Servicio diario - 16 de noviembre de 2019


 

El Papa inaugura un centro de hospitalidad nocturna y diurna para los pobres
Rosa Die Alcolea

Francisco recibe al Gran Imán Ahmed Al Tayeb, Jeque de Al-Azhar
Rosa Die Alcolea

Viernes de la Misericordia: Visita del Papa al ambulatorio médico para los pobres
Redacción

Chile: Los obispos convocan un gran día de oración por la patria
Redacción

Mons. Felipe Arizmendi: "La esperanza de los pobres nunca se frustrará"
Felipe Arizmendi Esquivel

Santa Isabel de Hungría, 17 de noviembre
Isabel Orellana Vilches


 

 

 

16/11/2019-10:52
Rosa Die Alcolea

El Papa inaugura un centro de hospitalidad nocturna y diurna para los pobres

(ZENIT — 16 nov. 2019).- En la tarde del viernes, 16 de noviembre, vísperas del Día Mundial de los Pobres, el Papa Francisco inauguró con su visita un nuevo centro de hospitalidad diurno y nocturno para los sin techo, informó la Oficina de Prensa del Vaticano en un comunicado.

La estructura, a pocos metros de la columnata de la Plaza de San Pedro, ocupa todo un edificio de cuatro plantas (casi 2.000 metros cuadrados) propiedad del Vaticano, en la zona extraterritorial.

Todas las obras, realizadas por un grupo de personas sin techo y empresas especializadas, han sido seguidas y financiadas por la Limosnería Apostólica, a través de las ofertas que provienen de la distribución de pergaminos con la Bendición Apostólica y con generosas contribuciones particulares, informa la Santa Sede.

La Limosnería, junto con la Comunidad de San Egidio, se compromete a apoyar financieramente toda la actividad del centro.

 

Gestionado por San Egidio

Ocupado hasta hace pocos meses por una congregación religiosa femenina que ha cambiado de sede, el Pontífice ha decidido utilizarlo para esta obra de caridad a favor de las personas necesitadas y con dificultades. Por lo tanto, la Administración del Patrimonio de la Santa Sede lo ha confiado en préstamo de uso a la Limosnería Apostólica y será gestionado por la Comunidad de San Egidio.

El nuevo centro de hospitalidad diurna y nocturna, llamado Palazzo Migliori, lleva el nombre de la familia que lo poseía y lo vendió a la Santa Sede en 1930. Se trata de un edificio construido a principios del siglo XIX, con interiores de gran elegancia equipado con un ascensor para permitir el acceso a las personas mayores y a los discapacitados. En el primer piso hay una gran capilla, reservada para la oración personal y comunitaria de los voluntarios y los huéspedes.

Las habitaciones para el descanso nocturno ocuparán la tercera y cuarta planta y podrán acoger, tanto hombres como mujeres, hasta 50 personas, número que puede aumentar en el período de emergencia por frío.

 

Cocina del Centro

Las personas alojadas por la noche pueden disfrutar de desayunos y cenas preparados en el refectorio del segundo piso.

La cocina del Centro, bien equipada, también será utilizada por un grupo de voluntarios y diáconos permanentes de la diócesis de Roma para preparar más de 250 comidas calientes, que desde hace varios años, por la noche, se distribuyen a los pobres en las principales estaciones de tren de la ciudad: Termini, Tiburtina y Ostiense.

 

Servicio diurno

Las plantas primera y segunda se utilizarán para un servicio diurno, gestionado y animado por voluntarios, con salas dedicadas a la escucha y la conversación, para el uso de ordenadores, lectura y  recreación y para otras actividades educativas y culturales.

 

 

 

16/11/2019-11:41
Rosa Die Alcolea

Francisco recibe al Gran Imán Ahmed Al Tayeb, Jeque de Al-Azhar

(ZENIT — 16 nov. 2019).- El Papa Francisco se encontró en el Vaticano con Ahmed Al-Tayeb, Gran Imán de la Universidad de Al-Azhar, amigo personal del Pontífice y principal líder religioso islámico, en la mañana del viernes, 15 de noviembre de 2019, según informó la Santa Sede.

El Papa Francisco y el Gran Imán de Al-Azhar el 4 de febrero de 2019, firmaron el histórico Documento sobre "Fraternidad humana para la paz mundial y la convivencia", un elemento clave en la visita apostólica del Santo Padre del 3 al 5 de febrero a los Emiratos Árabes Unidos.

