Servicio diario - 08 de abril de 2018


 

"¿Reincides en tu pecado? Reincide en pedir misericordia"
Raquel Anillo

Regina Coeli: Saludo cordial para los cristianos orientales que celebran la Pascua
Raquel Anillo

Siria: "Nada puede justificar" las armas químicas
Anne Kurian

Día de los gitanos: el Papa alienta a una "verdadera integración'
Anne Kurian

ENTREVISTA a D. Fernando Martín: "Acoger la Misericordia exige de nosotros pedir perdón"
Rosa Die Alcolea

Encuentro de los Misioneros de la Misericordia con el Papa Francisco
Redacción

Santa María Rosa Julia Billiart, 8 de abril
Isabel Orellana Vilches

Beata Celestina (Catalina) Faron, 9 de abril
Isabel Orellana Vilches


 

 

08/04/2018-14:45
Raquel Anillo

"¿Reincides en tu pecado? Reincide en pedir misericordia"

(ZENIT 08 abril 2018).- "¿Reincides en tu pecado? Reincide en la petición de misericordia. Esto es lo que el Papa Francisco lanzó celebrando la Misa dominical de la Octava Pascual, Domingo de la Misericordia, este 8 de abril de 2018, en la Plaza de San Pedro. Rodeado por 550 "Misioneros de la Misericordia", instituidos en el Jubileo.

En su homilía, evocó las barreras internas que se interponen entre el cristiano y la misericordia de Dios: la vergüenza primero, que en realidad es "una invitación secreta del alma que necesita al Señor para vencer al mal". "El drama, dijo, es cuando ya no te avergüenzas de nada. ¡No tengas miedo de sentir vergüenza!"

La segunda tentación es la "resignación" de alguien que piensa que él "siempre hace los mismos pecados" y, por lo tanto, renuncia a la misericordia. "Pero el Señor nos desafía": ¿No crees que mi misericordia es más grande que tu miseria?"

Después de la vergüenza y la resignación, el Papa habló de "otra puerta cerrada, a veces blindada: nuestro pecado". Cuando cometo un gran pecado, si, honestamente, no quiero perdonarme a mí mismo, ¿por qué Dios debería hacerlo? Pero esta puerta está cerrada solo por un lado, el nuestro; para Dios ella nunca es intransitable ... Él nunca decide separarse de nosotros, somos nosotros quienes lo dejamos afuera".

"Podemos estimamos y decirnos cristianos, y hablar de muchos valores hermosos de fe", señaló, "pero ... tenemos necesidad de ver a Jesús tocando su amor". Solo entonces vamos al corazón de la fe. Y al Papa para alentar: "¡Convirtámonos, también, en verdaderos amantes del Señor! No tengas miedo de esta palabra: amante del Señor".

AK

 

Homilía del Papa Francisco

En el Evangelio de hoy aparece varias veces el verbo ver: «Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor» (Jn 20,20); luego, dijeron a Tomás: «Hemos visto al Señor» (v. 25). Pero el Evangelio no describe al Resucitado ni cómo lo vieron; solo hace notar un detalle: «Les enseñó las manos y el costado» (v. 20). Es como si quisiera decirnos que los discípulos reconocieron a Jesús de ese modo: a través de sus llagas. Lo mismo sucedió a Tomás; también él quería ver «en sus manos la señal de los clavos» (v. 25) y después de haber visto creyó (v. 27).

A pesar de su incredulidad, debemos agradecer a Tomás que no se conformara con escuchar a los demás decir que Jesús estaba vivo, ni tampoco con verlo en carne y hueso, sino que quiso ver en profundidad, tocar sus heridas, los signos de su amor. El Evangelio llama a Tomás «Dídimo» (v. 24), es decir, mellizo, y en su actitud es verdaderamente nuestro hermano mellizo. Porque tampoco para nosotros es suficiente saber que Dios existe; no nos llena la vida un Dios resucitado pero lejano; no nos atrae un Dios distante, por más que sea justo y santo. No, tenemos también la necesidad de "ver a Dios", de palpar que él ha resucitado por nosotros.

¿Cómo podemos verlo? Como los discípulos, a través de sus llagas. Al mirarlas, ellos comprendieron que su amor no era una farsa y que los perdonaba, a pesar de que estuviera entre ellos quien lo renegó y quien lo abandonó. Entrar en sus llagas es contemplar el amor inmenso que brota de su corazón. Es entender que su corazón palpita por mí, por ti, por cada uno de nosotros. Queridos hermanos y hermanas: Podemos considerarnos y llamarnos cristianos, y hablar de los grandes valores de la fe, pero, como los discípulos, necesitamos ver a Jesús tocando su amor. Solo así vamos al corazón de la fe y encontramos, como los discípulos, una paz y una alegría (cf. vv. 19¬20) que son más sólidas que cualquier duda.

