Servicio diario - 10 de abril de 2018


 

La Iglesia y el mundo tienen hoy una "necesidad particular de Misericordia" (Homilía completa)
Rosa Die Alcolea

"El Señor nos precede en el amor, pero no de forma universal: caso por caso"
Rosa Die Alcolea

Misioneros de la Misericordia: "El Señor siempre te espera" (Discurso del Papa)
Redacción

Mayo: El Papa abrirá el mes mariano rezando el Rosario en el Santuario del Divino Amor
Rosa Die Alcolea

Egipto: El Papa nombra administrador apostólico de la Eparquía de Guiza
Redacción

India: Nuevos obispos coadjutores en la Iglesia Siro-Malankara
Redacción

La Conferencia Episcopal Española presenta la Campaña "Me apunto a religión"
Redacción

P. Antonio Rivero: "Cristo resucitado nos llama a una vida nueva y santa"
Antonio Rivero

Santa Gemma Galgani, 11 de abril
Isabel Orellana Vilches


 

 

10/04/2018-12:18
Rosa Die Alcolea

La Iglesia y el mundo tienen hoy una "necesidad particular de Misericordia" (Homilía completa)

(ZENIT — 10 abril 2018).- Tanto la Iglesia como el mundo de hoy tienen una necesidad particular de Misericordia para que la unidad deseada por Dios en Cristo prevalezca sobre la acción negativa del maligno".

Homilía del Papa Francisco en la Eucaristía celebrada con 550 misioneros de la Misericordia, este martes, 10 de abril de 2018, a las 12 horas en el Altar de la Cátedra de la basílica vaticana, tras recibirlos en audiencia en la Sala Regia.

El Pontífice ha explicado que el demonio aprovecha muchos medios actuales, en sí mismos buenos, pero que, mal utilizados, en lugar de unir, dividen y ha llamado a permanecer unidos: Estamos convencidos de que “la unidad es superior al conflicto”, ha dicho.

Francisco ha recordado a los misioneros que viven un “ministerio que se mueve en ambas direcciones”: al servicio de las personas, para que “renazcan desde lo alto” y al servicio de la comunidad, para que puedan vivir el mandamiento del amor con alegría y coherencia.

 

Fuerza de atracción

“Sacerdotes ordinarios, simples, humildes, equilibrados, pero capaces de dejarse regenerar constantemente por el Espíritu, dóciles a su fuerza, interiormente libres,- sobre todo de sí mismos- porque les mueve el `viento´ del Espíritu que sopla donde quiere” así ha exhortado el Papa a los misioneros de la Misericordia.

Con respecto al ministerio de los misioneros al “servicio de la comunidad”, Francisco ha comunicado que la presencia viva del Señor resucitado “produce una fuerza de atracción que, a través del testimonio de la Iglesia y de las diversas formas de proclamación de la Buena Nueva, tiende a alcanzar a todos, ninguno excluido”.

RD

***

 

Homilía del Papa Francisco

Hemos escuchado en el Libro de los Hechos: “Los apóstoles con gran poder, daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús” (Hechos 4:33).

Todo comienza desde la Resurrección de Jesús: de allí viene el testimonio de los apóstoles y, a través de él, se generan la fe y la vida nueva de los miembros de la comunidad, con su franco estilo evangélico.

Las lecturas de la misa de hoy ponen de manifiesto estos dos aspectos inseparables: el renacimiento personal y la vida de la comunidad. Y ahora, dirigiéndome a vosotros, queridos hermanos, pienso en vuestro ministerio que lleváis cabo desde el Jubileo de la Misericordia. Un ministerio que se mueve en ambas direcciones: al servicio de las personas, para que “renazcan desde lo alto” y al servicio de la comunidad, para que puedan vivir el mandamiento del amor con alegría y coherencia.

Hoy la Palabra de Dios ofrece dos indicaciones que me gustaría brindaros, pensando precisamente en vuestra misión.

El Evangelio recuerda que aquel que está llamado a dar testimonio de la Resurrección de Cristo debe, en primera persona, “nacer de lo alto” (Jn 3, 7). De lo contrario, se termina como Nicodemo que, a pesar de ser un maestro en Israel, no entendía las palabras de Jesús cuando decía  que para “ver el reino de Dios”  hay que  “nacer de lo alto”, nacer “del agua y del Espíritu” (cf. 3-5). Nicodemo no entendía la lógica de Dios, que es la lógica de la gracia, de la misericordia, por la cual  el que se hace pequeño se vuelve grande, el que se hace último pasa a ser el primero, el que  se reconoce enfermo se cura. Esto significa dejar realmente la primacía al Padre, a Jesús y al Espíritu Santo en nuestra vida. Atención: no se trata de convertirse en sacerdotes “poseídos”, casi como si se fuera depositario de un carisma extraordinario. No. Sacerdotes ordinarios, simples, humildes, equilibrados, pero capaces de dejarse regenerar constantemente por el Espíritu, dóciles a su fuerza, interiormente libres,- sobre todo de sí mismos- porque les mueve el “viento” del Espíritu que sopla donde quiere (Jn 3, 8).

La segunda indicación se refiere al servicio a la comunidad: ser sacerdotes capaces de “levantar” en el desierto del mundo el signo de la salvación, es decir, la Cruz de Cristo, como fuente de conversión y renovación para toda la comunidad y para el mundo mismo ( ver Jn 3: 14-15). En particular, me gustaría hacer hincapié en que el Señor muerto y resucitado es la fuerza que crea la comunión en la Iglesia y, a través de la Iglesia, en toda la humanidad. Jesús lo dijo antes de la Pasión: “Cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí” (Jn 12, 32). Esta fuerza de comunión se manifestó desde el principio en la comunidad de Jerusalén donde, -como atestigua el Libro de los Hechos,-  “La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma” (4,32). Era una comunión que compartía los bienes de forma concreta, de modo que “todo era en común entre ellos” (v. Ibíd.) Y “no había entre ellos ningún necesitado” (v. 34). Pero este estilo de vida de la comunidad también era “contagioso” para el exterior: la presencia viva del Señor resucitado produce una fuerza de atracción que, a través del testimonio de la Iglesia y de las diversas formas de proclamación de la Buena Nueva, tiende a alcanzar a todos, ninguno excluido. Vosotros, queridos hermanos, poned al servicio de este dinamismo vuestro ministerio específico de Misioneros de la Misericordia. En efecto, tanto la Iglesia como el mundo de hoy tienen una necesidad particular de Misericordia para que la unidad deseada por Dios en Cristo prevalezca sobre la acción negativa del maligno que aprovecha muchos medios actuales, en sí mismos buenos, pero que, mal utilizados, en lugar de unir, dividen. Estamos convencidos de que “la unidad es superior al conflicto” (Evangelii gaudium, 228), pero también sabemos que sin la Misericordia este principio no tiene fuerza para actuarse en lo concreto de la vida y de la historia.

Queridos hermanos, salid de este encuentro con la alegría de ser confirmados en el ministerio de la Misericordia. Antes que nada confirmados en la grata confianza de ser vosotros los primeros llamados a renacer siempre de nuevo “desde lo alto”, desde el amor de Dios. Y al mismo tiempo confirmados en la misión de ofrecer a todos el signo de Jesús “levantado” de la tierra, para que  la comunidad sea signo e instrumento de unidad en medio del mundo.

