinarios como el de la colocación de la primera piedra del santuario que iba a erigirse. Una vez le mostraron la imagen de la Inmaculada, esculpida en mármol de Carrara, para que diese su juicio; trataron de plasmar en ella los rasgos que Bernadette dio. Era un imposible. Al verla, dijo: «Sí, ésta es hermosa... pero no es Ella».
En julio de 1860 se retiró en el instituto de las Hermanas de la Caridad de Nevers. Hubiera ingresado antes, pero su mala salud lo impidió. Fue novicia durante cuatro años a los que siguieron otros dos en calidad de enferma en el hospicio, y en 1864 decidió integrarse plenamente en la comunidad religiosa. Inició el noviciado en 1866; ese año murió su madre. Y la lesión que ella padecía se agravó. Parecía abocada a la muerte, pero en octubre de 1867 se recuperó y pudo efectuar la profesión. Los años de vida conventual tuvieron el sello de la amarga acritud. En lugar de paz y sosiego halló indiferencia, muchos sufrimientos. Actuó como enfermera en el convento hasta que la grave dolencia la recluyó en su lecho.
Discreta, modesta, sencilla, pasó por este mundo alumbrada por la inmensidad de María. Su deceso se produjo el 16 de abril de 1879. Sus últimas palabras fueron: «Yo vi la Virgen. Sí, la vi, la vi ¡Que hermosa era!». Y después de unos momentos de silencio, exclamó emocionada: «Ruega Señora por esta pobre pecadora». Apretando el crucifijo sobre su pecho entregó su alma a Dios. Tenía 35 años. Muchos recordarían las palabras que tantas veces había pronunciado: «María es tan bella que quienes la ven querrían morir para volver a verla». Iba a contemplarla, desde luego, y esta vez ya para siempre. Pío XI la beatificó el 14 de junio de 1925, y la canonizó el 8 de diciembre de 1933. Su cuerpo permanece incorrupto. Su festividad se conmemora en Francia el 18 de febrero; en el resto del mundo su fecha se celebra el 16 de abril.