Tomás, después de haber visto las llagas del Señor, exclamó: «¡Señor mío y Dios mío!» (v. 28). Quisiera llamar la atención sobre este adjetivo que Tomás repite: mío. Es un adjetivo posesivo y, si reflexionamos, podría parecer fuera de lugar atribuirlo a Dios: ¿Cómo puede Dios ser mío? ¿Cómo puedo hacer mío al Omnipotente? En realidad, diciendo mío no profanamos a Dios, sino que honramos su misericordia, porque él es el que ha querido "hacerse nuestro". Y como en una historia de amor, le decimos: "Te hiciste hombre por mí, moriste y resucitaste por mí, y entonces no eres solo Dios; eres mi Dios, eres mi vida. En ti he encontrado el amor que buscaba y mucho más de lo que jamás hubiera imaginado".

Dios no se ofende de ser "nuestro", porque el amor pide intimidad, la misericordia suplica confianza. Cuando Dios comenzó a dar los diez mandamientos ya decía: «Yo soy el Señor, tu Dios» (Ex 20,2) y reiteraba: «Yo, el Señor, tu Dios, soy un Dios celoso» (v. 5). He aquí la propuesta de Dios, amante celoso que se presenta como tu Dios. Y la respuesta brota del corazón conmovido de Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!». Entrando hoy en el misterio de Dios a través de las llagas, comprendemos que la misericordia no es una entre otras cualidades suyas, sino el latido mismo de su corazón. Y entonces, como Tomás, no vivimos más como discípulos inseguros, devotos pero vacilantes, sino que nos convertimos también en verdaderos enamorados del Señor.

¿Cómo saborear este amor, cómo tocar hoy con la mano la misericordia de Jesús? Nos lo sugiere el Evangelio, cuando pone en evidencia que la misma noche de Pascua (cf. v. 19), lo primero que hizo Jesús apenas resucitado fue dar el Espíritu para perdonar los pecados. Para experimentar el amor hay que pasar por allí: dejarse perdonar. Pero ir a confesarse parece difícil, porque nos viene la tentación ante Dios de hacer como los discípulos en el Evangelio: atrincheramos con las puertas cerradas. Ellos lo hacían por miedo y nosotros también tenemos miedo, vergüenza de abrirnos y decir los pecados. Que el Señor nos conceda la gracia de comprender la vergüenza, de no considerarla como una puerta cerrada, sino como el primer paso del encuentro. Cuando sentimos vergüenza, debemos estar agradecidos: quiere decir que no aceptamos el mal, y esto es bueno. La vergüenza es una invitación secreta del alma que necesita del Señor para vencer el mal. El drama está cuando no nos avergonzamos ya de nada. No tengamos miedo de sentir vergüenza. Pasemos de la vergüenza al perdón.

Existe, en cambio, una puerta cerrada ante el perdón del Señor, la de la resignación. La experimentaron los discípulos, que en la Pascua constataban amargamente que todo había vuelto a ser como antes. Estaban todavía allí, en Jerusalén, desalentados; el "capítulo Jesús" parecía terminado y después de tanto tiempo con él nada había cambiado. También nosotros podemos pensar: "Soy cristiano desde hace mucho tiempo y, sin embargo, no cambia nada, cometo siempre los mismos pecados".

Entonces, desalentados, renunciamos a la misericordia. Pero el Señor nos interpela: "¿No crees que mi misericordia es más grande que tu miseria? ¿Eres reincidente en pecar? Sé reincidente en pedir misericordia, y veremos quién gana". Además —quien conoce el sacramento del perdón lo sabe—, no es cierto que todo sigue como antes. En cada perdón somos renovados, animados, porque nos sentimos cada vez más amados. Y cuando siendo amados caemos, sentimos más dolor que antes. Es un dolor benéfico, que lentamente nos separa del pecado. Descubrimos entonces que la fuerza de la vida es recibir el perdón de Dios y seguir adelante, de perdón en perdón. Así es la vida del cristiano: de vergüenza en vergüenza y de perdón en perdón. Es la vida cristiana.

Además de la vergüenza y la resignación, hay otra puerta cerrada, a veces blindada: nuestro pecado. Cuando cometo un pecado grande, si yo —con toda honestidad— no quiero perdonarme, ¿por qué debe hacerlo Dios? Esta puerta, sin embargo, está cerrada solo de una parte, la nuestra; que para Dios nunca es infranqueable. A él, como enseña el Evangelio, le gusta entrar precisamente "con las puertas cerradas", cuando todo acceso parece bloqueado. Allí Dios obra maravillas. Él no decide jamás separarse de nosotros, somos nosotros los que le dejamos fuera. Pero cuando nos confesamos acontece lo inaudito: descubrimos que precisamente ese pecado, que nos mantenía alejados del Señor, se convierte en el lugar del encuentro con él. Allí, el Dios herido de amor sale al encuentro de nuestras heridas. Y hace que nuestras llagas miserables sean similares a sus llagas gloriosas. Porque él es misericordia y obra maravillas en nuestras miserias. Pidamos hoy como Tomás la gracia de reconocer a nuestro Dios, de encontrar en su perdón nuestra alegría, en su misericordia nuestra esperanza.

