Servicio diario - 25 de agosto de 2018


 

El Papa a las Familias: "El amor de Cristo es lo que hace posible el matrimonio"
Redacción

Dublín: El Papa insiste en proteger a los menores y a los 'no nacidos'
Rosa Die Alcolea

El Papa Francisco llega por primera vez a Irlanda
Rosa Die Alcolea

El Papa a los matrimonios: "La revolución de amor comienza en vuestras familias"
Redacción

Irlanda: El Papa se reúne con 8 víctimas de abusos sexuales
Redacción

Vuelo papal a Irlanda: "Me gusta estar con las familias"
Redacción

Dublín: Francisco visita un Centro para familias sin techo
Redacción

Santa Teresa de Jesús Jornet e Ibars, 26 de agosto
Isabel Orellana Vilches


 

 

 

25/08/2018-21:11
Redacción

El Papa a las Familias: "El amor de Cristo es lo que hace posible el matrimonio"

(ZENIT — 25 agosto 2018).- "El amor de Cristo, que renueva todo, es lo que hace posible el matrimonio y un amor conyugal caracterizado por la fidelidad, la indisolubilidad, la unidad y la apertura a la vida. Esto es lo que quería resaltar en el cuarto capítulo de Amoris laetitia", ha dicho el Papa Francisco.

A las 19:15 hora local de Irlanda (20:15 horas en Roma), el Santo Padre Francisco se ha trasladado de la Nunciatura Apostólica al Estadio Croke Park para la participar en la Fiesta de las Familias.

A su llegada, el Papa Francisco es recibido por el Arzobispo de Dublín y Primado de Irlanda, Mons. Diarmuid Martin, que lo acompaña en un carrito de golf dentro del estadio.

A las 19:45 horas (20.45 horas en Roma) con las palabras de bienvenida y la oración de Su Eminencia Tarjeta Kevin Joseph Farrell, Prefecto del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, ha comenzado la Fiesta de las Familias.

Luego han seguido bailes, canciones, la intervención de un fiel irlandés y los testimonios de 5 familias de India, Canadá, Iraq, Irlanda y Burkina Faso.

Luego, el Santo Padre dirige un discurso a los presentes y, al final, antes de la bendición, recita la oración para el Encuentro Mundial de las Familias.

Publicamos a continuación el Discurso pronunciado por el Papa durante la celebración con las familias.

***

 

Discurso del Papa Francisco

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenas tardes!

Gracias por vuestra cálida bienvenida. Qué bien se está aquí. Es hermoso celebrar, porque nos hace más humanos y más cristianos. También nos ayuda a compartir la alegría de saber que Jesús nos ama, nos acompaña en el camino de la vida y nos atrae cada día más a él.

En cualquier celebración familiar se siente la presencia de todos: padres, madres, abuelos, nietos, tíos, primos, de quien no pudo venir, y de quien vive demasiado lejos. Hoy en Dublín nos reunimos para una celebración familiar de acción de gracias a Dios por lo que somos: una sola familia en Cristo, extendida por toda la tierra. La Iglesia es la familia de los hijos de Dios. Una familia en la que nos alegramos con los que están alegres y lloramos con los que sufren o se sienten abatidos por la vida. Una familia en la que cuidamos de cada uno, porque Dios nuestro Padre nos ha hecho a todos hijos suyos en el bautismo. Por eso sigo alentando a los padres a que bauticen a sus hijos lo antes posible, para que puedan formar parte de la gran familia de Dios. Es necesario invitar a todos a la fiesta.

Vosotras, queridas familias, sois la gran mayoría del Pueblo de Dios. ¿Qué aspecto tendría la Iglesia sin vosotras? Escribí la Exhortación Amoris laetitia sobre la alegría del amor para ayudarnos a reconocer la belleza y la importancia de la familia, con sus luces y sus sombras, y he querido que el tema de este Encuentro Mundial de las Familias fuera «El Evangelio de la familia, alegría para el mundo». Dios quiere que cada familia sea un faro que irradie la alegría de su amor en el mundo. ¿Qué significa esto? Significa que, después de haber encontrado el amor de Dios que salva, intentemos, con palabras o sin ellas, manifestarlo a través de pequeños gestos de bondad en la rutina cotidiana y en los momentos más sencillos del día.

Esto es santidad. Me gusta hablar de los santos «de la puerta de al lado», de todas esas personas comunes que reflejan la presencia de Dios en la vida y en la historia del mundo (cf. Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 6-7). La vocación al amor y a la santidad no es algo reservado a unos pocos privilegiados. Incluso ahora, si tenemos ojos para ver, podemos vislumbrarla a nuestro alrededor. Está silenciosamente presente en los corazones de todas aquellas familias que ofrecen amor, perdón y misericordia cuando ven que es necesario, y lo hacen en silencio, sin tocar la trompeta. El Evangelio de la familia es verdaderamente alegría para el mundo, ya que allí, en nuestras familias, siempre se puede encontrar a Jesús; él vive allí, en simplicidad y pobreza, como lo hizo en la casa de la Sagrada Familia de Nazaret.

El matrimonio cristiano y la vida familiar manifiestan toda su belleza y atractivo si están anclados en el amor de Dios, que nos creó a su imagen, para que podamos darle gloria como iconos de su amor y de su santidad en el mundo. Padres y madres, abuelos y abuelas, hijos y nietos: todos llamados a encontrar la plenitud del amor en la familia. La gracia de Dios nos ayuda todos los días a vivir con un solo corazón y una sola alma. ¡También las suegras y las nueras! Nadie dice que sea fácil. Es como preparar un té: es fácil hervir el agua, pero una buena taza de té requiere tiempo y paciencia; hay que dejarlo reposar. Así, día tras día, Jesús nos envuelve con su amor, asegurándose de que penetre todo nuestro ser. Del tesoro de su sagrado Corazón, derrama sobre
nosotros la gracia que necesitamos para sanar nuestras enfermedades y abrir nuestra mente y corazón para escucharnos, entendernos y perdonamos mutuamente.