La Declaración de Abu Dhabi, como se le conoce también al documento, es representa un importante paso adelante en el diálogo entre cristianos y musulmanes y es un poderoso signo de paz y esperanza para el futuro de la humanidad.

 

Nueva miembro del Comité

En dicho encuentro, los miembros del Comité presentaron al Santo Padre a la nueva miembro del Comité, la Dra. Irina Georgieva Bokova, e ilustraron al Santo Padre el proyecto de la "Casa de Abraham", inaugurada en Nueva York en septiembre pasado.

Durante las conversaciones, desarrolladas en una atmósfera de cordialidad, se abordó el tema de la protección de los menores en el mundo digital, se recordó el reciente viaje de Su Santidad a los Emiratos Árabes Unidos y se habló de las iniciativas adoptadas por el Comité Superior para alcanzar los objetivos del Documento sobre la Fraternidad Humana en los meses transcurridos desde su fundación.

El Jeque de Al-Azhar estuvo compañado por el viceprimer ministro de los Emiratos Árabes Unidos, Saif bin Zayed Al Nahyan, por el embajador de la República de Egipto ante la Santa Sede, Mahmoud Samy y por algunas personalidades y representantes de la Universidad de Al-Azhar y del Comité Superior para lograr los objetivos contenidos en el Documento sobre la Fraternidad Humana por la Paz Mundial y la Convivencia Común, que se constituyó el pasado mes de agosto.

Por parte de la Santa Sede, asistieron a la reunión el cardenal Miguel Ángel Ayuso Guixot, presidente del Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso y Mons. Yoannis Lahzi Gaid, secretario personal de Francisco.

 

 

 

16/11/2019-11:13
Redacción

Viernes de la Misericordia: Visita del Papa al ambulatorio médico para los pobres

(ZENIT — 16 nov. 2019).- Como suele hacer en los Viernes de la Misericordia, el Santo Padre se presentó de improviso a las 16 horas en el ambulatorio, situado en el brazo izquierdo de la columnata de San Pedro, con ocasión de la celebración del tercer Día Mundial de los Pobres.

“Fue muy grande el asombro y la emoción entre las muchas personas que se hallaban en el ambulatorio”, se describe en el comunicado de la Oficina de Prensa la Santa Sede, que informó de la visita el viernes, 15 de noviembre de 2019 por la tarde.

En efecto, el ambulatorio recibe estos días decenas y decenas de pobres que proceden de los lugares más impensables de la ciudad.

 

Servicios médicos dignos

Se les ofrece visitas especializadas relacionadas con las enfermedades que padecen muchas personas sin hogar y servicios médicos dignos de los mejores hospitales: desde análisis clínicos hasta dermatología, desde cardiología hasta ginecología, oftalmología, ecografías, pasando por la podología y la reumatología, sin olvidar las enfermedades infecciosas y la diabetes, que a menudo son la causa de casos alarmantes.

Un equipo de jóvenes médicos recién graduados o especializados, bajo la dirección de sus respectivos profesores, atiende a los diversos pacientes que, gracias al de boca en boca, llegan a cientos todos los días. Los pacientes, después de haber sido recibidos por la Asociación de mujeres de la Cruz Roja pasan al triage dirigido por la Asociación Nacional de Médicos de Medicina General, donde son diagnosticados  y acompañados por varios especialistas, con la ayuda de las enfermeras de la Cruz Roja.

 

Una sonrisa para cada uno

El Papa Francisco fue recibido con un caluroso aplauso de parte de los pobres que llenaban el atrio y los diversos consultorios médicos. Estaban apiñado a su alrededor: todos querían saludarlo y abrazarlo. El Santo Padre habló a todos; una sonrisa para cada uno y una palabra de apoyo.

Mons. Rino Fisichella acompañó al Santo Padre y presentó a los diversos médicos especialistas. El ambulatorio, en efecto, fue organizado para celebrar el Día Mundial de los Pobres, ahora en su tercera edición y promovido por el Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización.

El Papa apreció mucho esta estructura de verdadero servicio de emergencia y tuvo palabras de agradecimiento para todos los médicos y personal paramédico que están llevando a cabo un verdadero servicio de voluntariado pleno, algunos de los cuales, entre otras cosas, han dedicado a ello sus días de vacaciones para compartir esta experiencia única en beneficio de muchos desfavorecidos.

Después de una breve oración, el Papa Francisco saludó de nuevo a los presentes y concluyó su visita.