© Librería editorial del Vaticano

 

 

08/04/2018-15:18
Raquel Anillo

Regina Coeli: Saludo cordial para los cristianos orientales que celebran la Pascua

(ZENIT — 08 abril 2018).- "A nuestros hermanos y hermanas de las Iglesias orientales que hoy, de acuerdo con el calendario Juliano, celebran la solemnidad de Pascua, dirijo mi saludo más cordial, dijo el Papa este domingo, 8 de abril de, 2018: Que el Señor resucitado les llene de luz y de paz, y que reconforte a las comunidades que viven en situaciones particularmente difíciles".

Al final de la Misa que celebró en la Plaza de San Pedro el domingo de la Octava Pascual, Domingo de la Misericordia, el Papa presidió la oración mariana del Regina Coeli, que introdujo saludando a los Misioneros de la Misericordia y a los Romaníes, pidiendo rezar "por vuestros compañeros refugiados sirios".

Esta es nuestra traducción de las palabras que pronunció el Papa en esta ocasión.

AK

 

Palabras del Papa Francisco antes del Regina Coeli

Hermanos y hermanas,

Antes de la bendición final, nos volvemos en oración a nuestra Madre celestial. Pero antes de eso, quiero agradecerles a todos los que participaron en esta celebración, especialmente a los Misioneros de la Misericordia, reunidos para este encuentro. ¡Gracias por vuestro servicio!

A nuestros hermanos y hermanas de las Iglesias orientales, que hoy, de acuerdo con el calendario juliano, celebran la solemnidad de la Pascua, les envío mis más cordiales deseos. Que el Señor resucitado los llene de luz y paz y consuele a las comunidades que viven en situaciones particularmente difíciles.

Dirijo un saludo especial a los Roma y a los Sinti presentes aquí con motivo de su Día Internacional, las "Romano Dives". Deseo paz y fraternidad a los miembros de estos pueblos antiguos y espero que este día promueva la cultura del encuentro, con la buena voluntad de conocerse y de respetarse unos a otros. Este es el camino que conduce a una verdadera integración. Queridos Roma y Sinti, recen por mí y oremos juntos por sus compañeros refugiados sirios.

Saludo a todos los demás peregrinos aquí presentes, grupos parroquiales, familias, asociaciones; y juntos pongámonos bajo el manto de María, Madre de misericordia.

 

 

08/04/2018-15:48
Anne Kurian

Siria: "Nada puede justificar" las armas químicas

(ZENIT — 08 abril 2018.- "Nada puede justificar" el uso de armas químicas en Siria, denunció el Papa Francisco este 8 de abril de 2018, mientras los bombardeos continúa en la región de Ghouta Oriental.

Al final de la oración del Regina Coeli del Domingo de la Misericordia que celebró en la Plaza de San Pedro, el Papa expresó su preocupación por la situación siria y lamentó "las terribles noticias de los bombardeos con docenas de víctimas, muchas de las cuales mujeres y niños, noticias de tantas personas afectadas por los efectos de las sustancias químicas contenidos en las bombas.

"Oremos por todos los difuntos, por los heridos, por las familias que sufren", invitó el Papa. E insistió: "No existe una buena guerra y una guerra mala, y nada, nada puede justificar el uso de tales instrumentos de exterminio contra personas y poblaciones sin defensa".

"Oremos", añadió, "para que los líderes políticos y militares elijan el otro camino, el de la negociación, el único que puede conducir a una paz que no sea de muerte y destrucción".

© Traducción ZENIT, Raquel Anillo

 

 

08/04/2018-16:33
Anne Kurian

Día de los gitanos: el Papa alienta a una "verdadera integración"

(ZENIT — 08 abril 2018).- Con motivo del Día Internacional de los Romaníes, el 8 de abril de 2018, el Papa Francisco llamó a una "verdadera integración" de los gitanos.

Después de la misa celebrada en la Plaza San Pedro para el Domingo de la Misericordia — domingo de la octava de Pascua — el Papa dirigió "un saludo especial a los Roma y a los Sinti presentes aquí con motivo de su Día Internacional, las "Romano Dives".

Al introducir la oración mariana del Regina Coeli, deseó "paz y fraternidad a los miembros de estos pueblos antiguos": "que este día promueve la cultura del encuentro, con la buena voluntad de conocerse y respetar a los demás. Este es el camino que conduce a la verdadera integración", agregó.

"Queridos Roma y Sinti", concluyó el Papa, "recen por mí y recemos juntos por sus compañeros refugiados sirios".

