Servicio diario - 08 de septiembre de 2019


 

Madagascar: "Toda renuncia cristiana tiene sentido a la luz del encuentro con Jesucristo"
Larissa I López

Akamasoa: "No bajéis nunca los brazos ante los efectos nefastos de la pobreza"
Rosa Die Alcolea

Ángelus: "Que María Inmaculada os acompañe en la paz y la esperanza"
Raquel Anillo

Papa a los consagrados de Madagascar: "Dichosa Iglesia de los pobres y para los pobres"
Rosa Die Alcolea

Madagascar: Oración del Santo Padre por los trabajadores
Larissa I López

Akamasoa, un vertedero transformado en un "lugar de fraternidad y de compartir"
Rosa Die Alcolea

Misa en Madagascar: "Recuperar la memoria agradecida"
Larissa I López

Viaje a África: Programa del Papa en Mauricio
Redacción

San Pedro Claver, 9 de septiembre
Isabel Orellana Vilches


 

 

 

08/09/2019-10:15
Larissa I. López

Madagascar: "Toda renuncia cristiana tiene sentido a la luz del encuentro con Jesucristo"

(ZENIT – 8 sept. 2019).- En la homilía de hoy, 8 de septiembre de 2019, el Santo Padre ha remitido al evangelio del día, en el que san Lucas recuerda las exigencias que el seguimiento de Cristo supone y que el Pontífice ha dividido en tres, señalando previamente que “toda renuncia cristiana tiene sentido a la luz del gozo y la fiesta del encuentro con Jesucristo”.

Esta mañana, aproximadamente a las 10, hora local (9 h. en Roma), el Papa Francisco ha celebrado la Eucaristía en el Campo Diocesano de Soamandrakizay de Antananarivo, Madagascar.

 

Ver al otro como hermano

La primera exigencia para los cristianos anima a revisar los vínculos familiares, ya que "cuando el 'parentesco' se vuelve la clave decisiva y determinante de todo lo que es justo y bueno se termina por justificar y hasta 'consagrar' ciertas prácticas que desembocan en la cultura de los privilegios y la exclusión — favoritismos, amiguismos y, por tanto, corrupción", afirmó el Papa.

Y añadió: “Cualquiera que no sea capaz de ver al otro como hermano, de conmoverse con su vida y con su situación, más allá de su proveniencia familiar, cultural, social ‘no puede ser mi discípulo’ (Lc 14,26)”.

En segundo lugar, Francisco resaltó la dificultad de seguir al Señor cuando se identifica su Reino con los intereses personales o con "la fascinación por alguna ideología que termina por instrumentalizar el nombre de Dios o la religión para justificar actos de violencia, segregación e incluso homicidio, exilio, terrorismo y marginación".

De este modo, la exigencia del Maestro propone "construir la historia en fraternidad y solidaridad, en el respeto gratuito de la tierra y de sus dones sobre cualquier forma de explotación; animándonos a vivir el 'diálogo como camino; la colaboración común como conducta; el conocimiento recíproco como método y criterio' (Documento sobre la fraternidad humana, Abu Dhabi, 4 febrero 2019)" y sin ceder "a la tentación de ciertas doctrinas incapaces de ver crecer juntos el trigo y la cizaña en la espera del dueño de la mies (cf. Mt 13,24-30)", agregó el Obispo de Roma.

 

Recuperar la memoria agradecida

La última de las exigencias, según el Santo Padre, constituye una llamada a “recuperar la memoria agradecida y reconocer que, más bien que una victoria personal, nuestra vida y nuestras capacidades son fruto de un regalo (cf. Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 55)” de Dios.

A través de estas exigencias, Jesús prepara a los discípulos para “la fiesta de la irrupción del Reino de Dios”, intentando liberarles de la esclavitud del “vivir para sí”, “de encerrarse en pequeños mundos que terminan dejando poco espacio para los demás: ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien”.

 

“El creyente extiende su mano”

Con estos requerimientos, indicó el Pontífice, el Señor nos interpela “a levantar la mirada, a ajustar las prioridades y sobre todo a crear espacios para que Dios sea el centro y eje de nuestra vida”.

Esto significa observar nuestro entorno y reaccionar ante el sufrimiento de las personas, que no forma parte del plan de Dios. Ante ello, “el cristiano no puede estar con los brazos cruzados, indiferente, ni con los brazos caídos, fatalista: ¡no! El creyente extiende su mano, como lo hace Jesús con él”, enfatizó el Papa Francisco.

 

Luchar juntos

Finalmente, Francisco expuso que “juntos podemos darle batalla a todas esas idolatrías que llevan a poner el centro de nuestra atención en las seguridades engañosas del poder, de la carrera y del dinero y en la búsqueda patológica de glorias humanas”.

Y agregó que las demandas de Jesucristo, “dejan de ser pesantes cuando comenzamos a gustar la alegría de la vida nueva que él mismo nos propone: la alegría que nace de saber que Él es el primero en salir a buscarnos al cruce de caminos, también cuando estábamos perdidos como aquella oveja o ese hijo pródigo”.

A continuación, sigue el texto completo de la homilía del Papa Francisco en Madagascar.

***

 

Homilía del Santo Padre

El Evangelio nos dice que «mucha gente acompañaba a Jesús» (Lc 14,25). Como esas multitudes que se agrupaban a lo largo del camino de Jesús, muchos de vosotros habéis venido para acoger su mensaje y para seguirlo. Pero bien sabéis que el seguimiento de Jesús no es fácil. Vosotros no habéis descansado, y muchos habéis pasado la noche aquí. El evangelio de Lucas nos recuerda, en efecto, las exigencias de este compromiso.

Es importante evidenciar cómo estas exigencias se dan en el marco de la subida de Jesús a Jerusalén, entre la parábola del banquete donde la invitación está abierta a todos —especialmente para aquellos rechazados que viven en las calles y plazas, en el cruce de caminos—; y las tres parábolas llamadas de la misericordia, donde también se organiza fiesta cuando lo perdido es hallado, cuando quien parecía muerto es acogido, celebrado y devuelto a la vida en la posibilidad de un nuevo comenzar. Toda renuncia cristiana tiene sentido a la luz del gozo y la fiesta del encuentro con Jesucristo.

La primera exigencia nos invita a mirar nuestros vínculos familiares. La vida nueva que el Señor nos propone resulta incómoda y se transforma en sinrazón escandalosa para aquellos que creen que el acceso al Reino de los Cielos sólo puede limitarse o reducirse a los vínculos de sangre, a la pertenencia a determinado grupo, clan o cultura particular. Cuando el “parentesco” se vuelve la clave decisiva y determinante de todo lo que es justo y bueno se termina por justificar y hasta “consagrar” ciertas prácticas que desembocan en la cultura de los privilegios y la exclusión —favoritismos, amiguismos y, por tanto, corrupción—. La exigencia del Maestro nos lleva a levantar la mirada y nos dice: cualquiera que no sea capaz de ver al otro como hermano, de conmoverse con su vida y con su situación, más allá de su proveniencia familiar, cultural, social «no puede ser mi discípulo» (Lc 14,26). Su amor y entrega es una oferta gratuita por todos y para todos.