© Librería Editorial Vaticano

 

 

10/04/2018-18:07
Rosa Die Alcolea

"El Señor nos precede en el amor, pero no de forma universal: caso por caso"

(ZENIT – 10 abril 2018).- “Siempre debemos reiterar, pero especialmente con respecto al sacramento de la Reconciliación –ha expresado Francisco– que la primera iniciativa es del Señor; es Él quien nos precede en el amor, pero no de forma universal: caso por caso”. (Leer el discurso completo)

El Santo Padre ha recibido a más de 550 misioneros de la Misericordia en el Vaticano, esta mañana, 10 de abril de 2018, que se han reunido en Roma del 8 al 11 de abril, gracias al Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, dos años después de la institución de este ministerio especial durante el Jubileo de la Misericordia.

Asimismo, el Obispo de Roma ha celebrado la Eucaristía con los sacerdotes en la Basílica Vaticana, esta mañana, a las 12 horas.

Francisco instituyó el ministerio de estos Misioneros para el Jubileo extraordinario del Año de la Misericordia, en un principio sería solo para ese periodo, pero finalmente, el Pontífice decidió prolongarlo por el “gran servicio” que han prestado a la Iglesia.

“Cuánto bien habéis hecho a muchos creyentes a través de vuestra predicación y especialmente con la celebración del sacramento de la Reconciliación”, les ha agradecido el Santo Padre.

“Para mí es una alegría encontraros después de la hermosa experiencia del Jubileo de la Misericordia” –les ha dicho el Papa–. “He recibido muchos testimonios de conversiones surgidas a través de vuestro servicio. Y sois testigos de ello”.

 

“Acceso al perdón del Padre”

El Pontífice que promulgó el Año de la Misericordia en la Iglesia anunció: “Debemos reconocer verdaderamente que la misericordia de Dios no conoce fronteras y con vuestro ministerio sois un signo concreto de que la Iglesia no puede, no debe y no quiere crear ninguna barrera o dificultad que impida el acceso al perdón del Padre”.

Así, el Santo Padre les ha comunicado que el ministerio de la Misericordia adquiere su significado más pleno en la luz de Pascua. “Quisiera subrayar la doctrina de vuestro ministerio”, que no es una idea, es una experiencia pastoral que tiene detrás una doctrina verdadera y propia.

El Papa ha enumerado un segundo paso para los misioneros: “Nuestra tarea consiste en no hacer vana la acción de la gracia de Dios, sino sostenerla y permitir que se realice. A veces, desafortunadamente, puede suceder que un sacerdote, con su comportamiento, en lugar de acercar al penitente, lo aleje”, les ha aconsejado el Obispo de Roma.

 

“Comenzar de nuevo”

Francisco ha concluido exhortando a los misioneros: “Es esta certeza típica del amor al que estamos llamados a sostener en aquellos que se acercan al confesionario, para darles la fuerza para creer y esperar: La capacidad de poder comenzar de nuevo, a pesar de todo, porque Dios toma cada vez de la mano y empuja a mirar hacia adelante”.

“La misericordia toma de la mano e infunde la certeza de que el amor con el que Dios ama derrota toda forma de soledad y abandono. Los Misioneros de la Misericordia están llamados a ser intérpretes y testigos de esta experiencia”, ha llamado el Pontífice a los misioneros.

 

 

10/04/2018-16:18
Redacción

Misioneros de la Misericordia: "El Señor siempre te espera" (Discurso del Papa)

(ZENIT – 10 abril 2018).- El Santo Padre Francisco se ha encontrado esta mañana, 10 de abril de 2018, con más de 550 Misioneros de la Misericordia, procedentes de los 5 continentes.

La audiencia ha tenido lugar a las 10:30 horas, en la Sala Regia del Palacio Apostólico.

Los Misioneros de la Misericordia han celebrado su segundo encuentro con el Papa, organizado del 8 al 11 de abril por el Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, dos años después de la institución de este ministerio especial durante el Jubileo de la Misericordia.

Publicamos a continuación el discurso completo que el Papa dirige a los presentes en la Audiencia:

***

 

Discurso del Papa Francisco

Queridos misioneros,

Bienvenidos, gracias, y espero que los que hayan sido nombrados obispos no hayan perdido la capacidad de “misericordiar”. Es importante.

Para mí es una alegría encontraros después de la hermosa experiencia del Jubileo de la Misericordia. Como sabéis, al final de ese Jubileo extraordinario vuestro ministerio debería haber terminado. Y, sin embargo, reflexionando sobre el gran servicio que habéis prestado a la Iglesia, y sobre cuánto bien habéis hecho  a muchos creyentes a través de vuestra predicación y especialmente con la celebración del sacramento de la Reconciliación, he pensado que era apropiado que vuestro mandato pudiera ser prolongado durante algún un tiempo. He recibido muchos testimonios de conversiones surgidas a través de vuestro servicio. Y sois testigos de ello. Debemos reconocer verdaderamente que la misericordia de Dios no conoce fronteras y con vuestro ministerio sois un signo concreto de que la Iglesia no puede, no debe y no quiere crear ninguna barrera o dificultad que impida el acceso al perdón del Padre. El “hijo pródigo” no tuvo que pasar por la aduana: fue acogido por el Padre, sin obstáculos.

Doy las gracias a Monseñor Fisichella por sus palabras introductorias y a los colaboradores del Consejo Pontificio para la Nueva Evangelización por organizar estos días de oración y reflexión. Pienso también en aquellos que no pudieron venir, para que se sientan, de todas formas, partícipes y, aunque sea distancia, también les llegue mi aprecio y mi agradecimiento.

Me gustaría compartir con vosotros algunas reflexiones para sostener mejor la responsabilidad que he puesto en vuestras manos, y para que el ministerio de misericordia que estáis llamados a vivir de una manera especial se exprese de la mejor manera, de acuerdo con la voluntad del Padre que Jesús nos reveló, y que en la luz de Pascua adquiere su significado más pleno. Y con estas palabras – el discurso quizás será algo largo- quisiera subrayar la doctrina de vuestro ministerio, que no es una idea –“hagamos esta experiencia pastoral y luego veremos cómo sale”-, no. Es una experiencia pastoral que tiene detrás una doctrina verdadera y propia.

Una primera reflexión la sugiere el texto del profeta Isaías, donde leemos: “En el momento de la benevolencia, te respondí, el día de la salvación te ayudé”. […] el Señor consuela a su pueblo y tiene misericordia de sus pobres. Sion dijo: “El Señor me ha abandonado, el Señor me ha olvidado”. ¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque ésas llegasen a olvidar, yo no te olvido”(Is 49.8.13-15). Es un texto impregnado del tema de la misericordia. La benevolencia, el consuelo, la cercanía, la promesa del amor eterno …: todas son expresiones que pretenden expresar la riqueza de la misericordia divina, sin agotarla solamente en un aspecto.

