Servicio diario - 13 de noviembre de 2018


 

El Papa Francisco viajará a Marruecos del 30 al 31 de marzo
Rosa Die Alcolea

Doctrina de la Fe: El Papa nombra al Arzobispo Scicluna Secretario adjunto de la Congregación
Deborah Castellano Lubov

El Papa a los religiosos españoles: La Iglesia nos necesita profetas, "hombres y mujeres de esperanza"
Redacción

Estados Unidos: Asamblea General de los Obispos Católicos en un momento especial
Enrique Soros

P. Antonio Rivero: "Vivir cada día con amor y temblor como si fuera el último"
Antonio Rivero

Beata María Luisa Merkert, 14 de noviembre
Isabel Orellana Vilches


 

 

 

13/11/2018-16:04
Rosa Die Alcolea

El Papa Francisco viajará a Marruecos del 30 al 31 de marzo

(ZENIT — 13 nov. 2018).- El Papa Francisco viajará a Marruecos del 30 al 31 de marzo de 2019, en concreto, a las ciudades de Rabat y Casablanca, ha anunciado esta mañana Greg Burke, director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede.

"Aceptando la invitación de Su Majestad el Rey Mohammed VI, y de los Obispos, Su Santidad el Papa Francisco hará un viaje apostólico a Marruecos", han sido sus palabras.

El programa del viaje será publicado a su debido tiempo, ha declarado Greg Burke.

 

Visita de Juan Pablo II

Francisco será el segundo papa en visitar este país, tras los pasos de San Juan Pablo II, quien realizó una visita apostólica en 1985, convirtiéndose el primer papa en visitar un país islámico.

El pontífice polaco visitó la ciudad marroquí de Casablanca, donde se entrevistó con el rey Hassan II, su anfitrión, que no sólo intervino en su calidad de jefe de Estado, sino también como Amir el Muminim (Príncipe de los Creyentes).

 

Egipto

El Santo Padre Francisco visitó otro país islámico en el año 2017: Egipto. Asimismo, el Pontífice viajó respondiendo a una invitación: la del presidente egipcio, el patriarca copto, y el Gran Imán de la Universidad de Al Azahar, donde pronunció un importante discurso.

 

 

13/11/2018-17:42
Deborah Castellano Lubov

Doctrina de la Fe: El Papa nombra al Arzobispo Scicluna Secretario adjunto de la Congregación

(ZENIT — 13 nov. 2018).- El Papa Francisco nombró secretario adjunto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (CDF) a Mons. Charles Scicluna, Arzobispo de Malta e investigador encargado de los delitos de abuso sexual del clero.

Anteriormente el Arzobispo Scicluna se desempeñó como Promotor de Justicia en dicha Congregación.

El arzobispo de Malta y presidente de los obispos malteses será el oficial "número 3" de la CDF, en lugar del arzobispo estadounidense Joseph Augustine Di Noia, quien se ha retirado. El Vaticano dice que Mons. Charles Scicluna igualmente seguirá siendo Arzobispo de Malta.

El nombramiento de Scicluna de este Papa se publicó hoy en el boletín del 13 de noviembre de la Oficina de Prensa de la Santa Sede.

El ex funcionario de la Congregación para la Doctrina de la Fe ha sido presidente de una junta de revisión que maneja los casos de abuso dentro de la Congregación.

El Papa lo envió a Chile para tratar de resolver el escándalo de abuso que ha azotado a la Iglesia de ese país. Fue después de que el Papa recibiera los hallazgos del Arzobispo, que el Papa convocó a los obispos del país sudamericano en Roma, todos renunciaron y el Papa aceptó varias renuncias, incluido el Obispo Juan Barros de Osorno.

Entrevista de Zenit a Mons. Scicluna

 

 

13/11/2018-18:03
Redacción

El Papa a los religiosos españoles: La Iglesia nos necesita profetas, "hombres y mujeres de esperanza"

(ZENIT — 13 nov. 2018).- El Santo Padre Francisco ha recibido esta mañana, martes, 13 de noviembre de 2018, en audiencia a los participantes en la XXV Asamblea General de CONFER (Conferencia Española de Religiosos) y les ha dirigido unas palabras.

Dicha Asamblea tiene lugar en Madrid del 13 al 15 noviembre de 2018 y el tema que tratará es «Os daré un futuro lleno de esperanza» (Jr 29,11).

