13.02.12

Diez Mandamientos

RAZÓN DE LA SERIE:

Los Mandamientos de la Ley de Dios vienen siendo, desde que le fueron entregados a Moisés (Éxodo 20, 1-17) en aquella tierra inhóspita por la que deambulaban hacia otra mejor que los esperaba, una guía, no sólo espiritual, que el ser humano ha seguido y debe seguir. Quien quiera ser llamado hijo del Creador ha de responder afirmativa a Cristo cuando le diga, como al joven rico (Mc 10, 19) “ya sabes los mandamientos…” y ha de saber que todo se resumen en aquel “Quien ama, ha cumplido toda la ley” que dejara escrito San Pablo en su Epístola a los Romanos (13,8).

Por otra parte, los Mandamientos, doctrinalmente así se entiende, están divididos, o podemos así entenderlo, en dos grandes grupos: el primero de ellos abarca los tres primeros que son referidos, directamente a Dios y que se resumen en el “amarás a Dios sobre todas las cosas”; el segundo abarca el resto, 7, referidos, exactamente, a nuestra relación con el prójimo y que se resumen en el “amarás a tu prójimo como a ti mismo”.

Tenemos, pues, que traer a nuestra vida ordinaria, el espíritu y el sentido exacto de los 10 Mandamientos de la Ley de Dios para no caer en lo que San Josemaría refiere en “Amar a la Iglesia” (El fin sobrenatural de la Iglesia, 11) cuando escribe que “Se rechaza la doctrina de los mandamientos de la Ley de Dios y de la Iglesia, se tergiversa el contenido de las bienaventuranzas poniéndolo en clave político-social: y el que se esfuerza por ser humilde, manso, limpio de corazón, es tratado como un ignorante o un atávico sostenedor de cosas pasadas. No se soporta el yugo de la castidad, y se inventan mil maneras de burlar los preceptos divinos de Cristo.

Seamos, pues, de los que son llamados humildes, mansos y limpios de corazón y traigamos, aquí, el sentido que la norma divina tiene para nosotros, hijos del Creador. Sabemos lo que nos espera, en la vida eterna, en tal caso.

9º - No consentirás pensamientos ni deseos impuros

Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón

(Mt 5, 28).

Noveno Mandamiento

Dios es muy sutil en cuanto hace. Por eso cuando comunicó los Mandamientos a Moisés lo hizo en el entendido de que serían entendibles por todos aquellos que los iban a recibir a lo largo de los siglos. El que hace número 9 de los mismos es un ejemplo de hasta dónde puede llegar el sentido de lo bueno y mejor para el ser humano.

La esfera de lo que se hace, en acto, tiene un momento anterior que viene a ser como lo que está en potencia. Es decir, antes de hacer algo o llevar a cabo determinada actuación es de suponer que se nos ha ocurrido lo que íbamos hacer o llevar a cabo y que, si hemos tomado la absoluta resolución de cumplir con nuestra voluntad, lo ponemos en práctica. Sin embargo, no se tendrá en cuenta aquello que hacemos llevados por un arrebato tal que no medie pensamiento previo de que se va a hacer.

Decía la Santa Teresa de Jesús que la imaginación es “la loca de la casa”, entendiendo por casa nuestro corazón o nuestro pensamiento y por loca el hecho de que nos lleva por caminos que no merece Dios por ser nuestro Creador y que nos ponen, de seguir los consejos de la misma, contra la voluntad del Todopoderoso. Y es que, la imaginación, herramienta otorgada por Dios al hombre, nos puede jugar malas pasadas cuando, por ejemplo

Convierte un ruido en algo tenebroso.
Convierte una imagen en un derivado de la lujuria y la sensualidad.
Convierte un error humano en un gran drama porque actúa a su antojo.
Y, por último, puede hacer ver correcto lo que, en realidad, es totalmente incorrecto.

Por lo tanto, no debemos consentir pensamientos ni deseos impuros. Esto lo que, en realidad, quiere decir es que, ante la práctica imposibilidad de tener pensamientos o deseos impuros, lo que se establece como contrario al Mandamiento es llevar a cabo los mismos o, lo que es lo mismo, consentirlos y, así, ponerlos en práctica.

