25.11.13

 

El Arzobispo Kurtz, ya ha salido varias veces en este blog. La ocasión más cercana por su elección como presidente de la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos. Y también como impulsor de la bendición al niño en el seno materno.

El arrojo en la defensa de los más desfavorecidos que muestra este obispo tiene también razones biográficas. A mi me han resultado, por razones obvias, especialmente entrañables.

Tras la muerte de la madre de Mons. Kurtz, el obispo se hizo cargo por completo de su hermano menor, Georgie, que tenía síndrome de Down. Se lo llevó a que vivir con él primero en la casa parroquial y luego en la residencia episcopal de Knoxville, Tenesee, cuando fue nombrado obispo de allá. Fueron 12 años hasta que murió con 48 años en 2002.

En 2012 escribió un precioso artículo recordándole. El título lo dice todo «La alegría de Georgie». Me es imposible abstraerme de la situación, lo siento. Así que sólo traduzco el final:

Hace poco, después de celebrar la Santa Misa por nuestra querida madre. Debí mirar cabizbajo hacia él. Dándome una palmadita en la espalda y me dijo: «No te preocupes. Mamá está en el cielo. Me tienes a mi». Dar y recibir son dos caras de la misma moneda. No puede darse una sin la otra. En el caso de la relación con mi hermano, no es un lugar común decir que recibí mucho más que lo que dí.

Puedo dar fe. Y quizá por eso, se me abren las carnes con noticias como que con el nuevo test prenatal el 98% los elimina. Pienso que también se juegan la felicidad terrena.