© Traducción ZENIT, Raquel Anillo

 

 

07/04/2018-09:43
Rosa Die Alcolea

ENTREVISTA a D. Fernando Martín: "Acoger la Misericordia exige de nosotros pedir perdón"

(ZENIT — 7 abril 2018).- Cuando D. Fernando Martín oyó a su confesor, el P. Pedro León, de Sevilla, hablar de la Divina Misericordia, ya no pudo comprender su experiencia de fe sin esta devoción.

"Se convirtió para mí en centro de mi piedad", describe el sacerdote diocesano de Córdoba (España), párroco de El Viso y Santa Eufemia, pueblos situados en el Valle de los Pedroches, a unos 100 kilómetros de la capital.

D. Fernando Martín describe en una entrevista condedida a ZENIT cómo fue su experiencia: "Cuando algo te hace tanto bien, sientes la necesidad de compartirlo. Cuanto más si se trata de la experiencia de la fe concretada en esta revelación privada, pero que tiene un alcance universal. De hecho, todos aquellos que la conocen a fondo quedan prendados, enamorados del mensaje de la Divina Misericordia".

La Iglesia celebra el II Domingo de Pascua la Fiesta de la Divina Misericordia, instituida en el año 2000 por San Juan Pablo II.

 

Indulgencia Plenaria

Gracias al Decreto promulgado el 29 de junio de 2002, durante el pontificado del papa polaco: "Se concede la indulgencia plenaria, con las condiciones habituales (confesión sacramental, comunión eucarística y oración por las intenciones del Sumo Pontífice) al fiel que, en el domingo segundo de Pascua, llamado de la Misericordia divina, en cualquier iglesia u oratorio, con espíritu totalmente alejado del afecto a todo pecado, incluso venial, participe en actos de piedad realizados en honor de la Misericordia divina, o al menos rece, en presencia del santísimo sacramento de la Eucaristía, públicamente expuesto o conservado en el Sagrario, el Padrenuestro y el Credo, añadiendo una invocación piadosa al Señor Jesús misericordioso".

Asimismo, "se concede la indulgencia parcial al fiel que, al menos con corazón contrito, eleve al Señor Jesús misericordioso una de las invocaciones piadosas legítimamente aprobadas", se indica en el Decreto.

A continuación, sigue la entrevista que el sacerdote diocesano de Córdoba, D. Fernando Martín, ha concedido a ZENIT.

***

 

¿En qué consiste la fiesta de la Divina Misericordia? ¿Cuál es su origen?

La Fiesta de la Divina Misericordia fue instituida por San Juan Pablo II en el año 2000, coincidiendo con la canonización de Santa Faustina Kowalska y decretado por la Congregación del Culto Divino y la disciplina de los Sacramentos el 23 de mayo del mismo año. Este fue el deseo expresado por el Señor a Sor Faustina: “Deseo que el segundo domingo de Pascua se celebre la fiesta de la Misericordia…” (22 de Febrero de 1931 en Plock). El Señor añadió: “A los que confiesen y reciban la Santa Comunión, les concederé el perdón total de las culpas y de las penas”. Es decir, el Señor Jesús promete Indulgencia plenaria, que la Iglesia confirmará, por decreto dado el 13 de junio de 2002.

Esta fiesta tiene carácter universal; es un llamamiento por parte del Señor a toda la humanidad a volverse con confianza a su Corazón Misericordioso: “La humanidad no encontrará la paz hasta que no se vuelva con confianza a mi  Misericordia”. Es el llamamiento urgente y ardoroso que nos hace el Señor.  Por tanto, esta fiesta es la expresión de un mensaje que compromete la vida entera de aquel que se entrega a la Miserciordia Divina. La fiesta no es más que el iceberg de la profundidad de este mensaje y sus consecuencias.

Providencialmente, la liturgia de este domingo no fue retocada o cambiada. Toda ella, oraciones y lecturas, son perfectamente apropiadas al misterio de la Misericordia Divina.

 

¿Cuál es el mensaje que el Señor nos quiso dar a través de Sor Faustina?

Todos sabemos que Dios es Amor; esto está en la entraña de nuestra fe. Lo que ocurre es que ésto que conocemos por revelación, y que nos han repetido hasta la saciedad, tiene que ser personalizado. Ello supone abrirse al misterio de Dios con un corazón humilde, para no proyectar en Él nuestra apreciación sobre el amor mismo, nuestra concepción tan limitada y debilitada por el pecado. Especialmente cuando se trata de comprender la gratuidad del amor divino, expresada en un perdón incondicional. Es decir: comprender y vivir que no nos merecemos el amor de Dios. Es una experiencia que no está al alcance de muchos, especialmente anestesiados por la tibieza espiritual. A veces, sólo cuando se ha tocado fondo, en el sentido más existencial de la expresión, se puede vivir esa experiencia, porque es cuando actúa el poder de la Misericordia. Sólo hay una condición: “Confiar”. También hay que aprender a confiar. No es fácil, cuando nunca se han soltado amarras, cuando nunca faltaron seguridades -aunque falsas-. La confianza se aprende en los brazos de Dios, cuando ya no hay más apoyos ni fuerzas humanas, ni siquiera para poder hacer un acto de fe. Entonces obra Dios. Este es el contenido fundamental del mensaje dado a Santa Faustina.