Acabamos de escuchar el testimonio de Felicité, Isaac y Ghislain, que vienen de Burkina Faso. Nos han contado una conmovedora historia de perdón en familia. El poeta decía que «errar es humano, perdonar es divino». Y es verdad: el perdón es un regalo especial de Dios que cura nuestras heridas y nos acerca a los demás y a él. Gestos pequeños y sencillos de perdón, renovados cada día, son la base sobre la que se construye una sólida vida familiar cristiana. Nos obligan a superar el orgullo, el desapego y la vergüenza, y a hacer las paces. Es cierto, me gusta decir que en las familias necesitamos aprender tres palabras: "perdón", "por favor" y "gracias". Cuando discutas en casa, asegúrate de pedir disculpas y decir que lo sientes antes de irte a la cama. Incluso si tienes la tentación de irte a dormir a otra habitación, solo y aislado, simplemente llama a la puerta y di: "Por favor, ¿puedo pasar?". Lo que se necesita es una mirada, un beso, una palabra afectuosa... y todo vuelve a ser como antes. Digo esto porque, cuando las familias lo hacen, sobreviven. No hay familia perfecta. Sin el hábito de perdonar, la familia se enferma y se desmorona gradualmente.

Perdonar significa dar algo de sí mismo. Jesús nos perdona siempre. Con la fuerza de su perdón, también nosotros podemos perdonar a los demás, si realmente lo queremos. ¿No es lo que pedimos cuando rezamos el Padrenuestro? Los niños aprenden a perdonar cuando ven que sus padres se perdonan recíprocamente. Si entendemos esto, podemos apreciar la grandeza de la enseñanza de Jesús sobre la fidelidad en el matrimonio. En lugar de ser una fría obligación legal, es sobre todo una poderosa promesa de la fidelidad de Dios mismo a su palabra y a su gracia sin límites. Cristo murió por nosotros para que nosotros, a su vez, podamos perdonamos y reconciliarnos unos con otros. De esta manera, como personas y como familias, empezamos a comprender la verdad de las palabras de san Pablo: mientras todo pasa, «el amor no pasa nunca» (1 Co 13,8).

Gracias, Nisha y Ted, por vuestro testimonio de la India, donde estáis enseñando a vuestros hijos a ser una verdadera familia. Nos habéis ayudado también a comprender que las redes sociales no son necesariamente un problema para las familias, sino que pueden ayudar a construir una «red» de amistades, solidaridad y apoyo mutuo. Las familias pueden conectarse a través de Internet y beneficiarse de ello. Las redes sociales pueden ser beneficiosas si se usan con moderación y prudencia. Por ejemplo, vosotros, que participáis en este Encuentro Mundial de las Familias, formáis una "red" espiritual y de amistad, y las redes sociales os pueden ayudar a mantener este vínculo y extenderlo a otras familias en muchas partes del mundo. Es importante, sin embargo, que estos medios no se conviertan en una amenaza para la verdadera red de relaciones de carne y hueso, aprisionándonos en una realidad virtual y aislándonos de las relaciones auténticas que nos estimulan a dar lo mejor de nosotros mismos en comunión con los demás. Quizás la historia de Ted y Nisha puede ayudar a todas las familias a que se pregunten sobre la necesidad de reducir el tiempo que se dedica a estos medios tecnológicos, y de pasar más tiempo de calidad entre ellos y con Dios.

Hemos escuchado de Enass y Sarmaad cómo el amor y la fe en la familia pueden ser fuentes de fortaleza y paz incluso en medio de la violencia y la destrucción causada por la guerra y la persecución. Su historia nos lleva a las trágicas situaciones que muchas familias sufren a diario, obligadas a abandonar sus hogares en busca de seguridad y paz. Pero Enass y Sarmaad también nos han mostrado cómo, a partir de la familia y gracias a la solidaridad manifestada por muchas otras familias, la vida se puede reconstruir y renace la esperanza. Hemos visto este apoyo en el vídeo de Rammy y su hermano Meelad, en el que Rammy ha manifestado profunda gratitud por el ánimo y por la ayuda que su familia ha recibido de otras familias cristianas de todo el mundo, que han hecho posible de regresar a sus pueblos. En toda sociedad, las familias generan paz, porque enseñan el amor, la aceptación y el perdón, que son los mejores antídotos contra el odio, los prejuicios y la venganza que envenenan la vida de las personas y las comunidades.

Como enseñaba un buen sacerdote irlandés, «la familia que reza unida permanece unida» e irradia paz. Una familia así puede ser un apoyo especial para otras familias que no viven en paz. Después de la muerte del padre Ganni, Enass, Sarmaad y sus familias prefirieron el perdón y la reconciliación en lugar del odio y el resentimiento. Vieron, a la luz de la Cruz, que el mal solo se puede vencer con el bien, y que el odio solo puede superarse con el perdón. De manera casi increíble, han podido encontrar la paz en el amor de Cristo, un amor que hace nuevas todas las cosas. Esta noche comparten con nosotros esta paz.

El amor de Cristo, que renueva todo, es lo que hace posible el matrimonio y un amor conyugal caracterizado por la fidelidad, la indisolubilidad, la unidad y la apertura a la vida. Esto es lo que quería resaltar en el cuarto capítulo de Amoris laetitia. Hemos visto este amor en Mary y Damián, y en su familia con diez hijos. ¡Gracias por vuestras palabras y por vuestro testimonio de amor y fe! Vosotros habéis experimentado la capacidad del amor de Dios que ha transformado completamente vuestra vida y que os bendice con la alegría de una hermosa familia. Nos habéis indicado que la clave de vuestra vida familiar es la sinceridad. Entendemos por vuestro testimonio lo importante que es continuar yendo a esa fuente de la verdad y del amor que puede transformar nuestra vida: Jesús, que inauguró su ministerio público en una fiesta de bodas. Allí, en Caná, cambió el agua en un vino nuevo y exquisito que permitió continuar magníficamente con la alegre celebración. Lo mismo sucede con el amor conyugal. El vino nuevo comienza a fermentar durante el tiempo del noviazgo, necesario aunque transitorio, y madura a lo largo de la vida matrimonial en una entrega mutua, que hace a los esposos capaces de convertirse, aun siendo dos, en «una sola carne». Y a su vez, de abrir sus corazones al que necesita amor, especialmente al que está solo, abandonado, débil y, en cuanto vulnerable, frecuentemente marginado por la cultura del descarte.