San Pablo, en su segunda carta a los Corintios, tomando este texto de Isaías, lo actualiza y parece querer aplicarlo precisamente a  nosotros. Escribe así: “Y como cooperadores suyos que somos, os exhortamos a que no recibáis en vano la gracias de Dios. Pues dice él:” En el tiempo favorable te escuché y en el día de salvación te ayudé. Mirad ahora el momento favorable, mirad ahora el día de salvación! »(6: 1-2). La primera indicación que nos brinda el Apóstol es que somos colaboradores de Dios. Cuanto sea intenso este llamado, es fácil de verificar. Algunos versículos antes, Pablo había expresado el mismo concepto diciendo: “Somos, pues, embajadores de Cristo, como si Dios exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os suplicamos:  -parece como si estuviera de rodillas- ¡reconciliaos con Dios!(5,20). El mensaje que nosotros  llevamos como embajadores en nombre de Cristo es hacer las paces con Dios. Nuestro apostolado es un llamado a buscar y recibir el perdón del Padre. Como podemos ver, Dios necesita hombres que lleven al mundo su perdón y su misericordia. Es la misma misión que el Señor resucitado dio a los discípulos después de su Pascua: “Jesús les dijo otra vez:” ¡La paz sea con vosotros! Como el Padre me envío, también yo os envío “. Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo”. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”(Jn 20: 21-23). Esta responsabilidad puesta en nuestras manos –nosotros somos responsables- requiere un estilo de vida coherente con la misión que hemos recibido. Siempre es el Apóstol quien lo recuerda: “A nadie damos ocasión alguna de tropiezo, para que no se haga mofa del ministerio” (2 Cor 6: 3). Ser colaboradores de la misericordia, por lo tanto, presupone vivir el amor misericordioso que nosotros hemos experimentado primero. No podría ser de otra manera.

En este contexto, recuerdo las palabras que Pablo, al final de su vida, ya anciano, escribió a Timoteo, su fiel colaborador que dejará como sucesor suyo en la comunidad de Éfeso. El Apóstol agradece al Señor Jesús por haberlo llamado al ministerio (ver 1 Timoteo 1:12); confiesa que fue un “blasfemo, un perseguidor y un insolente”; y  sin embargo, dice, “encontré  misericordia” (1:13). Os confieso que tantas, tantas veces, me detengo en este versículo: “He encontrado misericordia”. Y a mí me hace bien, me da valor. Por decirlo así, siento come el abrazo del Padre, las caricias del Padre. Repetir esto, a mí, personalmente, da mucha fuerza, porque es verdad: yo también puedo decir “encontré misericordia”. La gracia del Señor fue  superabundante en él; actuó de tal manera que le hizo comprender lo pecador que era  y, a partir de  aquí, le permitió descubrir el núcleo del Evangelio. Por eso: “Es cierta y digna de ser aceptada por todos esta afirmación: Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores, y el primero de ellos soy yo. Y si encontré  misericordia, fue para que en mí primeramente manifestase Jesucristo toda su paciencia” (1: 15-16). Al final de la vida, el Apóstol no renuncia a reconocer quién era, no oculta su pasado. Podría hacer una lista de sus muchos éxitos, nombrar las tantas comunidades que había fundado …; en cambio, prefiere subrayar la experiencia que más le afectó y marcó en la vida. A Timoteo le indica el camino a seguir: reconocer la misericordia de Dios sobre todo en la existencia personal. Ciertamente, no se trata de acomodarse al hecho de ser pecadores, como si quisiéramos justificarnos cada vez, anulando así el poder de la conversión. Pero siempre debemos recomenzar desde este punto fijo: Dios me ha tratado con misericordia. Esta es la clave para convertirse en cooperadores de Dios.

Experimentamos  la misericordia y nos convertimos en ministros de misericordia. En resumen, los ministros no se colocan por encima de los demás como si fueran jueces de los hermanos pecadores. Un verdadero misionero de misericordia se refleja en la experiencia del Apóstol: Dios me ha elegido; Dios confía en mí; Dios ha puesto su confianza en mí llamándome, a pesar de ser un pecador, para que sea su cooperador para que haga real, eficaz y concreta su misericordia.

Este es el comienzo, por decirlo así. Prosigamos.

Sin embargo, San Pablo agrega a las palabras del profeta Isaías algo extremadamente importante. Cuántos son cooperadores de Dios  y administradores de misericordia deben prestar atención para no hacer vana la gracia de Dios. Él escribe: “Os exhortamos a que no recibáis en vano la gracia de Dios ” (2 Cor 6: 1). Esta es la primera advertencia que recibimos: reconocer la acción de la gracia y su primacía en nuestras vidas y personas.

Sabéis que me gusta mucho el neologismo: primerear. Como la flor del almendro, así se define el Señor. “Yo soy como la flor del almendro”. Primerear.  La primavera, primerear. Y amo este neologismo para expresar precisamente la dinámica del primer acto con el que Dios viene a nuestro encuentro. El primerear de Dios nunca puede ser olvidado o dado como obvio, de lo contrario no se entiende plenamente el misterio de la salvación realizada mediante el acto de reconciliación que Dios obra a través del misterio pascual de Jesucristo. La reconciliación no es, como a menudo pensamos, una iniciativa privada nuestra o el fruto de nuestro esfuerzo. Si este fuera el caso, caeríamos en esa forma de neo-pelagianismo que tiende a sobreestimar al hombre y sus proyectos, olvidando que el Salvador es Dios y no nosotros. Siempre debemos reiterar, pero especialmente con respecto al sacramento de la Reconciliación, que la primera iniciativa es del Señor; es Él quien nos precede en el amor, pero no de forma universal: caso por caso. En cada caso El precede, con cada persona. Por esta razón, la Iglesia ” sabe adelantarse, -tiene que hacerlo- sabe tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos. El Evangelio nos dice que la fiesta fue con ellos (cfr. Lc 14,21).Vive un deseo inagotable de brindar misericordia, fruto de haber experimentado la infinita misericordia del Padre y su fuerza difusiva.” (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 24) .

Cuando se acerca a nosotros un penitente, es importante y consolador reconocer que estamos ante el primer fruto del encuentro ya acaecido con el amor de Dios, que con su gracia ha abierto su corazón haciéndolo disponible a la conversión . Nuestro corazón sacerdotal debe percibir el milagro de una persona que se ha encontrado con Dios y que ya ha experimentado la eficacia de su gracia. No podría haber una verdadera reconciliación, si ésta no comenzase con la gracia de un encuentro con Dios que precede al encuentro con nosotros los confesores. Esta mirada de fe permite situar la experiencia de reconciliación como un evento que tiene su origen en Dios, el Pastor que apenas se da cuenta de haber perdido una oveja sale a buscarla hasta que no la encuentra (cf. Lc. 15,4 -6).

