Servicio diario - 21 de junio de 2018


 

Consejo Mundial de Iglesias: Necesidad de un "nuevo impulso evangelizador"
Redacción

"Padre, pan y perdón": El Papa invita a "valorar lo sencillo"
Rosa Die Alcolea

Oración ecuménica en Ginebra: "Caminar juntos, orar juntos, trabajar juntos"
Rosa Die Alcolea

Homilía del Papa Francisco en la Misa celebrada en Ginebra
Redacción

Ginebra: El Papa se reúne con el Presidente de la Confederación Suiza
Rosa Die Alcolea

Ginebra: Almuerzo del Papa con los líderes del Consejo Mundial de Iglesias
Rosa Die Alcolea

"Viaje hacia la unidad": El Papa agradece a los periodistas su trabajo
Redacción

Ginebra: Francisco emprende su peregrinación ecuménica
Rosa Die Alcolea

Patriarca Bartolomé: "Nuestra colaboración constructiva y fraternal"
Marina Droujinina

San Paulino de Nola, 22 de junio
Isabel Orellana Vilches


 

 

 

21/06/2018-16:31
Redacción

Consejo Mundial de Iglesias: Necesidad de un "nuevo impulso evangelizador"

(ZENIT – 21 junio 2018).- “Tenemos necesidad de un nuevo impulso evangelizador” ha expresado el Pontífice Católico en su visita al Consejo Mundial de Iglesias, con sede en Ginebra, que representa a 350 iglesias, y a su vez, a más de 500 millones de cristianos.

El Papa Francisco ha manifestado su deseo de estar presente en las celebraciones de 70º aniversario de la fundación del Consejo Mundial de Iglesias para reafirmar el compromiso de la Iglesia Católica en la causa ecuménica y para animar la cooperación con las Iglesias miembros y con los interlocutores ecuménicos.

Esta tarde, el Papa Francisco ha participado en el Encuentro Ecuménico en el Salón ‘Visser’t Hooft’ del Centro Ecuménico del Consejo Mundial de Iglesias en Ginebra.

 

“Caminar, rezar y trabajar juntos”

En este contexto el Santo Padre se ha detenido en el lema elegido para esta jornada: Caminar – Rezar – Trabajar juntos, que ha desarrollado a lo largo de su discurso.

A su llegada, el Papa ha sido recibido por dos vice-moderadores del Consejo Mundial de Iglesias, el Prof. Metropolitano Dr. Gennadios de Sassima, y la Obispa Mary Ann Swenson.

Luego, el Pontífice ha entrado por la puerta principal con el Secretario General, el Moderador del CMI y el Cardenal Kurt Koch, quienes lo han acompañado al Salón Visser’t Hooft. También hay

También han estado presentes los miembros del Comité Central del CMI, delegados ecuménicos, autoridades civiles y la delegación que acompaña al Papa en esta visita.

Después de las palabras del Rev.do Dott. Olav Fykse Tveit, Secretario General del WCC, y de la doctora Agnes Abuom, moderadora, el Santo Padre Francisco ha pronunciado un discurso. 

Al término de sus palabras, han rezado juntos el Padre Nuestro y el Papa ha impartido la bendición final. Saliendo del auditorio, el Papa ha saludado a cuatro miembros de la Federación de la Iglesia Evangélica en Suiza, en el hall, a los presidentes del WCC junto con tres jóvenes del Comité Central.

RD

A continuación, ofrecemos el discurso del Papa Francisco en el Encuentro Ecuménico, celebrado con motivo del 70º aniversario de la fundación del Consejo Mundial de Iglesias.

***

 

Discurso del Papa Francisco

Queridos hermanos y hermanas: 

Me es grato encontrarme con vosotros y os agradezco vuestra amable acogida. En particular, doy las gracias al Secretario General, Reverendo Dr. Olav Fykse Tveit, y a la Moderadora, Dra. Agnes Abuom, por sus palabras y por haberme invitado con ocasión del 70º aniversario de la institución del Consejo Ecuménico de las Iglesias. 

En la Biblia, setenta años evocan un período de tiempo cumplido, signo de la bendición de Dios. Pero setenta es también un número que hace aflorar en la mente dos célebres pasajes evangélicos. En el primero, el Señor nos ha mandado perdonarnos no siete, sino «hasta setenta veces siete» (Mt 18,22). El número no se refiere desde luego a un concepto cuantitativo, sino que abre un horizonte cualitativo: no mide la justicia, sino que inaugura el criterio de una caridad sin medida, capaz de perdonar sin límites. Esta caridad que, después de siglos de controversias, nos permite estar juntos, como hermanos y hermanas reconciliados y agradecidos con Dios nuestro Padre. 

Si estamos aquí es gracias también a cuantos nos han precedido en el camino, eligiendo la senda del perdón y gastándose por responder a la voluntad del Señor: «que todos sean uno» (Jn 17,21). Impulsados por el deseo apremiante de Jesús, no se han dejado enredar en los nudos intrincados de las controversias, sino que han encontrado la audacia para mirar más allá y creer en la unidad, superando el muro de las sospechas y el miedo. Tenía razón un antiguo padre en la fe cuando afirmaba: «Si el amor logra expulsar completamente al temor y este, transformado, se convierte en amor, entonces veremos que la unidad es una consecuencia de la salvación» (S. Gregorio de Nisa, Homilía 15, Comentario sobre el libro del Cantar de los Cantares). 

Somos los depositarios de la fe, de la caridad, de la esperanza de tantos que, con la fuerza inerme del Evangelio, han tenido la valentía de cambiar la dirección de la historia, esa historia que nos había llevado a desconfiar los unos de los otros y a distanciarnos recíprocamente, cediendo a la diabólica espiral de continuas fragmentaciones. Gracias al Espíritu Santo, inspirador y guía del ecumenismo, la dirección ha cambiado y se ha trazado de manera indeleble un camino nuevo y antiguo a la vez: el camino de la comunión reconciliada, hacia la manifestación visible de esa fraternidad que ya une a los creyentes. 

El número setenta ofrece en el Evangelio un segundo punto de reflexión. Se refiere a los discípulos que Jesús envió a la misión durante su ministerio público (Lc 10,1) y cuya memoria se celebra en el Oriente cristiano. El número de estos discípulos remite a las naciones conocidas, enumeradas al comienzo de la Escritura (cf. Gn 10). ¿Qué nos sugiere esto? Que la misión está dirigida a todos los pueblos y que cada discípulo, por ser tal, debe convertirse en apóstol, en misionero. El Consejo Ecuménico de las Iglesias ha nacido como un instrumento de aquel movimiento ecuménico suscitado por una fuerte llamada a la misión: ¿cómo pueden los cristianos evangelizar si están divididos entre ellos? Esta apremiante pregunta es la que dirige también hoy nuestro caminar y traduce la oración del Señor a estar unidos «para que el mundo crea» (Jn 17,21). 