Las familias están llamadas a continuar creciendo y avanzando en todos los sitios, aun en medio de dificultades y limitaciones, tal como lo han hecho las generaciones pasadas. Todos formamos parte de una gran cadena de familias, que viene desde el inicio de los tiempos. Nuestras familias son tesoros vivos de memoria, con los hijos que a su vez se convierten en padres y luego en abuelos. De ellos recibimos la identidad, los valores y la fe. Lo hemos visto en Aldo y Marisa, casados desde hace más de cincuenta años. Su matrimonio es un monumento al amor y a la fidelidad. Sus nietos los mantienen jóvenes; su casa está llena de alegría de felicidad y de bailes. Su amor recíproco es un don de Dios, un regalo que están transmitiendo con alegría a sus hijos y nietos.

Una sociedad que no valora a los abuelos es una sociedad sin futuro. Una Iglesia que no se preocupa por la alianza entre generaciones terminará careciendo de lo que realmente importa, el amor. Nuestros abuelos nos enseñan el significado del amor conyugal y parental. Ellos mismos crecieron en una familia y experimentaron el afecto de hijos e hijas, de hermanos y hermanas. Por eso son un tesoro de experiencia y sabiduría para las nuevas generaciones. Es un gran error no preguntarles a los ancianos sobre sus experiencias o pensar que hablar con ellos sea una pérdida de tiempo. En este sentido, quisiera agradecerle a Missy su testimonio. Ella nos ha dicho que la familia ha sido siempre una fuente de fuerza y de solidaridad entre los nómadas. Su testimonio nos recuerda que, en la casa de Dios, hay un lugar para todos. Nadie debe ser excluido; nuestro amor y nuestra atención deben extenderse a todos.

Ya es tarde y estáis cansados. Pero permitidme que os diga una última cosa. Vosotras, familias, sois la esperanza de la Iglesia y del mundo. Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, crearon a la humanidad a su imagen para hacerla partícipe de su amor, para que fuera una familia de familias y gozara de esa paz que solo él puede dar. Con vuestro testimonio del Evangelio podéis ayudar a Dios a realizar su sueño, podéis contribuir a acercar a todos los hijos de Dios, para que crezcan en la unidad y aprendan qué significa para el mundo entero vivir en paz como una gran familia. Por eso, he querido daros a cada uno de vosotros una copia de Amoris laetitia, que la escribí para que fuera una especie de guía para vivir con alegría el evangelio de la familia. Que nuestra Madre, Reina de la familia y de la paz, os sostenga en el camino de la vida, del amor y de la felicidad.

Y ahora, al final de nuestra reunión, diremos la oración de este Encuentro de las Familias.

Oración y bendición

Buenas noches, y que descanséis. Hasta mañana.

 

 

25/08/2018-12:26
Rosa Die Alcolea

Dublín: El Papa insiste en proteger a los menores y a los 'no nacidos'

(ZENIT – 25 agosto 2018).- “Deseo que la gravedad de los escándalos de los abusos, que han hecho emerger las faltas de muchos, sirva para recalcar la importancia de la protección de los menores y de los adultos vulnerables por parte de toda la sociedad”, ha afirmado el Papa Francisco ante el Primer Ministro y las autoridades civiles y diplomáticas de Irlanda, en su 24º Viaje Pontificio, bajo el lema El Evangelio de la Familia: Alegría para el Mundo.

Después de visitar la Residencia presidencial, el Pontífice Francisco se ha trasladado al Castillo de Dublín donde, a las 12:15 horas (13:15 hora de Roma), se ha encontrado con las autoridades civiles y los representantes de la sociedad civil y los miembros del Cuerpo Diplomático.

A su llegada, el Papa fue recibido por el Taoiseach (Primer Ministro), Leo Varadkar, quien le ha
acompaña en el pasillo para firmar el Libro de Honor. Luego se han dirigido a St. Patrick Hall, donde había presentes alrededor de 250 personas, entre las que se incluyen autoridades políticas y religiosas, miembros del Cuerpo Diplomático y representantes de la Sociedad Civil.

Considerando la realidad de los más vulnerables –ha dicho el Papa– no puedo “dejar de reconocer el grave escándalo causado en Irlanda por los abusos a menores por parte de miembros de la Iglesia encargados de protegerlos y educarlos” y ha citado la carta de su predecesor Benedicto XVI, sobre la gravedad de la situación y las medidas solicitadas «verdaderamente evangélicas, justas y eficaces» en respuesta a esta traición de confianza.

 

Privados del derecho a la vida

En el contexto de un país donde se legalizó el aborto por referéndum en 2017, el Sucesor de Pedro ha lanzado esta pregunta a los autoridades políticas del país: “¿No podría ser en cambio que el crecimiento de una ‘cultura del descarte’ materialista, nos ha hecho cada vez más indiferentes ante los pobres y los miembros más indefensos de la familia humana, incluso de los no nacidos, privados del derecho a la vida?”.

Asimismo, Francisco ha señalado el “desafío que más golpea nuestras conciencias en estos tiempos” refiriéndose a la “crisis migratoria”, y ha añadido que la solución a este problema exige “sabiduría, amplitud de miras y una preocupación humanitaria que vaya más allá de decisiones políticas a corto plazo”.

Al terminar su discurso, el Papa se ha trasladado a la Nunciatura, donde lo esperaban un grupo de jóvenes, y un coro le ha recibido en el patio interior del edificio. Además, a la entrada de la Residencia, el Santo Padre ha saludado a algunas personas religiosas y seculares de la Representación Pontificia en Irlanda.

A continuación, ofrecemos el discurso al Primer Ministro y a las autoridades civiles y Cuerpo Diplomático.

***

 

Discurso del Papa Francisco

Taoiseach (Primer Ministro), 

Miembros del Gobierno y del Cuerpo Diplomático, 

Señoras y señores: 

Al comienzo de mi visita en Irlanda, agradezco la invitación para dirigirme a esta distinguida Asamblea, que representa la vida civil, cultural y religiosa del país, junto al Cuerpo diplomático y a los demás asistentes. Doy las gracias por la acogida amistosa que me ha dispensado el Presidente de Irlanda y que refleja la tradición de cordial hospitalidad por la que los irlandeses son conocidos en todo el mundo. Valoro además la presencia de una delegación de Irlanda del Norte. Agradezco, señor Primer Ministro, sus palabras.

