Servicio diario - 23 de marzo de 2018


 

Francisco celebrará la Pasión, Muerte y Resurreción de Cristo
Rosa Die Alcolea

P. Raniero Cantalamessa: "Pongámonos las armas de la luz"
Raniero Cantalamessa

"Dios es joven": El Papa deplora la estética artificial
Anne Kurian

República de San Marino: Encuentro del Papa con los capitanes regentes
Rosa Die Alcolea

La Santa Sede se opone a patentes sobre formas de vida
Enrique Soros

BIOGRAFÍA: Arzobispo Adolfo Suárez — 10 años de su muerte (II)
Redacción

Libro: 'Espiritualidad ante un cambio de paradigma. Cuestiones emergentes'
Nieves San Martín

Social Freezing: Dificultades médicas y éticas
Justo Aznar

Beato Diego José de Cadiz, 24 de marzo
Isabel Orellana Vilches


 

 

23/03/2018-20:33
Rosa Die Alcolea

Francisco celebrará la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo

(ZENIT — 23 marzo 2018).- El Papa Francisco, en su 5° año de pontificado, celebrará la Eucaristía y las oraciones propias de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo los próximos días en la Basílica de San Pedro y el Coliseo, informó la Santa Sede el miércoles, 21 de marzo.

El próximo domingo, 25 de marzo, Francisco presidirá la Santa Misa con motivo del Domingo de Ramos y de la Pasión del Señor. El Santo Padre bendecirá las palmas y los olivos a las 10 horas en la plaza de San Pedro, y al final de la procesión, celebrará laEucaristía de la Pasión del Señor en la Capilla Papal de la Basílica de San Pedro.

 

Documento para el Sínodo

Ese mismo día, se celebrará en Roma (a nivel diocesano), la XXXIII Jornada Mundial de la Juventud sobre el tema: "No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios" (Lc1:30), y se le entregará al Papa el documento preparatorio para el Sínodo de los Obispos que se celebrará en octubre de 2018, elaborado en la reunión pre-sinodal que ha tenido lugar esta semana en Roma, con la participación de 300 jóvenes de todo el mundo.

La Santa Misa del Crisma será el jueves, 29 de marzo de 2018, a las 9:30 horas, en la Basílica Vaticana. El Santo Padre presidirá la concelebración de la Eucaristía con los cardenales, patriarcas, arzobispos, obispos y presbíteros (diocesanos y religiosos) presentes en Roma.

El Viernes Santo, 30 de marzo de 2018, el Santo Padre oficiará la Pasión del Señor en la Capilla Papal, a las 17 horas. Francisco presidirá la Liturgia de la Palabra, la Adoración de la Cruz y el Rito de la Comunión.

Asimismo, a las 21:15 horas, el Obispo de Roma estará al frente de la oración del Vía Crucis en el Coliseo, en recuerdo de los primeros cristianos que murieron a causa de fe en ese lugar.

Al final del rezo del Vía Crucis, el Papa dirigirá sus palabras a los fieles e impartirá la bendición apostólica.

 

Fuego nuevo

La noche del 31 de marzo al 1 de abril de 2018, el Papa Francisco presidirá la Vigilia Pascual, de preparación para la Resurrección del Señor. La celebración será en la Capilla Papal de la Basílica Vaticana a las 20:30 horas
El Santo Padre bendecirá el fuego nuevo en el atrio de la basílica de San Pedro. Después de la procesión de entrada con el cirio pascual y el canto del Exsultet presidirá la liturgia de la Palabra, la liturgia bautismal y la liturgia eucarística, que será concelebrada con los cardenales, obispos y sacerdotes que lo deseen, a disponibilidad de puestos.

 

Bendición "Urbi et Orbi"

La Santa Misa del Domingo de Resurrección estará presidida por el Pontífice, también en la Capilla Papal de la Basílica de San Pedro, a las 10 horas.

Al final de la celebración, desde el balcón central de la Basílica, el Sucesor de Pedro impartirá la bendición «Urbi et Orbi» a todos los fieles presentes en la plaza de San Pedro, y a quienes sigan la ceremonia desde los diferentes medios de comunicación.

 

 

23/03/2018-20:08
Raniero Cantalamessa

P. Raniero Cantalamessa: "Pongámonos las armas de la luz"

(ZENIT — 23 marzo 2018).- Esta mañana a las 9 horas, en la capilla Redemptoris Mater, el Predicador de la Casa Pontificia, el Revdo. P. Raniero Cantalamessa, franciscano capuchino, ha pronunciado el 5° y último sermón de Cuaresma.

El tema de la meditación cuaresmal ha sido: "Revestíos del Señor Jesucristo" (Romanos 13,14). Con el título "Pongámonos las armas de La Luz", el franciscano ha reflexionado sobre la pureza cristiana.

A continuación, ofrecemos la 5a predicación de Cuaresma del P. Raniero Cantalamessa.

***

 

«PONGÁMONOS LAS ARMAS DE LA LUZ»

 

La pureza cristiana

En nuestro comentario de la parénesis de la Carta a los Romanos, hemos llegado al punto donde se dice:

«La noche está avanzada, el día está cerca: dejemos, pues, las obras de las tinieblas y pongámonos las armas de la luz. Andemos como en pleno día, con dignidad. Nada de comilonas y borracheras, nada de lujuria y desenfreno, nada de riñas y envidias. Revestíos más bien del Señor Jesucristo, y no deis pábulo a la carne siguiendo sus deseos» (Rom 13,12-14).

San Agustín, en las Confesiones, nos narra el lugar que este pasaje tuvo en su conversión. Había llegado ya a una adhesión casi total a la fe; sus objeciones fueron eliminadas una tras otra, y la voz de Dios se había ido haciendo cada vez más apremiante. Pero había una cosa que lo retenía: el miedo de no lograr vivir casto. Vivía, como se sabe, con una mujer sin estar casado.

Estaba en el jardín de la casa que lo albergaba, preso de esta lucha interior y con lágrimas en los ojos, cuando, desde una casa cercana, oyó que provenía una voz, como de niño o niña, que iba repitiendo: «Tolle, lege!, ¡Toma, lee; toma, lee!». Interpretó dichas palabras como una invitación de Dios y, teniendo al alcance de la mano el libro de las Cartas de san Pablo, lo abrió al azar, decidido a considerar como voluntad de Dios la primera frase sobre la cual cayera su mirada. La palabra sobre la cual cayó su mirada fue, precisamente, la de la Carta a los Romanos que acabamos de recordar. Dentro de él brilló una luz de seguridad (lux securitatis), que hizo desaparecer todas las tinieblas de la incertidumbre. Sabía ya que, con la ayuda de Dios, podía ser casto [1].

Las cosas que el Apóstol, en ese pasaje, llama «obras de las tinieblas» son las mismas que en otros lugares define como «deseos, u obras, de la carne» (cf. Rom 8,13; Gál 5,19) y las cosas que llama «armas de la luz» son las mismas que en otros lugares llama «obras del Espíritu» o «frutos del Espíritu» (cf. Gál 5,22). Entre estas obras de la carne se pone de relieve, con dos términos (koite y aselgeia), el desenfreno sexual, al cual se contrapone el arma de la luz que es la pureza.

En el presente contexto, el Apóstol no se alarga hablando de este aspecto de la vida cristiana; pero sabemos qué importancia revestía a sus ojos la lista de vicios, puesta al comienzo de la Carta (cf. Rom 1,26ss). San Pablo establece un vínculo estrechísimo entre pureza y santidad, y entre pureza y Espíritu Santo:

«Esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación, que os apartéis de la impureza, que cada uno de vosotros trate su cuerpo con santidad y respeto, no dominado por la pasión, como hacen los gentiles que no conocen a Dios. Y que en este asunto nadie pase por encima de su hermano ni se aproveche con engaño, porque el Señor venga todo esto, como ya os dijimos y os aseguramos: Dios no nos ha llamado a una vida impura, sino santa. Por tanto, quien esto desprecia, no desprecia a un hombre, sino a Dios, que os ha dado su Espíritu Santo» (1 Tes 4,3-8).

Por lo tanto, tratemos de recoger esta última «exhortación» de la palabra de Dios, profundizando el fruto del Espíritu que es la pureza.

 

1. Las motivaciones cristianas de la pureza

San Pablo, en la carta a los Gálatas, escribe: «El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, benignidad bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí» (Gál 5,22). El término griego original, que traducimos con «dominio de sí», es enkrateia. Tiene una gama de significados muy amplia; se puede ejercer, en efecto, el dominio de sí en el comer, en el hablar, en contenerse de la ira, etc. Sin embargo, aquí, como por lo demás casi siempre en el Nuevo Testamento, significa el dominio de sí en una esfera muy precisa de la persona, es decir, en el marco de la sexualidad. Lo deducimos por el hecho de que, poco más arriba, al enumerar las «obras de la carne», el Apóstol llama porneia, es decir, impureza, lo que se opone al dominio de sí (¡es el mismo término que deriva de «pornografía»!).