Permitidme, queridos hermanos y hermanas, manifestaros también, además del vivo agradecimiento por el esfuerzo que realizáis en favor de la unidad, una preocupación. Esta nace de la impresión de que el ecumenismo y la misión no están tan estrechamente unidos como al principio. Y, sin embargo, el mandato misionero, que es más que la diakonia y que la promoción del desarrollo humano, no puede ser olvidado ni vaciado. Se trata de nuestra identidad. El anuncio del Evangelio hasta el último confín es connatural a nuestro ser cristianos. Ciertamente, el modo como se realiza la misión cambia según los tiempos y los lugares y, frente a la tentación ―lamentablemente frecuente―, de imponerse siguiendo lógicas mundanas, conviene recordar que la Iglesia de Cristo crece por atracción. 

¿En qué consiste esta fuerza de atracción? Evidentemente, no en nuestras ideas, estrategias o programas. No se cree en Jesucristo mediante un acuerdo de voluntades y el Pueblo de Dios no es reductible al rango de una organización no gubernamental. No, la fuerza de atracción radica en aquel don sublime que conquistó al apóstol Pablo: «conocerlo a él [Cristo], y la fuerza de su resurrección, y la comunión con sus padecimientos» (Flp 3,10). Solo de esto podemos presumir: del «conocimiento de la gloria de Dios reflejada en el rostro de Cristo» (2 Co 4,6), que nos da el Espíritu vivificador. Este es el tesoro que nosotros, frágiles vasijas de barro (cf. v. 7), debemos ofrecer a nuestro amado y atormentado mundo. No seríamos fieles a la misión que se nos ha confiado si redujéramos este tesoro al valor de un humanismo puramente inmanente, adaptable a las modas del momento. Y seríamos malos custodios si quisiéramos solo preservarlo, enterrándolo por miedo a los desafíos del mundo (cf. Mt 25,25). 

Tenemos necesidad de un nuevo impulso evangelizador. Estamos llamados a ser un pueblo que vive y comparte la alegría del Evangelio, que alaba al Señor y sirve a los hermanos, con un espíritu que arde por el deseo de abrir horizontes de bondad y de belleza insospechados para quien no ha tenido aún la gracia de conocer verdaderamente a Jesús. Estoy convencido de que, si aumenta la fuerza misionera, crecerá también la unidad entre nosotros. Así como en los orígenes el anuncio marcó la primavera de la Iglesia, la evangelización marcará el florecimiento de una nueva primavera ecuménica. Como en los orígenes, estrechémonos en comunión en torno al Maestro, no sin antes arrepentirnos de nuestras continuas vacilaciones y digámosle, con Pedro: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6,68). 

Queridos hermanos y hermanas: He deseado estar presente en las celebraciones de este aniversario del Consejo también para reafirmar el compromiso de la Iglesia Católica en la causa ecuménica y para animar la cooperación con las Iglesias miembros y con los interlocutores ecuménicos. En este contexto, también quisiera detenerme un poco en el lema elegido para esta jornada: Caminar – Rezar – Trabajar juntos. 

Caminar: sí, pero ¿hacia dónde? En base a cuanto se ha dicho, propongo un doble movimiento: de entrada y de salida. De entrada, para dirigirnos constantemente hacia el centro, para reconocernos sarmientos injertados en la única vid que es Jesús (cf. Jn 15,1-8). No daremos fruto si no nos ayudamos mutuamente a permanecer unidos a él. De salida, hacia las múltiples periferias existenciales de hoy, para llevar juntos la gracia sanadora del Evangelio a la humanidad que sufre. Preguntémonos si estamos caminando de verdad o solo con palabras, si los hermanos nos importan de verdad y los encomendamos al Señor o están lejos de nuestros intereses reales. También preguntémonos si nuestro camino es un volver sobre nuestros propios pasos o si es un ir al mundo con convicción para llevar allí al Señor. 

Rezar: También en la oración, como en el camino, no podemos avanzar solos, porque la gracia de Dios, más que hacerse a medida individual, se difunde armoniosamente entre los creyentes que se aman. Cuando decimos «Padre nuestro» resuena dentro de nosotros nuestra filiación, pero también nuestro ser hermanos. La oración es el oxígeno del ecumenismo. Sin oración la comunión se queda sin oxígeno y no avanza, porque impedimos al viento del Espíritu empujarla hacia adelante. Preguntémonos: ¿Cuánto rezamos los unos por los otros? El Señor ha rezado para que fuésemos una sola cosa, ¿lo imitamos en esto?

Trabajar juntos: En este sentido quisiera subrayar que la Iglesia Católica reconoce la especial importancia del trabajo que desempeña la Comisión Fe y Constitución, y desea seguir contribuyendo a través de la participación de teólogos altamente cualificados. El estudio de Fe y Constitución, para una visión común de la Iglesia y su trabajo en el discernimiento de las cuestiones morales y éticas tocan puntos neurálgicos del desafío ecuménico. Del mismo modo, la presencia activa en la Comisión para la Misión y la Evangelización; la colaboración con la Oficina para el Diálogo Interreligioso y la Cooperación, últimamente sobre el importante tema de la educación y la paz; la preparación conjunta de los textos para la Semana de oración por la unidad de los cristianos y otras formas de sinergia son elementos constitutivos de una sólida y auténtica colaboración. Asimismo, agradezco la importante labor del Instituto Ecuménico de Bossey en la formación ecuménica de las jóvenes generaciones de responsables pastorales y académicos de tantas Iglesias y Confesiones cristianas de todo el mundo. Desde hace muchos años, la Iglesia Católica colabora en esta obra educativa con la presencia de un profesor católico en la Facultad; y cada año tengo la alegría de saludar al grupo de estudiantes que realiza el viaje de estudios a Roma. Quisiera mencionar también, como signo positivo de “armonía ecuménica”, la creciente adhesión a la Jornada de oración por el cuidado de la creación.

Por otra parte, el trabajo típicamente eclesial tiene un sinónimo bien definido: diakonia. Es el camino por el que seguimos al Maestro, que «no ha venido a ser servido, sino a servir» (Mc 10,45). El servicio variado e intenso de las Iglesias miembros del Consejo encuentra una expresión emblemática en la Peregrinación de justicia y paz. La credibilidad del Evangelio se ve afectada por el modo cómo los cristianos responden al clamor de todos aquellos que, en cualquier rincón de la tierra, son injustamente víctimas del trágico aumento de una exclusión que, generando pobreza, fomenta los conflictos. Mientras los débiles son cada vez más marginados, sin pan, trabajo ni futuro, los ricos son cada vez menos y más ricos. Dejémonos interpelar por el llanto de los que sufren, y sintamos compasión, porque «el programa del cristiano es un corazón que ve» (Benedicto XVI, Carta enc. Deus caritas est, 31). Veamos qué podemos hacer concretamente, antes de desanimarnos por lo que no podemos. Miremos también a tantos hermanos y hermanas nuestros que en diversas partes del mundo, especialmente en Oriente Medio, sufren porque son cristianos. Estemos cerca de ellos. Y recordemos que nuestro camino ecuménico está precedido y acompañado por un ecumenismo ya realizado, el ecumenismo de la sangre, que nos exhorta a seguir adelante. 