Como sabéis, la razón de mi visita es la participación en el Encuentro Mundial de las Familias, que se realiza este año en Dublín. La Iglesia es efectivamente una familia de familias, y siente la necesidad de ayudar a las familias en sus esfuerzos para responder fielmente y con alegría a la vocación que Dios les ha dado en la sociedad. Este Encuentro es una oportunidad para las familias, no solo para que reafirmen su compromiso de fidelidad amorosa, de ayuda mutua y de respeto sagrado por el don divino de la vida en todas sus formas, sino también para que testimonien el papel único que ha tenido la familia en la educación de sus miembros y en el desarrollo de un sano y próspero tejido social. 

Me gusta considerar el Encuentro Mundial de las Familias como un testimonio profético del rico patrimonio de valores éticos y espirituales, que cada generación tiene la tarea de custodiar y proteger. No hace falta ser profetas para darse cuenta de las dificultades que las familias tienen que afrontar en la sociedad actual, que evoluciona rápidamente, o para preocuparse de los efectos que la quiebra del matrimonio y la vida familiar comportarán, inevitablemente y en todos los niveles, en el futuro de nuestras comunidades. La familia es el aglutinante de la sociedad; su bien no puede ser dado por supuesto, sino que debe ser promovido y custodiado con todos los medios oportunos. 

Es en la familia donde cada uno de nosotros ha dado los primeros pasos en la vida. Allí hemos aprendido a convivir en armonía, a controlar nuestros instintos egoístas, a reconciliar las diferencias y sobre todo a discernir y buscar aquellos valores que dan un auténtico sentido y plenitud a la vida. Si hablamos del mundo entero como de una única familia, es porque justamente reconocemos los nexos de la humanidad que nos unen e intuimos la llamada a la unidad y a la solidaridad, especialmente con respecto a los hermanos y hermanas más débiles. Sin embargo, nos sentimos a menudo impotentes ante el mal persistente del odio racial y étnico, ante los conflictos y violencias intrincadas, ante el desprecio por la dignidad humana y los derechos humanos fundamentales y ante la diferencia cada vez mayor entre ricos y pobres. Cuánto necesitamos recobrar, en cada ámbito de la vida política y social, el sentido de ser una verdadera familia de pueblos. Y de no perder nunca la esperanza y el ánimo de perseverar en el imperativo moral de ser constructores de paz, reconciliadores y protectores los unos de los otros. 

Aquí en Irlanda dicho desafío tiene una resonancia particular, cuando se considera el largo conflicto que ha separado a hermanos y hermanas que pertenecen a una única familia. Hace veinte años, la Comunidad internacional siguió con atención los acontecimientos de Irlanda del Norte, que llevaron a la firma del Acuerdo del Viernes Santo. El Gobierno irlandés, junto con los líderes políticos, religiosos y civiles de Irlanda del Norte y el Gobierno británico, y con el apoyo de otros líderes mundiales, dio vida a un contexto dinámico para la pacífica resolución de un conflicto que causó enormes sufrimientos en ambas partes. Podemos dar gracias por las dos décadas de paz que han seguido a ese Acuerdo histórico, mientras que manifestamos la firme esperanza de que el proceso de paz supere todos los obstáculos restantes y favorezca el nacimiento de un futuro de concordia, reconciliación y confianza mutua. 

El Evangelio nos recuerda que la verdadera paz es en definitiva un don de Dios; brota de los corazones sanados y reconciliados y se extiende hasta abrazar al mundo entero. Pero también requiere de nuestra parte una conversión constante, fuente de esos recursos espirituales necesarios para construir una sociedad realmente solidaria, justa y al servicio del bien común. Sin este fundamento espiritual, el ideal de una familia global de naciones corre el riesgo de convertirse solo en un lugar común vacío. ¿Podemos decir que el objetivo de crear prosperidad económica conduce por sí mismo a un orden social más justo y ecuánime? ¿No podría ser en cambio que el crecimiento de una “cultura del descarte” materialista, nos ha hecho cada vez más indiferentes ante los pobres y los miembros más indefensos de la familia humana, incluso de los no nacidos, privados del derecho a la vida? Quizás el desafío que más golpea nuestras conciencias en estos tiempos es la enorme crisis migratoria, que no parece disminuir y cuya solución exige sabiduría, amplitud de miras y una preocupación humanitaria que vaya más allá de decisiones políticas a corto plazo. 

Soy consciente de la condición de nuestros hermanos y hermanas más vulnerables —pienso especialmente en las mujeres que en el pasado han sufrido situaciones de particular dificultad y a los huérfanos de entonces—. Considerando la realidad de los más vulnerables, no puedo dejar de reconocer el grave escándalo causado en Irlanda por los abusos a menores por parte de miembros de la Iglesia encargados de protegerlos y educarlos. El fracaso de las autoridades eclesiásticas —obispos, superiores religiosos, sacerdotes y otros— al afrontar adecuadamente estos crímenes repugnantes ha suscitado justamente indignación y permanece como causa de sufrimiento y vergüenza para la comunidad católica. Yo mismo comparto estos sentimientos. Mi predecesor, el Papa Benedicto, no escatimó palabras para reconocer la gravedad de la situación y solicitar que fueran tomadas medidas «verdaderamente evangélicas, justas y eficaces» en respuesta a esta traición de confianza (cf. Carta pastoral a los Católicos de Irlanda, 10). Su intervención franca y decidida sirve todavía hoy de incentivo a los esfuerzos de las autoridades eclesiales para remediar los errores pasados y adoptar normas severas, para asegurarse de que no vuelvan a suceder. 

Cada niño es, en efecto, un regalo precioso de Dios que hay que custodiar, animar para que despliegue sus cualidades y llevar a la madurez espiritual y a la plenitud humana. La Iglesia en Irlanda ha tenido, en el pasado y en el presente, un papel de promoción del bien de los niños que no puede ser ocultado. Deseo que la gravedad de los escándalos de los abusos, que han hecho emerger las faltas de muchos, sirva para recalcar la importancia de la protección de los menores y de los adultos vulnerables por parte de toda la sociedad. En este sentido, todos somos conscientes de la urgente necesidad de ofrecer a los jóvenes un acompañamiento sabio y valores sanos para su camino de crecimiento. 