En las traducciones modernas de la Biblia, el término porneia se traduce como prostitución, como impureza, como fornicación o adulterio y con otros vocablos. La idea de fondo contenida en el término es, sin embargo, la de «venderse», enajenar el propio cuerpo, y, por tanto, prostituirse (pernemi, en griego, significa «me vendo»). Al emplear dicho término para indicar casi todas las manifestaciones de desorden sexual, la Biblia viene a decir que todo pecado de impureza es, en cierto sentido, un prostituirse, un venderse.

Los términos usados por san Pablo nos dicen, pues, que son posibles, hacia el propio cuerpo y la propia sexualidad, dos actitudes opuestas: una fruto del Espíritu y, la otra, obra de la carne; una de virtud y otra de vicio. La primera actitud es conservar el dominio de sí y del propio cuerpo; la segunda es, en cambio, vender o enajenar el propio cuerpo, es decir, disponer de la sexualidad según el propio antojo, para fines utilitaristas y distintos de aquellos para los cuales fue creada; un hacer del acto sexual un acto venal, aunque lo útil no siempre está constituido por el dinero, como en el caso de la auténtica prostitución, sino también por el placer egoísta fin en sí mismo.

Cuando se habla de la pureza y de la impureza en simples listas de virtudes o de vicios, sin profundizar en la materia, el lenguaje del Nuevo Testamento no difiere mucho del de los moralistas paganos. También los Estoicos y los Epicúreos exaltaban el dominio de sí, pero sólo en función de la quietud interior, de la impasibilidad (apatheia), del autodominio; la pureza era gobernada, según ellos, por el principio de la «recta razón».

En realidad, sin embargo, dentro de estos antiguos vocablos paganos, hay ya un contenido totalmente nuevo que brota, como siempre, del kerigma. Esto es ya visible en nuestro texto, donde al desenfreno sexual se opuso, de modo muy significativo, como su contrario, el «revestirse del Señor Jesucristo». Los primeros cristianos eran capaces de captar este contenido nuevo, porque era objeto de catequesis específica en otros contextos.

Examinemos ahora una de estas catequesis específicas sobre la pureza, para descubrir el verdadero contenido y las verdaderas motivaciones cristianas de esta virtud que se derivan del acontecimiento pascual de Cristo. Se trata del texto de 1 Cor 6,12-20. Parece que los Corintios —quizás tergiversando una frase del Apóstol— adujeron el principio: «Todo me es lícito», para justificar también los pecados de impureza. En la respuesta del Apóstol está contenida una motivación totalmente nueva de la pureza que brota del misterio de Cristo. No es lícito —dice— darse a la impureza (porneia), no es lícito venderse o disponer de sí según el propio antojo, por el simple hecho de que nosotros ya no nos pertenecemos, no somos nuestros, sino de Cristo. No se puede disponer de lo que no es nuestro: «¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo [...] y que no os pertenecéis?» (1 Cor 6,15.19).

La motivación pagana es, en cierto sentido, puesta del revés; el valor supremo que hay que salvaguardar ya no es el dominio de sí, sino el «no-dominio de sí». «¡El cuerpo no es para la impureza, sino para el Señor!» (1 Cor 6,13): la motivación última de la pureza es, pues, que «¡Jesús es el Señor!». La pureza cristiana, en otras palabras, no consiste tanto en establecer el dominio de la razón sobre los instintos, cuanto en establecer el dominio de Cristo sobre toda la persona, razón e instintos.

Hay un salto de cualidad casi infinito entre las dos perspectivas; en el primer caso, la pureza está en función de mí mismo, yo soy el objetivo; en el segundo caso, la pureza está en función de Jesús. Esta motivación cristológica de la pureza se hace más apremiante por lo que san Pablo añade en el mismo texto: nosotros no somos sólo genéricamente «de» Cristo, como su propiedad o cosa suya; ¡somos el cuerpo mismo de Cristo, sus miembros! Esto hace todo inmensamente más delicado, porque quiere decir que, cometiendo la impureza, yo prostituyo el cuerpo de Cristo, realizo una especie de sacrilegio odioso; «violento» al Cuerpo del Hijo de Dios. Dice el Apóstol: «¿Tomaré pues los miembros de Cristo y haré de ellos los miembros de una prostituta?» (1 Cor 6,15).

A esta motivación cristológica, se agrega luego enseguida la pneumatológica, es decir, referida al Espíritu Santo: «¿0 no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros?» (1 Cor 6,19). Abusar del propio cuerpo es, pues, profanar el templo de Dios; pero si uno destruye el templo de Dios, Dios le destruirá a él (cf. 1 Cor 3,17). Cometer impurezas es «entristecer al Espíritu Santo de Dios» (cf. Ef 4,30).

Junto a las motivaciones cristológica y pneumatológica, el Apóstol alude también a una motivación escatológica, es decir, que se refiere al destino último del hombre: «Dios, que ha resucitado al Señor, nos resucitará también a nosotros» (1 Cor 6, 14). Nuestro cuerpo está destinado a la resurrección; está destinado a participar, un día, en la bienaventuranza y en la gloria del alma. La pureza cristiana no se basa en el desprecio del cuerpo, sino, por el contrario, en la gran estima de su dignidad. El Evangelio —decían los padres de la Iglesia al combatir a los gnósticos— no predica salvarse «de» la carne, sino la salvación «de la» carne. Los que consideran el cuerpo como un «vestido extraño», destinado a ser abandonado aquí abajo, no poseen los motivos que tiene el cristiano para conservarlo inmaculado.

El Apóstol concluye esta catequesis suya sobre la pureza con la apasionada invitación: «¡Glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo!» (1 Cor 6,20). El cuerpo humano es, pues, para la gloria de Dios, y expresa esta gloria cuando la persona vive la propia sexualidad y toda su corporeidad en obediencia amorosa a la voluntad de Dios, que es como decir: en obediencia al sentido mismo de la sexualidad, a su naturaleza intrínseca y original que no es la de venderse, sino la de donarse. Esta glorificación de Dios a través del propio cuerpo no requiere necesariamente la renuncia al ejercicio de la propia sexualidad. En el capítulo inmediatamente posterior, es decir en 1 Cor 7, san Pablo explica, en efecto, que dicha glorificación de Dios se expresa de dos maneras y en dos carismas distintos: o a través del matrimonio, o a través de la virginidad. Glorifica a Dios en su cuerpo la virgen y el célibe, pero lo glorifica también quien se casa, siempre que cada uno viva las exigencias del propio estado.

 

2. Pureza, belleza y amor al prójimo

A la luz nueva que brota del misterio pascual y que san Pablo nos ha ilustrado hasta aquí, el ideal de la pureza ocupa un lugar privilegiado en cualquier síntesis de moral cristiana del Nuevo Testamento. Se puede decir que no hay una carta de san Pablo en la que no le dedique un espacio, cuando describe la vida nueva en el Espíritu (cf. por ejemplo, Ef 4,17-5,33; Col 3,5-12). Esta exigencia fundamental de pureza se específica, de vez en cuando, según los diversos estados de vida de los cristianos. Las cartas pastorales muestran cómo debe configurarse la pureza en los jóvenes, en las mujeres, en los casados, en los ancianos, en las viudas, en los presbíteros y en los obispos; nos presentan la pureza en sus diferentes caras de castidad, fidelidad conyugal, sobriedad, continencia, virginidad, pudor.

En su conjunto, este aspecto de la vida cristiana determina lo que el Nuevo Testamento —de modo especial, las cartas pastorales— llama la «belleza» o el carácter «hermoso» de la vocación cristiana, que, fusionándose con el otro rasgo, el de la bondad, forma el ideal único de la « belleza buena », o la «bella bondad», por lo que se habla indistintamente tanto de buenas obras como de obras hermosas. La tradición cristiana, al llamar a la pureza «virtud bella», ha recogido esta visión bíblica, que expresa, a pesar de los abusos y las acentuaciones demasiado unilaterales que también han existido, algo profundamente verdadero. ¡La pureza, en efecto, es belleza!

Esta pureza es un estilo de vida, más que una virtud particular. Tiene una gama de manifestaciones que va más allá de la esfera propiamente sexual. Existe una pureza del cuerpo, pero hay también una pureza del corazón que huye, no sólo de los actos, sino también de los deseos y los pensamientos «malos» (cf. Mt 5,8.27-28). Existe una pureza de la boca que consiste, negativamente, en abstenerse de palabras deshonestas, vulgaridades y necedades (cf. Ef 5,4; Col 3,8) y, positivamente, en la sinceridad y franqueza en el hablar, es decir, en decir: «Sí, sí» y «no, no», a imitación del Cordero Inmaculado «en cuya boca no se halló engaño» (cf. 1 Pe 2,22). Existe, finalmente, una pureza o limpidez de los ojos y de la mirada. El ojo —decía Jesús— es la lámpara del cuerpo; si el ojo es puro y claro, todo el cuerpo está en la luz (cf. Mt 6,22s; Lc 11,34). San Pablo usa una imagen muy sugestiva para indicar este estilo de vida nuevo: dice que los cristianos, nacidos de la Pascua de Cristo, deben ser los «panes sin levadura de pureza y de sinceridad» (cf. 1 Cor 5,8). El término empleado aquí por el Apóstol — eilikrinéia— contiene, en sí, la imagen de una «transparencia solar». En nuestro propio texto, él habla de la pureza como de un «arma de la luz».