Animémonos a superar la tentación de absolutizar determinados paradigmas culturales y dejarnos absorber por intereses personales. Ayudemos a los hombres de buena voluntad a dar mayor relieve a situaciones y acontecimientos que afectan a una parte importante de la humanidad, pero que ocupan un lugar muy marginal en el ámbito de la información a gran escala. No podemos desinteresarnos, y es preocupante cuando algunos cristianos se muestran indiferentes frente al necesitado. Más triste aún es la convicción de quienes consideran los propios bienes como signo de predilección divina, en vez de una llamada a servir con responsabilidad a la familia humana y a custodiar la creación. El Señor, Buen Samaritano de la humanidad (cf. Lc 10,29-37), nos interpelará sobre el amor al prójimo, cualquiera que sea (cf. Mt 25,31-46). Preguntémonos entonces: ¿Qué podemos hacer juntos? Si es posible hacer un servicio, ¿por qué no proyectarlo y realizarlo juntos, comenzando por experimentar una fraternidad más intensa en el ejercicio de la caridad concreta? 

Queridos hermanos y hermanas: Os renuevo mi cordial agradecimiento. Ayudémonos a caminar, a rezar y a trabajar juntos para que, con la ayuda de Dios, la unidad avance y el mundo crea. Gracias.

© Librería Editorial Vaticano

 

 

 

21/06/2018-18:56
Rosa Die Alcolea

"Padre, pan y perdón": El Papa invita a "valorar lo sencillo"

(ZENIT – 21 junio 2018).- “Padre, pan y perdón”: El Papa Francisco ha usado estas tres sencillas palabras para desarrollar una profunda homilía de la Misa celebrada en este 23º viaje internacional, la peregrinación ecuménica a Ginebra, con motivo del 70º aniversario del Consejo Mundial de Iglesias.

Rezamos “en cristiano”: no a un Dios genérico, sino a un Dios que es sobre todo Papá, ha aclarado el Santo Padre. “De hecho, Jesús nos ha pedido que digamos «Padre nuestro que estás en el cielo», en vez de “Dios del cielo que eres Padre”. Antes de nada, antes de ser infinito y eterno, Dios es Padre”, ha matizado.

 

Sencillez del pan

Asimismo, Francisco ha expresado que “ninguno de nosotros está solo en este mundo”. No nos cansemos de decir «Padre nuestro»: nos recordará que no existe ningún hijo sin Padre y que, por tanto

En cuanto al pan, el Papa ha hecho una llamamiento a elegir “la sencillez del pan para volver a encontrar la valentía del silencio y de la oración, fermentos de una vida verdaderamente humana”. En este sentido, ha señalado que Jesús nos dice que “pidamos cada día el pan al Padre. No hace falta pedir más: solo el pan, es decir, lo esencial para vivir”.

Francisco ha exhortado a “valorar lo sencillo que tenemos cada día, protegerlo: no usar y tirar, sino valorar y conservar”, y ha puntualizado que “el «Pan de cada día», no lo olvidemos, es Jesús. Sin él no podemos hacer nada (cf. Jn 15,5). Él es el alimento primordial para vivir bien”.

 

Cambia el mal en bien

La tercera palabra que Francisco ha usado es el perdón: “No hay mayor novedad que el Perdón, que cambia el mal en bien”, ha dicho.

“Perdonarnos entre nosotros –ha propuesto el Papa– descubrirnos hermanos después de siglos de controversias y laceraciones, cuánto bien nos ha hecho y sigue haciéndonos. El Padre es feliz cuando nos amamos y perdonamos de corazón”.

“Pidamos esta gracia: no encerrarnos con un corazón endurecido, reclamando siempre a los demás, sino dar el primer paso, en la oración, en el encuentro fraterno, en la caridad concreta. Así seremos más semejantes al Padre, que ama sin esperar nada a cambio. Y él derramará sobre nosotros el Espíritu de la unidad”, ha concluido el Pontífice su homilía en Ginebra.

 

San Luis Gonzaga

La Misa ha estado dedicada al jesuita San Luis Gonzaga, Patrono de la juventud, cuya fiesta litúrgica se celebra el 21 de junio. Este gran santo vivió rodeado de otros santos, luchó por su vocación a la que se oponía su familia y fue desde niño un dechado de virtudes. Conquistó la gloria a temprana edad. Es una de las grandes figuras de la Compañía de Jesús.

Falleció el 21 de junio, con 23 años. Pablo V lo beatificó el 19 de octubre de 1605. Benedicto XIII lo canonizó el 13 de diciembre de 1726, declarándole Patrono de la juventud, título ratificado por Pío XI el 13 de junio de 1926.

 

 

 

21/06/2018-12:25
Rosa Die Alcolea

Oración ecuménica en Ginebra: "Caminar juntos, orar juntos, trabajar juntos"

(ZENIT – 21 junio 2018).- “El Señor nos pide unidad; el mundo, desgarrado por tantas divisiones que afectan principalmente a los más débiles, invoca unidad”, ha anunciado el Papa Francisco en el Centro Ecuménico del Consejo Ecuménico de las Iglesias (COE) de Ginebra, Suiza.

Allí se ha celebrado esta mañana, jueves 21 de junio de 2018, con motivo del 70º de su fundación, una oración ecuménica, en la que han participado diferentes representantes de las diferentes Iglesias que conforman el Consejo Ecuménico de las Iglesias (COE).

El Pontífice ha asegurado en su discurso que “la división, en efecto, ‘contradice clara y abiertamente la voluntad de Cristo, es un escándalo para el mundo y perjudica a la causa santísima de predicar el Evangelio a toda criatura’ (Unitatis redintegratio, 1).

El CMI reúne a la mayoría de las iglesias ortodoxas (bizantinas y orientales), así como a iglesias anglicanas, bautistas, instituidas en África, evangélicas, luteranas, menonitas, metodistas, moravas, pentecostales, reformadas, viejas católicas, unidas e independientes, Amigos (Cuáqueros), Discípulos de Cristo/Iglesias de Cristo, y la Iglesia Asiria.

A continuación, ofrecemos el discurso completo del Santo Padre Francisco.

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Discurso del Papa Francisco

Queridos hermanos y hermanas:

Hemos escuchado las palabras del Apóstol Pablo a los Gálatas, quienes estaban pasando por tribulaciones y luchas internas. De hecho, había grupos que se enfrentaban y se acusaban mutuamente. En este contexto y hasta dos veces en pocos versículos, el Apóstol invita a «caminar según el Espíritu» (Ga 5,16.25).

Caminar. El hombre es un ser en camino. Está llamado a ponerse en camino durante toda la vida, a salir continuamente del lugar donde se encuentra: desde que sale del seno de la madre hasta que pasa de una a otra etapa de la vida; desde que sale de la casa de los padres hasta el momento en que deja esta existencia terrena. El camino es una metáfora que revela el sentido de la vida humana, de una vida que no es suficiente en sí misma, sino que anhela algo más. El corazón nos invita a marchar, a alcanzar una meta.