Queridos amigos: 

Hace casi noventa años, la Santa Sede estuvo entre las primeras instituciones internacionales que reconocieron el libre Estado de Irlanda. Aquella iniciativa señaló el principio de muchos años de armonía y colaboración solícita, con una única nube pasajera en el horizonte. Recientemente, gracias a un esfuerzo intenso y a la buena voluntad por ambas partes se ha llegado a un restablecimiento esperanzador de aquellas relaciones amistosas para el bien recíproco de todos. 

Los hilos de aquella historia se remontan a más de mil quinientos años atrás, cuando el mensaje cristiano, predicado por Paladio y Patricio, echó sus raíces en Irlanda y se volvió parte integrante de la vida y la cultura irlandesa. Muchos “santos y estudiosos” se sintieron inspirados a dejar estas costas y llevar la nueva fe a otras tierras. Todavía hoy, los nombres de Columba, Columbano, Brígida, Galo, Killian, Brendan y muchos otros son honrados en Europa y en otros lugares. En esta isla el monacato, fuente de civilización y creatividad artística, escribió una espléndida página de la historia de Irlanda y del mundo. 

Hoy, como en el pasado, hombres y mujeres que habitan este país se esfuerzan por enriquecer la vida de la nación con la sabiduría nacida de la fe. Incluso en las horas más oscuras de Irlanda, ellos han encontrado en la fe la fuente de aquella valentía y aquel compromiso que son indispensables para forjar un futuro de libertad y dignidad, justicia y solidaridad. El mensaje cristiano ha sido parte integrante de tal experiencia y ha dado forma al lenguaje, al pensamiento y a la cultura de la gente de esta isla. 

Rezo para que Irlanda, mientras escucha la polifonía de la discusión político-social contemporánea, no olvide las vibrantes melodías del mensaje cristiano que la han sustentado en el pasado y puedan seguir haciéndolo en el futuro. 

Con este pensamiento, invoco cordialmente sobre vosotros y sobre todo el querido pueblo irlandés bendiciones divinas de sabiduría, alegría y paz. 

Gracias.

 

 

 

25/08/2018-10:28
Rosa Die Alcolea

El Papa Francisco llega por primera vez a Irlanda

(ZENIT – 25 agosto 2018).- En un avión de Alitalia, el Papa Francisco ha llegado esta mañana a Dublín, a las 10:30 hora local (11:30 horas en Roma) al Aeropuerto Internacional de Dublín, para participar en el IX Encuentro Mundial de las Familias, el 24º Viaje Apostólico del Santo Padre.

Esta es su primer visita oficial a Dublín, donde se encontrará con una sociedad transformada por completo desde la última visita pontificia al país hace 39 años, que realizó el papa polaco Juan Pablo II.

A su llegada, el Papa ha sido recibido por el Vice Primer Ministro, Simon Coveney, y por dos niños vestidos con traje tradicional que han ofrecido flores al Santo Padre.

También estaban presentes los cardenales Kevin Joseph Farrell, Prefecto del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida; Seán Baptis Brady, Arzobispo emérito de Armagh; Mons. Eamon Martin, Arzobispo de Armagh, Primado de Irlanda y Presidente de la Conferencia  Episcopal Irlandesa; Mons. Diarmuid Martin, Arzobispo de Dublín e Primado de Irlanda; Mons. Michael Neary, Arzobispo de Tuam; Mons. Kieran O’Reilly, Arzobispo de Cashel y Emly; Su Beatitud Michael Jackson, Arzobispo anglicano de Dublín; y una familia.

Tras el acto oficial de bienvenida en el aeropuerto, el Papa se ha trasladado a Áras an Uachtaráin, la residencia presidencial irlandesa, situada en el parque de Phoenix Park, al norte de Dublín, donde se celebrará una fiesta de ceremonia de bienvenida y Francisco hará una visita de cortesía al presidente Leo Varadkar, de 37 años, hijo de inmigrantes indios.

 

 

 

25/08/2018-16:36
Redacción

El Papa a los matrimonios: "La revolución de amor comienza en vuestras familias"

(ZENIT – 25 agosto 2018).- Esta tarde, en el marco del IX Encuentro Mundial de las Familias que se celebra en Dublín, capital de Irlanda, el Papa Francisco ha visitado la Procatedral de Santa María, donde se ha encontrado con matrimonios y parejas católicas.

“Nuestro mundo tiene necesidad de una revolución de amor. Que esta revolución comience desde vosotros y desde vuestras familias” les ha dicho el Santo Padre a las jóvenes parejas y familias y también a los adultos y mayores allí presentes.

Estamos olvidando de forma lenta pero inexorablemente el lenguaje directo de una caricia, la fuerza de la ternura –ha advertido el Pontífice–. “No habrá una revolución de amor sin una revolución de la ternura”.

Así, el Papa ha deseado a las familias irlandesas que con el ejemplo que dan, sus hijos puedan ser guiados para que se conviertan en una “generación más solícita, amable y rica de fe, para la renovación de la Iglesia y de toda la sociedad irlandesa”.

 

Venerable Matt Talbot

En el camino entre la Nunciatura y la Procatedral, el Papa ha parado a orar ante los restos mortales del venerable Matt Talbot, un obrero que vivió entre los siglos XIX y XX, hoy muy querido en Irlanda.

A su llegada al papamóvil, a las 15:30 hora local (16:30 de la tarde en Roma), el Santo Padre ha sido recibido a la entrada de la Procatedral por el Capítulo Metropolitano y por el Arzobispo de Dublín y Primado de Irlanda, Mons. Diarmuid Martin, que le ha entregado al Papa el crucifijo y el agua bendita para rociar, mientras la asamblea cantaba.

A la entrada de la Capilla del Santísimo Sacramento, una pareja joven ha ofrecido al Pontífice unas flores, que el Papa ha colocado en el altar de la Capilla, donde ha encendido una vela en memoria de las víctimas de abuso desde febrero de 2011, y se ha sentado a rezar en silencio ante el altar.

 

Testimonios de jóvenes y ancianos

Posteriormente, después de un breve testimonio de una pareja de abuelos, que recientemente celebró su 50 aniversario de bodas y las preguntas de dos parejas jóvenes, el Santo Padre saludó a los presentes, respondiendo las preguntas que se les dirigieron:

Aquí está el texto del saludo del Santo Padre, enviado por la Oficina de Prensa de la Santa Sede.

