Servicio diario - 02 de septiembre de 2017


Francisco a los líderes religiosos coreanos: favorecer la reconciliación y la paz
Redacción

El pésame del Papa por la muerte del del cardenal Cormac Murphy-O’Connor
Redacción

San Gregorio I Magno – 3 de septiembre
Isabel Orellana Vilches


 

02/09/2017-10:55
Redacción

Francisco a los líderes religiosos coreanos: favorecer la reconciliación y la paz

(ZENIT – Ciudad del Vaticano, 2 Set. 2017).- Es necesario favorecer los procesos de bien y reconciliación, evitando las narrativas del miedo y con gestos que se opongan a la retórica del odio. Ademas las religiones deben dar a la gente con su empeño, una respuesta compartido sobre los temas de importancia fundamental.
Es la invitación que este sábado hizo el Papa Francisco al recibir en el Vaticano a los miembros del Korean Council of Religious Leaders reunidos en Roma con motivo de su peregrinación interreligiosa.
Señaló que hay “un largo camino para recorrer, sin levantar la voz, arremangándose, para sembrar la esperanza” durante el cual hay que “escuchar el grito de tantos que repudian la guerra”.
El Pontífice recordó que a los líderes religiosos, “se les pide abrir, favorecer, acompañar los procesos de bien y de reconciliación de todos: somos llamados a ser propagadores de la paz, anunciando y encarnando un estilo no violento, un estilo de paz, con palabras que se diferencias de la narrativa del miedo y con gestos que se oponen a la retórica del odio”.
El sucesor de Pedro profundizó también la motivación del diálogo interrelgioso y comentó que después del Vaticano II, “la Iglesia católica no se cansa de tomar senderos, a veces no fáciles, del diálogo”, en particular “con los seguidores de otras religiones”. Porque “la vida es un largo camino, pero un camino que no es posible recorrer solo. Es necesario caminar con los hermanos en presencia de Dios”. Y precisó que “hoy aquí estamos realizando un tramo de camino juntos”.
También señaló: “El diálogo interreligioso está hecho de contactos, encuentros y
colaboraciones, es así una tarea agradable a Dios, un desafío finalizado al bien común y a la paz”.
Un dialogo abierto, porque hecho con estima y franqueza; que respeta el derecho a la vida, a la integridad física, a las libertades fundamentales como la de conciencia, de religión, de pensamiento y de expresión, que son la base para construir la paz”.
Señaló que el mundo mira a las religiones y pide respuestas y empeño compartido sobre varios temas: “la sagrada dignidad de la persona humana, el hambre y la pobreza que afligen aún a demasiados pueblos; el rechazo de la violencia, en particular la que profana el nombre de Dios y desacralizando la religiosidad humana; la corrupción que alimenta la injusticia, el degrado moral, la crisis de la familia y de la economía, de la ecología, y no por último sobre la esperanza”.
Al despedirse el Santo Padre recordó su viaje a Corea en agosto de 2014 y que “no ceso de pedirle a Dios el don de la paz y de la fraterna reconciliación”.

 

 

02/09/2017-11:34
Redacción

El pésame del Papa por la muerte del del cardenal Cormac Murphy-O’Connor

(ZENIT – Ciudad del Vaticano, 2 Set. 2017).- El Cardenal Cormac Murphy-O’Connor, falleció este viernes 1º de septiembre, a los 85 años de edad.
Fue arzobispo de Westminster durante nueve años y trabajó en Inglaterra para promover la unidad entre católicos y anglicanos; realizó diversos pronunciamientos contra el aborto y pidió recortar las leyes que lo promueven. Delante del ‘islam agresivo’ el purpurado recordó que la respuesta es una ‘cristiandad verdaderamente profunda’. El purpurado ante de los casos de abusos que se registraron en el Reino Unido, dio total apoyo y aplicó las normas indicadas por el papa Benedicto XVI para acabar con esta lacra.
Publicamos a continuación el telegrama de pésame por el fallecimiento, ayer tarde, de S.E. el cardenal Cormac Murphy-O’Connor, del Título de Santa María sopra Minerva, arzobispo emérito de Westminster (Reino Unido), enviado por el Santo Padre Francisco a S.E. Vincent Gerard Nichols, arzobispo de Westminster:

 

«Al cardinal Vincent Nichols, Arzobispo de Westminster.