Actualmente, se tiende a contraponer los pecados contra la pureza y los pecados contra el prójimo y se tiende a considerar verdadero pecado sólo el contrario al prójimo; se ironiza, a veces, sobre el culto excesivo concedido, en el pasado, a la «bella virtud». Esta actitud, en parte, es explicable; la moral había acentuado demasiado unilateralmente, en el pasado, los pecados de la carne, hasta crear, a veces, auténticas neurosis, en detrimento de la atención a los deberes hacia el prójimo y en detrimento de la misma virtud de la pureza que, de este modo, era empobrecida y reducida a virtud casi sólo negativa, la virtud de saber decir no. Ahora, sin embargo, se ha pasado al exceso opuesto y se tiende a minimizar los pecados contra la pureza, a favor de una atención (a menudo sólo verbal) al prójimo. El error de fondo está en contraponer estas dos virtudes. La Palabra de Dios, lejos de contraponer pureza y caridad, las vincula, en cambio, estrechamente entre sí. Basta leer la continuación del pasaje de la Primera Carta a los Tesalonicenses que he mencionado al principio, para darse cuenta de cómo las dos cosas son interdependientes entre sí, según el Apóstol (cf. 1 Tes 4,3-12). El fin único de pureza y caridad es poder llevar una vida «llena de decoro», es decir, íntegra en todas sus relaciones, tanto en relación a uno mismo como en relación a los demás. En nuestro texto, el Apóstol resume todo esto con la expresión: «Comportarse honestamente como en pleno día» (cf. Rom 13,13).

Pureza y amor del prójimo se relacionan entre sí como el dominio de sí y la donación a los demás. ¿Cómo puedo donarme, si no me poseo, sino que soy esclavo de mis pasiones? ¿Cómo puedo donarme a los demás, si no he entendido todavía lo que me ha dicho el Apóstol, es decir, que no me pertenezco y que mi propio cuerpo no es mío, sino del Señor? Es una ilusión creer que se puede juntar un verdadero servicio a los hermanos, que exige siempre sacrificio, altruismo, olvido de sí y generosidad, con una vida personal turbulenta, que tiende toda ella a complacerse a uno mismo y a las propias pasiones. Inevitablemente se termina por instrumentalizar a los hermanos, como se instrumentaliza el propio cuerpo. No sabe decir los «síes» a los hermanos quien no sabe decir los «noes» a sí mismo.

Una de las «excusas» que más contribuyen a favorecer el pecado de impureza, en la mentalidad de la gente, y a descargarlo de toda responsabilidad es que, como mucho, no hace daño a nadie, no viola los derechos y libertades de los demás, a menos —se dice— que se trate de violencia carnal. Pero aparte del hecho de que viola el derecho fundamental de Dios de dar una ley a sus criaturas, esta «excusa» es falsa también respecto del prójimo. No es verdad que el pecado de impureza termina con quien lo comete. Hay una solidaridad de todos los pecados entre sí. Todo pecado, dondequiera y por cualquiera que lo cometa, contagia y contamina el ambiente moral del hombre; este contagio es llamado por Jesús «el escándalo» y está condenado por él con algunas de las palabras más terribles de todo el Evangelio (cf. Mt 18,6ss; Mc 9,42ss; Lc 17,1ss.). Según Jesús, también los malos pensamientos que están estancados en el corazón, contaminan al hombre y, por tanto, al mundo: «Del corazón salen los malos pensamientos; los asesinatos, los adulterios, las fornicaciones:.. Estas son las cosas que contaminan el hombre» (Mt 15,19-20).
Todo pecado produce una erosión de los valores y, todos juntos, crean lo que Pablo define como «la ley del pecado» del que describe su terrible poder sobre todos los hombres (cf. Rom 7,14ss). En el Talmud hebreo se lee un apólogo que ilustra bien la solidaridad que existe en el pecado y el daño que todo pecado, incluso personal, lleva a los demás: «Algunas personas se encontraban a bordo de un barco. Una de ellas tomó un taladro y comenzó a hacer un agujero debajo de sí mismo. Los demás pasajeros, al verlo, le dijeron: —¿Qué haces? — Él respondió: ¿Qué os importa a vosotros? ¿No estoy caso haciendo el agujero debajo de mi asiento? — Pero ellos replicaron: — ¡Sí, pero el agua entrará y nos ahogará a todos!». La naturaleza misma ha comenzado a enviarnos signos siniestros de protesta contra ciertos abusos y excesos modernos en la esfera de la sexualidad.

 

3. Pureza y renovación

Estudiando la historia de los orígenes cristianos, se ve con claridad que los principales instrumentos con que la Iglesia logró transformar el mundo pagano de entonces fueron dos; el primero, fue el anuncio de la Palabra, el kerigma, y el segundo, el testimonio de vida de los cristianos, el martirio; y se ve cómo, en el marco del testimonio de vida, dos fueron, de nuevo, las cosas que más admiraban y convertían a los paganos: el amor fraterno y la pureza de las costumbres. Ya la primera carta de Pedro alude al asombro del mundo pagano frente al tenor de vida tan diferente de los cristianos. Escribe:

«Ya es bastante el tiempo transcurrido llevando una vida de gentiles, andando entre libertinajes, instintos, borracheras, comilonas, orgías e idolatrías nefastas. Por eso se extrañan y os insultan cuando no acudís con ellos a ese derroche de inmoralidad» (1 Pe 4,3-4).

Los Apologetas —es decir, los escritores cristianos que escribían en defensa de la fe, en los primeros siglos de la Iglesia— atestiguan que el tenor de vida puro y casto de los cristianos era, para los paganos, algo «extraordinario e increíble». En particular, tuvo un impacto extraordinario sobre la sociedad pagana el saneamiento de la familia, que las autoridades del tiempo querían reformar, pero cuyo desmoronamiento eran impotentes de frenar. Uno de los temas sobre los cuales san Justino mártir basa su Apología dirigida al emperador Antonino Pío, es este: los emperadores romanos están preocupados de sanear las costumbres y la familia, y se esfuerzan por promulgar, a tal fin, leyes oportunas, que, sin embargo, se revelan insuficientes. Pues bien, ¿por qué no reconocer lo que han sido capaces de obtener las leyes cristianas en aquellos que las han acogido y la ayuda que pueden prestar también a la sociedad civil? Algunas luminosas muchachas cristianas, muertas mártires, mostraron hasta dónde llegaba, en este punto, la fuerza del cristianismo.

No hay que pensar que la comunidad cristiana estuviera toda exenta de desordenes y pecados en materia sexual. San Pablo tuvo que reprender incluso un caso de incesto en la comunidad de Corinto. Pero tales pecados eran claramente reconocidos como tales, denunciados y corregidos. No se exigía estar sin pecado, en esta materia, como en lo demás, sino luchar contra el pecado.

Ahora hacemos un salto desde los orígenes cristianos hasta nuestros días. ¿Cuál es la situación del mundo de hoy respecto a la pureza? ¡La misma, si no peor, que la de entonces! Nosotros vivimos en una sociedad que, en asunto de costumbres, ha caído de lleno en el paganismo y en la idolatría del sexo. La tremenda denuncia que san Pablo hace del mundo pagano, al comienzo de la Carta a los Romanos, se aplica, punto por punto, al mundo de hoy, especialmente en las sociedades llamadas del bienestar (cf. Rom 1,26-27.32).

También hoy, no sólo se hacen estas cosas y otras peores, sino que se intenta incluso justificarlas, es decir, justificar toda licencia moral y toda perversión sexual, con tal de que —se dice— no violente a los demás y no ofenda la libertad ajena. Se destruyen familias enteras y se dice: ¿qué mal hay? Es indudable que ciertos juicios de la moral sexual tradicional debían ser revisados y que las modernas ciencias del hombre han contribuido a iluminar algunos mecanismos y condicionamientos de la psique humana que eliminan o disminuyen la responsabilidad moral de algunos comportamientos considerados, un tiempo, como pecaminosos.

Pero este progreso nada tiene que ver con el pansexualismo de ciertas teorías pseudocientíficas y permisivistas que tiende a negar toda norma objetiva en materia de moral sexual, reduciendo todo a un hecho de evolución espontánea de las costumbres, es decir, a un asunto de cultura. Si examinamos de cerca lo que se llama la revolución sexual de nuestros días, nos damos cuenta, con pavor, de que no es simplemente una revolución contra el pasado, sino que es también, a menudo, una revolución contra Dios y a veces contra la misma naturaleza humana.