Pero caminar es una disciplina, un esfuerzo, se necesita cada día paciencia y un entrenamiento constante. Es preciso renunciar a muchos caminos para elegir el que conduce a la meta y reavivar la memoria para no perderla. Caminar requiere la humildad de volver sobre los propios pasos y la preocupación por los compañeros de viaje, porque únicamente juntos se camina bien. Caminar, en definitiva, exige una continua conversión de uno mismo. Por este motivo, son muchos los que renuncian, prefiriendo la tranquilidad doméstica, en la que atienden cómodamente sus propios asuntos sin exponerse a los riesgos del viaje. Pero así se aferran a seguridades efímeras, que no dan la paz y la alegría que el corazón aspira, y que solo se consiguen saliendo de uno mismo.

Dios nos llama a esto ya desde el principio. A Abraham le pidió que dejara su tierra y que se pusiera en camino, con el único equipaje de la confianza en Dios (cf. Gn 12,1). Moisés, Pedro y Pablo, y todos los amigos del Señor vivieron en camino. Pero es sobre todo Jesús quien nos ha dado ejemplo. Salió de su condición divina por nosotros (cf. Flp 2,6-7) y vino entre nosotros para caminar, él que es el Camino (cf. Jn 14,6). Él, el Señor y Maestro, se hizo peregrino y huésped entre nosotros. Cuando regresó al Padre, nos dio el don de su mismo Espíritu, para que también nosotros tuviéramos la fuerza para caminar hacia él y hacer lo que Pablo pide: caminar según el Espíritu.

Según el Espíritu: si cada hombre es un ser en camino, y encerrándose en sí mismo reniega de su vocación, mucho más el cristiano. Porque —indica Pablo— la vida cristiana lleva consigo una alternativa irreconciliable: por una parte, caminar según el Espíritu, siguiendo el itinerario inaugurado por el Bautismo; por otra, «realizar los deseos de la carne» (Ga 5,16). ¿Qué quiere decir esta expresión? Significa intentar realizarse buscando la vía de la posesión, la lógica del egoísmo, con la que el hombre intenta acaparar aquí y ahora todo lo que le apetece. No se deja acompañar con docilidad por donde Dios le indica, sino que persigue su propia ruta. Las consecuencias de esta trágica trayectoria saltan a la vista: el hombre, insaciable de cosas materiales, pierde de vista a los compañeros de viaje. Entonces, por los caminos del mundo, reina una profunda indiferencia.

Empujado por sus propios instintos, se convierte en esclavo de un consumismo frenético y, en ese instante, la voz de Dios se silencia; los demás, sobre todo si son incapaces de caminar por sí mismos, como los niños y los ancianos, se convierten en desechos molestos; la creación no tiene otro sentido, sino el de producir en función de las necesidades.

Queridos hermanos y hermanas: Las palabras del Apóstol Pablo nos interpelan hoy más que nunca. Caminar según el Espíritu es rechazar la mundanidad. Es elegir la lógica del servicio y avanzar en el perdón. Es sumergirse en la historia con el paso de Dios; no con el paso rimbombante de la prevaricación, sino con la cadencia de «una sola frase: amarás a tu prójimo como a ti mismo» (v. 14). La vía del Espíritu está marcada por las piedras miliares que Pablo enumera: «Amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, lealtad, modestia, dominio de sí» (v. 22.23).

Todos juntos estamos llamados a caminar de ese modo: el camino pasa por una continua conversión y la renovación de nuestra mentalidad para que se haga semejante a la del Espíritu Santo. A lo largo de la historia, las divisiones entre cristianos se han producido con frecuencia porque fundamentalmente se introducía una mentalidad mundana en la vida de las comunidades: primero se buscaban los propios intereses, solo después los de Jesucristo. En estas situaciones, el enemigo de Dios y del hombre lo tuvo fácil para separarnos, porque la dirección que perseguíamos era la de la carne, no la del Espíritu. Incluso algunos intentos del pasado para poner fin a estas

divisiones han fracasado estrepitosamente, porque estaban inspirados principalmente en una lógica mundana. Pero el movimiento ecuménico —al que tanto ha contribuido el Consejo Ecuménico de las Iglesias— surgió por la gracia del Espíritu Santo (cf. CONC. ECUM. VAT. II, Unitatis redintegratio, 1). El ecumenismo nos ha puesto en camino siguiendo la voluntad de Jesús, y progresará si, caminando bajo la guía del Espíritu, rechaza cualquier repliegue autorreferencial.

Alguno podría objetar que caminar de este modo es trabajar sin provecho, porque no se protegen como es debido los intereses de las propias comunidades, a menudo firmemente ligados a orígenes étnicos o a orientaciones consolidadas, ya sean mayoritariamente “conservadoras” o “progresistas”. Sí, elegir ser de Jesús antes que de Apolo o Cefas (cf. 1 Co 1,12), de Cristo antes que «judíos o griegos» (cf. Ga 3,28), del Señor antes que de derecha o de izquierda, elegir en nombre del Evangelio al hermano en lugar de a sí mismos significa con frecuencia, a los ojos del mundo, trabajar sin provecho. El ecumenismo es “una gran empresa con pérdidas”. Pero se trata de pérdida evangélica, según el camino trazado por Jesús: «El que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará» (Lc 9,24). Salvar lo que es propio es caminar según la carne; perderse siguiendo a Jesús es caminar según el Espíritu. Solo así se da fruto en la viña del Señor. Como Jesús mismo enseña, no son los que acaparan los que dan fruto en la viña del Señor, sino los que, sirviendo, siguen la lógica de Dios, que continúa dando y entregándose (cf. Mt 21,33-42). Es la lógica de la Pascua, la única que da fruto.

Mirando nuestro camino, podemos vernos reflejados en ciertas situaciones de las comunidades de la Galacia de entonces: qué difícil es calmar la animadversión y cultivar la comunión; qué complicado es escapar de las discrepancias y los rechazos mutuos que han sido alimentados durante siglos. Más difícil aún es resistir a la astuta tentación: estar junto a otros, caminar juntos, pero con la intención de satisfacer algún interés personal. Esta no es la lógica del Apóstol, es la de Judas, que caminaba junto a Jesús, pero para su propio beneficio. La respuesta a nuestros pasos vacilantes es siempre la misma: caminar según el Espíritu, purificando el corazón del mal, eligiendo con santa obstinación la vía del Evangelio y rechazando los atajos del mundo.

Después de tantos años de compromiso ecuménico, en este setenta aniversario del Consejo, pedimos al Espíritu que fortalezca nuestro caminar. Con demasiada facilidad este se detiene ante las diferencias que persisten; con frecuencia se bloquea al empezar, desgastado por el pesimismo. Las distancias no son excusas; se puede desde ahora caminar según el Espíritu: rezar, evangelizar, servir juntos, esto es posible y agradable a Dios. Caminar juntos, orar juntos, trabajar juntos: he aquí nuestro camino fundamental.