 

 

 

 

16/11/2019-09:00
Redacción

Chile: Los obispos convocan un gran día de oración por la patria

(ZENIT — 16 nov. 2019).- Este viernes 15 de noviembre concluyó en la casa salesiana de retiros en Lo Cañas, la 119a asamblea plenaria de la Conferencia Episcopal de Chile. Los obispos y administradores apostólicos, dieron a conocer un mensaje final dirigido a los fieles y las comunidades de la Iglesia Católica en Chile, el que lleva por título "¡Ven Señor Jesús!".

En la oportunidad, manifestaron su esperanza y agradecimiento por el paso dado por el Gobierno y amplios sectores políticos, en un acuerdo para caminar a una nueva constitución. Junto con relevar los clamores, angustias y descontentos manifestados en el último mes, señalan que autoridades y dirigentes sociales y políticos no han estado a la altura de su servicio a la sociedad, reconociendo al mismo tiempo que en la Iglesia "hemos defraudado a muchos chilenos, siendo causa de escándalo y dolor".

La asamblea también manifestó su estremecimiento por los rostros violentados, las vidas humanas perdidas, las personas gravemente heridas, y la destrucción que han generado angustia en estas semanas. En este contexto, el episcopado agradeció a las comunidades, laicos y consagrados que han brindado apoyo y contención en parroquias, capillas, colegios y en las calles a quienes más sufren.

Finalmente, obispos y administradores, animan a confiar en el Señor y revestirse de esperanza en el contexto del Mes de María y próximo tiempo de Adviento, invitando a intensificar a nivel nacional cuatro expresiones de fe:

Orar por la paz y la justicia desde la verdad y la caridad, invitando a un gran día de oración por Chile, el próximo 8 de diciembre, día de la Inmaculada Concepción. La participación activa en diálogos, cabildos y toda instancia civil para una nueva constitución y pacto social. El servicio, anunciando y denunciando al estilo de Jesús. Escuchando, socorriendo y dando consuelo, a través de diversas iniciativas solidarias por los más pobres y vulnerables. Abriendo el corazón a los signos de los tiempos, que nos interpelan fuertemente, dando continuidad al proceso de discernimiento para la renovación de la Iglesia.

Finalmente, el episcopado enfatiza que "solo la justicia nos encamina a la paz", pidiendo a cada habitante de esta patria "construir una gran nación de hermanos, donde cada uno tenga pan, respeto y alegría", y solicitando con esperanza a la Virgen del Carmen "Estrella de Chile" que alumbre el camino.

 

 

 

16/11/2019-11:45
Felipe Arizmendi Esquivel

Mons. Felipe Arizmendi: "La esperanza de los pobres nunca se frustrará"

1. «La esperanza de los pobres nunca se frustrará» (Sal 9,19). Las palabras del salmo se presentan con una actualidad increíble. Ellas expresan una verdad profunda que la fe logra imprimir sobre todo en el corazón de los más pobres: devolver la esperanza perdida a causa de la injusticia, el sufrimiento y la precariedad de la vida.

El salmista describe la condición del pobre y la arrogancia del que lo oprime (cf. vv. 22¬31); invoca el juicio de Dios para que se restablezca la justicia y se supere la iniquidad (cf. vv. 35-36). Es como si en sus palabras volviese de nuevo la pregunta que se ha repetido a lo largo de los siglos hasta nuestros días: ¿cómo puede Dios tolerar esta disparidad? ¿Cómo puede permitir que el pobre sea humillado, sin intervenir para ayudarlo? ¿Por qué permite que quien oprime tenga una vida feliz mientras su comportamiento debería ser condenado precisamente ante el sufrimiento del pobre?

Este salmo se compuso en un momento de gran desarrollo económico que, como suele suceder, también produjo fuertes desequilibrios sociales. La inequidad generó un numeroso grupo de indigentes, cuya condición parecía aún más dramática cuando se comparaba con la riqueza alcanzada por unos pocos privilegiados. El autor sagrado, observando esta situación, dibuja un cuadro lleno de realismo y verdad.

Era una época en la que la gente arrogante y sin ningún sentido de Dios perseguía a los pobres para apoderarse incluso de lo poco que tenían y reducirlos a la esclavitud. Hoy no es muy diferente. La crisis económica no ha impedido a muchos grupos de personas un enriquecimiento que con frecuencia aparece aún más anómalo si vemos en las calles de nuestras ciudades el ingente número de pobres que carecen de lo necesario y que en ocasiones son además maltratados y explotados. Vuelven a la mente las palabras del Apocalipsis: «Tú dices: "soy rico, me he enriquecido; y no tengo necesidad de nada"; y no sabes que tú eres desgraciado, digno de lástima, ciego y desnudo» (Ap 3,17). Pasan los siglos, pero la condición de ricos y pobres se mantiene inalterada, como si la experiencia de la historia no nos hubiera enseñado nada. Las palabras del salmo, por lo tanto, no se refieren al pasado, sino a nuestro presente, expuesto al juicio de Dios.