Nuestra tarea, y este es un segundo paso, consiste en no hacer vana la acción de la gracia de Dios, sino sostenerla y permitir que se realice. A veces, desafortunadamente, puede suceder que un sacerdote, con su comportamiento, en lugar de acercar al penitente, lo aleje. Por ejemplo, para defender la integridad del ideal evangélico, se descuidan los pasos que una persona da día tras día. No se alimenta así la gracia de Dios. Reconocer el arrepentimiento del pecador equivale a darle la bienvenida con los brazos abiertos, para imitar al padre de la parábola que da la bienvenida a su hijo cuando vuelve a casa (Lc 15:20); significa no dejarle que termine  ni siquiera las palabras. A mí, esto me ha llamado siempre la atención: el papá ni siquiera le ha dejado que terminase las palabras, lo ha abrazado. Él tenía el discurso preparado pero (el padre) lo abraza. Significa no dejarle ni siquiera terminar las palabras que había preparado para disculparse (cfr. v 22), porque el confesor ya ha entendido todo, fuerte de la experiencia de ser un pecador también. No hay necesidad de hacer que se avergüence aquel que ya ha reconocido su pecado y sabe que se  ha equivocado; no es necesario inquirir  – esos confesores que preguntan, preguntan, diez, veinte, treinta, cuarenta minutos… ¿Y cómo se hizo? ¿Y cómo…? No es necesario inquirir allí donde la gracia del Padre ya ha intervenido; no está permitido violar el espacio sagrado de una persona en su relación con Dios. Un ejemplo de la Curia romana: hablamos tan mal  de la Curia romana, pero aquí dentro hay santos. Un cardenal, Prefecto de una Congregación, tiene la costumbre de ir a confesar a Santo Spritio in Sassia, dos o tres veces por semana – tiene su horario fijo- y un día, explicando, me dijo: “ Cuando  me doy cuenta de que una persona empieza a tener dificultades en decir algo y yo ya he entendido de qué se trata, le digo: “He entendido. Sigue”. Y esa persona “respira”. Es un buen consejo: cuando se sabe de qué se trata “he entendido, sigue”.

Aquí, la bella expresión del profeta Isaías adquiere todo su significado: “En tiempo favorable te escuché, el día de la salvación te ayudé” (49.8). De hecho, el Señor siempre responde a la voz de los que claman a Él con un corazón sincero. Aquellos que se sienten abandonados y solo pueden experimentar que Dios sale a su encuentro. La parábola del hijo pródigo relata que «cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio, tuvo compasión, corrió a su encuentro». (Lc 15,20). Y se arrojó a sus brazos.  Dios no está ocioso esperando al pecador: corre hacia él, porque la alegría de verlo regresar es demasiado grande, y  Dios tiene esta pasión de alegrarse, de alegrarse cuando ve que llega el pecador.  Casi parece que Dios mismo tenga un “corazón inquieto” hasta que encuentra al hijo que se había perdido. Cuando aceptamos al penitente, tenemos que mirarlo a los ojos y escucharlo para permitir que sienta el amor de Dios que perdona a pesar de todo,  que lo viste con el traje de fiesta y le da el anillo, signo de pertenencia a su familia (cf. v. 22) .

El texto del profeta Isaías nos ayuda a dar un paso más en el misterio de la reconciliación, donde dice: “El que tiene piedad de ellos los conducirá y a manantiales de agua los guiará” (49.10). La misericordia, que requiere escuchar, permite guiar los pasos del pecador reconciliado. Dios libera del miedo, de la angustia, de la vergüenza, de la violencia. El perdón es realmente una forma de liberación para restaurar la alegría y el significado de la vida. El grito de los pobres que pide ayuda corresponde al grito del Señor que promete la liberación a los prisioneros y a los que están en la oscuridad les dice: “Salid” (49: 9). Una invitación a salir de la condición de pecado para retomar la vestimenta de los hijos de Dios. En resumen, la misericordia liberando restaura la dignidad. El penitente no se complace en compadecerse por el pecado cometido; y el sacerdote no lo culpa por el mal del que se arrepintió; más bien, lo alienta a mirar hacia el futuro con nuevos ojos, llevándolo “a los manantiales de agua” (véase 49,10). Esto significa que el perdón y la misericordia nos permiten mirar de nuevo a la vida con confianza y compromiso. Es como decir que la misericordia abre a la esperanza, crea esperanza y se nutre de esperanza. La esperanza también es realista, es concreta. El confesor es misericordioso también cuando dice: “Sigue, adelante, sigue, ve”. Le da esperanza. “¿Y si pasa algo?”- Vuelves, no hay problemas. El Señor siempre te espera. No te avergüences de volver, porque el camino está lleno de piedras y de cáscaras de plátano que te hacen resbalar.

San Ignacio de Loyola  -permitidme algo de publicidad de la familia- tiene una enseñanza significativa sobre el tema, porque habla de la capacidad de hacer sentir el consuelo de Dios. No hay solamente perdón, paz, sino también consuelo. Escribe así: “El consuelo interno […] aleja todo disturbio y atrae a todos al amor del Señor. Este consuelo ilumina a algunos, otros descubren muchos secretos. Finalmente, con eso, todas las penas son placer, todas las fatigas descanso. Para el que camina con este fervor, con este ardor y este consuelo interior, no hay carga tan grande que no parezca ligera, ni penitencia ni otra pena tan grande que no sea muy dulce. Este consuelo nos revela el camino que debemos seguir y del que debemos escapar. –repito: este consuelo nos revela el camino que tenemos que seguir y del que debemos escapar. Hay que aprender a vivir con consuelo. Este- continúa Ignacio- no siempre está en nuestro poder; viene en ciertos momentos determinados según el plan de Dios. Y todo esto para nuestro beneficio “(Carta a Sor Teresa Rejadell, 18 de junio de 1536: Epistolario 99-107). Es bueno pensar que precisamente el sacramento de la Reconciliación puede convertirse en un momento favorable para percibir y crecer el consuelo interior que anima el camino del cristiano. Y quiero decir esto: nosotros, con la “espiritualidad de las quejas”, corremos el peligro de perder el sentido del consuelo. También de perder ese oxígeno que es vivir con consuelo. A veces es fuerte, pero siempre es un consuelo mínimo, que es dado a todos: la paz. La paz es el primer grado del consuelo. No hay que perderlo. Porque es precisamente el oxígeno puro, sin smog, de nuestra relación con Dios. El consuelo. Del más alto al más bajo, que es la paz.

Vuelvo a las palabras de Isaías, encontramos después  los sentimientos de Jerusalén que se siente abandonada y olvidada por Dios: “Dice Sion: `El Señor me ha abandonado, el Señor me ha olvidado´¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque ésas llegasen a olvidar, yo no te olvido” (49.13-15). Por un lado, resulta extraño este reproche al Señor por  haber abandonado a Jerusalén y a su pueblo. Con mucha más frecuencia, leemos en los profetas que es el pueblo el que abandona al Señor. Jeremías es muy claro al respecto cuando dice: “Doble mal ha hecho mi pueblo: a mí me dejaron, manantial de aguas vivas, para hacerse cisternas, cisternas agrietadas que el agua no retienen” (2, 13). El pecado es abandonar a Dios, darle la espalda para mirarse solo a sí mismo. Una dramática confianza en sí mismo que causa grietas por todos los lados y no es capaz de dar estabilidad y consistencia a la vida. Sabemos que esta es la experiencia diaria que vivimos en primera persona. Y, sin embargo, hay momentos en los que realmente se siente el silencio y el abandono de Dios. Pienso ahora en la Siria de hoy, por ejemplo. No solo en las grandes horas oscuras de la humanidad en todas las épocas, que hacen surgir en muchos el interrogante del abandono de Dios. También sucede que en las vivencias personales, incluso en las de los santos, podamos experimentar el abandono.