Algo que el Diario contempla -y es un error muy extendido- es el abuso de la Misericordia. “Confiar” no es “abusar”. La conversión es necesaria para la salvación, para dejarse salvar.

 

¿Cuál fue la aportación de S. Juan Pablo II a la institución de esta fiesta?

San Juan Pablo II, siendo Cardenal Arzobispo de Cracovia, en el año 1967, concluyó el proceso canónico para la beatificación de Sor Faustina. Fue un proceso largo hasta la aceptación de la Divina Misericordia como una devoción conforme a la tradición y a la doctrina católicas. De hecho, durante un tiempo llegó a estar prohibida, entre otras razones por una mala traducción de los escritos de Sor Faustina, que después de muerta tuvo que sufrir el descrédito. El entonces Cardenal Karol Wojtyla, pudo resolver las confusiones y llevar a buen término esta misión. Se levantó la prohibición de la devoción a la Divina Misericordia conforme al dictado de Sor Faustina y se abrió el proceso de reconocimiento de virtudes heroícas de esta religiosa que había sido -en palabras del mismo Señor- secretaria de su Misericordia.

 

¿Para qué sirve la coronilla de la Divina Misericordia? ¿Qué gracias se pueden obtener a través de ella?

Una de las prácticas de piedad que da el Señor a Santa Faustina es la Coronilla de la Divina Misericordia, cada vez más extendida entre los fieles. Se implora la Misericordia divina para el mundo, y en primer lugar, para sí mismo. No se puede pedir misericordia para el mundo con rectitud de corazón sino se implora para sí mismo, igualmente necesitado. Se trata, de vivir también nosotros, la profecía del Siervo Sufriente de Isaías, a imagen de Jesús: cargar con el pecado del mundo como propio. En nuestro caso, lo es en verdad, porque somos cómplices de lo bueno y lo malo de nuestra sociedad, en la medida en que albergamos odio, rencor, envidia… o somos solidarios, capaces de perdón y bondad. Con la Coronilla podemos conseguir todo, con tal que no se oponga a la voluntad divina. Se ruega por los méritos de la Pasión del Señor al Padre, que derrame sus gracias como fruto de su perdón y misericordia. Por supuesto, la mayor de las gracias es la conversión personal y la de aquellos por quienes oramos.

 

¿Cómo se debe entender la Divina Misericordia en la sociedad actual, especialmente entre los jóvenes? ¿Debe haber arrepentimiento para recibir esta gracia?

Hay algo que no podemos olvidar nunca: Dios respeta nuestra libertad absolutamente. Nuestra relación con él, exige renunciar a todo lo que nos aparte de Él. Por tanto, vivir en pecado es incompatible con la comunión con Dios. Las cosas son pecado porque son malas intrínsecamente, no por decreto legal. Pecado es todo lo contrario al amor. Por tanto, el arrepentimiento es el camino de la liberación, del reconocimiento de que herí el amor, herí al Amor.

 

Acoger la Misericordia, confiar en ella, exige de nosotros pedir perdón. Basta un suspiro de contrición para que el Señor complete en nosotros su obra y nos lleve a la plenitud de la alegría.

Volverse a Dios es confiar en que la propuesta de felicidad que Él nos hace es digna de crédito. Desgraciadamente damos el corazón al espíritu del mundo. Los jóvenes son hijos de nuestro tiempo, más que de sus propios padres, que en realidad también viven sumergidos en el relativismo. Dios tiene poco o nada que decir a nuestras mentes replegadas, a nuestros corazones en tinieblas. Por eso no escuchamos su voz. Nos cuesta reconocerla entre tanto ruido exterior e interior. Parece que se le tiene miedo a Dios. El hombre se empeña en buscarse la ruina.

Por eso, el Señor nos pide volver a Él con urgencia. Solo entonces encontraremos la paz.

 

El Papa Francisco convocó el año de la Misericordia en 2015. ¿De qué manera la devoción a la Divina Misericordia influye en su ministerio papal?

Es evidente que el pontificado de S. Juan Pablo II estuvo marcado por esta devoción desde el pricipio hasta el fin. De hecho, lo entendió como su misión personal. Creo que toda la Iglesia, también el Papa Francisco, se hace eco de esta espiritualidad cada vez más extendida y arraigada. En realidad, no se trata de otra cosa que de vivir una de las bienaventuranzas, quizá las más dificil, porque exige una altura de amor que transa todos los ámbitos de la vida. Santa Faustina hace una oración preciosa, muy difundida, en que pide que todo en su vida, alma y cuerpo, sea transparencia de la misericordia divina: sus palabras, su mirada, cada uno de sus gestos, pensamientos y obras. El Papa Francisco exhorta constantemente a vivir esta actitud, a ser misericordiosos, y serlo según el Corazón de Cristo. El Año de la Misericordia puso de manifiesto, que para reconciliarse con el mundo, con la creación, con los hermanos, hay que hacerlo con Dios en primer lugar. El Papa Francisco llamó a vivir el misterio del amor Misericordioso de Dios de una manera especial a toda la Iglesia y a todos los hombres. Todo su ministerio está impregnado de esta Verdad: La Misericordia es la última tabla de salvación para el mundo.