2. También hoy debemos nombrar las numerosas formas de nuevas esclavitudes a las que están sometidos millones de hombres, mujeres, jóvenes y niños.

Todos los días nos encontramos con familias que se ven obligadas a abandonar su tierra para buscar formas de subsistencia en otros lugares; huérfanos que han perdido a sus padres o que han sido separados violentamente de ellos a causa de una brutal explotación; jóvenes en busca de una realización profesional a los que se les impide el acceso al trabajo a causa de políticas económicas miopes; víctimas de tantas formas de violencia, desde la prostitución hasta las drogas, y humilladas en lo más profundo de su ser. ¿Cómo olvidar, además, a los millones de inmigrantes víctimas de tantos intereses ocultos, tan a menudo instrumentalizados con fines políticos, a los que se les niega la solidaridad y la igualdad? ¿Y qué decir de las numerosas personas marginadas y sin hogar que deambulan por las calles de nuestras ciudades?

Con frecuencia vemos a los pobres en los vertederos recogiendo el producto del descarte y de lo superfluo, para encontrar algo que comer o con qué vestirse. Convertidos ellos mismos en parte de un vertedero humano son tratados como desperdicios, sin que exista ningún sentimiento de culpa por parte de aquellos que son cómplices en este escándalo. Considerados generalmente como parásitos de la sociedad, a los pobres no se les perdona ni siquiera su pobreza. Se está siempre alerta para juzgarlos. No pueden permitirse ser tímidos o desanimarse; son vistos como una amenaza o gente incapaz, sólo porque son pobres.

Para aumentar el drama, no se les permite ver el final del túnel de la miseria. Se ha llegado hasta el punto de teorizar y realizar una arquitectura hostil para deshacerse de su presencia, incluso en las calles, últimos lugares de acogida. Deambulan de una parte a otra de la ciudad, esperando conseguir un trabajo, una casa, un poco de afecto... Cualquier posibilidad que se les ofrezca se convierte en un rayo de luz; sin embargo, incluso donde debería existir al menos la justicia, a menudo se comprueba el ensañamiento en su contra mediante la violencia de la arbitrariedad. Se ven obligados a trabajar horas interminables bajo el sol abrasador para cosechar los frutos de la estación, pero se les recompensa con una paga irrisoria; no tienen seguridad en el trabajo ni condiciones humanas que les permitan sentirse iguales a los demás. Para ellos no existe el subsidio de desempleo, indemnizaciones, ni siquiera la posibilidad de enfermarse.

El salmista describe con crudo realismo la actitud de los ricos que despojan a los pobres: «Están al acecho del pobre para robarle, arrastrándolo a sus redes» (cf. Sal 10,9). Es como si para ellos se tratara de una jornada de caza, en la que los pobres son acorralados, capturados y hechos esclavos. En una condición como esta, el corazón de muchos se cierra y se afianza el deseo de volverse invisibles. Así, vemos a menudo a una multitud de pobres tratados con retórica y soportados con fastidio. Ellos se vuelven como transparentes y sus voces ya no tienen fuerza ni consistencia en la sociedad. Hombres y mujeres cada vez más extraños entre nuestras casas y marginados en nuestros barrios.

3. El contexto que el salmo describe se tiñe de tristeza por la injusticia, el sufrimiento y la amargura que afecta a los pobres. A pesar de ello, se ofrece una hermosa definición del pobre. Él es aquel que «confía en el Señor» (cf. v. 11), porque tiene la certeza de que nunca será abandonado. El pobre, en la Escritura, es el hombre de la confianza. El autor sagrado brinda también el motivo de esta confianza: él "conoce a su Señor" (cf. ibíd.), y en el lenguaje bíblico este "conocer indica una relación personal de afecto y amor.

Estamos ante una descripción realmente impresionante que nunca nos hubiéramos imaginado. Sin embargo, esto no hace sino manifestar la grandeza de Dios cuando se encuentra con un pobre. Su fuerza creadora supera toda expectativa humana y se hace realidad en el "recuerdo" que él tiene de esa persona concreta (cf. v. 13). Es precisamente esta confianza en el Señor, esta certeza de no ser abandonado, la que invita a la esperanza. El pobre sabe que Dios no puede abandonarlo; por eso vive siempre en la presencia de ese Dios que lo recuerda. Su ayuda va más allá de la condición actual de sufrimiento para trazar un camino de liberación que transforma el corazón, porque lo sostiene en lo más profundo.