***

 

Saludo del Papa Francisco

Queridos amigos: 

(…) Hay un dicho en español: El dolor entre dos, es menos dolor (palabras improvisadas).

Me alegro de poder encontraros en esta histórica pro-catedral de Santa María, que durante estos años ha visto innumerables celebraciones del sacramento del matrimonio. Cuánto amor se ha manifestado, cuántas gracias se han recibido en este sagrado lugar. Agradezco al arzobispo Martin su cordial bienvenida. Estoy particularmente contento de estar con vosotros, parejas de novios y esposos que os encontráis en distintas fases del itinerario del amor sacramental. (Palabras improvisadas)

De modo especial, agradezco el testimonio de Vincent y Teresa, que nos han hablado de su experiencia de 50 años de matrimonio y de vida familiar. Gracias por las palabras de ánimo como también por los desafíos que habéis expuesto a las nuevas generaciones de recién casados y de novios, no solo de aquí, en Irlanda, sino del mundo entero. Es muy importante escuchar a los ancianos, a los abuelos. Tenemos mucho que aprender de vuestra experiencia de vida matrimonial sostenida cada día por la gracia del sacramento. (Palabras improvisadas) Creciendo juntos en esta comunidad de vida y de amor, habéis experimentado muchas alegrías y, ciertamente, también muchos sufrimientos. Junto con todos los matrimonios que han recorrido un largo trecho en este camino, sois los guardianes de nuestra memoria colectiva. Tenemos siempre necesidad de vuestro testimonio lleno de fe. Es un recurso maravilloso para las jóvenes parejas, que miran al futuro con emoción y esperanza… y puede que con un poquito de inquietud. ¿Cómo será este futuro?

Agradezco también a las parejas jóvenes que me han dirigido algunas preguntas con franqueza. No es fácil responder a estas preguntas. Denis y Sinead están a punto de embarcarse en un viaje de amor que según el proyecto de Dios lleva consigo un compromiso para toda la vida. Han preguntado cómo pueden ayudar a otros a comprender que el matrimonio no es simplemente una institución sino una vocación, una decisión consciente y para toda la vida, a cuidarse, ayudarse y protegerse mutuamente. 

Ciertamente debemos reconocer que hoy no estamos acostumbrados a algo que dure realmente toda la vida. Si siento que tengo hambre o sed, puedo nutrirme, pero mi sensación de estar saciado no dura ni siquiera un día. Si tengo un trabajo, sé que podría perderlo aun contra mi voluntad o que podría verme obligado a elegir otra carrera diferente. Es difícil incluso estar al día en el mundo de hoy, pues todo lo que nos rodea cambia, las personas van y vienen en nuestras vidas, las promesas se hacen, pero con frecuencia no se cumplen o se rompen. Puede que lo que me estáis pidiendo en realidad sea algo todavía más fundamental: “¿No hay nada verdaderamente importante que dure? ¿Ni siquiera el amor?”. Sabemos lo fácil que es hoy caer prisioneros de la cultura de lo provisorio, de lo efímero. Esta cultura ataca las raíces mismas de nuestros procesos de maduración, de nuestro crecimiento en la esperanza y el amor. ¿Cómo podemos experimentar, en esta cultura de lo efímero, lo que es verdaderamente duradero? 

Lo que quisiera deciros es esto. Entre todas las formas de la fecundidad humana, el matrimonio es único. Es un amor que da origen a una vida nueva. Implica la responsabilidad mutua en la trasmisión del don divino de la vida y ofrece un ambiente estable en el que la vida nueva puede crecer y florecer. El matrimonio en la Iglesia, es decir el sacramento del matrimonio, participa de modo especial en el misterio del amor eterno de Dios. Cuando un hombre y una mujer cristianos se unen en el vínculo del matrimonio, la gracia del Señor los habilita a prometerse libremente el uno al otro un amor exclusivo y duradero. De ese modo su unión se convierte en signo sacramental de la nueva y eterna alianza entre el Señor y su esposa, la Iglesia. Jesús está siempre presente en medio de ellos. Los sostiene en el curso de la vida, en su recíproca entrega, en la fidelidad y en la unidad indisoluble (cf. Gaudium et spes, 48). Su amor es una roca y un refugio en los tiempos de prueba, pero sobre todo es una fuente de crecimiento constante en un amor puro y para siempre. 

Sabemos que el amor es lo que Dios sueña para nosotros y para toda la familia humana. Por favor, no lo olvidéis nunca. Dios tiene un sueño para nosotros y nos pide que lo hagamos nuestro. No tengáis miedo de ese sueño. Custodiadlo como un tesoro y soñadlo juntos cada día de nuevo. Así, seréis capaces de sosteneros mutuamente con esperanza, con fuerza, y con el perdón en los momentos en los que el camino se hace arduo y resulta difícil recorrerlo. En la Biblia, Dios se compromete a permanecer fiel a su alianza, aun cuando lo entristecemos y nuestro amor se debilita. Él nos dice: «Nunca te dejaré ni te abandonaré» (Hb 13,5). Como marido y mujer, ungiros mutuamente con estas palabras de promesa, cada día por el resto de vuestras vidas. Y no dejéis nunca de soñar. 

Stephen y Jordan están recién casados y han preguntado algo muy importante: cómo pueden los padres trasmitir la fe a los hijos. Sé que aquí en Irlanda la Iglesia ha preparado cuidadosamente programas de catequesis para educar en la fe dentro de las escuelas y de las parroquias. Pero el primer y más importante lugar para trasmitir la fe es el hogar, a través del sereno y cotidiano ejemplo de los padres que aman al Señor y confían en su palabra. Ahí, en la «iglesia doméstica», los hijos aprenden el significado de la fidelidad, de la honestidad y del sacrificio. Ven cómo mamá y papá se comportan entre ellos, cómo se cuidan el uno al otro y a los demás, cómo aman a Dios y a la Iglesia. Así los hijos pueden respirar el aire fresco del Evangelio y aprender a comprender, juzgar y actuar en modo coherente con la fe que han heredado. La fe se trasmite alrededor de la mesa doméstica, en la conversación ordinaria, a través del lenguaje que solo el amor perseverante sabe hablar. 