La segunda exigencia nos muestra lo difícil que resulta el seguimiento del Señor cuando se quiere identificar el Reino de los Cielos con los propios intereses personales o con la fascinación por alguna ideología que termina por instrumentalizar el nombre de Dios o la religión para justificar actos de violencia, segregación e incluso homicidio, exilio, terrorismo y marginación. La exigencia del Maestro nos anima a no manipular el Evangelio con tristes reduccionismos sino a construir la historia en fraternidad y solidaridad, en el respeto gratuito de la tierra y de sus dones sobre cualquier forma de explotación; animándonos a vivir el «diálogo como camino; la colaboración común como conducta; el conocimiento recíproco como método y criterio» (Documento sobre la fraternidad humana, Abu Dhabi, 4 febrero 2019); no cediendo a la tentación de ciertas doctrinas incapaces de ver crecer juntos el trigo y la cizaña en la espera del dueño de la mies (cf. Mt 13,24-30).

Y, por último, ¡qué difícil puede resultar compartir la vida nueva que el Señor nos regala cuando continuamente somos impulsados a justificarnos a nosotros mismos, creyendo que todo proviene exclusivamente de nuestras fuerzas y de aquello que poseemos Cuando la carrera por la acumulación se vuelve agobiante y abrumadora —como escuchamos en la primera lectura— exacerbando el egoísmo y el uso de medios inmorales! La exigencia del Maestro es una invitación a recuperar la memoria agradecida y reconocer que, más bien que una victoria personal, nuestra vida y nuestras capacidades son fruto de un regalo (cf. Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 55) tejido entre Dios y tantas manos silenciosas de personas de las cuales sólo llegaremos a conocer sus nombres en la manifestación del Reino de los Cielos.

Con estas exigencias, el Señor quiere preparar a sus discípulos a la fiesta de la irrupción del Reino de Dios liberándolos de ese obstáculo dañino, en definitiva, una de las peores esclavitudes: el vivir para sí. Es la tentación de encerrarse en pequeños mundos que termina dejando poco espacio para los demás: ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Muchos, al encerrarse, pueden sentirse “aparentemente” seguros, pero terminan por convertirse en personas resentidas, quejosas, sin vida. Esa no es la opción de una vida digna y plena, ese no es el deseo de Dios para nosotros, esa no es la vida en el Espíritu que brota del corazón de Cristo resucitado (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 2).

En el camino hacia Jerusalén, el Señor, con estas exigencias, nos invita a levantar la mirada, a ajustar las prioridades y sobre todo a crear espacios para que Dios sea el centro y eje de nuestra vida.

Miremos nuestro entorno, ¡cuántos hombres y mujeres, jóvenes, niños sufren y están totalmente privados de todo! Esto no pertenece al plan de Dios. Cuán urgente es esta invitación de Jesús a morir a nuestros encierros, a nuestros individualismos orgullosos para dejar que el espíritu de hermandad —que surge del costado abierto de Jesucristo, de donde nacemos como familia de Dios— triunfe, y donde cada uno pueda sentirse amado, porque es comprendido, aceptado y valorado en su dignidad. «Ante la dignidad humana pisoteada, a menudo permanecemos con los brazos cruzados o con los brazos caídos, impotentes ante la fuerza oscura del mal. Pero el cristiano no puede estar con los brazos cruzados, indiferente, ni con los brazos caídos, fatalista: ¡no! El creyente extiende su mano, como lo hace Jesús con él» (Homilía con motivo de la Jornada Mundial de los Pobres, 18 noviembre 2018).

La Palabra de Dios que hemos escuchado nos invita a reanudar el camino y a atrevernos a dar ese salto cualitativo y adoptar esta sabiduría del desprendimiento personal como la base para la justicia y para la vida de cada uno de nosotros: porque juntos podemos darle batalla a todas esas idolatrías que llevan a poner el centro de nuestra atención en las seguridades engañosas del poder, de la carrera y del dinero y en la búsqueda patológica de glorias humanas.

Las exigencias que indica Jesús dejan de ser pesantes cuando comenzamos a gustar la alegría de la vida nueva que él mismo nos propone: la alegría que nace de saber que Él es el primero en salir a buscarnos al cruce de caminos, también cuando estábamos perdidos como aquella oveja o ese hijo pródigo. Que este humilde realismo es un realismo, un realismo cristiano— nos impulse a asumir grandes desafíos, y os dé las ganas de hacer de vuestro bello país un lugar donde el Evangelio se haga vida, y la vida sea para mayor gloria de Dios.

Decidámonos y hagamos nuestros los proyectos del Señor.

 

© Librería Editorial Vaticana

 

 

 

08/09/2019-13:56
Rosa Die Alcolea

Akamasoa: "No bajéis nunca los brazos ante los efectos nefastos de la pobreza"

(ZENIT – 8 sept. 2019).- Este domingo, 8 de septiembre de 2019, tercera jornada del Papa en Madagascar, Francisco ha visitado Akamasoa, la Ciudad de la Amistad. Este pueblo es el hogar de miles de personas que sobre un basurero, ayudados por el padre Pedro Opeka y sus colaboradores, han construido sus casas para vivir en comunidad con dignidad.

“Este pueblo posee una larga historia de valentía y ayuda mutua”, ha aplaudido el Papa. “Es el resultado de muchos años de arduo trabajo. En los cimientos encontramos una fe viva que se tradujo en actos concretos, capaz de ‘mover montañas’. Una fe que permitió ver posibilidad donde sólo se veía precariedad, ver esperanza donde sólo se veía fatalidad, ver vida donde tantos anunciaban muerte y destrucción”.

“Al ver vuestros rostros radiantes, doy gracias al Señor que ha escuchado el clamor de los pobres y que ha manifestado su amor con signos concretos como la creación de este pueblo”, ha agradecido el Papa. “Vuestros gritos que surgen de la impotencia de vivir sin techo, de ver crecer a vuestros niños en la desnutrición, de no tener trabajo, por la mirada indiferente —por no decir despreciativa— de tantos, se han transformado en cantos de esperanza para vosotros y para todos los que os contemplan”.

 

Mensaje a los jóvenes

A los jóvenes de Akamasoa, el Pontífice ha dirigido un mensaje especial: “No bajéis nunca los brazos ante los efectos nefastos de la pobreza, ni jamás sucumbáis a las tentaciones del camino fácil o del encerraros en vosotros mismos”.

En este sentido, los ha animado a continuar el trabajo realizado por sus mayores. “La fuerza para realizarlo la encontraréis en vuestra fe y en el testimonio vivo que vuestros mayores han plasmado en vuestras vidas. Dejad que florezcan en vosotros los dones que el Señor os ha dado. Pedidle que os ayude a poneros al servicio de vuestros hermanos y hermanas con generosidad”.

Al término de la visita, mientras los jóvenes despedían al Santo Padre cantando y alzando sus manos, el Papa ha abandonado al auditorio de la mano del padre Opeka, y se ha dirigido a la cantera de Mahatazana, situada a 300 metros, para rezar una oración con los trabajares.