Profundamente entristecido al enterarme de la muerte del cardenal Cormac Murphy-O’Connor, arzobispo emérito de Westminster, me apresuro a ofrecer mis más sinceras condolencias a Usted y al clero y los fieles de la arquidiócesis. Recordando con inmensa gratitud el distinguido servicio del difunto cardenal a la Iglesia de Inglaterra y Gales, su devoción inquebrantable a la predicación del Evangelio y al cuidado de los pobres, y su decidido compromiso con el avance del entendimiento ecuménico e interreligioso, me uno de buen grado a vosotros para encomendar su noble alma a las misericordias infinitas de Dios nuestro Padre celestial. A todos los que lloran su fallecimiento, en la segura esperanza de la Resurrección, imparto cordialmente mi bendición apostólica como prenda de consolación y fortaleza en el Señor.

FRANCISCUS PP

 

Algunos datos biográficos

Cormac Murphy O’Connor nació el 24 de agosto de 1932, en Reading, diócesis de Portsmouh, Inglaterra. Ordenado sacerdote el 28 de octubre de 1956 en Roma, en 1977 fue designado obispo de Arundel y Brighton. Recibió la consagración episcopal el 21 de diciembre de ese mismo año.
Creado Cardenal el 21 de febrero de 2001, fue Presidente de la Conferencia Episcopal de Inglaterra y Gales y Vice Presidente del Consejo de la Conferencia de Obispos de Europa (CCEE).
Después de retirarse como arzobispo de Westminster (2000 – 2009) fue designado miembro de la Congregación de los Obispos y de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos.
En 2010 fue elegido Visitador Apostólico de la diócesis de Armagh, llevando a cabo una amplia investigación sobre abusos sexuales de sacerdotes en Irlanda.

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02/09/2017-04:18
Isabel Orellana Vilches