Unas cuantas preguntas nos acercarán, de verdad, al sentido profundo de este Mandamiento y nos permitirán hacer un claro examen de conciencia:

¿Me he puesto voluntariamente en peligro próximo de pecar gravemente, o no lo he evitado pudiendo y debiendo hacerlo?
¿He mirado con intención deshonesta? (No es lo mismo mirar detenida y voluntariamente que ver sin querer, como de paso y sin fijarse o por necesidad)
¿He mal usado los adelantos tecnológicos como la Internet, para charlas impuras, y acciones que llevan al vicio de la lujuria?
¿Me he percatado que a través del mal uso de estos medios hago pecar a otros?
¿He ido yo en busca de las tentaciones en páginas donde sé que las hay?
¿He mirado pornografía?
¿He ido a buscar la tentación en los carteles de la calle donde sé que las hay?
¿Intento fortalecer mi fuerza de voluntad para vencer la tentación?
¿He asistido a diversiones que me ponían en ocasión próxima de pecar? (ciertos bailes, cines o espectáculos inmorales, malas lecturas o compañías).
¿Me doy cuenta de que ponerme en ocasiones de pecar es ya un pecado? ¿Guardo los detalles de modestia que son la salvaguardia de la pureza?
¿Considero esos detalles ñoñería? Antes de asistir a un espectáculo, o leer un libro, ¿me entero de su calificación moral para no ponerme en ocasión próxima de pecado evitando así las deformaciones de conciencia que pueda producirme? ¿Me he entretenido con miradas impuras? ¿He rechazado las sensaciones impuras?
¿Me entretengo pensando o imaginando los pecados de los demás? ¿Tengo amistades que son ocasión habitual de pecado?
¿Estoy dispuesto a dejarlas? En el noviazgo, ¿es el amor verdadero la razón fundamental de esas relaciones?
¿Vivo el constante y alegre sacrificio de no convertir el cariño en ocasión de pecado?
¿Degrado el amor humano confundiéndolo con el egoísmo y con el placer?
¿Mis relaciones están inspiradas no por afán de posesión, sino por el espíritu de entrega, de comprensión, de respeto, de delicadeza?
¿Tengo relaciones amorosas por pasatiempo, sin ánimo de casarte?
Si tengo relaciones, ¿me porto con seriedad y sé guardar el dominio debido en las manifestaciones de afecto, evitando el peligro de pecar?
¿Tengo amistades peligrosas?
¿Evito y me aparto de las ocasiones de pecar?
¿Busco ocasiones de pecar leyendo periódicos, anuncios, viendo películas o acudiendo a casas o lugares de inmoralidad, etc.?
¿Llevo a otros?

Noveno Mandamiento

¿He tenido deseos deshonestos consentidos deliberadamente aunque no los haya ejecutado?
¿Era alguna persona casada o que por alguna circunstancia tenga gravedad especial (pariente, del mismo sexo, etc.)?
¿He tenido pensamientos deshonestos, impuros, deleitándome voluntariamente en ellos? (No es lo mismo sentir malos deseos y tener malos pensamientos que consentir deleitándose voluntariamente en ellos.)
¿He codiciado deshonestamente y con deliberación otra persona que está casada, consagrada, etc.?
¿Me acerco con más frecuencia al sacramento de la Penitencia durante el noviazgo para tener más gracia de Dios?
¿Me han alejado de Dios esas relaciones?
¿He tenido conversaciones impuras?
¿Las he comenzado yo?
¿Me he entretenido con pensamientos o recuerdos deshonestos? ¿He traído a mi memoria recuerdos o pensamientos impuros? ¿Me he dejado llevar de malos deseos contra la virtud de la pureza, aunque no los haya puesto por obra?
¿Había alguna circunstancia que los agravase: parentesco, matrimonio o consagración a Dios en las personas a quienes se dirigían?
¿He dicho palabras indecentes?

Noveno Mandamiento

Vemos, por lo tanto, que no es que sean pocas las ocasiones en las que podemos caer e incumplir el noveno Mandamiento. Muy al contrario, son muchas y, por eso mismo, debemos redoblar nuestra cautela para no ser pecadores en tal sentido.

En demostración de lo aquí expuesto viene el P. Jorge Loring SI, cuando en el número 71, 1 de su “Para Salvarte” dice que

“Es claro que para que haya pecado en este mandamiento, como en cualquier otro, es necesario desear o recrearse voluntariamente en lo que está prohibido hacer. Quien tiene malos pensamientos, imaginaciones o deseos contra su voluntad, no peca. Sentir no es consentir. El sentir no depende muchas veces de nosotros; el consentir, siempre. El pecado está en el consentir, no en el sentir.