 

4. ¡Puros de corazón!

Pero no quiero detenerme demasiado en describir la situación actual en torno a nosotros, que, por lo demás, todos conocemos bien. A mí me interesa, en efecto, descubrir y transmitir lo que Dios quiere de nosotros cristianos en esta situación. Dios nos llama a la misma empresa a la que llamó a nuestros primeros hermanos de fe: a «oponernos a este torrente de perdición». Nos llama a hacer resplandecer de nuevo, ante los ojos del mundo, la «belleza» de la vida cristiana. Nos llama a luchar por la pureza. A luchar con tenacidad y humildad; no necesariamente a ser, todos y enseguida, perfectos. Esta lucha es tan antigua como la Iglesia misma.

Hoy hay algo nuevo que el Espíritu Santo nos llama a hacer: nos llama a testimoniar al mundo la inocencia originaria de las criaturas y de las cosas. El mundo ha caído muy bajo; el sexo —se ha escrito— se nos ha subido a todos al cerebro. Hace falta algo muy fuerte para romper esta especie de embotamiento y borrachera de sexo. Hay que despertar en el hombre la nostalgia de inocencia y sencillez que él lleva anhelante en su corazón, aunque muy a menudo recubierta de barro. No de una inocencia de creación que ya no existe, sino de una inocencia de redención que nos fue devuelta por Cristo y que se nos ofrece en los sacramentos y en la Palabra de Dios. San Pablo apunta este programa cuando escribe a los Filipenses: «Sed irreprochables y sencillos, hijos de Dios sin tacha, en medio de una generación perversa y depravada, entre la cual brilláis como lumbreras del mundo, manteniendo firme la palabra de la vida» (Flp 2,15s). Esto es lo que el Apóstol llama, en nuestro texto, «ponernos las armas de la luz».

Ya no basta con una pureza hecha de miedos, de tabúes, de prohibiciones, de fuga recíproca entre el hombre y la mujer, como si la una fuera, siempre y necesariamente, una insidia para el otro y un potencial enemigo, más que una «ayuda». En el pasado, la pureza se había reducido, a veces, al menos en la práctica, precisamente a este conjunto de tabúes, de prohibiciones y de miedos, como si la virtud tuviera que avergonzarse ante el vicio y no, en cambio, el vicio el que debiera avergonzarse ante la virtud. Debemos aspirar, gracias a la presencia en nosotros del Espíritu, a una pureza que sea más fuerte que el vicio contrario; una pureza positiva, no sólo negativa, que sea capaz de hacernos experimentar la verdad de esa palabra del Apóstol: «¡Todo es puro para quien es puro!» (Tt 1,15) y de esta otra palabra de la Escritura: «Aquel que está en vosotros es más grande que aquel que está en el mundo» (1 Jn 4,4).

Debemos empezar con sanear la raíz que es el «corazón», porque de allí sale todo lo que contamina realmente la vida de una persona (cf. Mt 15,18s). Decía Jesús: «¡Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios!» (Mt 5,8). Ellos verán realmente, es decir, tendrán ojos nuevos para ver el mundo y a Dios, ojos límpidos que saben vislumbrar lo que es bello y lo que es feo, lo que es verdad y lo que es mentira, lo que es vida y lo que es muerte. Ojos, en definitiva, como los de Jesús. Con qué libertad Jesús podía hablar de todo: de los niños, de la mujer, de la gestación, del parto... Ojos como los de María. La pureza ya no consiste, entonces, en decir «no» a las criaturas, sino en decirlas «sí»; sí en cuanto criaturas de Dios que eran, y siguen siendo, «muy buenas».

Nosotros no nos hacemos ilusiones. Para poder decir este «sí», hay que pasar a través de la cruz, porque después del pecado, nuestra mirada sobre las criaturas se enturbió; se desencadenó en nosotros la concupiscencia; la sexualidad ya no es pacífica, se ha convertido en una fuerza ambigua y amenazadora, que nos arrastra contra la ley de Dios, a pesar de nuestra propia voluntad. En la primera meditación de esta Cuaresma hemos insistido en un aspecto particularmente actual y necesario de la mortificación: la de los ojos. Un sano ayuno de las imágenes es hoy más importante que el ayuno de los alimentos y las bebidas. Concluimos recordando la experiencia de San Agustín que hemos evocado al comienzo. Después de aquella experiencia él comenzó a rezar para obtener la castidad de manera nueva. "Señor, dijo, tú me pides de ser casto: dame lo que me pides y pídeme lo que quieras". Una oración que todos podemos hacer nuestra, sabiendo que en este campo, como in cualquier otro, sin la gracia de Dios no podemos hacer nada.

© Traducción del original italiano Pablo Cervera Barranco

[1] S. Agustín, Confesiones, VIII, 11-12.

 

 

23/03/2018-14:59
Anne Kurian

"Dios es joven": El Papa deplora la estética artificial

(ZENIT — 23 marzo 2018).- En el libro-entrevista "Dios es joven", publicado el 20 de marzo de 2018 por Robert Laffont / Presses de la Renaissance Francisco deploró "la exacerbación de una estética artificial" que "deshumaniza la belleza humana".

Y se pregunta: "¿Por qué querríamos vernos como un estándar? ¿Por qué no nos amamos a nosotros mismos como Dios nos creó? ¿Por qué el ser humano, tanto hombres como mujeres, están más esclavizados del parecer y tener, olvidando lo indispensable que es ser?".

En el transcurso de sus conversaciones con Thomas Leoncini, un periodista y escritor italiano de 32 años, el Papa confiesa que "la industria de la atención estética y la cirugía plástica es aterradora". "No podemos permitirnos que se convierta en una necesidad para el ser humano", insiste.

Él distingue el culto de la apariencia del hecho de "cuidarse a uno mismo": "Se trata de respeto, decoro, de una valoración positiva de uno mismo, que es el resultado de la autoestima legítimo y del sentimiento de la propia dignidad. Este es el cuidado apropiado del cuerpo y de su propia imagen, que expresa en el exterior un cuidado y una belleza interior".

 

Mi gran temor era no ser amado

Emanando el diálogo de anécdotas personales de su infancia y adolescencia, el Papa confía en particular: "Cuando era joven, mi gran temor era no ser amado. ¿Cómo superar este miedo?: Buscando la autenticidad", responde el Papa: "He luchado contra la sociedad de la apariencia también, y sigo haciéndolo aceptándome tal como soy ... La sociedad de la apariencia se construye sobre la vanidad, y ¿cuál es el símbolo por excelencia de la vanidad? El pavo real. Imagina un pavo real: cuando pensamos en este animal, siempre lo vemos con su cola abierta, resplandeciente de color. Pero la realidad es diferente. ¿Quieres ver la realidad del pavo real? Míralo desde atrás. La vanidad siempre tiene un revés".

"En esta sociedad de la apariencia —observa el Pontífice— parece que crecer, envejecer, entrar en madurez, sea un mal. Es sinónimo de una vida agotada, insatisfecha. Parece que hoy todo sea maquillado o enmascarado. Como si el simple hecho de vivir ya no tuviera sentido".

Para el Papa, la necesidad de parecer va a la par con la inmadurez: "Hay muchos padres que son adolescentes en sus cabezas, jugando la efímera vida eterna y que, consciente o no, hacen de sus hijos víctimas de este juego perverso. Sin embargo, "una sociedad construida sobre lo efímero y la exclusión crea solo placeres momentáneos e ilusorios, y no alegrías profundas y duraderas".

"Con demasiada frecuencia —señala el Papa— se ve a los adultos interpretando al niño, sintiendo la necesidad de ponerse al nivel del adolescente, sin entender que es un engaño. Es el juego del diablo ... Es como si los adultos dijeran: 'eres joven, tienes esta gran oportunidad y esta gran promesa, pero quiero ser más joven que tú, puedo serlo, puedo fingir ser así y en esto también ser mejor que tú"'.

Advierte contra esta inmadurez que confunde el instante y el tiempo: "cuando alguien razona con frases como 'Quiero esto para toda la vida', a menudo razona en el momento, imaginándose a sí mismo estar en el tiempo.

El Papa Francisco también denuncia el "pensamiento único" que es "débil porque no es auténtico, no es personal, se impone, por lo que sin duda nadie lo siente como propio: todo el mundo tiende a vivirlo, pero sin pensarlo.

© Traducción ZENIT, Raquel Anillo

 

 

23/03/2018-17:52
Rosa Die Alcolea

República de San Marino: Encuentro del Papa con los capitanes regentes

(ZENIT — 23 marzo 2018).- Las relaciones que unen a la Santa Sede y a la República de San Marino se han constatado en el encuentro que ha tenido esta mañana el Papa Francisco con los Capitanes Regentes de dicha República, Matteo Fiorini y Enrico Carattoni, "subrayando el compromiso común de fortalecer la cooperación bilateral", indica el Vaticano.