4. La descripción de la acción de Dios en favor de los pobres es un estribillo permanente en la Sagrada Escritura. Él es aquel que "escucha", "interviene", "protege", "defiende", "redime", "salva"... En definitiva, el pobre nunca encontrará a Dios indiferente o silencioso ante su oración. Dios es aquel que hace justicia y no olvida (cf. Sal 40,18; 70,6); de hecho, es para él un refugio y no deja de acudir en su ayuda (cf. Sal 10,14).

Se pueden alzar muchos muros y bloquear las puertas de entrada con la ilusión de sentirse seguros con las propias riquezas en detrimento de los que se quedan afuera. No será así para siempre. El "día del Señor", tal como es descrito por los profetas (cf. Am 5,18; Is 2-5; JI 1-3), destruirá las barreras construidas entre los países y sustituirá la arrogancia de unos pocos por la solidaridad de muchos. La condición de marginación en la que se ven inmersas millones de personas no podrá durar mucho tiempo. Su grito aumenta y alcanza a toda la tierra. Como escribió D. Primo Mazzolari: «El pobre es una protesta continua contra nuestras injusticias; el pobre es un polvorín. Si le das fuego, el mundo estallará».

5. No hay forma de eludir la llamada apremiante que la Sagrada Escritura confía a los pobres. Dondequiera que se mire, la Palabra de Dios indica que los pobres son aquellos que no disponen de lo necesario para vivir porque dependen de los demás. Ellos son el oprimido, el humilde, el que está postrado en tierra. Aun así, ante esta multitud innumerable de indigentes, Jesús no tuvo miedo de identificarse con cada uno de ellos: «Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,40). Huir de esta identificación equivale a falsificar el Evangelio y atenuar la revelación. El Dios que Jesús quiso revelar es éste: un Padre generoso, misericordioso, inagotable en su bondad y gracia, que ofrece esperanza sobre todo a los que están desilusionados y privados de futuro.

¿Cómo no destacar que las bienaventuranzas, con las que Jesús inauguró la predicación del Reino de Dios, se abren con esta expresión: «Bienaventurados los pobres» (Lc 6,20)? El sentido de este anuncio paradójico es que el Reino de Dios pertenece precisamente a los pobres, porque están en condiciones de recibirlo. ¡Cuántas personas pobres encontramos cada día! A veces parece que el paso del tiempo y las conquistas de la civilización aumentan su número en vez de disminuirlo. Pasan los siglos, y la bienaventuranza evangélica parece cada vez más paradójica; los pobres son cada vez más pobres, y hoy día lo son aún más. Pero Jesús, que ha inaugurado su Reino poniendo en el centro a los pobres, quiere decirnos precisamente esto: Él ha inaugurado, pero nos ha confiado a nosotros, sus discípulos, la tarea de llevarlo adelante, asumiendo la responsabilidad de dar esperanza a los pobres. Es necesario, sobre todo en una época como la nuestra, reavivar la esperanza y restaurar la confianza. Es un programa que la comunidad cristiana no puede subestimar. De esto depende que sea creíble nuestro anuncio y el testimonio de los cristianos.

6. La Iglesia, estando cercana a los pobres, se reconoce como un pueblo extendido entre tantas naciones cuya vocación es la de no permitir que nadie se sienta extraño o excluido, porque implica a todos en un camino común de salvación. La condición de los pobres obliga a no distanciarse de ninguna manera del Cuerpo del Señor que sufre en ellos. Más bien, estamos llamados a tocar su carne para comprometernos en primera persona en un servicio que constituye auténtica evangelización. La promoción de los pobres, también en lo social, no es un compromiso externo al anuncio del Evangelio, por el contrario, pone de manifiesto el realismo de la fe cristiana y su validez histórica. El amor que da vida a la fe en Jesús no permite que sus discípulos se encierren en un individualismo asfixiante, soterrado en segmentos de intimidad espiritual, sin ninguna influencia en la vida social (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 183).