Siente el cuerpo, consiente el alma. Y quien peca es el alma, no el cuerpo.”

En realidad, lo que aquí se dilucida es que se prescribe un uso ordenado de las facultades de pensar y de desear porque, como sabemos, Dios ve en lo secreto de nuestro corazón como bien dice 1 Sam 16,7 al dejar escrito que “La mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira las apariencias, pero Yahvéh mira el corazón”. Esto mismo lo corrobora el mismo Creador cuando en Jer 17, 10 dice “Yo, Yahvéh, exploro el corazón, pruebo los riñones, para dar a cada cual según su camino, según el fruto de sus obras”.

El fruto de sus obras”… dice el texto de Jeremías. Y el fruto es, siempre, resultado de una siembra, de una semilla que ha germinado y ha dado, a la luz del mundo, lo que Dios estableció que diese. Y en cuanto a nuestro proceder, la semilla la sembramos en nuestra mente y en nuestro pensamiento. Ahí se peca y ahí radica la esencia de este Mandamiento porque, a diferencia de la semilla de la naturaleza que no tiene albedrío, sí lo tiene el ser humano, creación perfecta de Dios, que ora actúa como debe, ora se deja llevar, consintiendo lo que no debe, por su libertad hasta donde no debería llegar.

Como también conviene saber qué dice el Catecismo de la Iglesia Católica al respecto de lo que, en realidad, se necesita para no caer en consentir pensamientos y deseos impuros y que no es otra cosa que un corazón puro, el mismo nos advierte acerca de lo siguiente:

2517 El corazón es la sede de la personalidad moral: ‘de dentro del corazón salen las intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones’ (Mt 15, 19). La lucha contra la concupiscencia de la carne pasa por la purificación del corazón:

Mantente en la simplicidad, la inocencia y serás como los niños pequeños que ignoran el mal destructor de la vida de los hombres (Hermas, mand. 2, 1).

2518 La sexta bienaventuranza proclama: “Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8). Los “corazones limpios” designan a los que han ajustado su inteligencia y su voluntad a las exigencias de la santidad de Dios, principalmente en tres dominios: la caridad (cf 1 Tm 4, 3-9; 2 Tm 2 ,22), la castidad o rectitud sexual (cf 1 Ts 4, 7; Col 3, 5; Ef 4, 19), el amor de la verdad y la ortodoxia de la fe (cf Tt 1, 15; 1 Tm 3-4; 2 Tm 2, 23-26). Existe un vínculo entre la pureza del corazón, del cuerpo y de la fe:

Los fieles deben creer los artículos del Símbolo ‘para que, creyendo, obedezcan a Dios; obedeciéndole, vivan bien; viviendo bien, purifiquen su corazón; y purificando su corazón, comprendan lo que creen’ (S. Agustín, fid. et symb. 10, 25).

2519 A los ‘limpios de corazón’ se les promete que verán a Dios cara a cara y que serán semejantes a El (cf 1 Co 13, 12, 1 Jn 3, 2). La pureza de corazón es el preámbulo de la visión. Ya desde ahora esta pureza nos concede ver según Dios, recibir al otro como un ‘prójimo’; nos permite considerar el cuerpo humano, el nuestro y el del prójimo, como un templo del Espíritu Santo, una manifestación de la belleza divina.

No caigamos, pues, en dar el paso siguiente a tener el pensamiento impuro. No consentir es no dejarse vencer y vencer en la lucha contra tales inclinaciones.

¡Alabado sea el Señor!


Eleuterio Fernández Guzmán

 

 


Leer Primer Mandamiento: Amarás a Dios sobre todas las cosas.

Leer Segundo Mandamiento: No tomarás el nombre de Dios en vano.

Leer Tercer Mandamiento: Santificarás las fiestas.

Leer Cuarto Mandamiento: Honrarás a tu padre y a tu madre.

Leer Quinto Mandamiento: No matarás.

Leer Sexto Mandamiento: No cometerás actos impuros.

Leer Séptimo Mandamiento: No hurtarás.

Leer Octavo Mandamiento: No dirás falso testimonio ni mentirás.