El Santo Padre ha recibido esta mañana, viernes, 23 de marzo, a los Capitanes Regentes de la Serenísima República de San Marino, Sus Excelencias los Señores Matteo Fiorini y Enrico Carattoni, que sucesivamente se encontraron con Su Eminencia el cardenal Mons. Pietro Parolin, Secretario de Estado de Su Santidad, acompañado por Mons. Paul Richard Gallagher, Secretario para las Relaciones con los Estados, ha informado la Santa Sede en un comunicado.

En el transcurso de las cordiales conversaciones, se constataron con vivo placer las relaciones constructivas que unen a la Santa Sede y a la República de San Marino, subrayando el compromiso común de fortalecer la cooperación bilateral. También se reconoció la contribución positiva de la Iglesia local a la sociedad de San Marino, particularmente en el campo social y educativo.

Posteriormente, se examinaron algunos temas de interés mutuo, entre los cuales el fenómeno migratorio, las perspectivas para el futuro del proyecto europeo y la situación internacional.

 

 

23/03/2018-10:32
Enrique Soros

La Santa Sede se opone a patentes sobre formas de vida

(ZENIT — 23 marzo 2018).- "El genoma humano en su estado natural no puede dar lugar a beneficios pecuniarios" y "apoyamos el que no se concedan patentes sobre formas de vida, incluyendo la de seres humanos", afirmó el arzobispo Ivan Jurkovi?.

El Representante Permanente de la Santa Sede ante las Naciones Unidas y Otras Organizaciones Internacionales en Ginebra, intervino el 21 de marzo ante el Comité Intergubernamental de Propiedad Intelectual y Recursos Genéticos, Conocimientos Tradicionales y Folclore (CIG), de la OMPI, Organización Mundial de la Propiedad Intelectual.

A continuación transcribimos el texto completo de su alocución:

 

"Ginebra, 21 de marzo 2018

Señor Presidente:

Dado que esta es la primera vez que mi delegación se encuentra aquí, permítame comenzar felicitándole por su elección como presidente , y por facilitar el trabajo realizado hasta ahora.

El patentamiento de formas de vida puede servir a veces como una herramienta de sustento de biotecnologías que exigen tanto desde el punto de vista ético, como desde la perspectiva de un sistema de propiedad intelectual favorables al desarrollo.

En relación a la vida humana, el artículo 4 de la Declaración Universal sobre el Genoma Humano y los Derechos Humanos de la UNESCO, 1998, declara que 'El genoma humano en su estado natural no puede dar lugar a beneficios pecuniarios', mientras que el artículo 21 del Convenio para la protección de los Derechos Humanos y la Dignidad del Ser Humano con respecto a las Aplicaciones de la Biología y la Medicina expresa que 'El cuerpo humano y sus partes, como tales, no deberán ser objeto de lucro'.

De igual forma, la Declaración de las Naciones Unidas sobre Clonación Humana, reconoce los problemas éticos que algunas aplicaciones de las ciencias biológicas en rápida evolución pueden plantear con respecto a la dignidad del géne-ro humano, los derechos humanos y las libertades fundamentales de la persona, e insiste que los Estados habrán de adoptar todas las medidas necesa-rias para proteger adecuadamente la vida humana en la aplicación de las ciencias biológicas. Por esta razón, el Acuerdo sobre los Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual relacionados con el Comercio, otras reglas de la Organización Mundial del Comercio y todo comercio internacional, regional y bilateral y acuerdo sobre derechos de propiedad intelectual no deben reducir ni sobreestimar la capacidad de los Estados de gobernar sobre aspectos de la propiedad intelectual relacionados con la vida humana y su dignidad.

El control simplemente comercial de la producción y distribución de nuevas formas de vida puede afectar tanto la seguridad alimentaria como perspectivas de progreso en países en desarrollo y subdesarrollados. Intereses privados monopólicos no deberían primar por sobre la calidad de los recursos biológicos de los cuales se derivan los requerimientos básicos médicos y alimenticios para la vida humana. Un enfoque inclusivo de los derechos de propiedad intelectual no debe ignorar la grave problemática económica, ecológica y ética sobre el patentamiento de vida, dado que dicha acción impactará negativamente en los derechos del consumidor, la conservación de la biodiversidad, la protección del ambiente, los derechos de los indígenas, la libertad científica y académica, y en el fondo, en el desarrollo económico de muchos países en desarrollo, en tanto dependa de nuevas tecnologías.

Considerando el Preámbulo, apoyamos el que no se concedan patentes sobre formas de vida, incluyendo la de seres humanos.

Gracias, señor Presidente"

 

 

23/03/2018-19:35
Redacción

BIOGRAFÍA: Arzobispo Adolfo Suárez — 10 años de su muerte (II)

(ZENIT — 23 marzo 2018).- Con motivo del décimo aniversario de la muerte de Mons. Adolfo Antonio Suárez Rivera y de los quince años transcurridos desde que dejó de ser el pastor de la arquidiócesis de Monterrey, México, ZENIT publica en exclusiva un artículo sobre la vida y el magisterio social de este sacerdote.

El documento (publicado en dos partes) escrito por el sacerdote Jesús Treviño Guajardo, licenciado en Historia, de la arquidiócesis de Monterrey, actualmente formador y profesor de historia del seminario de Monterrey, que describe la persona de don Adolfo Antonio Suárez Rivera y su colaboración en la reforma constitucional de 1992.

"Se trata de descubrir cómo su magisterio social y su personalidad, ofrecen algunas claves de lectura de su ministerio episcopal en el México de finales del siglo )0(", indica el profesor y sacerdote Jesús Treviño.

"¿Fue el señor Suárez un líder circunstancial, o su liderazgo en materia socio política corresponde a una reflexión y a una determinación personal?, ¿Qué tanto influyeron su historia y su personalidad en su ministerio?, ¿Era necesaria la reforma en materia de libertad religiosa para la sociedad mexicana?", el autor profundiza sobre estas cuestiones en el texto.

A continuación, les ofrecemos la segunda parte del artículo escrito por el Pbro. Jesús Treviño Guajardo. Ayer, jueves, 22 de marzo de 2018, se publicó la primera parte.

***

 

4. Arzobispo de Monterrey, presidente de la CEM y colaborador de las reformas

Don Adolfo, siendo arzobispo de Tlalnepantla, colaboraba también en el departamento de laicos de la Conferencia del Episcopado Latinoamericano (CELAM), en el consejo de la presidencia de la CEM y en la comisión episcopal para las diócesis nuevas. Por tal motivo, fue convocado para acudir a Roma, en septiembre de 1983, como representante del episcopado mexicano en el Sínodo de Obispos cuyo tema fue: La reconciliación y la penitencia. Estando en Roma, durante el sínodo, se le comunicó que sería nombrado arzobispo de Monterrey.

Llegó a Monterrey el 12 de enero de 1984 y desde que inició su ministerio como arzobispo de la Sultana del Norte, manifestó su interés por promover la doctrina social cristiana, el bienestar de la persona humana, la solidaridad para con los más necesitados y la participación activa de la sociedad en la vida política.

Existe un borrador que contiene un mensaje navideño, firmado por don Adolfo, en el que subrayaba las implicaciones sociales que la celebración de la Navidad debía provocar en los fieles:

«Al restaurar la imagen de Dios en el hombre, Jesús nos esclarece su misterio. A la luz de su palabra y de su ejemplo, comprendemos la excelsa dignidad del hombre, su superioridad sobre las cosas y entendemos por qué "el hombre vale más por lo que es que por lo que tiene". Su dignidad exige una vida humana digna: vivienda, trabajo, alimento, respeto, protección, libertad, participación en la vida social y política. La navidad debe ser "la fiesta del hombre"».

El texto muestra a un pastor interesado en el bienestar de su pueblo, que enseña lo que el magisterio de la Iglesia dice en materia de vida social y política. Continúa en su mensaje:

«...Y el problema de los ajustes económicos? Desgraciadamente son los más débiles quienes los resienten, y de esta manera "nuestra prolongada crisis" se tornará más crítica aún [...] Esto nos lleva, en nuestro ministerio de Pastor, a renovar las recomendaciones del Concilio Vaticano II, del cual acabamos de recordar el 20° aniversario; estas recomendaciones cobran mayor vigencia en nuestros días, debido a que se ha abierto más la brecha entre "los muchos que tienen poco y los pocos que tienen mucho"...»

Después continúa el mensaje citando los números 69 y 70 de la Constitución Gaudium et Spes, del Concilio Vaticano II, que hablan del destino común de los bienes, de la ayuda mutua que debe existir entre ricos y pobres y de la responsabilidad de quienes llevan el liderazgo económico mundial para con los países menos desarrollados.

El texto manifiesta por una parte que, ya desde antes de ser elegido presidente de la CEM, don Adolfo tenía la preocupación de promover una renovada conciencia social y política entre los ciudadanos mexicanos, y por otra, su fidelidad a la Iglesia al enseñar con claridad los contenidos del Concilio Vaticano II.