Publicamos a continuación el discurso que ha leído el Papa Francisco a los jóvenes y las familias de Akamasoa, Ciudad de la Amistad:

***

 

Discurso del Papa Francisco

Buenas tardes a todos, buenas tardes.

Es para mí una alegría, una gran alegría reencontrar a mi viejo alumno. Padre Pedro fue mi alumno en la Facultad de teología en los años 1967 -68. Después él no ha seguido estudiando, ha encontrado el amor por el trabajo, por trabajar. Muchas gracias, padre.

Es una gran alegría para mí encontrarme con vosotros en esta gran obra. Akamasoa es la expresión de la presencia de Dios en medio de su pueblo pobre; no una presencia esporádica, circunstancial, es la presencia de un Dios que decidió vivir y permanecer siempre en medio de su pueblo.

Esta tarde sois numerosos en el corazón de esta “Ciudad de la amistad”, que habéis construido con vuestras manos y que —no lo dudo— seguiréis construyendo para que muchas familias puedan vivir dignamente. Al ver vuestros rostros radiantes, doy gracias al Señor que ha escuchado el clamor de los pobres y que ha manifestado su amor con signos concretos como la creación de este pueblo. Vuestros gritos que surgen de la impotencia de vivir sin techo, de ver crecer a vuestros niños en la desnutrición, de no tener trabajo, por la mirada indiferente —por no decir despreciativa— de tantos, se han transformado en cantos de esperanza para vosotros y para todos los que os contemplan. Cada rincón de estos barrios, cada escuela o dispensario son un canto de esperanza que desmiente y silencia toda fatalidad. Digámoslo con fuerza, la pobreza no es una fatalidad.

En efecto, este pueblo posee una larga historia de valentía y ayuda mutua. Este pueblo es el resultado de muchos años de arduo trabajo. En los cimientos encontramos una fe viva que se tradujo en actos concretos, capaz de “trasladar montañas”. Una fe que permitió ver posibilidad donde sólo se veía precariedad, ver esperanza donde sólo se veía fatalidad, ver vida donde tantos anunciaban muerte y destrucción. Recordad lo que escribió el apóstol Santiago: «La fe si no tiene obras está muerta por dentro» (St2,17) . Los cimientos del trabajo mancomunado, el sentido de familia y de comunidad posibilitaron que se restaure artesanal y pacientemente la confianza no sólo en vosotros sino entre vosotros, lo que os permitió ser los primeros protagonistas y artesanos de esta historia. Una educación en valores gracias a la cual aquellas primeras familias que se aventuraron con el padre Opeka pudieron transmitir el tesoro enorme del esfuerzo, la disciplina, la honestidad, el respeto a sí mismo y a los demás. Y vosotros habéis podido comprender que el sueño de Dios no es sólo el progreso personal sino principalmente el comunitario, que no hay peor esclavitud, como nos lo recordaba el padre Pedro, que la de vivir cada uno sólo para sí.

Queridos jóvenes de Akamasoa, a vosotros quisiera dirigiros un mensaje especial: no bajéis nunca los brazos ante los efectos nefastos de la pobreza, ni jamás sucumbáis a las tentaciones del camino fácil o del encerraros en vosotros mismos. Gracias, Fanny, por ese hermoso testimonio que nos diste en nombre de los jóvenes del pueblo. Queridos jóvenes: El trabajo realizado por vuestros mayores, a vosotros os toca continuarlo. La fuerza para realizarlo la encontraréis en vuestra fe y en el testimonio vivo que vuestros mayores han plasmado en vuestras vidas. Dejad que florezcan en vosotros los dones que el Señor os ha dado. Pedidle que os ayude a poneros al servicio de vuestros hermanos y hermanas con generosidad. Así, Akamasoa no será sólo un ejemplo para las generaciones futuras, sino mucho más, el punto de partida de una obra inspirada en Dios que alcanzará su pleno desarrollo en la medida que siga testimoniando su amor a las generaciones presentes y futuras.

Recemos para que en todo Madagascar y en otras partes del mundo se prolongue el brillo de esta luz, y podamos lograr modelos de desarrollo que privilegien la lucha contra la pobreza y la inclusión social desde la confianza, la educación, el trabajo y el esfuerzo, que siempre son indispensables para la dignidad de la persona humana.

Gracias, amigos de Akamasoa, querido padre Pedro y sus colaboradores: Gracias una vez más por vuestro testimonio profético, por vuestro testimonio esperanzador. Que Dios os siga bendiciendo.

Os pido que, por favor, no os olvidéis de rezar por mí.

 

© Librería Editorial Vaticana

 

 

 

08/09/2019-09:42
Raquel Anillo

Ángelus: "Que María Inmaculada os acompañe en la paz y la esperanza"

(ZENIT — 8 septiembre 2019).- Al final de la Misa en esta fiesta del nacimiento de María, el Papa Francisco, antes de la bendición final, dirige la oración del Ángelus ante casi un millón de fieles presentes en el Campamento Diocesano de Soamandrakizay. Después de la recitación del Ángelus, el Santo Padre agradece a las autoridades presentes y regresa en coche a la Nunciatura Apostólica donde almorzará con el séquito papal.

A continuación publicamos las palabras del Papa en la introducción de la oración mariana:

 

Palabras del Papa antes de la oración

Queridos hermanos y hermanas: Al concluir esta celebración, deseo dirigir un cordial saludo a todos vosotros.

Agradezco sinceramente a Mons. Razanakolona las palabras que me ha dirigido, y con él a los demás hermanos obispos presentes, a los sacerdotes, a las personas consagradas, a los esposos con sus familias, a los catequistas y a vosotros, todos los fieles.

Aprovecho esta oportunidad para expresar mi profundo agradecimiento al Presidente de la República y a todas las autoridades civiles del país por su amable bienvenida, y lo extiendo a quienes, de diferentes maneras, han contribuido al éxito de mi visita. Que el Señor os recompense y bendiga a todo vuestro pueblo, por intercesión del beato Rafael Luis Rafiringa, cuyas reliquias están expuestas aquí sobre el altar, y de la beata Victoria Rasoamanarivo.

Y ahora nos dirigimos a la Bienaventurada Virgen en oración, el día en que recordamos su nacimiento, aurora de la salvación para la humanidad. Que María Inmaculada, a quien vosotros amáis y veneráis como vuestra Madre y Patrona, acompañe el camino de Madagascar en la paz y en la esperanza.

 

 

 

08/09/2019-15:34
Rosa Die Alcolea

Papa a los consagrados de Madagascar: "Dichosa Iglesia de los pobres y para los pobres"

(ZENIT — 8 sept. 2019).- "Dichosos vosotros, dichosa Iglesia de los pobres y para los pobres, porque vive impregnada del perfume de su Señor, vive alegre anunciando la Buena Noticia a los descartados de la tierra, a aquellos que son los favoritos de Dios", Francisco ha bendecido a los miles de consagrados de Madagascar.