A continuación, ofrecemos el mensaje íntegro del Papa Francisco, publicado por la Oficina de Prensa de la Santa Sede:

***

 

Mensaje del Santo Padre

Queridos hermanos y hermanas:

Me alegra saludaros con ocasión de vuestra Asamblea general, en la que celebráis precisamente los XXV años de la unión de las CONFER masculina y femenina. Estos años de estrecha colaboración entre religiosos y religiosas han sido, sin duda, fecundos.

Se han creado lazos de fraternidad, de reciprocidad y comunión, tanto en las tareas propias de la confer como a través de la solidaridad y ayuda entre consagrados y consagradas en muchos momentos y circunstancias.

Os invito a mirar con confianza el futuro de la vida consagrada en España, de acuerdo con el lema elegido para esta Asamblea: «Os daré un futuro lleno de esperanza» (Jr 29,11).

El Señor nos da esperanza con sus constantes mensajes de amor y con sus sorpresas, que a veces nos pueden dejar desorientados, pero nos ayudan a salir de nuestras clausuras mentales y espirituales. Su presencia es de ternura, nos acompaña y nos compromete. Por eso dice: «Sé muy bien lo que pienso hacer con vosotros: designios de paz y no de aflicción, daros un porvenir y una esperanza. Me invocaréis e iréis a suplicarme, y yo os escucharé. Me buscaréis y me encontraréis, si me buscáis de todo corazón. Me dejaré encontrar, y cambiaré vuestra suerte» (Jr 29,11-14). El camino realizado como CONFER tiene una historia fecunda, cargada de ejemplos de dedicación y de santidad oculta y silenciosa. No se deben escatimar esfuerzos para servir y animar la vida consagrada española, para que no le falte la memoria agradecida ni la mirada hacia el futuro, pues no cabe duda de que el estado de la vida religiosa, sin ocultar incertidumbres y preocupaciones, está lleno de oportunidades y también de entusiasmo, pasión y conciencia de que la vida consagrada hoy tiene sentido.

La Iglesia nos necesita profetas, es decir, hombres y mujeres de esperanza. Justamente, uno de los objetivos del año de la vida consagrada animaba a "abrazar el futuro con esperanza". Conocemos las dificultades que vive hoy la vida religiosa, como la disminución de vocaciones y el envejecimiento de sus miembros, problemas económicos y el reto de la internacionalidad y la globalización, las insidias del relativismo, la marginación y la irrelevancia social...; pero en estas circunstancias se eleva nuestra esperanza en el Señor, el único que nos puede socorrer y salvar (cf. Carta ap. A todos los consagrados con ocasión del año de la vida consagrada, 21 noviembre 2014, 3). Esta esperanza nos lleva a pedir al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies (cf. Mt 9,38), y a trabajar en la evangelización de los jóvenes para que se abran a la llamada del Señor. Es este un gran desafío: estar al lado de los jóvenes para contagiarlos con la alegría del Evangelio y la pertenencia a Cristo. Se necesitan religiosos audaces, que abran nuevos caminos y un planteamiento de la cuestión vocacional como opción fundamental cristiana. Cada tramo de la historia es tiempo de Dios, también el nuestro, pues su Espíritu sopla donde quiere, como quiere y cuando quiere (cf. Jn 3,8). Cualquier momento y circunstancia puede transformarse en un "kairós"; solamente hay que estar atentos para reconocerlo y vivirlo como tal.

María, nuestra Madre, que «guardaba estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2,19), nos ayudará a contemplar y a guardar todo lo que no comprendemos del momento actual, acogiéndolo, a la espera de un futuro que, aunque diferente, seguirá siendo fecundo para la vida consagrada.