Años después, en 1987, el señor Suárez publicó una Instrucción pastoral sobre la dimensión política de la fe, con el objetivo de iluminar la realidad de México. Dicho documento buscaba aclarar la relación entre la Fe y la política y motivar a todas las personas para que asumieran con «coherencia, generosidad y creatividad» su compromiso en ese campo.

En la introducción, hace una reflexión acerca del nivel de formación política de los mexicanos, porque después de las elecciones de 1986, acusadas de irregulares en San Luis Potosí, Durango, Chihuahua, Oaxaca, Sinaloa y Tamaulipas, había quedado claro que todavía faltaba mucho por crecer: «La situación socio-política de nuestro país, marcada por un avance lento y contradictorio hacia la democracia, presenta actualmente una agudización de tensiones, por la forma en que se realizaron las elecciones...».

Más adelante expresa, con respecto a la libertad religiosa, la situación de discriminación en la que se encontraba la Iglesia y demás agrupaciones religiosas:

«el dirigismo social, educativo, cultural, económico, del Estado; la discriminación -incluso constitucional- de personas, grupos e instituciones, por razones ideológico-partidarias; el poder ejecutivo federal o de los estados convertidos, de hecho, en las únicas fuentes generadoras de iniciativas de ley; afectan a todo el pueblo mexicano, especialmente a los más débiles...»

Así, nuevamente resalta la firme determinación que tenía por promover la formación ciudadana, la solidaridad para con los más necesitados y la existencia de un estado de derecho en el que se considerara la libertad religiosa como una de las condiciones fundamentales para el crecimiento del pueblo.

En 1988, cuando fue electo presidente de la CEM, las circunstancias en el país parecían ser favorables para iniciar un proyecto de reforma constitucional en materia de libertad religiosa y así resolver el problema que tantos años atrás venía sobrellevando la Iglesia mexicana.

Manuel Olimón menciona que, cuando don Adolfo quedó al frente de la CEM, desarrolló una «gestión definida y relevante y en continuidad de los diálogos con el gobierno, sobre todo en el tiempo de la presidencia del licenciado Carlos Salinas de Gortari» y menciona que su colaboración fue importante dejando una «huella prudente» en el nuevo estatuto jurídico para la Iglesia.

Después de varios años de estudios, asesorías con especialistas, diálogo entre el equipo del presidente Salinas de Gortari, la Iglesia Católica y las demás denominaciones religiosas, se llegó a la reforma.

La publicación de la reforma a los artículos 3°, 5°, 24°, 27° y 130° constitucionales, por parte de la cámara de diputados, se llevó a cabo el 28 de enero de 1992. En la exposición de motivos se reconocía que las circunstancias del país habían cambiado y que era necesaria una reforma que garantizara la libertad religiosa del pueblo mexicano: «Hoy [...], el Estado, para modernizarse, ha de reconocer y armonizar a todos los actores sociales, incluyendo a las iglesias».

No es propósito del presente estudio analizar a detalle la manera en la que se llevó a cabo la reforma constitucional, ni las implicaciones que tuvo para las diferentes denominaciones religiosas, pero es importante aclarar que la libertad religiosa ha sido un tema complicado en la historia de México, que ha tenido repercusiones sociales, económicas y políticas funestas, y aun así, ha sido poco considerado en la agenda nacional, «se puede afirmar que históricamente ha existido un "subdesarrollo" y un "subejercicio" de la libertad religiosa» en México.

Lo anterior permite destacar la acción significativa de don Adolfo, ya que asumió este proyecto con convicción y firmeza, aceptando que con seguridad le causaría dificultades, no solo con algunos políticos mexicanos, sino también con hermanos obispos y sacerdotes que no veían la necesidad de tal reforma.

En el mensaje de apertura de la L Asamblea de la CEM, en noviembre de 1991, el señor Suárez hizo referencia al camino recorrido; desde que monseñor Sergio Obeso, arzobispo de Xalapa, era presidente de la CEM; para promover una reforma jurídica que garantizara la libertad religiosa del pueblo mexicano y mencionó que el episcopado mexicano había dado el placet al proyecto de reforma en la asamblea de marzo de 1990, que se había llevado a cabo en Torreón.

Continúa el mensaje expresando que ya se había llegado el momento de llevar a buen término el proyecto que se había propuesto y explica sus beneficios:

«Así llegamos al momento actual en que, por iniciativa del Señor Presidente, expresado en su tercer informe, el tema de las relaciones Iglesia-Estado entrará a las Cámaras Legislativas, para que, en un renovado marco normativo, se reconozca su personalidad jurídica... Así podrá (la Iglesia) servir mejor a nuestro pueblo mexicano, con libertad, sin claudicaciones, aportando la luz del Evangelio y el amor cristiano como contribución específica a la vida social de nuestra nación»

También deja entrever en el mensaje, que no todos los agentes colaboradores o beneficiarios del proyecto de reforma, estaban de acuerdo con el cambio:

«...Nada extraño, pues en todos los cambios se da un proceso en donde algo debe morir, que aún no muere, y algo debe nacer, que aún no nace del todo, los cambios exigen apertura y transparencia, verdad y generosidad, virtudes no fáciles de obtener, pues no faltan resistencias de los que ya tienen lo que necesitan y entonces ¿para qué cambiar? Pero los procesos históricos son irreversibles y en la vida de las personas y de los pueblos es ley comprobada el "renovarse o morir"»

A pesar de ello, en su mensaje se manifestaba convencido de la necesidad de una reforma, no solo en materia religiosa, sino que integrara diversos ámbitos en favor de los pobres.

Menciona que se registraban una serie de cambios económicos y sociales que parecían dibujar una situación de «bonanza», pero que no terminaba por brindar mejores condiciones a los más necesitados. Por lo tanto, afirmaba que los esfuerzos para promover los cambios, tanto en materia de libertad religiosa, como en materia económica y social, tenían el objetivo de promover en el país un marco legal más justo, que beneficiara a todo el pueblo.

Es importante subrayar que don Adolfo aclara en el mensaje que, al promover dichos cambios, la Iglesia de México, no buscaba de ninguna manera «cuotas de poder, ni pone su esperanza en privilegios dados por el poder civil [...] tampoco quiere la Iglesia claudicar en su misión de evangelizar al hombre íntegramente, siempre en la esfera de su competencia, en el respeto y la libertad», más bien «Aspiramos a vivir como en la mayor parte de las naciones, en donde la libertad religiosa sea protegida con una eficaz tutela jurídica...».

Posteriormente, el 25 de diciembre de 1991, en vísperas de la publicación de la reforma constitucional, el episcopado mexicano publicó una declaración firmada por don Adolfo Antonio Suárez Rivera, como presidente de la CEM y por los demás obispos que conformaban el consejo de presidencia, para anunciarla de manera formal.

El documento, después de enunciar el recorrido realizado para llegar a la reforma, y de mencionar el contexto histórico del momento, describe que, con ella, el pueblo mexicano ganaría la promoción de «una vida congruente entre lo que manda la ley y el comportamiento cotidiano», así como un «nuevo entusiasmo para vivir la transparencia de la verdad». Finalmente, pedía con insistencia que; tanto sacerdotes y religiosos, como educadores, juristas, legisladores y fieles laicos, continuaran haciendo el esfuerzo de ser «instrumento de reconciliación y concordia en México».

 

5. Consideraciones finales en torno a don Adolfo Antonio Suárez Rivera

Ha quedado claro que don Adolfo ejerció un liderazgo importante en torno a la reforma de las relaciones Iglesia-Estado de finales del siglo )0(, y que las circunstancias históricas lo llevaron a salir adelante en este proyecto. Sin embargo, parece necesario precisar que su liderazgo, en materia de libertad religiosa, es solamente una parte de todo un mosaico de acciones que dibujan el impacto de su ministerio pastoral.

Otras de sus intervenciones con fuerte impacto fueron: la participación en una conferencia con respecto al tema de la deuda externa, en enero de 1990, que fue organizada por el episcopado norteamericano en conjunto con el mexicano, «uno de los temas centrales fue el análisis de ¿por qué se había generado la deuda?, y ¿en qué se habían invertido esos recursos que se debían?, en dicha reflexión se generó la propuesta del mecanismo de los swaps para reducir el monto de la deuda». También, se pidió su opinión con respecto al Tratado de Libre Comercio que estaba en proyecto.

También a nivel local, en la arquidiócesis de Monterrey, impulsó la reorganización pastoral en decanatos y zonas, la creación de nuevas parroquias, la relación con el mundo universitario, convocó al primer sínodo diocesano y llevó a cabo la construcción de las nuevas instalaciones del seminario mayor de Monterrey.

Por lo tanto, su acción amplia e integradora, corresponde a un magisterio social nutrido que no se reducía a promover la reforma en materia de libertad religiosa.