¡Qué triste experiencia la del abandono! Tiene diferentes grados, hasta la separación definitiva por la llegada de la muerte. Sentirse abandonado lleva a la desilusión, a la tristeza, a veces a la desesperación, y a las diversas formas de depresión que muchos sufren hoy en día. Y, sin embargo, cada forma de abandono, por paradójico que parezca, se inserta dentro de la experiencia del amor.

Cuando se ama y se experimenta el abandono, entonces la prueba se vuelve dramática y el sufrimiento adquiere rasgos de violencia inhumana. Si no se inserta en el amor, el abandono se vuelve sin sentido y trágico, porque no encuentra esperanza. Por lo tanto, es necesario que esas expresiones del profeta sobre el abandono de Jerusalén de Dios se coloquen a la luz del Gólgota. El grito de Jesús en la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mc 15:34), da voz al abismo del abandono. Pero el Padre no le responde. Las palabras del Crucificado parecen resonar en el vacío, porque este silencio del Padre por el Hijo es el precio a pagar para que nadie se sienta abandonado por Dios. El Dios que amó al mundo hasta el punto de dar a su Hijo (Jn 3, 16), hasta el punto de abandonarlo en la cruz, nunca abandonará a nadie: su amor siempre estará allí, más cerca, más grande y más fiel que cualquier abandono.

Isaías, después de reiterar que Dios no olvidará a su pueblo, concluye diciendo: “Míralo, en las palmas de mi mano te tengo tatuada” (49.16). Increíble: Dios ha “tatuado” mi nombre en su mano. Es como un sello que me da certeza, con el que promete que nunca se alejará de mí. Estoy siempre delante de él; cada vez que Dios mira su mano, me recuerda porque ¡ha grabado mi nombre! Y no olvidemos que mientras el profeta escribe, Jerusalén está realmente destruida; el templo ya no existe; la gente es esclava en el exilio Sin embargo, el Señor dice: “Tus muros están ante mí perpetuamente” (ibid.). En la palma de la mano de Dios, los muros de Jerusalén son sólidos como una fortaleza inexpugnable. La imagen también se aplica a nosotros: mientras la vida se destruye bajo la ilusión del pecado, Dios mantiene viva su salvación y sale al encuentro con su ayuda. En su mano paternal encuentro mi vida renovada y proyectada hacia el futuro, llena del amor que solo Él puede dar. También vuelve a la mente el libro del amor, el Cantar de los Cantares, donde encontramos una expresión similar a la recordada por el profeta: “Ponme como un sello en tu corazón, como un sello en tu brazo” (8,6). Como sabemos, la función del sello era evitar que se violara algo íntimo; en la cultura antigua se tomaba como una imagen para indicar que el amor entre dos personas era tan sólido y estable que continuaba más allá de la muerte. La continuidad y la perennidad son la base de la imagen del sello que Dios ha puesto sobre sí para evitar que alguien pueda pensar que lo ha abandonado: ” Yo no te olvido” (Is 49,15). Sello. Tatuaje.

Y termino. Es esta certeza típica del amor al que estamos llamados a sostener en aquellos que se acercan al confesionario, para darles la fuerza para creer y esperar. La capacidad de poder comenzar de nuevo, a pesar de todo, porque Dios toma cada vez de la mano y empuja a mirar hacia adelante. La misericordia toma de la mano e infunde la certeza de que el amor con el que Dios ama derrota toda forma de soledad y abandono. Los Misioneros de la Misericordia están llamados a ser intérpretes y testigos de esta experiencia, que se inserta en una comunidad que acoge a todos y siempre sin distinción, que sostiene a todos en las necesidades y las dificultades, que vive la comunión como fuente de vida.

En las últimas semanas, me ha conmovido especialmente una colecta del tiempo de Cuaresma (miércoles de la cuarta semana), que de alguna manera parece hacer una síntesis de estas reflexiones. La comparto con vosotros, para que podemos convertirlo en nuestra oración y estilo de vida:

“Oh Padre,  que das la recompensa a los justos
y no rechazas el perdón a los pecadores arrepentidos,
escucha nuestra súplica:
la humilde confesión de nuestras culpas
nos obtenga tu misericordia”.

Y me gustaría terminar con dos anécdotas de dos grandes confesores, ambos en Buenos Aires. Uno, un sacramentino , que había tenido un trabajo importante en su congregación, era Provincial, pero siempre encontraba tiempo para ir al confesionario. No sé cuántos, pero la mayoría del clero de Buenos Aires iba a confesarse con él. Incluso cuando San Juan Pablo II fue a Buenos Aires y pidió un confesor, lo llamaron de la Nunciatura. Era un hombre que te daba el valor para seguir adelante. He tenido esa experiencia porque me confesaba con él cuando yo era Provincial, para no hacerlo con mi director jesuita … Cuando empezaba “bueno, bueno, está bien”, y te animaba, ”Adelante, Adelante”. ¡Qué bueno era! Murió a los 94 años y confesó hasta un año antes, y cuando no estaba en el confesionario, llamabas y bajaba. Y una vez, yo era vicario general y salí de mi habitación, donde había un fax; -lo hacía temprano todas las mañanas para ver las noticias urgentes-; era el domingo de Pascua y había un fax: “Ayer, media hora antes de la vigilia de Pascua, murió el Padre Aristi”, que era su nombre… Fui a almorzar a la residencia de los sacerdotes ancianos para pasar Pascua con ellos y al regreso fui a la iglesia que estaba en el centro de la ciudad, donde estaba la capilla ardiente.. Había un ataúd y dos viejecitas rezando el rosario. Me acerqué, y no había flores, nada. Pensé, ¡pero este es el confesor de todos nosotros! Esto me llamó la atención. Sentí lo mala que es la muerte. Salí y recorrí 200 metros, donde había un puesto de flores, de los que están en las calles, compré algunas flores y volví. Y mientras estaba poniendo flores allí en el ataúd, vi que tenía el rosario en las manos… El séptimo mandamiento dice: “No robarás”. El rosario estaba allí, pero mientras fingía arreglar las flores, hice así y tomé la cruz. Y las viejecitas miraban, esas viejecitas. Esa cruz la llevo aquí conmigo desde ese momento y le pido la gracia de ser misericordioso, siempre la llevo conmigo. Esto habrá sido en el año 96, más o menos. Le pido esta gracia. El testimonio de estos hombres es grandioso.

Después, el otro caso. Este está vivo, 92 años. Es un capuchino que tiene una cola de  penitentes, de todos los colores, pobres, ricos, laicos, sacerdotes, algún obispo, monjas… todos, nunca termina. Es un gran perdonador, pero no una “manga ancha”, un gran perdonador, un gran misericordioso. Y lo sabía, lo conocí, fui dos veces al santuario de Pompeya, donde confesaba en Buenos Aires, y lo saludé. Ahora tiene 92 años. En ese momento, cuando acudió a mí, tendría unos 85. Y  me dijo: “Quiero hablar contigo porque tengo un problema. Tengo un gran escrúpulo: a veces siento deseos de perdonar demasiado”. Y me explicó: “No puedo perdonar a una persona que viene a pedir perdón y dice que le gustaría cambiar, que hará de todo, pero no sabe si lo logrará… ¡Y sin embargo, la perdono! Y a veces me viene una angustia, un escrúpulo…”. Y le dije: “¿Qué haces cuando tienes este escrúpulo?”. Y me respondió así: “Voy a la capilla, la capilla del convento, delante del sagrario, y sinceramente pido disculpas al Señor: “Señor, perdóname, hoy he perdonado demasiado. Perdóname… ¡Pero fíjate bien, fuiste tú quien me dio un mal ejemplo! Así rezaba ese hombre.