Este camino tiene una meta precisa: la unidad. La vía contraria, la de la división, conduce a guerras y destrucciones. El Señor nos pide que invoquemos continuamente la vía de la comunión, que conduce a la paz. La división, en efecto, «contradice clara y abiertamente la voluntad de Cristo, es un escándalo para el mundo y perjudica a la causa santísima de predicar el Evangelio a toda criatura» (Unitatis redintegratio, 1). El Señor nos pide unidad; el mundo, desgarrado por tantas divisiones que afectan principalmente a los más débiles, invoca unidad.

Queridos hermanos y hermanas: He querido venir aquí, peregrino en busca de unidad y paz. Doy las gracias a Dios porque aquí os he encontrado, hermanos y hermanas ya en camino. Caminar juntos para nosotros cristianos no es una estrategia para hacer valer más nuestro peso, sino que es un acto de obediencia al Señor y de amor al mundo. Pidamos al Padre que caminemos juntos con más vigor por las vías del Espíritu. La cruz oriente el camino, porque allí, en Jesús, los muros de separación ya han sido derribados y toda enemistad ha sido derrotada (cf. Ef 2,14). Allí entendemos que, a pesar de todas nuestras debilidades, nada nos separará de su amor (cf. Rm 8,35-39).

© Librería Editorial Vaticano

 

 

 

21/06/2018-17:53
Redacción

Homilía del Papa Francisco en la Misa celebrada en Ginebra

(ZENIT – 21 junio 2018).- El Papa Francisco ha celebrado la Eucaristía en el Palacio de exposiciones de Ginebra, Suiza, este jueves, 21 de junio de 2018, en su peregrinación ecuménica de un día con motivo del 70º aniversario del Consejo Mundial de Iglesias.

 

Homilía del Papa Francisco

Padre, pan, perdón. Tres palabras que nos regala el Evangelio de hoy. Tres palabras que nos llevan al corazón de la fe. 

«Padre» —así comienza la oración—. Puede ir seguida de otras palabras, pero no se puede olvidar la primera, porque la palabra “Padre” es la llave de acceso al corazón de Dios; porque solo diciendo Padre rezamos en lenguaje cristiano. Rezamos “en cristiano”: no a un Dios genérico, sino a un Dios que es sobre todo Papá. De hecho, Jesús nos ha pedido que digamos «Padre nuestro que estás en el cielo», en vez de “Dios del cielo que eres Padre”. Antes de nada, antes de ser infinito y eterno, Dios es Padre. 

De él procede toda paternidad y maternidad (cf. Ef 3,15). En él está el origen de todo bien y de nuestra propia vida. «Padre nuestro» es por tanto la fórmula de la vida, la que revela nuestra identidad: somos hijos amados. Es la fórmula que resuelve el teorema de la soledad y el problema de la orfandad. Es la ecuación que nos indica lo que hay que hacer: amar a Dios, nuestro Padre, y a los demás, nuestros hermanos. Es la oración del nosotros, de la Iglesia; una oración sin el yo y sin el mío, toda dirigida al de Dios («tu nombre», «tu reino», «tu voluntad») y que se conjuga solo en la primera persona del plural: «Padre nuestro», dos palabras que nos ofrecen señales para la vida espiritual. 

Así, cada vez que hacemos la señal de la cruz al comienzo de la jornada y antes de cada actividad importante, cada vez que decimos «Padre nuestro», renovamos las raíces que nos dan origen. Tenemos necesidad de ello en nuestras sociedades a menudo desarraigadas. El «Padre nuestro» fortalece nuestras raíces. Cuando está el Padre, nadie está excluido; el miedo y la incertidumbre no triunfan. Aflora la memoria del bien, porque en el corazón del Padre no somos personajes virtuales, sino hijos amados. Él no nos une en grupos que comparten los mismos intereses, sino que nos regenera juntos como familia.

No nos cansemos de decir «Padre nuestro»: nos recordará que no existe ningún hijo sin Padre y que, por tanto, ninguno de nosotros está solo en este mundo. Pero nos recordará también que no hay Padre sin hijos: ninguno de nosotros es hijo único, cada uno debe hacerse cargo de los hermanos de la única familia humana. Diciendo «Padre nuestro» afirmamos que todo ser humano nos pertenece, y frente a tantas maldades que ofenden el rostro del Padre, nosotros sus hijos estamos llamados a actuar como hermanos, como buenos custodios de nuestra familia, y a esforzarnos para que no haya indiferencia hacia el hermano, hacia ningún hermano: ni hacia el niño que todavía no ha nacido ni hacia el anciano que ya no habla, como tampoco hacia el conocido que no logramos perdonar ni hacia el pobre descartado. Esto es lo que el Padre nos pide, nos manda que nos amemos con corazón de hijos, que son hermanos entre ellos. 

Pan. Jesús nos dice que pidamos cada día el pan al Padre. No hace falta pedir más: solo el pan, es decir, lo esencial para vivir. El pan es sobre todo la comida suficiente para hoy, para la salud, para el trabajo diario; la comida que por desgracia falta a tantos hermanos y hermanas nuestros. Por esto digo: ¡Ay de quien especula con el pan! El alimento básico para la vida cotidiana de los pueblos debe ser accesible a todos. 

Pedir el pan cotidiano es decir también: “Padre, ayúdame a llevar una vida más sencilla”. La vida se ha vuelto muy complicada. Diría que hoy para muchos está como “drogada”: se corre de la mañana a la tarde, entre miles de llamadas y mensajes, incapaces de detenernos ante los rostros, inmersos en una complejidad que nos hace frágiles y en una velocidad que fomenta la ansiedad. Se requiere una elección de vida sobria, libre de lastres superfluos. Una elección contracorriente, como hizo en su tiempo san Luis Gonzaga, que hoy recordamos. La elección de renunciar a tantas cosas que llenan la vida, pero vacían el corazón. Elijamos la sencillez del pan para volver a encontrar la valentía del silencio y de la oración, fermentos de una vida verdaderamente humana. Elijamos a las personas antes que a las cosas, para que surjan relaciones personales, no virtuales. Volvamos a amar la fragancia genuina de lo que nos rodea. Cuando era pequeño, en casa, si el pan se caía de la mesa, nos enseñaban a recogerlo rápidamente y a besarlo. Valorar lo sencillo que tenemos cada día, protegerlo: no usar y tirar, sino valorar y conservar.

Además, el «Pan de cada día», no lo olvidemos, es Jesús. Sin él no podemos hacer nada (cf. Jn 15,5). Él es el alimento primordial para vivir bien. Sin embargo, a veces lo reducimos a una guarnición. Pero si él no es el alimento de nuestra vida, el centro de nuestros días, el respiro de nuestra cotidianidad, nada vale. Pidiendo el pan suplicamos al Padre y nos decimos cada día: sencillez de vida, cuidado del que está a nuestro alrededor, Jesús sobre todo y antes de nada. 