 

 

07/04/2018-10:16
Redacción

Encuentro de los Misioneros de la Misericordia con el Papa Francisco

(ZENIT — 7 abril 2018).- El segundo encuentro con los Misioneros de la Misericordia con el Papa Francisco, organizado por el Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización, tendrá lugar del 8 al 11 de abril.
Se esperan más de 550 Misioneros de la Misericordia, procedentes de los 5 continentes, para este 2° encuentro con el Santo Padre, dos años después de la institución de este Ministerio especial durante el Jubileo de la Misericordia.

Durante estos días, los misioneros escucharán las catequesis, ofrecerán testimonios sobre las actividades pastorales llevadas a cabo en sus diócesis y podrán celebrar el sacramento de la Reconciliación, el corazón de este ministerio especial que le ha confiado el Papa.

 

897 Misioneros de la Misericordia

Los Misioneros, además, recibirán el anuario que recoge los contactos de todos los 897 Misioneros de la Misericordia activos en este momento.

Un elemento central del programa es el encuentro con el Santo Padre que tendrá lugar el martes 10 de abril en la Sala Regia del Palacio Apostólico, en el Vaticano, después de lo cual los Misioneros concelebrarán la celebración de la Misa en la Basílica de San Pedro, presidida por el Papa Francisco.

 

Enviados por Francisco

El Papa Francisco envió el 16 de febrero de 2016 Son más de 1000 sacerdotes, Misioneros de la Misericordia, que han sido enviados por el Papa Francisco durante el Año Jubilar para ser "signo vivo de cómo el Padre acoge cuantos están en busca de su perdón" y "confesores accesibles, amables, compasivos y atentos especialmente a las difíciles situaciones de las personas particulares".

La figura de los Misioneros quedó descrita en la bula del Santo Padre. Entre sus característica, cabe subrayar que deben ser "signo vivo de cómo el Padre acoge cuantos están en busca de su perdón", "artífices ante todos de un encuentro cargado de humanidad, fuente de liberación, rico de responsabilidad, para superar los obstáculos y retomar la vida nueva del Bautismo".

 

 

07/04/2018-09:57
Isabel Orellana Vilches

Santa María Rosa Julia Billiart, 8 de abril

«La fundadora de la congregación de Nuestra Señora es un ejemplo de fe en la tribulación. Al no hallar posada en la tierra, esperaba contar con un rinconcito en el cielo y nunca se cansó de alabar a Dios del que estaba enamorada»

Nació el 12 de julio de 1751 en Cuvilly, Francia. Era hija de agricultores que poseían también un comercio, y gozaban de una buena posición económica. Tuvo siete hermanos; ella fue la penúltima. Hizo su primera comunión a los 9 años, edad infrecuente en la época para recibir este sacramento, pero el párroco M. Dangicourt tomó la decisión de permitírselo al ver que se sabía el catecismo de memoria. En ese periodo consagró su castidad. A los 16 años comenzó a trabajar en el campo para ayudar a su familia que había venido a menos. Se fortalecía en la oración y hacía todo el bien que estaba en sus manos, visitando a los enfermos. Algunos comenzaron a denominarla «la santa de Cuvilly».

Entrada en la veintena fue testigo de un hecho trágico que marcó su vida. Se hallaba junto a su padre cuando un desalmado atentó contra él y falleció de un disparo. No está claro si ella fue herida también o simplemente quedó presa de un shock traumático. La cuestión es que el impacto fue tal que perdió por completo la movilidad de sus miembros inferiores. Se enfrentó a la terrible pérdida, y las consecuencias que llevó anejas, con admirable fortaleza. Siguió haciendo su apostolado en tan penosas condiciones de limitación y no se cansaba de alabar a Dios en sus penalidades, diciendo: «QuW est bon le bon Dieu!» (1Qué bueno es el buen Dios!). En torno a su lecho se reunían los niños para recibir el catecismo. Bordaba manteles para la parroquia y, sobre todo, rezaba. Allí tuvieron lugar muchos de sus éxtasis. Todos los días le llevaban la comunión.