El encuentro los sacerdotes, seminaristas, religiosos y consagrados ha tenido lugar en el Colegio de San Miguel, situado en el barrio de Amparibe, en Antananarivo, capital de Madagascar, a las 17:10 horas (16:10 h. en Roma), después de su vivita a la Ciudad de la Amistad Akamasoa y a la Cantera de Mahatazana.

 

"Pasaje a una vida mejor"

"La persona consagrada —en el amplio sentido de la palabra— es la mujer, el hombre que aprendieron y quieren quedarse, en el corazón de su Señor y en el corazón de su pueblo", ha anunciado el Papa, mientras les ha agradecido su testimonio por "querer quedaros ahí" y "no hacer de la vocación un 'pasaje a una mejor vida"'. "Vosotros habéis elegido permanecer y estar al lado de vuestro pueblo, con vuestro pueblo", les ha dicho.

Francisco ha invitado a los consagrados y consagradas a ser "hombres y mujeres de alabanza", porque "la persona consagrada es capaz de reconocer y señalar la presencia de Dios allí donde se encuentre. Es más, quiere vivir en su presencia, que aprendió a saborear, gustar y compartir", ha explicado el Santo Padre.

“En su nombre, vosotros vencéis el mal, cuando enseñáis a alabar al Padre de los cielos y cuando enseñáis con sencillez el Evangelio y el catecismo”, ha alentado el Papa. “Cuando visitáis y asistís a un enfermo o brindáis el consuelo de la reconciliación. En su nombre, vosotros vencéis al dar de comer a un niño, al salvar una madre de la desesperación de estar sola para todo, al procurarle un trabajo a un padre de familia”.

 

Lucha en “nosotros mismos”

“La lucha también la vivimos en nosotros mismos”, ha advertido el Papa. “Dios desbarata la influencia del mal espíritu, ese que tantas veces nos transmite una preocupación exacerbada por los espacios personales de autonomía y de distensión y que puede llevarnos a vivir las tareas como un mero apéndice de la vida”.

Por ello, el Pontífice ha exhortado a derrotar al mal espíritu en su propio terreno; “allí donde nos invite a aferrarnos a seguridades económicas, espacios de poder y de gloria humana, respondamos con la disponibilidad y la pobreza evangélica que nos lleva a dar la vida por la misión. ¡No nos dejemos robar la alegría misionera!”, ha exclamado.

 

Agradecimiento al traductor

De manera anecdótica el Obispo de Roma ha vuelto a tener un bonito gesto de cercanía: De manera especial, ha agradecido públicamente al sacerdote de Madagascar que ha traducido sus discursos estos días durante su visita al país, de lengua italiana al francés y al malgache.

A continuación, ofrecemos el discurso que el Papa Francisco ha dirigido a los sacerdotes, religiosos, seminaristas, consagrados y diáconos de Madagascar:

***

 

Discurso del Papa Francisco

Queridos hermanos y hermanas:

Agradezco vuestra cálida bienvenida. Quiero que mis primeras palabras estén dirigidas especialmente a todos los sacerdotes, consagradas y consagrados que no pudieron viajar por un problema de salud, el peso de los años o alguna complicación. (Minuto de silencio)

Al terminar mi visita a Madagascar aquí con vosotros, al ver vuestra alegría, pero también recordando todo lo que he vivido en este tan poco tiempo en vuestra isla, me brotan del corazón aquellas palabras de Jesús en el Evangelio de Lucas cuando, estremecido de gozo, dijo: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños» (10,21). Y este gozo es confirmado por vuestros testimonios porque, aun aquello que vosotros expresáis como problemáticas, son signos de una Iglesia viva, pujante, en búsqueda de ser cada día presencia del Señor. Una Iglesia cercana al pueblo, siempre caminando con el pueblo de Dios.

Esta realidad es una invitación a la memoria agradecida de todos aquellos que no tuvieron miedo y supieron apostar por Jesucristo y su Reino; y vosotros hoy sois parte de su heredad. Pienso en los lazaristas, los jesuitas, las hermanas de San José de Cluny, los hermanos de las escuelas cristianas, los misioneros de La Salette y todos los demás pioneros, obispos, sacerdotes y consagrados. Pero también de tantos laicos que, en los momentos difíciles de persecusión, cuando muchos misioneros y consagrados tuvieron que partir, fueron quienes mantuvieron viva la llama de la fe en estas tierras. Esto nos invita a recordar nuestro bautismo, como el primer y gran sacramento por el que fuimos sellados como hijos de Dios. Todo el resto es expresión y manifestación de ese amor inicial que siempre estamos invitados a renovar.

La frase del Evangelio a la que me referí es parte de la alabanza del Señor al recibir a los setenta y dos discípulos cuando volvían de la misión. Ellos, como vosotros, aceptaron el desafío de ser una Iglesia “en salida”, y traen las alforjas llenas para compartir todo lo que han visto y oído. Vosotros os habéis atrevido a salir, y aceptásteis el desafío de llevar la luz del Evangelio a los distintos rincones de esta isla.

Sé que muchos de vosotros vivís situaciones difíciles, donde faltan los servicios esenciales —agua, electricidad, carreteras, medios de comunicación— o la falta de recursos económicos para llevar adelante la vida y la actividad pastoral. Muchos de vosotros sentís sobre vuestros hombros, por no decir sobre vuestra salud, el peso del trabajo apóstolico. Pero vosotros habéis elegido permanecer y estar al lado de vuestro pueblo, con vuestro pueblo. Gracias por esto. Muchas gracias por vuestro testimonio y por querer quedaros ahí y no hacer de la vocación un “pasaje a una mejor vida”. Y quedaros ahí con esa conciencia, como decía la hermana: “a pesar de nuestras miserias y debilidades, nos comprometemos con todo nuestro ser a la gran misión de la evangelización”. La persona consagrada —en el amplio sentido de la palabra— es la mujer, el hombre que aprendieron y quieren quedarse, en el corazón de su Señor y en el corazón de su pueblo.

Al recibir y escuchar a sus discípulos volver llenos de gozo, lo primero que Jesús hace es alabar y bendecir a su Padre; y esto nos muestra una parte fundamental de nuestra vocación. Somos hombres y mujeres de alabanza. La persona consagrada es capaz de reconocer y señalar la presencia de Dios allí donde se encuentre. Es más, quiere vivir en su presencia, que aprendió a saborear, gustar y compartir.

En la alabanza encontramos nuestra pertenencia e identidad más hermosa porque libra al discípulo de los “habriaqueísmos” y le devuelve el gusto por la misión y por estar con su pueblo; le ayuda a ajustar los “criterios” con los que se mide a sí mismo, mide a los otros y a toda la actividad misionera, para que no tengan algunas veces poco sabor a Evangelio.

Muchas veces podemos caer en la tentación de pasar horas hablando de los “éxitos” o “fracasos”, de la “utilidad” de nuestras acciones, o la “influencia” que podamos tener. Discusiones que terminan ocupando el primer puesto y el centro de toda nuestra atención. Esto que nos conduce —no pocas veces— a soñar con planes apostólicos expansionistas, meticulosos y bien dibujados, pero propios de generales derrotados que terminan por negar nuestra historia —al igual que la de vuestro pueblo— que es gloriosa por ser historia de sacrificios, de esperanza, de lucha cotidiana, de vida deshilachada en el servicio y la constancia en el trabajo que cansa (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 96).