© Librería Editorial Vaticano

 

 

10/04/2018-15:37
Rosa Die Alcolea

Mayo: El Papa abrirá el mes mariano rezando el Rosario en el Santuario del Divino Amor

(ZENIT — 10 abril 2018).- El Papa Francisco rezará el Santo Rosario el próximo 1 de mayo de 2108, en el Santuario del Divino Amore, en Roma, para abrir el mes mariano.

Greg Burke, Director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, ha informado de ello en un comunicado, hecho público esta mañana, 10 de abril de 2018.

"Al inicio de este mes de mayo —dijo Francisco en mayo de 2107— invoquemos la intercesión celeste de María, la Madre de Jesús".

Así, animó a los jóvenes a aprender a rezar con la "oración simple y eficaz" del Santo Rosario, y deseó a los enfermos: "Que la Virgen Santísima sea vuestro apoyo durante la prueba y el sufrimiento".

 

Camino Neocatecumenal

Asimismo, el sábado 5 de mayo, a las 11 horas, el Papa presidirá en la zona romana de Tor Vergata el encuentro con el Camino Neocatecumenal, con motivo del 50° aniversario del inicio del Camino en Roma.

ZENIT publicó en exclusiva el pasado 8 de marzo de 2018 un artículo (en dos partes) escrito por Alfonso V. Carrascosa, en el que se narran los orígenes del Movimiento fundado por Kiko Argüello en Roma.

El autor del artículo pertenece a la 2a Comunidad Neocatecumenal de la parroquia Nuestra Señora del Tránsito, donde Kiko y Carmen comenzaron esta iniciación cristiana precisamente en 1968, también hace ahora 50 años.

 

 

10/04/2018-12:42
Redacción

Egipto: El Papa nombra administrador apostólico de la Eparquía de Guiza

(ZENIT — 10 abril 2018).- El Santo Padre Francisco ha nombrado administrador apostólico sede vacante de la Eparquía de Guiza (Egipto) al Rev.do Toma Adly Zaki, Rector del Seminario Mayor Copto de Maadi asignándole la sede titular de Cabasa.

El prelado ha tomado el nombre de Thomas.

 

Rev.do Toma Adly Zaki

El Rev.do Toma Adly Zaki nació en Minia en Egipto, el 5 de noviembre de 1966. En 1988, obtuvo la licenciatura en Ingeniería Civil, en 1999 el certificado de estudios islámicos en el PISAI de Roma, y ??posteriormente la licenciatura en Teología Bíblica en la Universidad Urbaniana. Fue ordenado sacerdote el 20 de abril de 2001.

Ha desempeñado varios ministerios: de 2001 a 2003 fue vicepárroco de la catedral de Minya; desde 2008 profesor de Sagrada Escritura y rormador en el Seminario Copto católico en El Cairo.

Actualmente es Rector del Seminario, Secretario General de la Asamblea de la Jerarquía Católica en Egipto, Jefe del Centro de Estudios Bíblicos "San Jerónimo" en El Cairo.

Además del árabe, habla italiano e inglés.

© Librería Editorial Vaticano

 

 

10/04/2018-12:57
Redacción

India: Nuevos obispos coadjutores en la Iglesia Siro-Malankara

(ZENIT — 10 abril 2018).- El Sínodo de los Obispos de la Iglesia Arzobispal Mayor Siro-Malankara ha elegido a Mons. Samuel Mar Irenios (Kattukallil), como obispo coadjutor de la Eparquía de Pathanamthitta (India), hasta ahora obispo auxiliar de Trivandrum de los Siro-Malankares.

La Oficina de Prensa de la Santa Sede ha comunicado de dos nombramientos en India, a través de un comunicado emitido el 10 de abril de 2018.

Asimismo, el Sínodo de Obispos ha designado a Mons. Yoohanon Mar Teodosio (Kochuthundil), como obispo coadjutor de la Eparquía de Muvattupuzha (India), hasta ahora obispo de la Curia Arzobispal Mayor.

 

Mons. Samuel Mar Irenios

Mons. Samuel Mar Irenios (Kattukallil) nació el 13 de mayo de 1952 en Kadammanitta, Kerala. Fue ordenado sacerdote el 22 de diciembre de 1978 y sirvió en varias parroquias como párroco.

Ha sido redactor jefe de Christhava Kahalam, periódico oficial de la archieparquía de Trivandrum de los Siro-Malankares, y ha enseñado en varias instituciones académicas en Kerala. Ha sido Sincelo (vicario episcopal) de la archieparquía de Trivandrum de los Siro-Malankares ( 2007-2010)

El 25 de enero de 2010 fue elegido obispo auxiliar de Trivandrum y el 13 de marzo del mismo año recibió la consagración episcopal.

 

Mons. Yoohanon Mar Theodosius (Kochuthundil)

Mons. Yoohanon Mar Theodosius (Kochuthundil) nació el 8 de abril de 1959 en Puthussery Bhagon, Kerala. Después del Seminario Menor en Trivandrum, completó sus estudios institucionales en el Sí«. Joseph's Pontifical Seminary (Aluva) y fue ordenado sacerdote el 22 de diciembre de 1985. Es doctor Derecho Canónico por el Pontificio Instituto Oriental de Roma.

Ha desempeñado los siguientes cargos: párroco, secretario del arzobispo de Trivandrum, Rector del Seminario Menor, Presidente del Tribunal, oficial de la Conferencia Episcopal (CBCI), Protosincelo (vicario general) de la eparquía de Gurgaon y actualmente de la archieparquía de Trivandrum.

El 5 de agosto de 2017 fue elegido obispo de la Curia Arzobispal Mayor de la Iglesia Siro-Malankara y el 21 de septiembre del mismo año recibió la consagración episcopal. Es Visitador Apostólico para los fieles sirio-malankares que residen en Europa y Oceanía.

 

 

10/04/2018-16:38
Redacción

La Conferencia Episcopal Española presenta la Campaña "Me apunto a religión"

(ZENIT — 10 abril 2018).- La Conferencia Episcopal Española (CEE) presentó ayer, lunes, 9 de abril de 2018, la campaña `Me apunto a religión', en el momento de realizar la matrícula en los colegios e institutos para la inscripción en esta asignatura.

Este año, continúa la campaña con la misma marca que el año anterior, y se articula en la página web meapuntoareligion.com con presencia en las redes sociales de Facebook, Youtube e Instagram.

En la presentación, intervinieron Mons. César Franco, presidente de la Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis, Elena Ruiz, profesora de Religión .

 

Me apunto a religión

En esta ocasión la campaña se dirige por primera vez y principalmente a los adolescentes y jóvenes que ya no se inscriben a religión o que nunca se han apuntado a esta asignatura. La perspectiva utilizada en el vídeo de campaña y en internet y las redes sociales insiste en la libertad para elegir esta materia, con el claim "Si te lo cuestionas todo, cuestiónate por qué no ir a religión".