La época del Terror que trajo consigo la Revolución francesa y el régimen de Napoleón hicieron de ella una fugitiva; debía trasladarse de un lugar a otro. Y es que valerosamente había defendido a su párroco, suplantado impunemente por otro sacerdote impío, y buscó cobijo para otros perseguidos. Un grupo que admiraba su virtud, en 1790 se ocupó de ponerla a salvo transportándola en un carro de heno a Compiégne. Un día manifestó: «Señor, en la tierra no hay posada para mí. ¿Quieres reservarme un rinconcito en el paraíso?». Como consecuencia de tantas dificultades y trasiegos, durante unos meses enmudeció. Únicamente podía hacerse entender mediante gestos mímicos. Recobró el habla en Amiens al término de ese trágico periodo, en casa del vizconde Blin de Borbón, y trabó allí estrecha amistad con Francisca Blin, vizcondesa de Gézaincourt, un alma caritativa y luego colaboradora, que le prestó su ayuda.

Las personas que se aglutinaron en torno a Julia en ese tiempo se impregnaron de su espíritu religioso, y regidas por su testimonio hicieron una gran labor apostólica entre la gente del entorno. En 1793 tuvo una visión. A los pies de una cruz había un grupo de mujeres con vestiduras desconocidas para ella. Al tiempo en una locución divina se le hizo saber que serían las hijas que integrarían un Instituto que iba a estar marcado con la cruz.

Durante un tiempo, y como de nuevo estalló la persecución, convivió con la familia Doria en Bettencourt. Entonces conoció al padre Varin. Con su apoyo, Francisca y ella fundaron la congregación de Nuestra Señora (primeramente Instituto) orientada a la formación espiritual de niños y catequistas. Los quería para Cristo. No había distinción entre las religiosas y las legas, lo cual constituyó una novedad en la época. Con el primer grupo de postulantes interesadas abrieron el orfanato y comenzaron a formar a los catequistas. A Julia se le oía decir: «Hijas mías, pensad cuán pocos sacerdotes hay actualmente y cuántos niños pobres se debaten en la ignorancia. Tenemos que luchar por ganarlos para Cristo». En 1804, cuando llevaba veintidós años paralítica, acudió a una misión popular. El padre Enfantin le pidió que realizara junto a él una novena que quería efectuar por una intención particular. Al quinto día, coincidiendo con la festividad del Sagrado Corazón, el sacerdote le dijo: «Madre, si tiene fe, dé un paso en honor al Sagrado Corazón de Jesús». Lo hizo y vio que podía caminar.

Con otras condiciones de salud, pudo dedicarse a viajar y extender la obra abriendo nuevos conventos en Namur, Gante y Tournai. También ayudó a los «Padres de la Fe» en su labor misionera por diversas localidades hasta que su acción fue vetada por el gobierno. Las fundaciones florecían cuando llegó la discordia de mano del sacerdote sustituto del padre Varin, el abad de Sambucy de St. Estéve, quien primeramente pretendió reformular las constituciones, algo a lo que Julia se opuso, por lo cual alejó de ella a muchas personas y comenzó a sembrar dudas respecto a la Orden. El obispo de Amiens, monseñor Demandolx, influenciado por el abad instó a la fundadora a abandonar la diócesis, y se retiraron al convento de Namur, donde el prelado de la ciudad Pisani de la Gaudelas acogió. Después, aunque el de Amiens reclamó su presencia, y Julia intentó reconstruir la fundación, al no hallar quien la secundase regresó a Namur para siempre. Los últimos años de su vida siguió fundando nuevas casas y formando a las religiosas. 1816 constituyó el declive de su salud. Y el 8 de abril de ese año falleció recitando el Magníficat. Pío X la beatificó el 13 de mayo de 1906. Pablo VI la canonizó el 22 de julio de 1969.

 

 

08/04/2018-06:57
Isabel Orellana Vilches

Beata Celestina (Catalina) Faron, 9 de abril

«Ofreció su vida por una vocación sacerdotal, esperando que el díscolo prelado porque el que oraba incesantemente se reconciliara con la Iglesia, como así fue. Fue masacrada en el campo de concentración de Auschwitz-Birkenau»

Celestina, nombre tomado al profesar en la congregación de las Pequeñas Siervas de la Inmaculada Concepción, fue beatificada junto a Natalia Tulasiewicz por Juan Pablo II el 13 de junio de 1999. Fueron las dos únicas mujeres que componían el grupo de 109 mártires. ¡Quién le iba a decir a la religiosa que compartiría ese altísimo honor con su fundador, Edmundo Bojanowski! Pero así lo determinó la divina Providencia que fue conduciéndola desde pequeña al camino de la plena consagración.