Hace poco hemos llorado la muerte de un gran apóstol de los pobres, Jean Vanier, quien con su dedicación logró abrir nuevos caminos a la labor de promoción de las personas marginadas. Jean Vanier recibió de Dios el don de dedicar toda su vida a los hermanos y hermanas con discapacidades graves, a quienes la sociedad a menudo tiende a excluir. Fue un "santo de la puerta de al lado" de la nuestra; con su entusiasmo supo congregar en torno suyo a muchos jóvenes, hombres y mujeres, que con su compromiso cotidiano dieron amor y devolvieron la sonrisa a muchas personas débiles y frágiles, ofreciéndoles una verdadera "arca" de salvación contra la marginación y la soledad. Este testimonio suyo ha cambiado la vida de muchas personas y ha ayudado al mundo a mirar con otros ojos a las personas más débiles y frágiles. El grito de los pobres ha sido escuchado y ha producido una esperanza inquebrantable, generando signos visibles y tangibles de un amor concreto que también hoy podemos reconocer.

7. «La opción por los últimos, por aquellos que la sociedad descarta y desecha» (ibíd., 195) es una opción prioritaria que los discípulos de Cristo están llamados a realizar para no traicionar la credibilidad de la Iglesia y dar esperanza efectiva a tantas personas indefensas. En ellas, la caridad cristiana encuentra su verificación, porque quien se compadece de sus sufrimientos con el amor de Cristo recibe fuerza y confiere vigor al anuncio del Evangelio.

El compromiso de los cristianos, con ocasión de esta Jornada Mundial y sobre todo en la vida ordinaria de cada día, no consiste sólo en iniciativas de asistencia que, si bien son encomiables y necesarias, deben tender a incrementar en cada uno la plena atención que le es debida a cada persona que se encuentra en dificultad. «Esta atención amante es el inicio de una verdadera preocupación» (ibíd., 199) por los pobres en la búsqueda de su verdadero bien. No es fácil ser testigos de la esperanza cristiana en el contexto de una cultura consumista y de descarte, orientada a acrecentar el bienestar superficial y efímero. Es necesario un cambio de mentalidad para redescubrir lo esencial y darle cuerpo y efectividad al anuncio del Reino de Dios.

La esperanza se comunica también a través de la consolación, que se realiza acompañando a los pobres no por un momento, cargado de entusiasmo, sino con un compromiso que se prolonga en el tiempo. Los pobres obtienen una esperanza verdadera no cuando nos ven complacidos por haberles dado un poco de nuestro tiempo, sino cuando reconocen en nuestro sacrificio un acto de amor gratuito que no busca recompensa.

8. A los numerosos voluntarios, que muchas veces tienen el mérito de ser los primeros en haber intuido la importancia de esta preocupación por los pobres, les pido que crezcan en su dedicación. Queridos hermanos y hermanas: Os exhorto a descubrir en cada pobre que encontráis lo que él realmente necesita; a no deteneros ante la primera necesidad material, sino a ir más allá para descubrir la bondad escondida en sus corazones, prestando atención a su cultura y a sus maneras de expresarse, y así poder entablar un verdadero diálogo fraterno. Dejemos de lado las divisiones que provienen de visiones ideológicas o políticas, fijemos la mirada en lo esencial, que no requiere muchas palabras sino una mirada de amor y una mano tendida. No olvidéis nunca que «la peor discriminación que sufren los pobres es la falta de atención espiritual» (ibíd., 200).

Antes que nada, los pobres tienen necesidad de Dios, de su amor hecho visible gracias a personas santas que viven junto a ellos, las que en la sencillez de su vida expresan y ponen de manifiesto la fuerza del amor cristiano. Dios se vale de muchos caminos y de instrumentos infinitos para llegar al corazón de las personas. Por supuesto, los pobres se acercan a nosotros también porque les distribuimos comida, pero lo que realmente necesitan va más allá del plato caliente o del bocadillo que les ofrecemos. Los pobres necesitan nuestras manos para reincorporarse, nuestros corazones para sentir de nuevo el calor del afecto, nuestra presencia para superar la soledad. Sencillamente, ellos necesitan amor.

9. A veces se requiere poco para devolver la esperanza: basta con detenerse, sonreír, escuchar. Por un día dejemos de lado las estadísticas; los pobres no son números a los que se pueda recurrir para alardear con obras y proyectos. Los pobres son personas a las que hay que ir a encontrar: son jóvenes y ancianos solos a los que se puede invitar a entrar en casa para compartir una comida; hombres, mujeres y niños que esperan una palabra amistosa. Los pobres nos salvan porque nos permiten encontrar el rostro de Jesucristo.