Perdón. Es difícil perdonar, siempre llevamos dentro un poco de amargura, de resentimiento, y cuando alguien que ya habíamos perdonado nos provoca, el rencor vuelve con intereses. Pero el Señor espera nuestro perdón como un regalo. Nos debe hacer pensar que el único comentario original al Padre nuestro, el que hizo Jesús, se concentre sobre una sola frase: «Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, también os perdonará vuestro Padre celestial, pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas» (Mt 6,14-15). El perdón es la cláusula vinculante del Padre nuestro. Dios nos libera el corazón de todo pecado, perdona todo, todo, pero nos pide una cosa: que nosotros, al mismo tiempo, no nos cansemos de perdonar a los demás. Quiere que cada uno otorgue una amnistía general a las culpas ajenas. Tendríamos que hacer una buena radiografía del corazón, para ver si dentro de nosotros hay barreras, obstáculos para el perdón, piedras que remover. Y entonces decir al Padre: “¿Ves este peñasco?, te lo confío y te ruego por esta persona, por esta situación; aun cuando me resulta difícil perdonar, te pido la fuerza para poder hacerlo”. 

El perdón renueva, hace milagros. Pedro experimentó el perdón de Jesús y llegó a ser pastor de su rebaño; Saulo se convirtió en Pablo después de haber sido perdonado por Esteban; cada uno de nosotros renace como una criatura nueva cuando, perdonado por el Padre, ama a sus hermanos. Solo entonces introducimos en el mundo una verdadera novedad, porque no hay mayor novedad que el perdón, que cambia el mal en bien. Lo vemos en la historia cristiana. Perdonarnos entre nosotros, redescubrirnos hermanos después de siglos de controversias y laceraciones, cuánto bien nos ha hecho y sigue haciéndonos. El Padre es feliz cuando nos amamos y perdonamos de corazón (cf. Mt 18,35). Y entonces nos da su Espíritu. Pidamos esta gracia: no encerrarnos con un corazón endurecido, reclamando siempre a los demás, sino dar el primer paso, en la oración, en el encuentro fraterno, en la caridad concreta. Así seremos más semejantes al Padre, que ama sin esperar nada a cambio. Y él derramará sobre nosotros el Espíritu de la unidad.

© Librería Editorial Vaticano

 

 

 

21/06/2018-10:29
Rosa Die Alcolea

Ginebra: El Papa se reúne con el Presidente de la Confederación Suiza

(ZENIT – 21 junio 2018).- El Papa Francisco ha llegado al aeropuerto internacional de Ginebra a las 10:10 horas, donde lo ha recibido Alain Berset, Presidente de la Confederación Suiza.

“Caminar, orar y trabajar juntos” es el lema de este 23º viaje internacional del Santo Padre Francisco, en el cual estará 10 horas en suelo suizo este jueves, 21 de junio de 2018, con motivo del 70º aniversario de la fundación del Consejo Mundial de Iglesias.

Al bajar del avión, el Santo Padre ha sido homenajeado por la guardia suiza, las Fuerzas Armadas de Suiza, y unos niños que han entregado al Pontífice unas flores, como tradición popular en el país, mientras sonaban los himnos oficiales de ambos estados.

Luego se han presentado las Delegaciones respectivas, y se han celebrado los honores militares. Después, el Papa ha saludado al Presidente de la Federación de Iglesias Evangélicas en Suiza, el Dr. Gottfried Locher.

Mons. Mauricio Rueda, organizador de todos los viajes internacionales, acompaña al Santo Padre, como es costumbre en todas las visitas pontificias.

A las 10:30 horas, después del intercambio de regalos en el hall del aeropuerto, el Pontífice se ha reunido en privado con el Presidente de la Confederación Suiza, mientras los obispos que lo acompañaban esperaban fuera en una sala.

Los obispos que acompañan al Santo Padre en este viaje son Mons. Gullickson Thomas, Arzobispo de Bomarzo (Nuncio Apostólico en Suiza); obispo de Lausanne, Ginebra y Friburgo, Charles Morerod; y Mons. Ivan Jukovič, Observador Permanente de la Santa Sede ante las Naciones Unidas y otras Organizaciones Internacionales en Ginebra.

Al final de la reunión, se ha presentado la delegación suiza. Luego, después de haber dejado al Presidente y al Director del Departamento Federal, el Papa se trasladó en automóvil al Centro Ecuménico del Consejo Mundial de Iglesias (CMI), donde se ha celebrado una oración ecuménica.

Francisco es el tercer Pontífice que viaja a Suiza, después de la visita de Pablo VI (1969, al CMI), las cuatro visitas de Juan -Paul II (1982 en Ginebra, 1984 en el COE, 1985 y en 2004, en Berna), también el tercer Papa que visita el Consejo Mundial de las Iglesias y es su primera vez en Suiza.

 

Regalo al Presidente de la Confederación Suiza

El Papa Francisco ha regalado a Alain Berset, Presidente de la Confederación Suiza, un pergamino que representa al primer comandante de la Pontificia Guardia Suiza.

Se trata de una sola copia en pergamino – constituye el “antiporta” del manuscrito Vat. lat. 1682 de la Biblioteca Apostólica Vaticana, de la colección personal del Papa Julio II della Rovere (1503-1513).

El pergamino contiene la representación de la entrada triunfal del Papa en la ciudad de Roma en marzo de 1507 regresando de la victoria sobre Giovanni Bentivoglio y la consiguiente reconquista de Bolonia.

La figura en el extremo izquierdo de la escena se identifica tradicionalmente con el primer comandante de la Guardia Suiza, Kaspar von Silenen (italianizado en Gaspare Sillano), reconocible por la cadena de oro colgando del cuello y el palo de la orden en la mano izquierda, que durante mucho tiempo constituyó la insignia del cargo del comandante.

 

 

 

21/06/2018-14:48
Rosa Die Alcolea

Ginebra: Almuerzo del Papa con los líderes del Consejo Mundial de Iglesias

(ZENIT – 21 junio 2018).- El Santo Padre Francisco ha almorzado con los 9 presidentes del Centro Ecuménico World Council of Churches (WCC), con el Cardenal Kurt Koch, presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, y con Mons. Mark Miles, el intérprete del Papa Francisco, informa la Oficina de Prensa de la Santa Sede.

Este jueves, 21 de junio de 2018, el Santo Padre visita Ginebra, Suiza, para celebrar una peregrinación ecuménica con motivo del 70° aniversario de la fundación del Consejo Ecuménico de las Iglesias, el que supone su 23º viaje internacional.

La comida ha tenido lugar en el Instituto Ecuménico de Bosseyen el Instituto Ecuménico de Bossey, en Ginebra, tras celebrar juntos la oración ecuménica en el Centro Ecuménico del World Council of Churches (WCC) a las 11:10 horas, donde el Papa Francisco ha ofrecido un discurso a los líderes de las diferentes Iglesias que componen el Consejo.

 

Líderes religiosos

Han almorzado con el Pontífice el Rev. Olav Fykse Tveit, Secretario General del WCC, la Sra. Agnes Abuom, moderadora, el Metropolitano Prof. Gennadios de Sassima, vice-moderador y la obispa Mary Ann Swenson, vice-moderadora, y otros representes del Consejo Mundial de Iglesias (CMI), quienes también lo han acompañado en la oración ecuménica previa a la comida.