Por tanto, rezad juntos en familia, hablad de cosas buenas y santas, dejad que María nuestra Madre entre en vuestra vida familiar. Celebrad las fiestas cristianas. Vivid en profunda solidaridad con cuantos sufren y están al margen de la sociedad. Cuando hacéis esto junto con vuestros hijos, sus corazones poco a poco se llenan de amor generoso por los demás. Puede parecer obvio, pero a veces se nos olvida. Vuestros hijos aprenderán a compartir los bienes de la tierra con los demás, si ven que sus padres se preocupan de quien es más pobre o menos afortunado que ellos. En fin, vuestros hijos aprenderán de vosotros el modo de vivir cristiano; vosotros seréis sus primeros maestros en la fe. 

Las virtudes y las verdades que el Señor nos enseña no siempre son estimadas por el mundo de hoy, que tiene poca consideración por los débiles, los vulnerables y todos aquellos que considera “improductivos”. El mundo nos dice que seamos fuertes e independientes; que no nos importen los que están solos o tristes, rechazados o enfermos, los no nacidos o los moribundos. Dentro de poco iré privadamente a encontrarme con algunas familias que afrontan desafíos serios y dificultades reales, pero los padres capuchinos les dan amor y ayuda. Nuestro mundo tiene necesidad de una revolución de amor. Que esta revolución comience desde vosotros y desde vuestras familias. 

Hace algunos meses alguien me dijo que estamos perdiendo nuestra capacidad de amar. Estamos olvidando de forma lenta pero inexorablemente el lenguaje directo de una caricia, la fuerza de la ternura. No habrá una revolución de amor sin una revolución de la ternura. Que, con vuestro ejemplo, vuestros hijos puedan ser guiados para que se conviertan en una generación más solícita, amable y rica de fe, para la renovación de la Iglesia y de toda la sociedad irlandesa. 

Así vuestro amor, que es un don de Dios, ahondará todavía más sus raíces. Ninguna familia puede crecer si olvida sus propias raíces. Los niños no crecen en el amor si no aprenden a hablar con sus abuelos. Por tanto, dejad que vuestro amor eche raíces profundas. No olvidemos que «lo que el árbol tiene de florido/ vive de lo que tiene sepultado» (F. L. BERNÁRDEZ, soneto Si para recobrar lo recobrado). 

Que, junto con el Papa, todas las familias de la Iglesia, representadas esta tarde por parejas ancianas y jóvenes, puedan agradecer a Dios el don de la fe y la gracia del matrimonio cristiano. Por nuestra parte, nos comprometemos con el Señor a trabajar por la venida de su reino de santidad, justicia y paz, con la fidelidad a las promesas que hemos hecho y con la constancia en el amor. A todos vosotros, a vuestras familias y a vuestros seres queridos os imparto mi bendición.

 

 

 

25/08/2018-20:36
Redacción

Irlanda: El Papa se reúne con 8 víctimas de abusos sexuales

(ZENIT — 25 agosto 2018).- El Papa Francisco se ha reunido a primera hora de la noche, este sábado, 25 de agosto de 2018, en Dublín, con ocho sobrevivientes irlandeses de abusos clericales, religiosos e institucionales, durante una hora y media.

Así lo ha anunciado Greg Burke, director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, esta tarde, a través de un comunicado.

Las personas con las que se ha encontrado el Santo Padre son Marie Collins; el sacerdote Patrick McCafferty, el padre Joe McDonald; el concejal Damian O'Farrell; Paul Jude Redmond; Clodagh Malone; Bernadette Fahy, y otro sobreviviente, víctima del sacerdote Tony Walsh, que prefirió permanecer en el anonimato.

 

 

25/08/2018-13:13
Redacción

Vuelo papal a Irlanda: "Me gusta estar con las familias"

(ZENIT — 25 agosto 2018).- Esta mañana, en el avión que lo llevaba a Irlanda, para su 24° Viaje Apostólico, el Papa Francisco, como de costumbre, se acercó a saludar a los trabajadores de los medios de comunicación que lo acompañaron en el vuelo papal.

Introducido por la presentación del Director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, Greg Burke, el Papa dirigió algunas palabras a los periodistas. Reportamos debajo del texto?

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Palabras del Papa en el avión

Greg Burke: Buenos días, Santo Padre, y gracias por este saludo. Hacemos un viaje corto pero intenso: un país pequeño pero un país importante que ha tenido tanta influencia en el mundo, tanto en la Iglesia como en el mundo. Tenemos 70 periodistas aquí, varios son de Irlanda, algunos irlandeses residentes en Roma que hacen el viaje con nosotros. Y debo decir que hay muchos esperando el viaje.

Si quiere decir algo...

Papa Francisco: Buenos días, gracias por la compañía, gracias por venir. Será mi segunda Fiesta de Familias: la primera fue en Filadelfia, esta es la segunda. Y me gusta estar con las familias, estoy contento con este viaje. Y también otra motivo que me toca un poco el corazón: vuelvo a Irlanda después de 38 años, donde estuve casi tres meses para practicar inglés, en el año 1980. Y este es un hermoso recuerdo para mí también. Gracias por vuestro trabajo. Ahora me gustaría saludarles...

 

 

25/08/2018-17:26
Redacción

Dublín: Francisco visita un Centro para familias sin techo

(ZENIT – 25 de agosto 2018).- El Santo Padre Francisco ha visitado en Dublín el Centro de acogida de los Padres Capuchinos para familias sin techo, de manera privada.

Después de su visita a la Procatedral de Santa María, a las 16:15 hora local (17:15 horas en Roma),  el Papa Francisco se ha dirigido en papamóvil al Centro de los Padres Capuchinos.

A su llegada, el Pontífice ha sido recibido en la entrada lateral del comedor, por 10 Padres Capuchinos que gestionan el Centro. En el patio había empleados y voluntarios, y alrededor de 100 asistentes aguardaban a la llegada del Papa.

El Director del Centro, Fray Kevin Crowley, ha dirigido unas palabras de bienvenida al Santo Padre y después ha habido un momento de saludo y bendición a los presentes por parte del Papa Francisco.

Al término de este encuentro, el Papa ha regresado a la Nunciatura, donde se hospeda en la capital irlandesa, y allí ha encontrado a una representación de la comunidad de jesuitas en Irlanda de manera privada.