San Gregorio I Magno – 3 de septiembre

(ZENIT – Madrid).- «Importa que el pastor sea puro en sus pensamientos, intachable en sus obras, discreto en el silencio, provechoso en las palabras, compasivo con todos, más que todos levantado en la contemplación, compañero de los buenos por la humildad y firme en velar por la justicia contra los vicios de los delincuentes. Que la ocupación de las cosas exteriores no le disminuya el cuidado de las interiores, y el cuidado de las interiores no le impida el proveer a las exteriores». Así describía en su «Regula pastoralis» este gran pontífice, y uno de los cuatro doctores de la Iglesia, las características de los pastores que él mismo había encarnado. Pertenecía a una noble y virtuosísima familia romana. Sus padres, el senador Gordiano y Silvia, engrosan las filas de los santos; son venerados como tales. Y sus tías Tarsila y Emiliana llevaron edificante vida ascética como vírgenes consagradas. Además, entre los suyos hubo dos papas: Félix III y Agapito.
Nació hacia el año 540 en Roma. Se especializó en derecho, y al concluir los estudios fue nombrado pretor de Roma por Justino II. Italia estaba siendo azotada por los lombardos y pudo constatar de primera mano las heridas de una barbarie que había reducido la urbe a ruinas. Su trabajo, al que se dedicaba intensamente, no colmaba sus profundos anhelos. Pero cuando se encontró con dos benedictinos de la abadía de Montecassino, Constancio y Simplicio, se abrió una luz en su camino. Sin embargo, antes de decidirse a dar el paso uniéndose a ellos, tuvo que librar una dura batalla interna. «Yo diferí largo tiempo la gracia de la conversión, es decir, de la profesión religiosa, y, aún después que sentí la inspiración de un deseo celeste, yo creía mejor conservar el hábito secular. En este tiempo se me manifestaba en el amor a la eternidad lo que debía buscar, pero las obligaciones contraídas me encadenaban y yo no me resolvía a cambiar de manera de vivir. Y cuando mi espíritu me llevaba ya a no servir al mundo sino en apariencia, muchos cuidados, nacidos de mi solicitud por el mundo, comenzaron a agrandarse poco a poco contra mi bien, hasta el punto de retenerme no solo por de fuera y en apariencia, sino lo que es más grave, por mi espíritu».
Vencida toda resistencia, en cuatro años de vida monástica recluido en su palacio de monte Celio, que convirtió en el monasterio de san Andrés, se forjó su espíritu con oración y penitencias, y se dispuso a cumplir el designio que Dios había previsto para él. Su virtud llegó a oídos del papa Pelagio II, quién le designó «apocrisiario» suyo. Y en Constantinopla libró una importante lucha contra los monofisistas, además de actuar diplomáticamente para obtener del emperador el conveniente apoyo para frenar a los longobardos. Entre tanto, seguía nutriendo su espíritu en feliz convivencia junto a los monjes. Pero el año 590 una terrible epidemia de peste segó la vida de Pelagio II, y fue elegido para sucederle. En ese instante el peso de tan alta misión le sobrecogió, intentó huir para eludirlo, pero terminó comprendiendo que la voluntad divina había movido la de sus hermanos cardenales y aceptó la imponente responsabilidad que cayó sobre sus hombros.
A partir de entonces su sabio y brillante pontificado, verdaderamente renovador, como cabía esperar de un hombre de oración, humilde y generoso, se extendería a toda la Iglesia. Hizo vida su propio aserto: «La prueba del amor está en las obras. Donde el amor existe se obran grandes cosas y cuando deja de obrar deja de existir». Fue un hombre hábil, dialogante, conciliador, que se acercó con fraternal espíritu a los alejados de la fe y a quienes sustentaban ideas opuestas a ella. Así llegó a penetrar en el corazón de los pobladores de distintos estados europeos: sajones, francos, visigodos, longobardos, etc. Propagó la fe con incansable celo apostólico, fortaleció la sede de Roma, renovó el culto y la liturgia, impulsó el canto conocido como gregoriano en su honor, restauró la Schola Cantorum, compuso varios himnos, edificó monasterios, escribió numerosas obras teológicas y centenares de cartas. En suma, un legado tan excepcional que le mereció el título de doctor de la Iglesia.
Fue gran defensor de los oprimidos. Vigiló para que los recursos de la Iglesia fuesen destinados con impecable rigor, alejados de oscuros intereses particulares. Mantuvo una correspondencia digna de tener en consideración con la reina bávara Teodolinda, ferviente católica, con la que tuvo detalles de encomiable delicadeza. Así le obsequió con unas reliquias, muy preciadas en la época, destinadas a la basílica de san Juan Bautista que mandó erigir. Este vínculo repercutió directa e indirectamente en la evangelización, amén de propiciar la paz entre longobardos y bizantinos. En la labor apostólica de Gregorio hay una página singularmente gloriosa: la conversión de los anglosajones. Él fue quien fraguó la evangelización de Inglaterra a través de misioneros que envió con la recomendación de unirse obedientemente a san Agustín de Canterbury, quien después de lograr el bautismo del rey de Kent, Ethelberto (san Adalberto) el año 597, hizo lo propio con más de diez mil sajones.
Parece mentira que tan grande labor la realizase un hombre de precaria salud, obligado a recluirse en el lecho durante días seguidos. Murió el 12 de marzo del año 604. Juan Pablo I lo evocó al tomar posesión de la basílica de San Juan de Letrán, repitiendo sus palabras: «Esté cercano el pastor a cada uno de sus súbditos con la compasión. Y olvidando su grado, considérese igual a los súbditos buenos, pero no tenga temor en ejercer, contra los malos, el derecho de su autoridad. Recuerde que mientras todos los súbditos dan gracias a Dios por cuanto el pastor ha hecho de bueno, no se atreven a censurar lo que ha hecho mal; cuando reprime los vicios, no deje de reconocerse, humildemente, igual que los hermanos a quienes ha corregido y siéntase ante Dios tanto más deudor cuanto más impunes resulten sus acciones ante los hombres».