La vida consagrada camina en santidad. Como religiosos debemos obsesionarnos, desgastarnos y cansarnos viviendo las obras de misericordia, que son el programa de nuestra vida (cf. Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 107). No se trata de ser héroes ni de presentarnos a los demás como modelos, sino de estar con los que sufren, acompañar, buscar con otros caminos alternativos, conscientes de nuestra pobreza, pero también con la confianza puesta en el Señor y en su amor sin límites. De ahí la necesidad de volver a escuchar la llamada a vivir con la Iglesia y en la Iglesia, saliendo de nuestros esquemas y comodidades, para estar cerca de situaciones humanas de sufrimiento y desesperanza que esperan la luz del Evangelio. Los retos que se presentan a la vida religiosa hoy en día son muchos. La realidad que nos toca vivir requiere respuestas y decisiones audaces ante estos desafíos. Los tiempos han cambiado y nuestras respuestas han de ser distintas. Os animo a dar respuesta, tanto a situaciones estructurales que requieren nuevas formas de organización, como a la necesidad de salir y buscar nuevas presencias para ser fieles al Evangelio y cauces del amor de Dios. La vida de oración, el encuentro personal con Jesucristo, el discernimiento comunitario, el diálogo con el obispo han de ser prioritarios a la hora de tomar decisiones. Tenemos que vivir con humilde audacia mirando al futuro y en actitud de escucha del Espíritu, con él podemos ser profetas de esperanza.

Que el Señor os bendiga y la Virgen Santa os acompañe y os ayude a descubrir el camino a seguir. Y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí.

Vaticano, 5 de noviembre de 2018

Francisco

© Librería Editorial Vaticano

 

 

13/11/2018-18:17
Enrique Soros

Estados Unidos: Asamblea General de los Obispos Católicos en un momento especial

(ZENIT — 13 nov. 2018).- Ayer dio comienzo la Asamblea General del Episcopado de Estados Unidos de otoño. Se trata de una reunión muy especial, dado el momento que vive la Iglesia de Estados Unidos.

En junio se hicieron públicas acusaciones de abuso sexual que pesan contra el excardenal Theodore McCarrick. Dichos abusos se habrían producido en su tiempo como sacerdote en la Arquidiócesis de Nueva York. Posteriormente se sumaron otras acusaciones de cuando McCarrick era obispo de la diócesis de Metuchen y arzobispo de Newark, ambas en el estado de Nueva Jersey.

El 28 de junio el Papa Francisco aceptó la renuncia de McCarrick al Colegio Cardenalicio, y le impuso una suspensión ad divinis, requiriéndole que observe una vida de oración y penitencia en reclusión hasta que culmine el proceso canónico.

Por otra parte, en agosto se publicó un reporte sobre abusos sexuales llevados a cabo por más de 300 sacerdotes en seis diócesis de Pensilvania. Se trata de una de las investigaciones más grandes sobre abuso sexual en la Iglesia, en la historia de EEUU, la cual fue conducida por un gran jurado, que identificó a mil niños víctimas, indicando que posiblemente haya miles más. Las acusaciones se extienden a los obispos que no denunciaron penalmente los delitos de abuso perpetrados por sacerdotes que se encontraban bajo su jurisdicción.

En este marco, se desarrolla esta semana la Asamblea General de Obispos. Dada la importancia de la situación mencionada, los obispos decidieron dedicar el primer día de la asamblea a la oración. La sesión fue iniciada por el Cardenal Daniel DiNardo, presidente de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos, USCCB, por sus siglas en inglés.

En su discurso, DiNardo hizo mención a una decisión proveniente de la Santa Sede, que indicaba que el plenario de obispos no debía votar en esta ocasión sobre la responsabilidad que deben asumir los obispos por los casos de abusos, La idea es formar consenso internacional y tomar decisiones que vinculen a los obispos internacionalmente.

A continuación transcribimos el texto completo de la alocución del Cardenal DiNardo.

 

Alocución del Cardenal DiNardo

"San Agustín escribió: 'Para que se hiciera fuerte la debilidad, se hizo débil la fortaleza.' Mis queridos amigos, a la luz de las noticias de esta mañana, cambia la naturaleza de mis palabras. Seguiremos comprometidos con el programa específico al respecto de asumir como obispos una mayor responsabilidad, lo cual discutiremos estos días. Realizaremos consultas y no votaremos esta semana, pero nos prepararemos para seguir avanzando.

Permítanme ahora dirigirme a los sobrevivientes de abuso en forma directa.

Cuando no estuve alerta o atento a tus necesidades, donde sea que haya fallado, pido perdón de corazón. El mandamiento de Nuestro Señor y Salvador fue claro: 'Lo que os digo, le digo a todos: ¡Estad alertas!" En nuestra debilidad, nos hemos dormido. Ahora debemos rogarle a Dios humildemente que nos dé fortaleza en la vigilia que se avecina.