Nació en la ciudad polaca de Zabrze?y el 24 de abril de 1913. A los 5 años perdió a su madre y se trasladó al domicilio de unos familiares que cuidaron de ella con verdadera ternura. En este nuevo hogar alumbrado por la fe se impregnó del amor de Dios sintiéndose cada vez más cerca de María, a la que había elegido como Madre en su corazón. Su afecto por Teresa del Niño Jesús iba a tener gran trascendencia espiritual en su vida. A los 16 años dispuesta a ofrendar pobreza, obediencia y castidad, particularmente ésta última hasta la muerte, pidió ser admitida en la congregación de las Pequeñas Siervas. Yen 1930 inició el noviciado en la casa madre. Una de las líneas de este carisma se halla en el entorno rural donde proporcionan educación a los campesinos y a sus hijos a través de escuelas gratuitas y talleres de formación profesional. Al tiempo inculcan los principios de la fe. Así que la beata realizó cursos en Lviv, Pozna? y Przemy?lque le permitían ayudar a los demás con el rigor debido, sin descuidar la catequesis.

En 1936 obtuvo la capacitación en jardinería. Iba dejando el poso de su delicadeza con su forma de trato dispensado a los demás, siempre colmado de atenciones. En 1938 fue destinada a Brzozow donde tenían un jardín de infancia. Se puso al frente del mismo. Los niños fueron «sus grandes tesoros». Compartían su corazón junto a los enfermos, otra de sus debilidades. Por su excelente quehacer con ellos fue reconocida y respetada en la ciudad. Era una mujer inteligente, discreta y valerosa. Estaba al tanto de las vicisitudes de la historia y, cómo no, de lo que acontecía en la Iglesia. Le animaba el celo apostólico con ese visible afán de conquistar a las personas para Cristo.
Hallándose en Lviv aconteció un hecho doloroso al que dio una respuesta similar a la ofrecida por Teresa de Lisieux. Supo que un antiguo obispo católico, W?adys?awMarcin Faron, cuyo apellido coincidía con el suyo aunque no les unía parentesco alguno,había apostatado de la Iglesia. Y ante sus hermanas de comunidad ofreció su vida por la conversión del prelado. De forma taxativa, consciente de las consecuencias de tan magnánimo gesto, confesó que se disponía a morir por él. En 1938 había sido elegida superiora de la comunidad. Y su gran labor fue más que ostensible en el orfanato que dirigía. Durante unos años trató de paliar las graves carencias que trajo consigo el nazismo y de infundir esperanza en los corazones atemorizados de tantos. En 1942 fue delatada a la Gestapo. El propietario del edificio que ocupaban era un activista político que había prestado una de las habitaciones a miembros principales de la organización y la labor que llevaban a cabo quedó al descubierto. Una de las hermanas le aconsejó huir, pero ella pensó en los que no tuvieron posibilidad de escapar y en la repercusión que su desaparición podría tener para el resto de su comunidad. Y se dispuso a materializar la promesa que hizo abrazándose a la cruz. Sin dudarlo, se presentó ante la Gestapo.

Le esperaba un camino de atroces sufrimientos. Desde que se produjo su detención a finales de agosto de 1942 pasó por las prisiones de Jaslo y de Tarnow hasta que el 6 de enero de 1943 fue trasladada a Auschwitz-Birkenau. Condenada a ser menos que un número —el que le tatuaron fue el 27989—, quedó recluida en el bloque 7. La muerte iría llegándole lentamente, aunque el acero del odio que acompañaba a sus hostigadores no logró penetrar en su corazón. El látigo, el barro, el frío, la inanición, nauseabundos roedores e insectos en medio de un inmundo espacio habitado por el terror y la angustia eran compartidos por otros congéneres injustamente atrapados en el lúgubre campo de concentración. Contrajo el tifus, la sarna, y vio como se abría la cicatriz de una antigua intervención dejando al descubierto en la ingle una llaga supurante que no podía cerrarse y que apenas le permitía mantenerse en pie.
Conducida al bloque 24, abandonada en su dolor por los crueles carceleros, afrontó una tuberculosis con hemorragias recurrentes que se unían a la peste, la falta de alimentos y de agua acentuando su calvario. Los más afectados por las plagas eran los que se hallaban en las literas a ras de tierra, como la suya. Pero ella, en medio de tanto sufrimiento, se esforzaba por animar a los que tenía al lado y agradecía las muestras de solidaridad y bondad que recibía de sus desdichados compañeros. Los que sobrevivieron, impresionados por su conformidad, confianza, mansedumbre, humildad y fortaleza ante tanta calamidad, serían testigos de su causa. Agradecía a Dios poder ofrecerle su infortunio. Consideraba que estaba cumpliendo su voluntad.

Solía rezar el rosario que había realizado con migas de pan, y ofrecía sus oraciones por la conversión de los pecadores, su congregación, su país y los sacerdotes del campamento que eran torturados y llevados al crematorio; se afligía de que no pudieran oficiar la misa. Además, oraba por el artífice de tanta tragedia: Hitler. Lo más importante para ella era recibir la comunión. Un sacerdote que la llevó clandestinamente se la dio el día 8 de diciembre 1943. La consideró su viático. Y movida por una antigua convicción de que no moriría antes de tomarla, al comulgar supo que su fin estaba cerca. Falleció el 9 de abril de 1944. El prelado por el que dio su vida, más tarde se reconcilió con la Iglesia.