La dirección de la campaña hacia el público adolescente se decide por el hecho de que se constata como, a partir de los 12-13 años, son los mismos alumnos los que toman la decisión sobre la inscripción en la clase de religión. Después son los padres los que, sobre esta decisión, realizan posteriormente la matrícula.

También parte de la campaña se dirige hacia los padres que toman esa decisión, vinculando el derecho que tienen para elegir el modelo de educación de sus hijos con la responsabilidad que ello implica. Por eso, desde la Comisión Episcopal de Enseñanza se invita a los padres a favorecer la educación religiosa de sus hijos, sin dejarse frenar por las dificultades que pueden encontrar a la hora de apuntarles a la asignatura de religión católica.

 

Situación de la enseñanza de religión

La clase de religión es hoy una demanda social y una necesidad social, que reclama más del 60% de la población escolar, en los distintos niveles de infantil, primaria y secundaria, y que escogen libremente 3,5 millones de alumnos. 30.000 profesores de religión realizan esta misión educativa encomendada por los padres con una capacitación profesional del mismo nivel que se exige al resto de sus compañeros, profesores en otras asignaturas. Del número de profesores de religión, el 35% realizan esta actividad en centros públicos y 65% en centros concertados.

La presencia de la Iglesia en el ámbito educativo se realiza a través de 2.600 centros educativos entre los que se cuentan casi 400 centros de educación especial que atienden a 12.000 alumnos con necesidades especiales. Otro dato que es importante es que en los centros católicos hay 71.000 alumnos de otros países, inmigrantes, a los que se educa para formar parte de esta sociedad en la que viven y a la que contribuirán con su trabajo.

Los alumnos que eligen la clase de religión optan por una asignatura bien preparada, con buen profesorado, útil para conocer la sociedad en la que viven, sus tradiciones y su cultura, y por encima de todo valiosa para desarrollarse como personas de manera integral.

 

Meapuntoareligion.com

La campaña que se presenta ha sido realizada por la agencia Sr.Burns y se ha desarrollado con el concurso de expertos en comunicación y en enseñanza de la religión. Dado que el público objetivo de la campaña se definió como el de adolescentes que no asisten a religión, la agencia diseña su campaña utilizando el lenguaje y la estética en la que se desenvuelven los adolescentes y se difunde a través de internet (meapuntoareligion.com) y redes sociales (facebook.com/meapuntoareligion/ e instagram.com/meapuntoareligion).

Conferencia Episcopal Española

 

 

10/04/2018-13:20
Antonio Rivero

P. Antonio Rivero: "Cristo resucitado nos llama a una vida nueva y santa"

DOMINGO 3 DE PASCUA

Ciclo B

Textos: Hech 3, 13-15.17-19; 1 Jn 2, 1-5; Lc 24, 35-48

Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor en el Noviciado de la Legión de Cristo en Monterrey (México) y asistente del Centro Sacerdotal Logosen México y Centroamérica, para la formación de sacerdotes diocesanos.

Idea principal: La Pascua nos compromete a una vida nueva en Cristo Jesús, vivo y glorioso entre nosotros.

Síntesis del mensaje: Vida nueva que implica arrepentimos de nuestros pecados y convertirnos (la lectura). Vida nueva de santidad, gracias al perdón de los pecados ofrecido por Cristo como víctima de expiación por nuestros pecados (2a lectura). Vida nueva que tenemos que transmitir a nuestros hermanos para que vuelvan también a Dios (evangelio).

 

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, la Pascua supone un encuentro con el Cristo resucitado y glorioso, a través de la Iglesia, a través de la carne de nuestro hermano en quien palpita la vida divina y a través de los sacramentos, donde dejó su huella invisible y regalos visibles que el Cristo Pascual nos dejó para derramar y compartir con nosotros la vida divina. El cristianismo es justamente el encuentro con una persona viva, Jesucristo, a quien el Padre resucitó venciendo las ataduras del pecado y de la muerte. Ahora bien, el encuentro con Cristo resucitado pide de cada uno de nosotros vivir la vida nueva que Cristo ganó con su muerte y resurrección. Vida nueva que implica arrepentimos de nuestros pecados, causantes del sufrimiento y muerte de Cristo Jesús; implica dejar nuestra vida antigua y mundana, como tantas veces nos pide el papa Francisco. Este arrepentimiento nos llevará a arrodillamos ante el sacramento de la Penitencia, donde la sangre de Cristo nos lava, nos purifica, nos santifica y vuelve a brillar en nosotros la vida nueva del Resucitado.

En segundo lugar, esta vida nueva nos lanza a una vida de santidad, que no significa ser inmaculados, sino una lucha contra el pecado en nuestra vida. San Juan en la segunda lectura de hoy nos urge a que no pequemos. El pecado ofende a Dios, ¡qué ingratitud para con nuestro Padre Dios! El pecado ofende a Cristo, ¡qué pena para nuestro Amigo y Redentor! El pecado ofende a la Iglesia, ¡qué falta de amor filial! El pecado ofende nuestra dignidad cristiana, ¡qué vergüenza! Cristo se inmoló como víctima de expiación por nuestros pecados. Por tanto, Él ya destruyó el pecado con su muerte. Lo que tenemos que hacer es cumplir con amor y por amor los mandamientos de Dios, seguirá diciendo san Juan en su carta. Cumpliendo sus mandamientos y nuestros deberes del propio estado estamos demostrando la vida nueva en nosotros, que es la vida de santidad a la que el Papa Francisco nos acaba de invitar en la última exhortación apostólica, recién publicada, titulada: "Gaudete et exsultate".

Finalmente, la vida nueva no podemos guardarla para nosotros. Tenemos que transmitir a nuestros hermanos esta vida nueva, para que todos los que pasen a nuestro lado también experimenten los efectos de la vida de Cristo resucitado a través de nosotros, de nuestro testimonio y de nuestra palabra. Somos testigos ante el mundo de que Cristo vive, de que ha resucitado, de que está presente en su Iglesia y en cada uno de nosotros que tratamos de llevar una vida santa, llena de caridad y justicia. Así hizo Ignacio de Loyola con Francisco Javier cuando estudiaban en París. Así hizo José Anchieta con los indios cuando vino al Brasil en el siglo. Así hizo Juan Bosco con esos muchachos a quienes les enseñaba artes y ciencia, y por eso gritaba "dame almas, Señor, y quítame lo demás"Así hizo el cura de Ars al llegar a su parroquia, después de años abandonada al pecado y a la disolución de costumbres. Y así hacen tantos misioneros y misioneras, consagrados y laicos, convencidos de Cristo que se lanzan a predicar el mensaje evangélico, para que nadie quede fuera de la salvación traída por Cristo Jesús, con su muerte y resurrección.

Para reflexionar: San Pablo resume así la vida nueva de quien ha resucitado con Cristo: "Seréis así limpios e irreprochables; seréis hijos de Dios sin mancha en medio de una generación mala y perversa, entre la cual debéis brillar como lumbreras en medio del mundo, manteniendo con firmeza la palabra de vida" (Flp 2, 15-16).