 

6. Conclusión

El liderazgo de don Adolfo en las reformas constitucionales, no parece ser circunstancial. Los documentos producidos por él, con respecto al tema socio político, manifiestan una firme convicción y una claridad de lo que necesitaba el pueblo mexicano. Su aportación no fue solamente una respuesta al proyecto de modernización del Gobierno del presidente Salinas de Gortari, sino que corresponde a una reflexión profunda realizada durante toda su vida.

Sus orígenes geográficos y familiares influyeron, en gran medida, para generar las capacidades de liderazgo que manifiesta desde su juventud: saber conciliar a través del diálogo, tener apertura para quienes piensan distinto, aptitud académica y facilidad para organizar. Estas capacidades hicieron de él un pastor convencido y dispuesto a ayudar a su pueblo.

El haber nacido y crecido en tiempos de la persecución religiosa, le imprimió un carácter discreto y reservado, al mismo tiempo que sembró en él la inquietud de luchar por la formación ciudadana, los derechos humanos y la libertad religiosa.

La experiencia de formación en Montezuma, la etapa posterior en Roma, su ministerio sacerdotal cargado de encomiendas, y finalmente los proyectos como parte de la presidencia de la CEM, lo hicieron adquirir una visión amplia de las necesidades que tenía la Iglesia de México y le dieron la posibilidad de incidir en la estructura socio política del país a finales del siglo XX.

Su ministerio episcopal en Tepic, Tlalnepantla y Monterrey, le permitió dejar huella en aquello que sabía hacer desde que decidió seguir la vida sacerdotal: organizar con inteligencia y claridad, promover la dignidad del ser humano, y servir a quienes más necesitan ayuda.

Finalmente, se puede decir que la reforma constitucional sí era necesaria; porque así lo requería el país para estar en sintonía con el contexto internacional del tiempo, porque la situación socio política de México había cambiado de tal forma que la estructura jurídica, en materia religiosa, no correspondía a la realidad y para garantizar una práctica religiosa congruente con el sistema de derecho mexicano.

Texto y fotografías: Pbro. Lic. Jesús Treviño Guajardo

Leer la primera parte del artículo

 

 

23/03/2018-19:57
Nieves San Martín

Libro: 'Espiritualidad ante un cambio de paradigma. Cuestiones emergentes'

(ZENIT — 23 marzo 2018).- Cuando se ha clausurado el VIII Curso, se acaba de publicar el contenido del VII Curso de la Cátedra 'Josefa Segovia', organizado por la Universidad de la Mística (CITES) y la Institución Teresiana, en Ávila, del 17 al 19 de marzo de 2017, con el título Espiritualidad ante un cambio de paradigma. Cuestiones emergentes.

Tratando el tema "Espiritualidad y Religiones: un desacuerdo creativo", Ramón M. Nogués, catedrático de Antropología Biológica de la Universidad Autónoma de Barcelona, afirmó que "la creciente pluralidad de las sociedades modernas invita a replantearse las formas de gestión del hecho religioso en sociedades laicas".

Por su parte, José Antonio Pagola, evangelizador, habló de "La hora de la verdad. Hacia la renovación interior del cristianismo". En su tono habitualmente crítico, pero dando muchas pistas para anunciar hoy la Buena Noticia, Pagola invitó a interiorizar la oración de Jesús, el Padre Nuestro.

En su ponencia "'Entra dentro de ti'. De la urgencia de la interioridad", Francisco Javier Sancho, de la Universidad de la Mística, dijo que "no basta hacer una reflexión, por muy profunda y detallada que sea, si esto no nos lleva a la acción. La urgencia es palpable, aunque tantas veces preferimos mirar hacia otros lados. El Papa Francisco lo recordaba e insistía: 'Más que el ateísmo, hoy se nos plantea el desafío de responder adecuadamente a la sed de Dios de mucha gente, para que no busquen apagarla en propuestas alienantes o en un Jesucristo sin carne y sin compromiso con el otro".

Carmen Aparicio, catedrática de Teología fundamental de la Universidad Gregoriana de Roma, habló sobre "La espiritualidad de 'encarnación': un estilo de vida transformador". Aparició explicó lo que se entiende hoy por espiritualidad de encarnación. Y se centró en dos modelos de espiritualidad de encarnación: los primeros cristianos y Santa Teresa.

Dos modelos que usó san Pedro Poveda para instaurar un nuevo modo de estar los laicos en la sociedad: "Fe, santidad, audacia y martirio, cuatro notas distintivas de ese grupo de cristianos intrépidos que conquistaron el mundo", dijo Aparicio, refiriéndose a los primeros cristianos.

Y concluyó que "la espiritualidad de encarnación es apta para este mundo cambiante; es más podemos decir que la espiritualidad de encarnación es una espiritualidad necesaria en el tiempo de hoy".

"Personas orantes, desasidas, tolerantes, solidarias, con identidad... son esas paradojas de las que el autor de la carta a Diogneto hablaba y que hoy siguen interpelando y hacen del cristiano un ciudadano del mundo que, sin acomodarse y sin quedarse como espectador, entra para transformar.

El volumen recoge también una interesante mesa redonda de diálogo entre representantes de diferentes religiones presentes en España, coordinada por Inmaculada González-Villa, de la Asociación Ecuménica Internacional, y una intervención de Camino Cañón, de la cátedra de Ciencia, Tecnología y Religión de la Universidad de Comillas sobre "Espiritualidades no religiosas".

El libro está disponible en librerías y en la Cátedra Josefa Segovia del CITeS.

 

 

23/03/2018-19:02
Justo Aznar

Social Freezing: Dificultades médicas y éticas

En ocasiones, y por diversas razones, algunas mujeres pueden desear retrasar su maternidad. Para conseguirlo, el procedimiento más habitual es congelar en edad temprana, generalmente antes de los 30 años, sus ovocitos, para descongelarlos más adelante, cuando ya deseen ser madres para utilizarlos en un proceso reproductivo, generalmente fecundación in vitro.

Las razones para retrasar la maternidad fundamentalmente son médicas o sociales. La congelación de ovocitos por razones médicas se debe, en la mayoría de los casos, a que la mujer debe someterse a un tratamiento que puede ocasionarle infertilidad, por lo que se congelan sus ovocitos para que cuando recupere la salud puedan ser utilizados en un proceso reproductivo. Las razones sociales son principalmente dos: porque la mujer no haya encontrado una pareja idónea para tener un hijo o porque quiera retrasar su maternidad para que un posible embarazo no interfiera el desarrollo de su carrera profesional. A esta segunda razón es a la que, utilizando la nomenclatura inglesa, se le denomina "social freezing".

"Social freezing" adquirió una dimensión pública notable cuando dos importantes empresas, radicadas en Silicon Valley, Apple y Facebook, en octubre de, 2015 dieron a conocer su intención de financiar la congelación de ovocitos de sus empleadas, según ellas "con la finalidad de atraer y promocionar el talento femenino".

Ahora una empresa valenciana dedicada a técnicas de reproducción asistida ha firmado con el "Club de Primeras Marcas de la Comunidad Valenciana" un acuerdo marco por el que ofrece un 10% de descuento en el coste del proceso técnico que "social freezing" conlleva. Ya han aceptado la oferta 4 empresas de nuestra Comunidad.

Este ofrecimiento, que en principio puede dar la impresión de favorecer a las mujeres trabajadoras, tiene, sin embargo, indudables dificultades médicas y éticas, que nos parece conveniente tener en cuenta antes de utilizar "social freezing", y que, así mismo creemos, no siempre son comunicadas a las mujeres a las que se ofrece esta práctica.

 

Dificultades médicas y éticas

No podemos detenernos aquí en la consideración de todas las dificultades médicas que "social freezing" tiene, solamente resaltar algunas de ellas, que afectan tanto a la gestante como a su hijo, como son las complicaciones que pueden acompañar a una maternidad tardía y que posiblemente no se hubieran dado si la mujer hubiera tenido ese embarazo con anterioridad y el posible síndrome de hiperestimulación ovárica secundario a la estimulación de ovocitos, que si es moderado solo conlleva fatiga, náuseas, dolor de cabeza o abdominal, sensación dolorosa de las mamas o irritabilidad, pero que en el 0,1% a 2% de las veces, estas consecuencias pueden ser más graves.

También en el niño nacido tras "Social freezing" se pueden dar algunos problemas médicos, esencialmente, prematuridad y bajo peso al nacimiento.

Conviene recordar que la utilización de técnicas de reproducción asistida, como la fecundación in vitro, en mujeres que no padecen problema alguno de esterilidad, como es el caso que nos ocupa, implica renunciar al embarazo logrado por vía natural y sus indudables ventajas sobre el obtenido por fecundación in vitro, fundamentalmente mayor probabilidad de lograrlo y menor riesgo para la madre y su hijo. No parece razonable renunciar a una maternidad lograda por vía natural, por motivos que no son estrictamente médicos. Las posibilidades de embarazo podrían verse reducidas significativamente, y esto debería conocerlo toda mujer que decida someterse a "social freezing".