San Agustín también nos advirtió que hay dos extremos en los que podemos caer: desesperación o presunción.

Nosotros y los fieles podemos caer en desesperación, creyendo que no hay esperanza para la Iglesia, o que un cambio para bien no es posible. También podemos creer que no hay esperanza de sanación de esos pecados. Pero debemos recordar siempre que existe la fe que confía, y que nos guía en nuestro caminar actual. Esta fe que confía nos provee de raíces que nos permiten tener una memoria viva. Nuestra gente necesita de esta memoria viva de esperanza.

También debemos recorder el otro extremo: la presunción. Podemos quedarnos inactivos presumiendo que esto va a pasar, que todo volverá a su cauce normal por sí mismo. Algunos pueden afirmar que se trata de una crisis del pasado. Pero no es el caso. Nunca más debemos victimizar a los sobrevivientes, pidiéndoles que sanen adaptándose a nuestros tiempos. Es correcto que la amplia mayoría de los abusos ocurrieron hace décadas. Pero el dolor es diario.

La cantidad de denuncias de abusos hoy son una fracción menor de los abusos ocurridos. Pero Jesús nos hace una pregunta: '¿Quién de ustedes, si tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no deja las otras noventa y nueve en el campo y va en busca de la oveja perdida, hasta encontrarla?' Tenemos que buscar a cada niño de Dios que haya perdido su inocencia en manos de un depredador, cuando quiera que haya sido, sea hace décadas o sea hoy mismo.

Sanación puede haber si hay perdón. 'Cuántos hay que saben que pecaron contra su hermano o hermana, y no quieren decir: 'perdóname'. No estemos solo dispuestos, sino estemos ansiosos por pedir perdón. A los sobrevivientes que les fallé, por favor perdónenme. A los que perdieron la fe en la Iglesia, por favor discúlpennos por nuestras fallas.

Combatir el mal de la agresión sexual en la Iglesia requerirá de todas nuestros recursos espirituales y físicos. Debemos caminar con Jesús con dolor, humildad y contrición, para escuchar mejor su voz y discernir cuál es su voluntad. Solo escuchando podremos efectivizar los cambios que son necesarios, esos cambios que el pueblo de Dios nos exige con razón.

No podemos dejar de mencionar el trabajo que realizan tantos en todo el país protegiendo a niños y otras personas de abusos. Decenas de miles, incluyendo sacerdotes, religiosos y laicos, en ministerios católicos, participan de programas de entrenamiento y verificación de antecedentes para lograr ambientes seguros. Cientos de padres y madres, trabajadores sociales, fuerzas de seguridad y otros profesionales son miembros de consejos de revisión que aseguran análisis imparciales de toda acusación. Coordinadores de asistentes a las víctimas se encuentran disponibles en todas las diócesis para atender a sobrevivientes de abusos. Y desde 2002, nuestros sacerdotes y otros servidores de la Iglesia trabajan bajo una política de tolerancia cero, en los casos en que se da curso a una denuncia o en los que la misma se prueba.

Hermanos obispos, es inaceptable que nos eximamos de estos altos estándares de responsabilidad. De hecho, como sucesores de los apóstoles, debemos tener el estándard más alto posible. Cualquier nivel inferior sería un insulto a aquellos que trabajan para proteger y sanar del flagelo del abuso.

Como lo han mostrado claramente los eventos de este año, debemos expandir nuestro entendimiento sobre protección y vigilancia. Debemos tener en cuenta más intensamente inconductas sexuales en nuestras diócesis y en nuestras políticas. El sentido de justicia arraigado en el instinto genuino de fe de nuestro pueblo nos juzgará.

La Iglesia fundada por Jesucristo es de esperanza y vida. Mis queridos hermanos obispos, debemos tomar toda precaución para evitar que nuestro ejemplo aleje del Señor a una sola persona. Que nos recuerden como protectores de los abusados o de los abusadores estará determinado por nuestras acciones, comenzando esta semana. Estemos cerca de Cristo hoy, renunciemos a nuestras ambiciones personales, ofreciéndoselas a El, y actuemos con humildad, hacienda lo que El nos exige, en amor y justicia.

La Iglesia ha sido siempre y seguirá siendo el Cuerpo de Cristo, su Iglesia. El nos pide dedicarnos lo mejor que podamos. Y si fallamos, sometámonos al Santo Padre, y entre nosotros, en un espíritu de corrección fraterna.