Al alabar aprendemos la sensibilidad para no “desorientarnos” y hacer de los medios nuestros fines, de lo superfluo lo importante; aprendemos la libertad para poner en marcha procesos más que querer ocupar espacios (cf. ibíd., 223); la gratuidad de fomentar todo lo que haga crecer, madurar y fructificar al Pueblo de Dios antes que orgullecernos por cierto fácil, rápido pero efímero “rédito” pastoral. En cierta medida, gran parte de nuestra vida, de nuestra alegría y fecundidad misionera se juega en esta invitación de Jesús a la alabanza. Como bien le gustaba señalar a ese hombre sabio y santo, como ha sido Romano Guardini: «El que adora a Dios en sus sentimientos más hondos y también, cuando tiene tiempo, realmente, con actos vivos, se encuentra cobijado en la verdad. Puede equivocarse en muchas cosas; puede quedar abrumado y desconcertado por el peso de sus acciones; pero, en último término, las direcciones y los órdenes de su existencia están seguros» (Pequeña Suma Teológica, Madrid 1963, 29).

Los setenta y dos eran conscientes de que el éxito de la misión dependió de hacerla “en nombre del Señor Jesús”. Eso los maravillaba. No fue por sus virtudes, nombres o títulos, no llevaban boletas de propaganda con sus rostros; no era su fama o proyecto lo que cautivaba y salvaba a la gente. La alegría de los discípulos nacía de la certeza de hacer las cosas en nombre del Señor, de vivir su proyecto, de compartir su vida; y esta les había enamorado tanto que les llevó también a compartirla con los demás.

Y resulta interesante constatar que Jesús resume la actuación de los suyos hablando de la victoria sobre el poder de Satanás, un poder que desde nosotros solos jamás podremos vencer, pero sí en el nombre de Jesús. Cada uno de nosotros puede dar testimonio de esas batallas, y también de algunas derrotas. Cuando vosotros mencionáis la infinidad de campos donde realizáis vuestra acción evangelizadora, estáis librando esa lucha en nombre de Jesús. En su nombre, vosotros vencéis el mal, cuando enseñáis a alabar al Padre de los cielos y cuando enseñáis con sencillez el Evangelio y el catecismo. Cuando visitáis y asistís a un enfermo o brindáis el consuelo de la reconciliación. En su nombre, vosotros vencéis al dar de comer a un niño, al salvar una madre de la desesperación de estar sola para todo, al procurarle un trabajo a un padre de familia. Es un combate ganador el que se lucha contra la ignorancia brindando educación; también es llevar la presencia de Dios cuando alguien ayuda a que se respete, en su orden y perfección propios, todas las criaturas evitando su uso o explotación; y también los signos de su victoria cuando plantáis un árbol, o hacéis llegar el agua potable a una familia. ¡Qué signo del mal derrotado es cuando vosotros os dedicáis a que miles de personas recuperen la salud!

¡Seguid dando estas batallas, pero siempre en la oración y en la alabanza!

La lucha también la vivimos en nosotros mismos. Dios desbarata la influencia del mal espíritu, ese que tantas veces nos transmite «una preocupación exacerbada por los espacios personales de autonomía y de distensión y que puede llevarnos a vivir las tareas como un mero apéndice de la vida. A veces sucede que la vida espiritual se confunde con algunos momentos religiosos que brindan cierto alivio pero que no alimentan el encuentro con los demás, el compromiso en el mundo, la pasión evangelizadora» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 78) . Así, más que hombres y mujeres de alabanza, podemos transformarnos en “profesionales de los sagrado”. Derrotemos al mal espíritu en su propio terreno; allí donde nos invite a aferrarnos a seguridades económicas, espacios de poder y de gloria humana, respondamos con la disponibilidad y la pobreza evangélica que nos lleva a dar la vida por la misión (cf. ibíd., 76). ¡No nos dejemos robar la alegría misionera!

Queridos hermanos y hermanas: Jesús alaba al Padre porque ha revelado estas cosas a los “pequeños”. Somos pequeños porque nuestra alegría, nuestra dicha, es precisamente esta revelación que Él nos ha dado; el sencillo “ve y escucha” lo que ni sabios, ni profetas, ni reyes pueden ver y escuchar: la presencia de Dios en en los pacientes y afligidos, en los que tienen hambre y sed de justicia, en los misericordiosos (cf. Mt 5,3-12; Lc 6,20-23). Dichosos vosotros, dichosa Iglesia de los pobres y para los pobres, porque vive impregnada del perfume de su Señor, vive alegre anunciando la Buena Noticia a los descartados de la tierra, a aquellos que son los favoritos de Dios.

Transmitidle a vuestras comunidades mi cariño y cercanía, mi oración y bendición. En esta bendición que os daré en nombre del Señor os invito a que penséis en vuestras comunidades, en vuestros lugares de misión, para que el Señor siga diciendo bien a todas esas personas, allí donde se encuentren. Que vosotros podáis seguir siendo signo de su presencia viva en medio nuestro.

Y no os olvidéis de rezar y hacer rezar por mí.

Gracias.

 

© Librería Editorial Vaticana

 

 

 

08/09/2019-14:33
Larissa I. López

Madagascar: Oración del Santo Padre por los trabajadores

(ZENIT – 8 sept. 2019).- En la tarde de hoy, domingo 8 de septiembre de 2019, el Papa Francisco se trasladó a la cantera de Mahatazana, Antananarivo, Madagascar, para compartir un momento de oración con los trabajadores.

Tras visita a Akamasoa, la Ciudad de la Amistad, el Santo Padre llegó a este espacio de trabajo en torno a las 16.00, hora local (15 h. en Roma).

Allí, en una nave cercana al monumento del Sagrado Corazón de Jesús y acompañado por el padre misionero Pedro Opeka, fundador de la Ciudad de la Amistad, el Papa fue recibido con cantos y vítores.

Más de 700 personas, hombres y mujeres, trabajan cada día en esta cantera, un terreno abierto sobre una colina en el que se extraen piedras y materiales de construcción. Un trabajo que exige un gran esfuerzo físico y mental en uno de los países más pobres del mundo.

 

Testimonio de una obrera

Después de unas palabras de bienvenida y el canto de una joven, una trabajadora ofreció su testimonio en nombre de todos los obreros, de todas las personas que trabajan en las canteras de Madagascar.

Así, contó al Obispo de Roma que llevan más de 30 años rompiendo granito para mantener a sus familias, que sus salarios son bajos, pero que están contentos de tener un trabajo, esperando que algún día haya más justicia para los pobres.

Igualmente, expuso que esta visita del Santo Padre supone un gran estímulo para todos ellos y le agradeció su labor de defensa de los derechos de los trabajadores en todo el mundo. También le comunicó que le entregarían un recuerdo de la catedral de la ciudad fabricado con sus propias manos.