Asimismo, han compartido mesa para comer el Papa Mons. Kurt Koch (Emmenbrücke, Suiza, 15 de marzo de 1950) es un cardenal suizo de la Iglesia católica, presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos desde julio de 2010, y Mons. Mark Mark Miles, traductor del Papa Francisco.

 

Comida

El almuerzo que han compartido ha sido pescado a la parrilla y arroz con vino y salsa de pescado a base de mantequilla y vegetales salteados, y de postre: tarta de limón, fruta y maracuyá.

El obispo Swensen bendijo la comida, y durante la comida se ha hablado en inglés, con la ayuda del traductor Mons. Mark Miles.

 

 

 

21/06/2018-11:02
Redacción

"Viaje hacia la unidad": El Papa agradece a los periodistas su trabajo

(ZENIT – 21 junio 2018).- En el avión que lo llevaba a Suiza para la Peregrinación Ecuménica con motivo del 70 aniversario de la fundación del Consejo Ecuménico de las Iglesias, el Santo Padre Francisco, como de costumbre, fue a saludar a los representantes de los medios de comunicación que lo acompañaban en el vuelo papal.

Publicamos a continuación las palabras que el Papa les ha dirigido:

 

Palabras del Santo Padre

Papa Francisco:

Buenos días,

Os saludo a todos y os agradezco vuestro trabajo en este viaje, que es un viaje hacia la unidad, con deseos de unidad. Gracias por vuestro trabajo y por todo lo que hagáis para el éxito del viaje.

¡Gracias!

Greg Burke:

Gracias, Santidad.

[Dirigiéndose a los periodistas]: Tratemos de hacerlo rápidamente, porque es solo un momento de saludo.

 

 

 

21/06/2018-08:12
Rosa Die Alcolea

Ginebra: Francisco emprende su peregrinación ecuménica

(ZENIT — 21 junio 2018).- El Santo Padre Francisco ya viaja a Ginebra, con motivo del 70° aniversario de la fundación del Consejo Mundial de Iglesias (CMI), donde pronunciará dos homilías y un discurso. Una visita que el CMI describe como "histórica".

El Santo Padre salió esta mañana del Vaticano y se trasladó en automóvil al Aeropuerto Internacional de Roma-Fiumicino, donde a las 8:35 horas —a bordo de un A321 de Alitalia— se embarcó rumbo a Ginebra, Suiza, para llevar a cabo esta peregrinación con el Consejo Ecuménico de las Iglesias.

Se trata de la primera visita del Papa Francisco a Suiza, la tercera de un Papa al CMI. Además, Francisco es el tercer Pontífice que viaja al país, después de la visita de Pablo VI (1969, al CMI), las cuatro visitas de Juan -Paul II (1982 en Ginebra, 1984 en el COE, 1985 y en 2004, en Berna).

 

Telegrama al Presidente de la República Italiana

Mientras dejaba el territorio italiano, el Santo Padre envió un mensaje telegráfico al Presidente de la República Italiana, Hon. Sergio Mattarella, en el que señala que emprende una peregrinación ecuménica a Ginebra para encontrar a la comunidad católica y sobre todo para incrementar el diálogo con las otras Iglesias.

"Me complace dirigirle, señor Presidente —ha expresado el Papa en el telegrama— mi saludo respetuoso, que acompaño con fervientes deseos de bienestar espiritual, civil y social para el pueblo italiano, al que envío de buen grado mi bendición".

A continuación, ofrecemos el programa del viaje del Papa Francisco a Ginebra:

 

Programa del viaje

– 8:30 horas: Salida en avión de Roma/Fiumicino  hacia Ginebra

– 10:10 horas: Llegada al aeropuerto internacional de  Ginebra

Ceremonia de bienvenida

Encuentro privado con el presidente de la Confederación helvética en una sala del aeropuerto

– 11:15 horas: Oración ecuménica en el Centro Ecuménico del Consejo Mundial de Iglesias

Homilía del Santo Padre

Almuerzo con los líderes del Consejo Mundial de Iglesias (CMI) en el Instituto Ecuménico de Bossey

– 15:45 horas: Encuentro ecuménico en el Centro Ecuménico del CMI

Discurso del Santo Padre

Santa Misa en el Palexpo

Homilía del Santo Padre

Despedida oficial

– 20 horas: Salida en avión hacia el aeropuerto de Roma/Ciampino

– 21:40 horas: Llegada al aeropuerto de Roma/Ciampino

 

 

21/06/2018-09:10
Marina Droujinina

Patriarca Bartolomé: "Nuestra colaboración constructiva y fraternal"

(ZENIT — 21 junio 2018).- "Nuestra colaboración constructiva y fraternal en el Consejo Ecuménico de Iglesias nos fortalece en nuestra búsqueda de la unidad y en nuestro testimonio de la universalidad del Evangelio", dijo el patriarca ecuménico de Constantinopla Bartolomé I. "Entrar en diálogo —dice— es entrar en un largo proceso de comprensión mutua que requiere mucha paciencia y apertura".

Esto es lo que dijo el patriarca ecuménico durante su homilía del domingo pronunciada con motivo del 70° aniversario de la fundación del Consejo Ecuménico de Iglesias (COE) en la catedral protestante de San Pedro en Ginebra (Suiza), indica L'Osservatore Romano en italiano del 19 de junio de 2018.

"Dialogar —dice el patriarca— no significa negar su propia tradición eclesial", sino "cambiar de mentalidad, de actitud", lo que llamamos el "arrepentimiento" (metanoia) en el lenguaje espiritual. "Significa ver las cosas desde otro punto de vista", puntualiza.

 

Esfuerzos conjuntos

La Iglesia Ortodoxa —continúa Bartolomé I— acoge favorablemente la "cooperación constructiva entre el Consejo Ecuménico de Iglesias y la Iglesia Católica Romana, y los esfuerzos conjuntos para abordar juntos los principales problemas y desafíos de nuestro tiempo".

En su homilía, el patriarca Bartolomé recuerda que, desde 1948, "ha habido muchas divisiones y dificultades inesperadas". Sin embargo, dice, "continuamos nuestro diálogo para superar estas dificultades, para ir más allá de nuestros malentendidos, para borrar nuestros prejuicios y brindar un testimonio más auténtico del mensaje Evangélico".

La dificultad fundamental en el seno del Consejo Ecuménico de las Iglesias, dijo el patriarca, "es redefinir la naturaleza de esta institución y para definir los límites de la Oikoumene, dentro del cual el Consejo será llamado a testificar y a servir". La Oikoumene (Consejo Mundial de Iglesias), explica, "es otra visión del futuro, una manera también de unir las identidades y las tradiciones históricas para que se transciendan en la unidad del cuerpo de Cristo".

"No nos engañemos a nosotros mismos", continúa Bartolomé I: "Hasta ahora, las iglesias no han podido superar su división para lograr la unidad deseada. Por lo tanto, no pueden pretender unir fácilmente al conjunto de la humanidad, compuesta de diferentes culturas y creencias".

Sin embargo, señala, la colaboración dentro del Consejo Ecuménico de las Iglesias "ha ayudado hasta ahora a contribuir a diferentes niveles para promover la paz en el mundo y una cultura de solidaridad en la humanidad". "No olvidemos nunca, sin embargo", agrega, "que el fruto de la unidad no puede madurar sin la gracia divina".