Cité a san Agustín al comenzar estas palabras. El también escribió: Donde uno haya caído, allí debe recibir apoyo para poder levantarse.' Hermanos, hemos caído en un lugar de gran debilidad. Necesitamos orar y actuar ahora, en este lugar, para comenzar a levantarnos hacia una nueva integridad.

Siempre debemos recordar que Cristo se hizo débil. para que nosotros, que somos débiles, podamos ser fuertes. 'Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia.' Que podamos ser fuertes por la gracia y misericordia de Jesucristo, no para nuestro consuelo propio, sino para servir mejor a nuestras hermanas y nuestros hermanos.

Seamos entonces un ejemplo de cómo un pecador se humilla a sí mismo delante del Señor, para poder recibir la misericordia de Dios. De esta forma podremos comenzar a limpiar y sanar las laceraciones en el Cuerpo de Cristo. Dios los bendiga".

 

 

13/11/2018-18:25
Antonio Rivero

P. Antonio Rivero: "Vivir cada día con amor y temblor como si fuera el último"

 

DOMINGO 33 DEL TIEMPO ORDINARIO

Ciclo B

Textos: Dn 12, 1-3; Hb 10, 11-14.18; Mc 13, 24-32

Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor en el Noviciado de la Legión de Cristo en Monterrey (México) y asistente del Centro Sacerdotal Logos en México y Centroamérica, para la formación de sacerdotes diocesanos.

Idea principal: Vigilar y prepararnos para la venida de Cristo. Sólo así evitaremos la angustia y el miedo.

Síntesis del mensaje: Terminamos hoy la lectura del evangelista Marcos, que nos ha acompañado todo el año. El próximo domingo, fiesta de Cristo Rey, leeremos a san Juan. Termina el año litúrgico y por eso las lecturas nos orientan hacia la escatología, el futuro de la historia, para que nos preparemos para ese día. No necesitamos ni horóscopos ni adivinos para buscar respuestas a los interrogantes del mañana. El futuro nos fascina y nos inquieta a la vez. O porque deseamos tenerlo todo controlado. O porque nos ayudaría a planificar el presente. Lo mejor es confiar en Cristo y en su victoria.

 

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, ¿a quién no atemoriza lo que Jesús narra en el evangelio de hoy? Visiones tremendas, espeluznantes; soberbias imágenes para una película de horror: explosión de las galaxias, apagón del sol, reventón de las estrellas, caída de la luna, desbarajuste de la creación. Hoy día, otro tanto: explosión demográfica, destrucción del ecosistema y de la casa común, como dirá el Papa Francisco en su encíclica "Laudato si' , guerra de las galaxias y, para que nadie escape, en los silos una bombita de 180 kgs atómicos por persona. ¿Consecuencias? Hombres secos de pesimismo derrotista, agresividad a flor de piel, angustia endémica, depresiones epidémicas. Películas atroces que alertan una neurosis masiva y expansiva —busquen en la internet-, el desbarajuste ético-social —nuevas ideologías en contra del plan de Dios- y el hombre de bruces en el caos. Nuestra ciencia se ha vuelto terrible, peligrosa nuestra insatisfacción, mortales nuestros conocimientos. Es decir, que parece que nos aproximamos al cuadro clínico-psiquiátrico de este evangelio sobre el fin del mundo. ¿Qué hacer?

En segundo lugar, es ciertamente impresionante el lenguaje con el que Jesús describe hoy el final de la historia. Es un lenguaje tomado del género literario "apocalíptico" y "escatológico", con el que tanto los profetas del Antiguo Testamento como en general la literatura rabínica de la época describen el futuro y la llegada del "día del Señor". Esta descripción, en labios de Jesús, no quiere ser angustiosa ni angustiante, sino precisamente lo contrario, esperanzadora, porque inmediatamente dice que veremos " venir al Hijo del Hombre sobre las nubes(símbolo de la divinidad) con gran poder y majestad", y Él viene a salvar. Si somos sinceros tenemos que decir que nadie, ni siquiera la Iglesia, ha sabido explicar el sentido de estos discursos escatológicos. Grupos religiosos aprovechan estos discursos para obsesionar a sus adeptos, inclinados al fanatismo (adventistas, testigos de Jehová) y circulan de casa en casa infundiendo temor con el anuncio del inminente fin del mundo. ¿Qué hacer?