A los ojos del mundo, no parece razonable pensar que la pobreza y la indigencia puedan tener una fuerza salvífica; sin embargo, es lo que enseña el Apóstol cuando dice: «No hay en ella muchos sabios en lo humano, ni muchos poderosos, ni muchos aristócratas; sino que, lo necio del mundo lo ha escogido Dios para humillar a los sabios, y lo débil del mundo lo ha escogido Dios para humillar lo poderoso. Aún más, ha escogido la gente baja del mundo, lo despreciable, lo que no cuenta, para anular a lo que cuenta, de modo que nadie pueda gloriarse en presencia del Señor» (1 Co 1,26-29). Con los ojos humanos no se logra ver esta fuerza salvífica; con los ojos de la fe, en cambio, se la puede ver en acción y experimentarla en primera persona. En el corazón del Pueblo de Dios que camina late esta fuerza salvífica, que no excluye a nadie y a todos congrega en una verdadera peregrinación de conversión para reconocer y amar a los pobres.

10. El Señor no abandona al que lo busca y a cuantos lo invocan; «no olvida el grito de los pobres» (Sal 9,13), porque sus oídos están atentos a su voz. La esperanza del pobre desafía las diversas situaciones de muerte, porque él se sabe amado particularmente por Dios, y así logra vencer el sufrimiento y la exclusión. Su condición de pobreza no le quita la dignidad que ha recibido del Creador; vive con la certeza de que Dios mismo se la restituirá plenamente, pues él no es indiferente a la suerte de sus hijos más débiles, al contrario, se da cuenta de sus afanes y dolores y los toma en sus manos, y a ellos les concede fuerza y valor (cf. Sal 10,14). La esperanza del pobre se consolida con la certeza de ser acogido por el Señor, de encontrar en él la verdadera justicia, de ser fortalecido en su corazón para seguir amando (cf. Sal 10,17).

La condición que se pone a los discípulos del Señor Jesús, para ser evangelizadores coherentes, es sembrar signos tangibles de esperanza. A todas las comunidades cristianas y a cuantos sienten la necesidad de llevar esperanza y consuelo a los pobres, pido que se comprometan para que esta Jornada Mundial pueda reforzar en muchos la voluntad de colaborar activamente para que nadie se sienta privado de cercanía y solidaridad. Que nos acompañen las palabras del profeta que anuncia un futuro distinto: «A vosotros, los que teméis mi nombre, os iluminará un sol de justicia y hallaréis salud a su sombra» (Mal 3,20).

Vaticano, 13 de junio de 2018

 

FRANCISCO

 

 

 

16/11/2019-08:00
Isabel Orellana Vilches

Santa Isabel de Hungría, 17 de noviembre

«Princesa de Hungría, landgrave de Turingia. Joven esposa, madre y viuda. El rostro de la ternura hacia los enfermos y los pobres. Patrona de la Tercera Orden franciscana, de Bogotá y de las enfermeras españolas, entre otras»

El 17 de noviembre de 2007 Benedicto XVI dio inicio al año internacional dedicado a esta santa que vivió experiencias intensísimas de amor y de dolor en su corta existencia. Es muy venerada y querida. Patrona de la Tercera Orden franciscana, de Bogotá, de las enfermeras españolas, de las niñas y mujeres alemanas, proclamación esta última efectuada por León XIII. Ostenta el patronazgo de la Orden Teutónica, junto a María y a san Jorge. Tiene dedicadas numerosas iglesias y capillas, y el arte ha multiplicado su imagen y milagros. Su primera biografía la publicó en 1237 el cisterciense Cesáreo de Heisterbach y han seguido proliferando otras muchas.

Nació en 1207, puede que en el castillo de Sárospatak, Hungría; no hay más datos. Era hija del monarca Andrés II, dueño de gran fortuna, y de Gertrudis de Andechs-Merania descendiente de reyes; tenía dos hermanos prelados. En el árbol genealógico de Isabel había ejemplos de excelsa virtud. Santa Eduvigis de Silesia fue su tía materna, y lazos de sangre la vinculaban a santa Isabel de Portugal. Además, su propia hija Gertrudis, abadesa de Altenberg, es beata. Acordado su matrimonio por razones de estado cuando tenía 4 años, con Hermann, hijo del landgrave de Turingia, la trasladaron allí para instruirla; era la costumbre.

Enseguida se desencadenaron trágicos acontecimientos. En 1213 su madre fue asesinada, en 1216 murió su prometido y al año siguiente lo hizo el landgrave, que le profesaba gran afecto. Entonces quedó en manos de Sofía Wittelsbach de Baviera, la segunda esposa de éste. Tanto a ella como a Hermann les agradaba la cultura haciendo de la corte un escenario perfecto para artistas y poetas. Entre tanto, Isabel había dado muestras de piedad, una tendencia muy marcada a ejercer la caridad y alejamiento de los oropeles de palacio. Implicada en un entramado político, aunque estaba muy lejos de conflictos, se decidió que regresara a su país, pero Luís IV, nuevo landgrave tras la muerte de su padre, que había tenido ocasión de tratarla en palacio, se desposó con ella en 1221.