 

Oración por los Trabajadores

Francisco recitó la Oración por los Trabajadores en la que exhortó a Dios que les conceda “la fortaleza del alma y la salud del cuerpo para que no sean esclavos del peso de su oficio” y que “el fruto del trabajo les permita asegurar dignamente la subsistencia de sus familias”.

Finalmente, tras la bendición apostólica y el canto final, antes de partir hacia el Collège de Saint Michel en papamóvil para el Encuentro con sacerdotes, religiosos y religiosas, consagrados y seminaristas, Francisco saludó al presidente de la República y a su esposa, a tres líderes musulmanes, a tres obreros y a un grupo de benefactores.

A continuación, sigue el texto completo de la Oración por los Trabajadores recitada por el Papa Francisco.

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Oración del Santo Padre

Dios, Padre Nuestro, creador del cielo y de la tierra,
te damos gracias por habernos reunido como hermanos en este lugar,
ante esta roca rota por el trabajo del hombre,
te pedimos por todos los trabajadores.

Por aquellos que trabajan con sus manos,
y con un enorme esfuerzo físico.
Cuida sus cuerpos del desgaste excesivo,
que no les falte la ternura y la capacidad para acariciar
a sus hijos y jugar con ellos.
Concédeles constantemente la fortaleza del alma y la salud del cuerpo
para que no sean esclavos del peso de su oficio.

Haz que el fruto del trabajo
les permita asegurar dignamente la subsistencia de sus familias.
Que encuentren en ellas, cada noche, calor, descanso y aliento,
y que juntos, reunidos bajo tu mirada,
conozcan la auténtica alegría.

Que nuestras familias sepan que la alegría de ganarse el pan
es plena cuando ese pan se comparte;
que nuestros niños no sean forzados a trabajar,
puedan ir a la escuela y perseverar en sus estudios,
y sus maestros ofrezcan tiempo a esta tarea,
sin necesitar de otras actividades para el sustento cotidiano.

Dios de justicia, toca el corazón de los empresarios y los dirigentes:
Que hagan todo lo posible
por asegurar a los trabajadores un salario digno,
y unas condiciones que respeten la dignidad de la persona humana.

Hazte cargo con tu paternal misericordia
de los que no tienen trabajo,
y haz que el desempleo —causa de tantas miserias—
desaparezca de nuestra sociedad.

Que cada uno conozca la alegría y la dignidad
de ganarse el propio pan para llevarlo a su casa y
mantener a su familia.

Padre, crea entre los trabajadores un espíritu de auténtica solidaridad.
Que sepan estar atentos unos a otros,
que se animen mutuamente, que apoyen a los que están agobiados, levanten a los que
han caído.

Que, ante la injusticia, sus corazones no cedan a la ira, al rencor,
a la amargura, sino que mantengan viva la esperanza
de ver un mundo mejor y trabajar para alcanzarlo.

Que sepan, juntos, de manera constructiva,
hacer valer sus derechos, y que sus voces sean escuchadas.

Dios, Padre Nuestro, tú has dado como protector de
los trabajadores del mundo entero a san José,
padre adoptivo de Jesús,
esposo valiente de la Virgen María.

A Él le confío a todos los que trabajan aquí, en Akamasoa,
así como a todos los trabajadores de Madagascar,
especialmente los que tienen una vida precaria y difícil.
Que él los guarde en el amor de tu Hijo
y los sostengan en sus vidas y en sus esperanzas.

Amén.

 

© Librería Editorial Vaticana

 

 

 

08/09/2019-17:09
Rosa Die Alcolea

Akamasoa, un vertedero transformado en un "lugar de fraternidad y de compartir"

(ZENIT — 8 sept. 2019).- La Ciudad de la Amistad en Akamasoa significa literalmente "Buenos amigos" y fue fundada en 1989 por el padre Pedro Opeka, misionero argentino de la Congregación de la Misión (vicentino-lazarista), quien llegó a Madagascar en 1970.

El Papa ha visitado Akamasoa hoy, domingo, 8 de septiembre de 2019, en la fiesta de la Natividad de la Virgen, a las 15:10 horas (14:10 horas en Roma).

A su llegada, ha sido recibido en la entrada del auditorio Manantenasoa por el padre Pedro Opeka, fundador de la Obra humanitaria y antiguo compañero de estudios de Teología del Santo Padre, saludándose con un fuerte abrazo.

Entre gritos de alegría y aplausos, enérgicos cantos y sonrisas, más de 8.000 jóvenes que viven en Akasamoa han dado la bienvenida al Pontífice al grito de "¡Viva el Papa!" en español, mientras movían sus brazos y agitaban sus banderines de colores.

 

Amistad con el padre Opeka

Antes de leer su discurso, el Papa ha saludado de manera afectiva al padre Opeka: “Es una gran alegría para mí, una gran alegría, estar aquí y con el padre Pedro, que nos conocimos en la Facultad de teología alrededor del año 67-68. En aquel entonces a él no le gustaba tanto estudiar, pero amaba muchísimo el trabajo. Muchas gracias”.

Al ver a los niños descalzos viviendo con su familias en el vertedero, el padre Pedro pensó cómo ayudar a mejorar la vida de estos malgaches. En medio del basurero abandonado, el misionero construyó unas chabolas precarias para las familias y hoy son casas construidas gracias a la ayuda de los colaboradores: sacerdotes, voluntarios y asocaciones.

“Hemos erradicado la pobreza extrema en este lugar a través de la fe, el trabajo, la escuela, el respeto mutuo y la disciplina. Aquí, todo el mundo trabaja”, ha explicado el padre Opeka al Papa esta mañana durante su visita.

 

“Fe viva” que mueve montañas

El proyecto surgió cerca del vertedero de la capital Antananarivo, que el padre Opeka decidió reactivar, ofreciendo un pequeño salario –y la posibilidad de tener una vida más digna—a todo aquel que quisiera trabajar en la cava de granito de la cantera situada junto al vertedero.

“Es el resultado de muchos años de arduo trabajo”, ha observado Francisco. “En los cimientos encontramos una fe viva que se tradujo en actos concretos, capaz de ‘mover montañas’. Una fe que permitió ver posibilidad donde sólo se veía precariedad, ver esperanza donde sólo se veía fatalidad, ver vida donde tantos anunciaban muerte y destrucción”.

Actualmente, cerca de 25 miles de personas se benefician con este proyecto y viven en el pueblo construido; 30 mil pobres llegan cada año a Akamasoa para recibir ayudas específicas y 14 mil niños acceden a la escolarización. En la Misa dominical de la Comunidad, además, participan unas 8 mil personas.

Para el sacerdote argentino, la visita de su compatriota, el Papa Francisco, ha sido una bendición: “Su presencia hoy en este lugar que Dios ha transformado en un lugar de fraternidad y de compartir, es una gracia y una bendición que nos hará duplicar nuestro valor para continuar esta lucha contra la pobreza que mata el alma y luchar aún más contra la injusticia infligida a los niños, mujeres y ancianos abandonados”.