El arzobispo de Constantinopla también cita una carta encíclica que el Patriarcado Ecuménico ha enviado en enero de 1920 a "todas las Iglesias de Cristo en el mundo", que propone la creación de una "sociedad de las iglesias."

Evoca una "larga peregrinación común en el camino de la unidad, el testimonio cristiano, el compromiso con la justicia, la paz y la salvaguardia de la creación". Hoy, concluye Bartolomé I, "estamos obligados a mirar hacia el futuro, a continuar nuestra peregrinación".

© Traducción de Raquel Anillo

 

 

21/06/2018-16:37
Isabel Orellana Vilches

San Paulino de Nola, 22 de junio

«Maestro de la amistad espiritual. Su esposa y él convinieron en decantarse por la suma entrega de sus vidas a Dios. Este prelado recibió la estima y admiración de santos como Ambrosio, Agustín y Francisco de Sales»

Meropio Poncio Anicio Paulino, aclamado patricio romano que se abrazó formalmente al cristianismo y alcanzó la gloria de Bernini, fue muy estimado por santos de la talla de Ambrosio y Agustín, que fueron sus amigos, como también de san Jerónimo con el que mantuvo correspondencia. San Francisco de Sales admiró de él su exquisita educación y amabilidad. Nació en Burdeos, Francia, el año 353. Su padre, prefecto en Aquitania, encomendó su formación a su amigo el poeta Ausonio, profesor de la universidad de la ciudad. Luego Paulino completó estudios en Milán.

Con un importante bagaje intelectual que incluía filosofía, derecho, física, poesía, etc., el año 378, apenas rebasados los 20 años, edad en la que ya poseía cuantiosos bienes, ingresó en la carrera política como senador del Imperio romano. Fue gobernador de la Campania donde se veneraba a san Félix, punto de referencia importante en su vida. Oraba en el santuario dedicado al santo percibiendo un íntimo destello, desconocido hasta entonces, que iba empujándole hacia Dios: «A las puertas de aquella iglesia —dirá más tarde—sentí que mi alma se volvía hacia la fe y que una luz nueva abría mi corazón al amor de Cristo». Pero aún no había resonado con fuerza en él la llamada a una entrega decisiva. Después viajó a Barcelona donde conoció a una cristiana, Teresa, con la que se casó. Ella influyó en su fe, y el año 389 recibió el bautismo de manos del obispo san Delfín.

Hasta ese momento Dios no había ocupado expresamente su corazón; quedaba oscurecido entre otra multitud de intereses. Dos años más tarde, nació el único vástago del matrimonio, Celso, un niño que sobrevivió ocho días. El trágico episodio, lejos de infundir en Paulino la desesperación, lo encaminó a una entrega definitiva a Dios. En su corazón latía la certeza de que ese ser de su carne y de su sangre, que tan raudo había volado al cielo, arrebataría esas gracias que juzgaba convenían a su otrora vida impenitente: «Largo tiempo lo habíamos deseado; pero se apresuró a partir a las moradas celestes. En otro tiempo fui pecador; tal vez esta pequeña gota de mi sangre sea mi luz».

En la misa de Navidad del año 393 los fieles le aclamaron unánimemente: «¡Paulino, sacerdote!», pidiendo al obispo de Barcelona que lo ordenase. Y de común acuerdo con su esposa, ambos determinaron llevar una especie de vida monástica que incluía la perfecta continencia. Era una decisión meditada, orada, pero incomprendida y sorprendente para muchas personas. Ante las murmuraciones de rigor el santo respondía con serenidad, dejando claro a quién sometía su conducta: «Mi afán es librarme de mis pecados... Me basta ser aprobado por Cristo».

Recibió el sacramento del orden el año 394 y vuelto a Italia trabó contacto con san Ambrosio. En este viaje fue acogido con visibles muestras de afecto y gratitud, con excepción de un sector del clero y del mismo pontífice Silicio, quien actuó con él de forma reservada y con cierta desconfianza. Probablemente tuvo en cuenta que fue ordenado sacerdote siendo casado, amén de recaer la elección en el pueblo, hecho inusual que se hallaba fuera de los cánones ordinarios. Su sucesor en el pontificado, san Anastasio, dirigió una carta a los obispos de Campania en la que elogiaba a Paulino. Había quedado conmovido por la virtud de este hijo de patricios que, pudiendo convertirse en una de las grandes figuras del Senado, había dado la espalda a su carrera política para llevar una vida heroica junto a su esposa. Estos fueron los reconocimientos que recibió de antemano por parte de sus santos amigos.

En cierto modo los recelos que había suscitado, de los que no era directo responsable, le confirmaron en su decisión de retirarse a Nola, donde se hallaba la tumba de san Félix, lugar en el que siendo gobernador hizo construir un albergue para los pobres. Allí vivieron austeramente su esposa y él entregados a la oración y la caridad con los pobres. Cultivaban un pequeño trozo de tierra. Él, ceñido con un cilicio de pelos de camello que le obsequió Sulpicio Severo, antiguo condiscípulo suyo y monje en san Martín, se formaba en el estudio de las Sagradas Escrituras. Al hilo de sus meditaciones surgieron escritos, que se conservan, en los que refuta las tesis pelagianas. Son bellísimas cartas en prosa y en verso, fruto de la importante correspondencia que mantuvo con los santos Ambrosio, Jerónimo, Agustín, Sulpicio Severo y Delfín de Burdeos, así como con Alipio.

Parece que al inicio de su llegada a Nola, Paulino contrajo una enfermedad de la que sanó con la mediación de san Félix, en cuyo honor, y como signo de gratitud, erigió una basílica. En la primera década del siglo V falleció Teresa, que había llevado una vida cenobítica en un lugar colindante, mientras el santo convivía con otros compañeros que se unieron a él. Teresa había prestado asistencia a todos en aspectos domésticos, y fue un estímulo para su vida de perfección. Alrededor de esas fechas, en el año 410, Alarico invadió la región. A la muerte de Pablo, los fieles que admiraban la edificante vida que había llevado el matrimonio, emulando a los catalanes mostraron su anhelo de que Paulino fuese el nuevo obispo de Nola, y él lo aceptó. Más tarde, los godos diezmaron a la población y muchos fueron apresados como esclavos. Entre ellos estaba el único hijo de una viuda. Paulino vendió la cruz episcopal para rescatarlo y se ofreció para ser canjeado por el muchacho. Lo trasladaron a África, y allí sirvió como jardinero.

Un día efectuó un vaticinio que afectaba a la integridad física del rey, y al descubrir que era obispo lo liberaron junto al resto de los prisioneros —a demanda suya, tras ser invitado a manifestar qué deseaba en pago por lo que hizo— proporcionándoles un barco cargado de viandas. A punto de morir acogió misericordiosamente a los que se había visto obligado a excluir del seno de la Iglesia por motivos disciplinares. Murió el 22 de junio del año 431. Los prodigios que obró en vida se multiplicaron tras su muerte.