Finalmente, si queremos resumir el mensaje de este domingo, podría quedar así: el Señor ha venido una primera vez y vendrá una segunda vez en el futuro. La segunda venida no nos debe dar miedo; ella es una promesa, no una amenaza. Es la promesa de la que se nutre toda la experiencia cristiana. Eso explica aquel hecho singular que se nota en la Iglesia primitiva: los cristianos de entonces, después de haber escuchado estos discursos que también nosotros hemos escuchamos hoy, se ponían tranquilamente a rezar y a invocar: "Maranatha: Ven, Señor Jesús". ¿Qué hacer? No olvidar que nuestra vida es una peregrinación. Quien peregrina tiene siempre en cuenta, no sólo por dónde va, sino también a dónde se dirige, cuál es la meta de su viaje. Igual que un deportista mira desde el comienzo la meta, o el estudiante, el examen final. ¿Qué hacer? Si nuestra meta es el cielo y la compañía con Dios y los santos, entonces tenemos que vigilar seriamente nuestros pasos, nuestros pensamientos, nuestros afectos, para no perder el rumbo del camino. Debemos tener todo preparado para que el Señor nos encuentre dignos de ser admitidos en su Reino. Debemos mirar con respeto y confianza a ese Cristo glorioso que viene a juzgar a todos. Ese juez es el mismo en quien creemos, a quien escuchamos en la proclamación del evangelio, a quien intentamos seguir, a quien recibimos en la Eucaristía. Estas lecturas no quieren llenarnos de angustia, sino que nos están anunciado la victoria y la salvación.

Para reflexionar: meditemos en estas palabras de San Francisco de Sales: 'Vivir cada día de nuestra vida como si fuera el último día de nuestra vida en la tierra". ¿Vivimos así? ¿O más bien evadimos pensar en esa realidad, tan cierta como segura, del final de nuestra existencia —vamos a morir- o del final de los tiempos, -Cristo vendrá-? ¿O tal vez pensamos que luego nos arreglaremos, que mientras tanto mejor es gozar y vivir como nos venga en gana? ¡Nos estamos jugando nada menos que nuestro destino para toda la eternidad!

Para rezar: Hagamos oración esto que nos dice san Pablo:"que el Señor conserve nuestros corazones irreprochables en la santidad ante Dios, nuestro Padre, hasta el día en que venga nuestro Señor Jesús en compañía de todos sus santos" (1 Ts 3, 12-4,2). O lo que nos dice Lucas: "Velen y hagan oración continuamente, para que puedan escapar de todo lo que ha de suceder y comparecer seguros ante el Hijo del Hombre" (21, 36).

 

 

13/11/2018-18:27
Isabel Orellana Vilches

Beata María Luisa Merkert, 14 de noviembre

«La samaritana de Silesia, cofundadora junto a su hermana Matilde de la Congregación de religiosas de Santa Isabel; dedicó su vida a los pobres y enfermos. Es considerada la figura más grande que ha dado Silesia en el siglo XIX»

Nació en Nysa (alta Silesia, Polonia, antigua diócesis de Breslau) el 21 de septiembre de 1817. Sus padres, de clase acomodada y católicos de pro, recibieron con gozo a la segunda de sus hijas, a la que bautizaron en la parroquia de St. James. Pero María Luisa no pudo disfrutar mucho tiempo de la presencia paterna, ya que Carlos Antonio Merkert, hombre íntegro y comprometido, que había estado vinculado a la Cofradía del Santo Sepulcro, falleció cuando ella tenía alrededor de un año. Tuvo que ser su madre, María Bárbara, quien se ocupó de infundir en sus hijas la fe y piedad sobre la que los dos esposos edificaron su vida en común. Tanto María Luisa como su hermana Matilde fueron extraordinariamente receptivas a las enseñanzas maternas, y crecieron con un acentuado sentido de compasión por los desamparados. Ambas experimentaron a la par una inclinación hacia la consagración religiosa. Tras la muerte de su progenitor escasearon los medios económicos, aunque María Bárbara hizo lo posible para que no quedaran sin buena educación. María Luisa era inteligente y aprovechó las enseñanzas que recibió en la escuela, un centro en el que se daba suma importancia a la formación religiosa y moral.