La idílica compenetración entre ambos sembró sus vidas de inenarrable felicidad. Isabel había hallado en Luís su alma gemela, un hombre generoso, desprendido de sí mismo, que respetó en todo momento sus intensas prácticas de oración y piedad. Velaba sus noches de vigilia de forma solícita teniendo cuidado de que las penitencias de su esposa no minaran su salud. Y mostraba público reconocimiento hacia sus constantes gestos de caridad con los necesitados defendiéndola de las críticas que alguna vez llovieron sobre ella por parte de quienes no supieron apreciar su proverbial espíritu de pobreza y magnanimidad, que Dios bendecía ya con signos extraordinarios. La idea en la que se inscribe el momento en el que Isabel portaba panes para los pobres, asegurando que un desconfiado Luís le pidió que le mostrara lo que llevaba, y solo vio rosas, es fruto de la leyenda, como otras que se han tejido en torno a la santa.

Los nobles sentimientos que vinculaban a la pareja elevaban el espíritu de Isabel, que por encima de todo ansiaba unirse con Dios. «Si yo amo tanto a una criatura mortal, ¿cómo debería amar al Señor inmortal, dueño de mi alma?», confidenció a una de sus damas. Lo que vivía en su hogar junto al piadoso landgrave no era más que una simple imagen de ese otro amor con mayúsculas que ardía en su interior. Tuvieron tres hijos: Sofía, Gertrudis y Hermann, que murió en 1241. Gertrudis vino al mundo en 1227 al poco de fallecer su padre a causa de la peste cuando iba a embarcarse como cruzado junto al emperador Federico II. Isabel tenía 20 años cuando afrontó esta nueva tragedia que laceró su corazón: «El mundo con todas sus alegrías está ahora muerto para mí».

Desde que los frailes se afincaron allí a finales de 1221 estaba vinculada a la espiritualidad franciscana. En 1223 comenzó a ser dirigida por ellos. Al enviudar la acompañaba en este itinerario Conrado de Marburgo. En aras de la obediencia que prometió, como tenía vía libre para hacer uso de sus bienes, siguió sembrando la estela de caridad entre los pobres. Con la excusa de que dilapidaba su fortuna siendo inepta para el gobierno, su cuñado Enrique Raspe la expulsó de la corte en pleno invierno. Buscó cobijo en un humilde granero. Y al clarear el alba se dirigió al convento de los franciscanos entonando a Dios un Te Deum en acción de gracias. Luego en Eisenach vivió en una modesta cabaña construida en la rivera del río, y continuó socorriendo a los pobres con el fruto de su trabajo: costura e hilado. Cuando su tía materna, abadesa de las benedictinas de Kitzingen, supo de sus penalidades, la confió a su hermano Eckbert, obispo de Bamberg. La idea de su tío era que Isabel contrajese nuevo matrimonio, pero ella se negó en aras de la promesa que hizo al enviudar.

Se afincó en el castillo de Pottenstein. A su tiempo, sus hermanos le restituyeron la dote y se estableció en Marburgo, seguida por su riguroso director espiritual. Su heroico ejemplo de caridad sería ya imborrable. Fue artífice de dos hospitales, en uno de los cuales, abierto en su castillo, procuró atención cotidiana a centenares de indigentes; el otro lo mandó erigir en la colina de Wartburg. En 1228, año en que tomó el hábito gris de los penitentes en la capilla de los franciscanos de Eisenach, impulsó un tercer hospital en Marburgo y allí sirvió a los enfermos, muchos de los cuales estaban aquejados de graves úlceras; lo hizo sin temer al contagio. Los pobres y los desvalidos, hospitalizados o no, en quienes siempre vio el rostro de Cristo, nunca cesaron de recibir sus tiernos consuelos. Ella misma, dando muestras de su amor al carisma franciscano, había hecho de la pobreza su forma de vida, desprendida de todo, hasta que murió con fama de santidad en Marburgo, presa de altas fiebres, la madrugada del 17 de noviembre de 1231. Gregorio IX la canonizó cuatro años después, el 27 de mayo de 1235, ante la presencia de miles de fieles, entre otros, el emperador Federico II.