Como consecuencia de todo ello la Sociedad Británica de Fertilidad y el Real Colegio de Obstetras y Ginecólogos, de ese país, manifestaban que, aunque aprueba la congelación de ovocitos por razones médicas, no la aprueban cuando son razones de estilo de vida las que inducen a practicarla (The Telegragh 7-09-2015), y en el mismo sentido, y en el mismo artículo del diario londinense, Adam Balen, presidente de la Sociedad Británica de Fertilidad, afirmaba que promover "social freezing" es ir demasiado lejos, pues la técnica no garantiza la obtención de un hijo y a la vez introduce objetivos riesgos para la mujer, pues la estimulación ovárica no está exenta de ellos.

Pero sin duda, los problemas éticos son los que habría que tener en consideración más detenidamente al proponer el uso de "social freezing". A nuestro juicio, el principal de ellos, es que, aunque no se explicite, implícitamente se está cosificando a la mujer, al inducirla a tomar una decisión que se enmascara con un bien para ella, cuando, como ya se ha referido, esta práctica plantea objetivos problemas médicos para la usuaria y también para su hijo.

De acuerdo con Martinelli (Croatian Medical Journal. 2015; 56: p. 387-391), "social freezing" es una demostración paradigmática de como la mercantilización del cuerpo de las mujeres puede ser utilizada para enmascarar ansiedades sociales y culturales relacionadas con la edad.

Pero, además, existe, a nuestro juicio, otra dificultad ética, derivada de que es difícil garantizar la autonomía de la mujer para tomar una tal decisión, si no se le proporciona una adecuada información de los riesgos y beneficios que "social freezing" conlleva, cosa que no siempre se da.

Finalmente, otro problema ético que "social freezing" puede plantear es el de la posible desigualdad social entre grupos de mujeres que trabajan en empresas económicamente poderosas, que pueden afrontar los gastos de "social freezing" para sus empleadas, y las que lo hacen en empresas que no pueden soportarlos. Por lo que surge la pregunta de si para evitar injusticias sociales se debería sostener "social freezing" con fondos públicos, lo que a nuestro parecer no creemos adecuado, dada la multiplicidad de problemas médicos existentes, algunos de vital importancia, que hay que atender con dichos fondos. Si así se hiciese, ¿no se estaría planteando un problema de justicia distributiva?

Para terminar, debe recordarse que la fecundación in vitro a la que se ven abocadas las mujeres que opten por la congelación de sus ovocitos implica la obtención de varios embriones, de los que se seleccionarán algunos para su implantación y se descartará o congelará el resto, lo cual constituye una insalvable nueva dificultad ética.

Por todo lo anteriormente expuesto, nos parece que antes de proponer "social freezing" a cualquier mujer, dicha oferta debería ser matizada al hilo de las dificultades médicas y éticas que aquí hemos comentado.

Justo Aznar

Observatorio de bioética
Universidad Católica de Valencia

 

 

23/03/2018-20:46
Isabel Orellana Vilches

Beato Diego José de Cadiz, 24 de marzo

«Apóstol de la misericordia, este gran capuchino, que solo quiso ser misionero santo, y aspiró a obtener la palma del martirio, fue también un gran orador. Menéndez y Pelayo lo situó detrás de san Vicente Ferrer y de san Juan de Ávila»

José Francisco López-Caamaño y García Pérez nació en Cádiz, España, el 30 de marzo de 1743. Pertenecía a una ilustre familia. Su madre murió cuando él tenía 9 años y se estableció con su padre en la localidad gaditana de Grazalema. Cursó estudios con los dominicos de Ronda, Málaga. Pero a los 15 años eligió a los capuchinos de Sevilla, venciendo su rechazo a la vida religiosa, y a esta Orden en particular, para tomar el hábito y nombre con el que iba a ser encumbrado a los altares. Dejando atrás la cierta aversión inicial al compromiso que estableció, años más tarde, al referirse retrospectivamente a su vocación se aprecia cuánto había cambiado. Puede que ni recordase el peso de sus emociones de adolescente cuando escribió: «Todo mi afán era ser capuchino, para ser misionero y santo».

En 1766 fue ordenado sacerdote. Le acompañaba único anhelo: alcanzar la santidad. Quería ser un gran apóstol sin excluir el martirio. Y dejó constancia de ello: «¡Qué ansias de ser santo, para con la oración aplacar a Dios y sostener a la Iglesia santa! ¡Qué deseo de salir al público, para, a cara descubierta, hacer frente a los libertinos!... ¡Qué ardor para derramar mi sangre en defensa de lo que hasta ahora hemos creído!». Pero el camino de la santidad generalmente Dios no se lo pone fácil a sus hijos. Durante unos años las oscilaciones en su vida espiritual fueron habituales, hasta que sufrió una radical transformación con la gracia de Cristo. Ello no le libró de experiencias que suelen presentarse en el itinerario que conduce a la unión con la Santísima Trinidad. Pasó por contradicciones y oscuridades. Fueron frecuentes sus luchas contra las tentaciones de la carne y tuvo que combatir brotes de apatía en el cumplimiento de su misión, entre otras muchas debilidades que afrontó y superó. Nadie, solo Dios, sabía de las pugnas interiores de este gran apóstol, cuya entrañabilidad y peculiar sentido del humor era especialmente apreciado en las distancias cortas.

Desde 1771 y durante treínta años su actividad en misiones populares se extendió por casi toda la geografía española. Sus grandes dotes de oratoria y elocuencia pasadas por la oración obraban prodigios en las gentes a través una predicación de la que se ha subrayado, además de su rigor, la sencillez y dignidad. Su contribución fue inestimable en un período marcado por el regalismo y el jansenismo que estaban en su apogeo. Como tantas veces sucede al juzgar a mentes preclaras, y más con la hondura de vida del beato, las valoraciones no son siempre benevolentes. Cuando únicamente se examinan sus pasos desde un punto de vista racional, apelando a un análisis histórico frecuentemente cargado de prejuicios, como algunos críticos han hecho, queda en la penumbra lo esencial: su grandeza espiritual y excepcionales cualidades puestas al servicio de la fe y de la Iglesia en momentos de indudable dificultad.

Tratando de la oratoria religiosa, el gran Menéndez y Pelayo lo situó detrás de san Vicente Ferrer y de san Juan de Ávila. Y es que Diego José promovía una profunda renovación espiritual en su auditorio. Llegó a predicar en la corte. Sus palabras tuvieron gran influjo no solo en el ámbito religioso sino también en el público. Junto con la instrucción doctrinal que proporcionaba, impartía conferencias a hombres, mujeres y niños de toda condición social. Les alentaba con la celebración de la penitencia y el rezo público del santo rosario. Suscitaba emociones por igual en clérigos, plebeyos e intelectuales. Su fama le precedía y la muchedumbre que se citaba para oírle no cabía en las grandes catedrales. A veces durante varias horas tenía que hablar al aire libre a un auditorio conformado por cuarenta mil y hasta sesenta mil personas, que le consideraban un «enviado de Dios».

Ese imponente despliegue de multitudes que acudían a él enfervorecidas pone de manifiesto que los integrantes de la vida santa han sido los verdaderos artífices de las redes sociales. Un entramado de seguidores con alta sensibilidad —que muchos hoy día querrían para sí—, supieron identificar la grandeza de Dios y su belleza inigualable plasmada en las palabras de este insigne apóstol. Fueron tres décadas de intensa dedicación llevando con singular celo la fe más allá de los confines de Andalucía en los que era bien conocido. Aranjuez, Madrid, poblaciones de Toledo y de Ciudad Real, Aragón, Levante, Extremadura, Galicia, Asturias, León, Salamanca, incluso Portugal y otras, fueron recorridas a pie por este incansable peregrino que impregnó con la fuerza de su voz, avalada por una virtuosísima vida, el corazón de las gentes. Una gran mayoría en su época lo consideró un «nuevo san Pablo». Penitencia y oración continua fueron sus armas apostólicas, mientras su cuerpo se estremecía bajo un rústico cilicio. Si hubiera contado con los medios y técnicas que existen en la actualidad sus conquistas para Cristo superarían lo imaginable.

Era un gran devoto de María bajo la advocación de la Divina Aurora, de la que fue encendido defensor. Fue agraciado con carismas extraordinarios como el don de profecía y numerosos milagros que efectuaba con su proverbial sentido del humor y el gracejo andaluz que poseía. Su correspondencia epistolar, sermones, obras ascéticas y devocionales son incontables. Se le ha conocido como el «apóstol de la misericordia». Murió en en la localidad malagueña de Ronda el 24 de marzo de 1801 cuando se hallaba en un proceso ante la Inquisición donde fue llevado por quienes no supieron identificar en él al santo que fue. Le cubrieron con penosos signos de ingratitud que desembocaron en una injusta y humillante persecución. Por encima de los ciegos juicios humanos, Dios ya le había reservado la gloria eterna. Fue beatificado por León XIII el 22 de abril de 1894.