Cuando su madre enfermó, María Luisa se ocupó de ella y este gesto filial estimuló más si cabe su deseo de dedicarse por entero a servir a los pobres, enfermos y necesitados, secundada por su hermana Matilde. En esta decisión, que se materializó en septiembre de 1842, dos meses más tarde de la muerte de María Bárbara, influyó su confesor el padre Fischer, vicario de la iglesia de St. James. Dos jóvenes, Francisca Werner y Clara Wolff, que era terciaria franciscana, se vincularon a las dos hermanas, dedicándose a cuidar a los enfermos y a asistir a los pobres en sus propios hogares. Pero ya inicialmente dieron a esta acción caritativa un cariz religioso, alejándose de un mero acto de voluntariado. Se confesaron y comulgaron culminando su compromiso con un acto expreso de consagración al Sagrado Corazón de Jesús, que terminó con la bendición del padre Fischer. Era el nacimiento de la asociación para asistencia a domicilio de pobres y enfermos abandonados, que comprometía a todas a cumplir los objetivos marcados sin haber emitido voto alguno. Eligieron a Francisca para presidirlas. Con auténtico espíritu de fidelidad consumó María Luisa la promesa a la que libremente se había abrazado. El sello de su generosa labor cotidiana, en la que incluía la petición de limosna para ayudar a la gente, fue la oración y su devoción a María y al Sagrado Corazón de Jesús.

En mayo de 1846 murió Matilde en Prudnik, a causa de una infección que contrajo mientras asistía a personas aquejadas por tifus y malaria, lo cual constituyó un duro varapalo para María Luisa. Entonces ella y Clara Wolf, siguiendo la sugerencia del confesor Fischer, a finales de 1846 se vincularon a las Hermanas de la Misericordia de San Carlos Borromeo, en Praga, con la idea de efectuar el noviciado, pero siempre en la línea de atención a los enfermos y necesitados que habían llevando antes. Pero ese no era el carisma de esta Orden, y María Luisa la dejó en 1850 dando respuesta al sentimiento que percibía interiormente y que juzgó voluntad de Dios. Ya había hecho acopio de una excelente formación mientras desempeñaba labores de enfermería en varios hospitales polacos. Todo ello le permitiría poder llevar a cabo, con mayor preparación, la idea primigenia de dedicarse a cuidar a los enfermos en sus hogares. Sabía que se exponía al contagio porque las epidemias estaban en el aire, y con alta probabilidad la muerte inducida por ellas. Pero en su apostolado instaba a no temer nada, sacrificando la vida, si era preciso, por amor a Cristo y a los demás.

Regresó a Nysa, y tuvo que hacer oídos sordos a las numerosas críticas que la perseguían. Más doloroso era afrontar la decisión de sacerdotes que, estando en contra suya, le vetaron la recepción de la Eucaristía. Además, el obispo se resistió a darles permiso para crear una comunidad. Ella aceptaba los hechos sabiendo que el sufrimiento acogido con gozo revertía automáticamente en un cúmulo de bendiciones para la Iglesia. Fue su conformidad y el espíritu de humildad y generosidad que se desprendía de su vivencia la que atrajo nuevas vocaciones. El 19 de noviembre de 1850 junto a Francisca retomó su acción caritativa bajo el amparo de santa Isabel de Hungría, cuya festividad se conmemoraba ese día, y a la que expresamente eligieron como su protectora.

En 1859 el prelado de Breslau aprobó esta nueva Asociación de Santa Isabel, y a finales de ese año María Luisa fue elegida superiora general. Al profesar al año siguiente veinticinco religiosas, que ya formaban parte de la Obra, incluyeron el voto de cuidar a los necesitados y enfermos. Ella proporcionó a sus hermanas, cerca de medio millar, formación espiritual e intelectual durante los veintidós años que presidió el Instituto. Éste fue aprobado por León XIII en 1887. María Luisa había muerto el 14 de noviembre de 1872 estimada por su pueblo que cariñosamente y en gesto de gratitud la reconocía como «la samaritana de Silesia» por su forma de ejercitar la caridad con los pobres, y «la querida madre de todos». Es considerada como la más egregia figura de Silesia del siglo XIX. Dejaba fundadas 90 casas. Fue beatificada por Benedicto XVI el 30 de septiembre de 2007.