Reflexionemos también en estas palabras del Papa Francisco en su última exhortación: "Para ser santos no es necesario ser obispos, sacerdotes, religiosas o religiosos. Muchas veces tenemos la tentación de pensar que la santidad está reservada solo a quienes tienen la posibilidad de tomar distancia de las ocupaciones ordinarias, para dedicar mucho tiempo a la oración. No es así. Todos estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra"(Gaudete et exsultate, n.14).

Para rezar: Señor, revísteme de tu vida nueva. Que luche cada día con todo mi ser contra el pecado. Y que contagie a mi alrededor esta vida nueva de santidad.

 

 

10/04/2018-16:31
Isabel Orellana Vilches

Santa Gemma Galgani, 11 de abril

«Marcó su vida la pasión por Cristo crucificado. Fue agraciada con los estigmas y otros muchos dones. Sus múltiples padecimientos, rodeados de hechos inexplicables, no fueron comprendidos. Se ofreció como víctima por los pecadores»

Sus 25 años de vida estuvieron marcados en su mayoría por fenómenos místicos ante los cuales hubo disparidades, incomprensiones y numerosos desprecios. Nació en Borgonuovo de Capannori, Italia, el 12 marzo de 1878. Era la cuarta de ocho hermanos y la primera niña que alegraba el hogar. Su madre no quería bautizarla con el nombre de Gemma, que fue sugerido por un tío de la pequeña, porque en el martirologio no existían ascendentes de ninguna mujer canonizada que se hubiera llamado así. El párroco Olivio Dinelli con inspirado juicio alegó:«Muchas gemas hay en el cielo; esperemos que también ella sea un día otra Gemma del paraíso».

Cuando tenía un mes de vida la familia se trasladó a Lucca, donde la santa pasó el resto de su existencia. A los 4 años oraba tiernamente a María, amor que le inculcó Aurelia, su madre, junto a la devoción por Jesús crucificado: «De lo primero que me acuerdo es que mi mamá, cuando yo era pequeñita, acostumbraba a tomarme a menudo en brazos y, llorando... me enseñaba un crucifijo y me decía que había muerto en la Cruz por los hombres». La catequesis materna dio sus frutos sembrando en el corazón de Gemma una pasión desbordante por Cristo: «Jesús, yo quiero llegar con mi voz hasta los últimos confines del universo para alcanzar a todos los pecadores y gritarles que entren todos dentro de tu Corazón». Intuyendo Aurelia su inminente muerte, quiso que preparasen a la niña para la confirmación. Y mientras la recibía entendió que Jesús le pedía el sacrificio de verse privada de su madre.

Aurelia murió el 17 de septiembre de 1885 a los 39 años. Gemma tenía 7 y se refugió en la Virgen: «Al perder a mi madre terrena me entregué a la Madre del cielo. Postrada ante su imagen, le dije: ¡María!, ya no tengo madre en la tierra; se tú desde el cielo mi Madre'».Por fortuna, tuvo la certeza de que Ella le amparaba porque su personal calvario no había hecho más que empezar. A los 9 años inició sus estudios en el colegio de Santa Zita fundado por la beata Elena Guerra. Por esa época, al conocer la Pasión de Cristo sintió un dolor que le desgarraba por dentro acompañado de fiebre alta. El 17 de junio de 1887, festividad del Sagrado Corazón, determinó ser religiosa, sentimiento unido a «un ardiente anhelo de padecer y de ayudar a Jesús a sobrellevar la cruz». Se cumpliría con creces este deseo.

En 1894 pereció Gino, el primogénito de la familia, al que ella amaba de forma singular. En 1896 fue intervenida de una lesión en el pie, que se efectuó sin anestesia, debiendo soportar inmenso dolor, y el 25 de diciembre de ese año privadamente consagró a Dios su castidad. En 1897 falleció su padre Enrico, que había sido farmacéutico, y con su deceso llegó un periodo de sinsabores al hogar de los Galgani. Perdieron todo y los hermanos se separaron. Gemma fue acogida por unos tíos y pasó por un breve y convulso periodo. Relegó las prácticas religiosas y las reemplazó por diversiones. Pero el sufrimiento la perseguía. Y sin darle apenas tregua, a los 20 años se le presentó una osteítis en las vértebras lumbares que la dejó imposibilitada para caminar. Los dolores en la cabeza eran insoportables, la enfermedad avanzaba y los médicos la desahuciaron.

Aunque se había propuesto llevar la cruz, no ocultó su contrariedad: «le dije a Jesús que no rezaría más si no me curaba. Y le pregunté qué pretendía teniéndome así. El ángel de la guarda me respondió: `Si Jesús te aflige en el cuerpo es para purificarte cada vez más en el espíritu'». Sanó con la mediación de santa Margarita María de Alacoque. La cortejaron dos caballeros que se prendaron de su belleza, pero no tuvieron nada que hacer; Dios era su único dueño. En los círculos del vecindariola conocían como «la jovencita de la gracia».

El año 1899 fue crucial. El 8 de junio se le manifestaron por vez primera los estigmas de la Pasión. Serían ostensibles en numerosas ocasiones cuando oraba, momento en que sudaba sangre. Meses más tarde, en el transcurso de una misión conoció a los padres pasionistas. Entonces sintió que Cristo le decía: «Tú serás una hija predilecta de mi Corazón».Estos religiosos la condujeron a la familia Gianni, cuya ayuda fue decisiva para afrontar lo que iba a sobrevenirle. Había caído en sus manos la vida de san Gabriel de la Dolorosa, escrita por el padre Germán de San Estanislao, C.P., que sería su director espiritual, y a partir de entonces su vida dio un giro radical. Las visiones, éxtasis y vaticinios comenzaron a sucederse mientras su salud empeoraba. Su virtud traspasaba la morada y los hechos inexplicables formaban parte de su día a día. Los estigmas invariablemente se le reproducían del jueves al viernes. Para que no viesen sus llagas usaba guantes negros y se ataviaba con un discreto vestido del mismo color.

Aún así, no pudo evitar que estos favores saltaran a la calle. Y la misma gente que antes la admiró, se burlaba de ella y la tildaban de histérica y farsante. También el obispo Volpi, que fue su confesor, tuvo sus dudas. Paralelamente, los científicos no hallaban explicación a los hechos que le acontecían.

El padre Germán la sostuvo espiritualmente ante la exigencia de pruebas y el arrecio de las dificultades. Gemma sobrellevaba su dolor en silencio. Por su mediación se obraban grandes conversiones. Con todo, en su trayectoria espiritual hubo muchas incursiones violentas del diablo. En 1901 su director le indicó que redactase su biografía: «El cuaderno de mis pecados». En ella se percibe su profundo sentido victimal: se había ofrendado en holocausto por los pecadores. Instada por Cristo a fundar un monasterio para los pasionistas en Lucca, en 1901 enfermó gravemente. En el último periodo de su vida la oscuridad y la angustia por sus pecados le pesaron como una losa. Murió el Sábado Santo, 11 de abril de 1903, en medio de espantosos dolores que ofreció con carácter expiatorio. Ese año Pío X autorizó la erección del monasterio. Pío XI la beatificó el 14 de mayo de 1933. Pío XII la canonizó el 2 de mayo de 1940.