 

La historia de Fany

En el auditorio Manantenasoa, después de las palabras del padre Opeka, la joven Fany, de 13 años, ha contado al Papa su historia personal: “Llegué a Akamasoa hace seis años, con mi madre, mi hermanita y mi hermanito. Me dieron la bienvenida a este centro en Andralanitra y nuestras vidas han cambiado. Hoy estoy feliz de estudiar y orar”.

El Papa ha entregado una representación de la Virgen al padre Opeka, quien lo ha alzado para enseñarlo a todos y hacerles partícipes. El Papa ha saludado también a algunos colaboradores del padre Opeka, sacerdotes y misioneros, y voluntarios.

El regalo del Santo Padre es un delicado bajorrelieve de mármol que representa la “Piedad”, no sólo se inspira en el ejemplo de la célebre obra de Miguel Ángel en la Basílica de San Pedro del Vaticano, sino que se inspira principalmente en la “Piedad” realizada en 1521 por el escultor siciliano renacentista Antonello Gagini.

 

 

 

 

08/09/2019-09:04
Larissa I. López

Misa en Madagascar: "Recuperar la memoria agradecida"

(ZENIT – 8 sept. 2019).- Hoy, domingo 8 de septiembre de 2019, aproximadamente a las 10, hora local (las 9 en Roma), el Papa Francisco ha celebrado la Eucaristía en el Campo Diocesano de Soamandrakizay de Antananarivo, Madagascar.

El campo donde ha tenido lugar la celebración es propiedad de la Iglesia de Antananarivo y cuenta con 30 hectáreas. Ha sido escogido como lugar de acogida de los fieles, tanto para la Vigilia de Oración de ayer con los jóvenes como para la Eucaristía de hoy, presididas ambas por el Papa.

Durante cinco meses, los trabajos de adecuación de este espacio han sido supervisados personalmente por el presidente de la República, Andry Rajoelina, y por el comité de organización de la visita papal.

El espacio tiene capacidad para acoger más de un millón de personas y para esta celebración se esperaban unas 900.000. Efectivamente, hoy, cientos de miles de personas, se han reunido en este lugar para participar en la celebración eucarística dominical.

Algunos fieles han pasado la noche en el campo, a pesar de que, desde ayer por la tarde, hacía un fuerte y frío viento. Madagascar es un país donde los cristianos suponen poco más de la mitad de la población y de los cuales el 35% son católicos.

La Iglesia local de esta nación cuenta con 22 circunscripciones, 438 parroquias y otros 9.010 centros pastorales. También existen 25 obispos, 1.747 sacerdotes, 735 religiosos, 5.006 religiosas y 1.703 misioneros laicos.

 

Beato Rafael Luis Raifiringa

Antes del comienzo de la Santa Misa, el Papa se detuvo unos segundos frente a la imagen de la Virgen presente en el altar, así como frente a reliquias del beato Rafael Luis Rafiringa (1856-1919), expuestas para esta ocasión.

El beato Rafael Luis Rafiringa, lasaliano malgache, educador, catequista y mediador de paz en el país, respaldó a la Iglesia local en el difícil periodo de finales del siglo XIX. Fue beatificado el 7 de junio de 2009 en Antananarivo.

 

Exigencias de la vida cristiana

El Evangelio de hoy (Lucas 14, 25-33 ) narra el pasaje en el que Jesús hace referencia a que “todo aquel que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío”. En él, el evangelista recuerda cuáles son las exigencias del compromiso del seguimiento al Señor, que el Santo Padre ha comentado en su homilía.

En primer lugar, es esencial ver al otro como “hermano”, superando los meros vínculos familiares; en segundo lugar, no se puede identificar el Reino de Dios con los propios intereses o “con la fascinación por alguna ideología” ; y, por último, evitar el justificarnos a nosotros mismos y “recuperar la memoria agradecida”, que reconoce que “nuestra vida y nuestras capacidades son fruto de un regalo” de Dios.

 

Participación de los fieles

Cinco personas, entre las que se encontraba una religiosa, realizaron la oración de los fieles, alternando el idioma malgacho y el francés. Por otro lado, algunas familias han sido las encargadas de entregar las ofrendas al Santo Padre.

La comunión ha sido acompañada por cantos y bailes autóctonos de un amplio grupo de malgaches.

Además, Mons. Odon Marie Arsène Razanakolona, arzobispo de Antananarivó, dedicó unas palabras de agradecimiento al Pontífice momentos antes del final de la Misa.

 

Intercambio de regalos y agradecimiento

Francisco regaló a la Iglesia malgache un cáliz, mientras que el arzobispo entregó al Papa una imagen en madera de la Virgen patrona de Madagascar, así como una serie de productos típicos del país.

Por último, tras acabar la Misa y previamente al rezo del Ángelus, el Papa ha agradecido a Mons. Razanakolona, a los demás obispos, a los sacerdotes, a los consagrados, a las familias, a los catequistas y a todos los fieles su presencia. Igualmente, ha extendido este agradecimiento al presidente de la República, que se encontraba en la celebración junto a su esposa, a todas las autoridades civiles, y a aquellos que han contribuido a la organización y al “éxito de su visita”.

También ha pedido que el Señor los bendiga y recompense, por intercesión del beato Rafael Luis Raifiringa y de la beata Victoire Rasoamanarivo.

 

 

 

 

08/09/2019-16:03
Redacción

Viaje a África: Programa del Papa en Mauricio

(ZENIT — 8 sept. 2019).- El lunes, 9 de septiembre de 2019, el Papa Francisco llega a Maurico, última parada de este viaje a África que está teniendo lugar del 4 al 10 de septiembre y en el que también ha visitado Mozambique y Madagascar.

Así, en este día, está previsto que el Papa llegue desde Antananarivo, Mozambique, a Port- Louis, capital de Mauricio, a las 10:40 horas (8:40 h. en Roma), donde será recibido con una ceremonia de bienvenida. Después, el Papa presidirá la Santa Misa en el Monumento a María Reina de la Paz.

También almorzará con los obispos de la Conferencia Episcopal del Océano Índico (CEDOI), realizará una visita privada al santuario de Pére Laval y se reunirá con el presidente, con el primer ministro y con las autoridades, la sociedad civil y el cuerpo diplomático.

A las 18:45 horas (16:45 h. en Roma), el Papa se despedirá de las Islas Mauricio en el aeropuerto de Port Louis, rumbo de nuevo a Antananarivo, capital de Madagascar, donde dormiré en la Nunciatura Apostólica.

 

Ver programa completo

 

A continuación, ofrecemos el programa del lunes, 9 de septiembre de 2019.