 

 

 

25/08/2018-06:54
Isabel Orellana Vilches

Santa Teresa de Jesús Jornet e Ibars, 26 de agosto

«Fundadora del Instituto de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados. Patrona de la ancianidad. Se dejó guiar por esta convicción: Dios en el corazón, la eternidad en el pensamiento, el mundo bajo los pies»

«Cuiden con interés y esmero a los ancianos; ténganse mucha caridad y observen fielmente las Constituciones: en esto está nuestra santificación». Eran palabras testamentarias de la fundadora apunto de exhalar su último suspiro, dejando que manase de sus labios lo que de forma tan abundante pervivía en su corazón: su amor a Cristo, y en Él a los se hallan en el ocaso de la vida faltos tantas veces de la gratitud y del cariño de aquellos por los que desvivieron, o tal vez despojados de sus bienes y maltratados como un objeto inservible. Teresa tuvo la fortuna de nacer en una familia profundamente arraigada en la fe, que dio, antes de nacer ella y proporcionaría después, nuevos miembros consagrados a la Iglesia. Creció con una sensibilidad particular hacia los desamparados. Vino al mundo en Aytona, Lérida, España, el 9 de enero de 1843. Fue la primogénita de cuatro hermanos. Si la infancia acostumbra a dejar una huella imborrable para el resto de la existencia, la suya tuvo el signo del desprendimiento, de solícita atención hacia los pobres a quienes no dudó en sentar a su mesa compartiendo con ellos las viandas. Tenía gran fuerza de voluntad, era inteligente, responsable, sencilla, equilibrada, y trabajadora. Estudió magisterio en Lérida influida por dos familiares: el insigne padre Francisco Palau, tío abuelo suyo, un carmelita descalzo exclaustrado por influjo de la intolerancia política, y su tía Rosa. Luego Teresa pasó un tiempo en Fraga. Con el título de maestra ejerció la docencia en la localidad barcelonesa de Argensola, donde la acompañó su hermana María. En ese tiempo la gente supo de su buen hacer profesional y de su piedad.

Palau pensó en ella para que formase parte del Instituto que estaba fundando con una vertiente dedicada a la enseñanza. Y, de hecho, colaboró dando clases en escuelas abiertas por él. Esta misión no cumplía sus expectativas, aunque se sentía llamada a la consagración. Por eso, en 1868 ingresó en el monasterio de clarisas de Briviesca, Burgos; su hermana Josefa se decantó por las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul uniéndose a ellas en Lérida. Debido a la grave situación ideológica que afectó a la Iglesia, las religiosas no podían emitir votos. En un compás de espera, confiando que las aguas volvieran a su cauce, Teresa enfermó en 1870, y a requerimiento de sus superiores, que temían el contagio, tuvo que abandonar el convento. Siguiendo las sugerencias del padre Palau aún se vinculó a las terciarias carmelitas, pero no veía que fuese su camino. Así que en otro intento de ayudarla, el carmelita la nombró visitadora de los centros que ponía en marcha para la Península y Baleares. Teresa continuó dando lo mejor de sí, sin establecer un compromiso religioso, hasta que en 1872 falleció el padre Palau.

Vuelta a Aytona latía en su corazón el interrogante que muchas veces pende sobre la mente de quienes se disponen a entregar su vida a Dios: ¿qué debía hacer? Lo ignoraba. La Providencia puso en su camino al sacerdote Pedro Llacera, de Barbastro, Huesca, que estimaba al padre Palau. Él puso en antecedentes a la santa del afán apostólico en pro de los ancianos abandonados que alentaba otro presbítero, el padre Saturnino López Novoa, maestro de capilla de la catedral de Huesca. Teresa se unió a él pasando a formar parte del pequeño grupo que abanderaba la naciente fundación surgida el 3 de octubre de 1872. Al fin y al cabo había sido el signo de su vida; los pobres siempre hallaron en su casa paterna limosna y afecto, y ella se había ocupado de salir por las calles en busca de los mendigos para socorrerlos.

Su hermana María y otra amiga común, a las que convenció de la bondad de la entrega en esta obra, le siguieron en este camino. Teresa primeramente fue designada superiora con carácter provisional, y comenzó su fecunda andadura en el edificio conocido como «Pueyo», hasta que la fundación se estableció en Valencia, en un lugar cercano al santuario de la Virgen de los Desamparados bajo cuya tutela puso a todas las casas que se fueron abriendo. En 1874 enfermó de gravedad. No fue la única ocasión. Hubo otras en las que incluso se vio acechada por la muerte, pero siguió en pie recibiendo de vez en cuando tratamientos en balnearios, mientras extendía las ramas de la fundación.

En 1875 el arzobispo Barrio Fernández la confirmó como directora general. Su sucesor monseñor Antolín Monescillo la mantuvo en la misión. En 1887 fue elegida superiora general del nuevo Instituto, renovándose su mandato en 1896 por un periodo de nueve años que ya no pudo concluir. Pero en el cuarto de siglo que estuvo al frente de la obra dejó la impronta de su sencillez, alegría y humildad, así como de su gozosa capacidad de entrega, abnegación y sacrificio. Tomando como punto de referencia lo que sucede en el seno de una familia, no quiso que las llamasen «Madres», sino «Hermanitas», prestas a asistir y a desvelarse para dar respuesta a las necesidades y deseos de los auténticos reyes de la casa, de los «hermanos mayores»: los ancianos. Junto a ellos permaneció durante el asedio y bombardeo de Valencia, época en la que vivieron de la limosna, refugiadas en Alboraya, pero siempre junto a sus queridos ancianos que trasladaron en destartaladas carretas. «Dios en el corazón, la eternidad en el pensamiento, el mundo bajo los pies»,dijo a sus hijas. Las formó a conciencia, sosteniendo los pilares de la auténtica consagración, hablando con claridad:« Fervorosas, sí, pero no de las que dejan el trabajo a las demás».

Antes de morir en Liria el 26 de agosto de 1897, consumida por dolorosa enfermedad, esta caritativa mujer había advertido que no quería canonizaciones por el gasto que conlleva el proceso. Pero la Providencia tiene sus caminos, y Teresa fue canonizada por Pablo VI el 27 de enero de 1974.