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Lunes 9 septiembre 2019
ANTANANARIVO (MADAGASCAR)-PORT LOUIS (MAURICIO)-ANTANANARIVO
 
 
07:30 Salida en avión para Port Louis  
10:40 CEREMONIA DE BIENVENIDA en el aeropuerto de Port Louis (Mauricio)  
12:15 SANTA MISA en el Monumento de María Reina de la Paz Homilía del Santo Padre
  Almuerzo con los obispos de la  CEDOI en el Episcopio  
16:25 VISITA PRIVADA AL SANTUARIO DE PÈRE LAVAL  
16:55 VISITA DE CORTESÍA AL PRESIDENTE en el Palacio Presidencial  
17:15 ENCUENTRO CON EL PRIMER MINISTRO en el Palacio Presidencial  
17:40 ENCUENTRO CON LAS AUTORIDADES, LA SOCIEDAD CIVIL Y EL CUERPO DIPLOMÁTICO en el Palacio Presidencial Discurso del Santo Padre
18:45 CEREMONIA DE DESPEDIDA en el aeropuerto de Port Louis  
19:00  Salida en avión para Antananarivo (Madagascar)  

 

 

 

08/09/2019-07:00
Isabel Orellana Vilches

San Pedro Claver, 9 de septiembre

«Insigne misionero jesuita español. Se definió como esclavo de los esclavos; le entregó su vida amándoles en Cristo, en Cartagena, Colombia. Fue canonizado junto a su admirado hermano san Alonso Rodríguez»

Nació en Verdú, Lérida, España, el 26 de junio de 1580. Sus padres eran campesinos; tenían una holgada posición económica. Tuvo cinco hermanos, aunque sobrevivieron tres. Pedro era el menor de todos. Perdió a uno de ellos y a su padre a los 13 años. Con 15 recibió la tonsura a manos del obispo de Vich. Luego estudió en la universidad de Barcelona y en el colegio de Belén, regido por los jesuitas. Le agradó el carisma y en 1602 se convirtió en novicio de la Compañía de Jesús en Tarragona. Al profesar anotó en su cuaderno: «Hasta la muerte me he de consagrar al servicio de Dios, haciendo cuenta que soy como esclavo que todo su empleo ha de ser en servicio de su Amo y en procurar con toda su alma, cuerpo y mente agradarle y darle gusto en todo y por todo». Prosiguió su formación en Gerona. Al concluirla fue trasladado a Mallorca donde permaneció tres años, los más felices de su vida debido, en gran medida, a que el santo portero del colegio de Montesión de Palma, Alonso Rodríguez, le abrió las puertas del convento y de su corazón.

Este insigne religioso tenía una edad avanzada cuando halló al joven Pedro titubeante aún en lo referido a su ordenación sacerdotal y en los pasos que debía dar. Le acompañó con claridad y firmeza, llevándole a cumplir la voluntad de Dios, que conocía a través de una visión y locución divina en la que se vaticinaba la santidad y gloria que Pedro iba a alcanzar, y de la que nunca le habló. Solo le dijo que trabajaría con negros en Cartagena. Con permiso de los superiores, todas las noches trataban temas espirituales. San Alonso le animaba a irse a misiones. En 1608 Pedro regresó a Barcelona para formarse. Al despedirse el admirable portero le dio el «Oficio Parvo de la Inmaculada» y un cuaderno de avisos espirituales, un preciado legado que llevó consigo siempre. De entre el ramillete de obras escogidas que nutrían su reflexión, lo primordial era el Evangelio, y en concreto la Pasión de Cristo. Con ella y el crucifijo lo tenía todo.

En 1610 partió a las Indias. Estudió teología en Santa Fe de Bogotá yen Tunja. Después lo trasladaron a Cartagena donde fue ordenado sacerdote en 1616.

Cientos de miles de esclavos pasaban por ese puerto marítimo de primer orden, procedentes de diversas partes de África. La inhumana condena a la que eran sometidos se iniciaba en el momento de su captura. El viaje se convertía en atroz pesadilla que proseguía una vez llegaban a puerto para ser vendidos. Pedro había sido destinado a prestar su ayuda al padre Sandoval encargado de llevar la fe a los negros. Aprendió mucho junto a él. Sumó a la dedicación apostólica del religioso su excelsa virtud: abrazaba a los esclavos, les llevaba comida, les hablaba del amor de Dios, los bautizaba, los curaba e incluso besaba sus llagas purulentas. Cuando Sandoval partió a Lima en 1617, Pedro siguió sus tácticas: se las ingeniaba para saber cuándo iba a entrar un barco, y era el primero en salir a su encuentro. Les llevaba alimentos y les daba lo que obtenía con sus limosnas. Solventó las dificultades de comunicación creando un equipo de intérpretes de distintas nacionalidades. Ni siquiera ellos podían seguir el ritmo intensísimo que llevaba. Y eso que simplemente sus mortificaciones, las cinco horas diarias de oración y la frugal comida que tomaba, eran suficientes para caer enfermo. Además, prácticamente atendía todo él solo. Contó con la ayuda de otro jesuita, Carlos de Orta, que murió un año más tarde, hasta que en 1620 regresó Sandoval.

Dedicó cuarenta años de su vida a una heroica caridad, encendiendo la única llama de esperanza que encontraron estas víctimas de la crueldad de otros congéneres. Hacinados en el barco, en condiciones insalubres extremas, escasos de alimento, horrorizados por tanta brutalidad y temblando siempre por su futuro que no auguraba más que la muerte, malvivían entre olores nauseabundos. Con dibujos y estampas Pedro les dio a conocer las verdades esenciales de la fe. Viéndole esgrimir el crucifijo y darse golpes de pecho, entendían el alcance de la Redención y pedían perdón. Nadie les dio más amor en este mundo que el que recibieron del santo. Al profesar en 1622 había escrito: «Yo, Pedro Claver, de los negros esclavo para siempre». Los defendió bravamente, aunque le costó no pocos disgustos. No se entendió que administrase los sacramentos a sus amados esclavos, que eran considerados personas «sin alma». Hasta sus superiores en ciertos momentos le corrigieron por sus «excesos». También le llovieron críticas de los infames mercaderes y de personas de alcurnia disconformes con su acción. No tuvo miramientos con ninguna; estaba al lado del más débil.

El lenguaje universal del amor fue el que entendieron tantos pobres desgraciados. Los que iban a ser ajusticiados demandaban su presencia. Su conocido manteo, con el que enjugó sus lágrimas, curó y secó sus sudores, sirviendo de peana para los enfermos, incluso los más repugnantes, le acompañó hasta el fin. Pero los esclavos no eran los únicos receptores de su caridad. También auxiliaba a los negros, enfermos, indigentes y lisiados de Cartagena y Provincia, así como a los presos, sin importarle su credo. En su heroico quehacer incluía la asistencia a dos centros hospitalarios: San Sebastián y San Lázaro. En 1651 atendiendo a los enfermos en la epidemia de peste cayó afectado por ella; le produjo una parálisis que iba creciendo. En mula y con un bastón siguió buscando a sus esclavos, socorriéndoles y llevándoles a la fe. Incapacitado para moverse, de repente se encontró solo, y pensó que era una penitencia que le convenía por sus pecados. Fueron tres años de intensos sufrimientos, humillaciones y soledad. Pero cuando agonizaba el 9 de septiembre de 1654, una marea humana quería tocarle y arrancar sus pobres vestiduras; no le dejaban ni morir en paz. Había instruido y bautizado a 300.000 esclavos. Pío IX lo beatificó el 16 de julio de 1850. León XIII lo canonizó junto a san Alonso Rodríguez el 15 de enero de 1888.