Servicio diario - 10 de octubre de 2020


 

TESTIMONIOS
Homilía de la Misa de beatificación de Carlo Acutis
Larissa I. López
Por el cardenal Agostino Vallini

TESTIMONIOS
Beatificación de Carlo Acutis: “Al cielo sin red”
Isabel Orellana Vilches
Primer “influencer de Dios”

TESTIMONIOS
San Juan XXIII, 11 de octubre
Isabel Orellana Vilches
Conocido como el “papa bueno”


 

 

 

Homilía de la Misa de beatificación de Carlo Acutis

Por el cardenal Agostino Vallini

octubre 10, 2020 22:00

Testimonios

(zenit – 10 oct. 2020).- Tres mil peregrinos han asistido este sábado por la tarde a la Misa por la beatificación de Carlo Acutis, celebrada en la basílica de San Francisco, en Asís, Italia y presidida por el cardenal Agostino Vallini, legado pontificio de las basílicas de San Francisco y Santa María de los Ángeles.

El beato Carlos Acutis tenía 15 años cuando, el 12 de octubre de 2006, murió fruto de una leucemia fulminante en el hospital San Gerardo de Monza, Italia.

Durante la homilía, el cardenal Agostino Vallini, ha destacado que la “oración y misión” fueron los dos rasgos distintivos de la “fe heroica” de este nuevo beato, “que en el transcurso de su vida breve lo llevó a encomendarse al Señor, en todas las circunstancias, especialmente en los momentos más difíciles”.

A continuación, sigue el texto original en italiano extraído del Servicio de Comunicación del Sacro Convento de Asís, traducido al español por zenit.

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“Quien permanece en mí y yo en él, da mucho fruto, porque sin mí no pueden hacer nada”.

Con estas palabras que hemos escuchado del Evangelio de Juan, Jesús, en la última cena se dirige a sus discípulos y los exhorta a permanecer unidos a Él como las ramas a la vid. La imagen de la vid y las ramas y es muy elocuente para expresar cuánto es necesario para el cristiano vivir en comunión con Dios. Su fuerza reside precisamente aquí: tener una relación personal con Jesús, íntima, profunda y hacer de la Eucaristía el momento más alto de su relación con Dios.

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy nos sentimos especialmente admirados y atraídos por la vida y el testimonio de Carlo Acutis, a quien la Iglesia reconoce como modelo y ejemplo de vida cristiana, proponiéndolo sobre todo a los jóvenes.

Es natural preguntarse: ¿qué tenía de especial este joven de 15 años? Recorriendo su biografía, encontramos algunos puntos fijos que ya lo caracterizan humanamente.

Era un joven normal, sencillo, espontáneo, simpático (basta mirar su fotografía), amaba la naturaleza y los animales, jugaba fútbol, tenía muchos amigos de su edad, se sintió atraído por los medios modernos de comunicación social, apasionado por la informática y autodidacta construyó programas, “para transmitir el Evangelio, comunicar valores y belleza” (Papa Francisco). Tenía el don de atraer y fue percibido como un ejemplo.

Desde pequeño -lo testimonia su familia- sintió la necesidad de la fe y tenía su mirada dirigida hacia Jesús. El amor a la Eucaristía fundó y mantuvo viva su relación con Dios. A menudo decía “La Eucaristía es mi autopista al cielo”.

Cada día participaba en la Santa Misa y permanecía durante mucho tiempo en adoración ante el Santísimo Sacramento. Carlo decía: “Se va directo al Paraíso si te acercas todos los días a la Eucaristía”.

Jesús era para él Amigo, Maestro, Salvador, era la fuerza de su vida y el objetivo de todo lo que hacía. Estaba convencido que para amar a las personas y hacerles bien, es necesario sacar energía del Señor.

Su ardiente deseo era también el de atraer al mayor número de personas a Jesús, haciéndose anunciador del Evangelio sobre todo con el ejemplo de vida. Fue precisamente el testimonio de su fe lo que le llevó a emprender con éxito una obra de asidua evangelización en los ambientes que frecuentaba, tocando el corazón de las personas que encontraba y despertando en ellas el deseo de cambiar de vida y acercarse a Dios. Y lo hacía con espontaneidad, mostrando con su modo de ser y de comportarse el amor y la bondad del Señor. De hecho, era extraordinaria su capacidad de testimoniar los valores en los que creía, incluso a costa de enfrentarse a malentendidos, obstáculos y, a veces, a pesar de que se rieran de él.

Carlo sentía una fuerte necesidad de ayudar a las personas y descubrir que Dios está cerca de nosotros y que es hermoso estar con Él para disfrutar de su amistad y de su gracia.

Para comunicar esta necesidad espiritual utilizó todos los medios, incluidos los modernos medios de comunicación social, que sabía utilizar muy bien, en particular Internet, que consideró un regalo de Dios y una herramienta importante para encontrar a las personas y difundir los valores cristianos.

Su modo de pensar le hizo decir que la red no es solo un medio de evasión, sino un espacio de diálogo, conocimiento, intercambio, de respeto recíproco, para ser usado con responsabilidad, sin convertirse en esclavos de ella y rechazando el acoso digital, en el quebrantado mundo virtual es necesario saber distinguir el bien del mal.

Desde esta perspectiva positiva, animó a utilizar los medios de comunicación como medios al servicio del Evangelio, para alcanzar el mayor número posible de personas y hacerles conocer la belleza de la amistad con el Señor.

Para este fin se comprometió a organizar la exposición de los principales milagros eucarísticos ocurridos en el mundo, que también utilizó al impartir el catecismo a los niños.

Era muy devoto a la Virgen. Rezaba cada día el Rosario, se consagró varias veces a María para renovar su afecto por ella e implorar su protección.

Por lo tanto, oración y misión: estos son los dos rasgos distintivos de la fe heroica del beato Carlo Acutis, que en el transcurso de su vida breve lo llevó a encomendarse al Señor, en todas las circunstancias, especialmente en los momentos más difíciles.

Con este espíritu vivió la enfermedad que enfrentó con serenidad y lo condujo a la muerte.

Carlo se abandonó entre los brazos de la Providencia y bajo la mirada materna de María repetía: “Quiero ofrecer todos mis sufrimientos al Señor por el Papa y la Iglesia. No quiero ir al purgatorio, quiero ir directo al Cielo” (Positio, Biografía comentada, 549).

Hablaba así, recordemos, un joven de 15 años, revelando una sorprendente madurez cristiana, que nos estimula y nos anima a tomarnos en serio la vida de fe.

Carlo despertaba además una gran admiración por el ardor con el que, en las conversaciones, defendió la santidad de la familia y la sacralidad de la vida contra el aborto y la eutanasia.

El nuevo beato representa un modelo de fuerza, ajeno a cualquier compromiso, consciente de que para permanecer en el amor de Jesús es necesario vivir concretamente el Evangelio (cf. Gv 15,10), incluso a costa de ir contracorriente.

Realmente hizo suyas las palabras de Jesús: “Este es mi mandamiento que os améis los unos a los otros como yo los he amado”. Esta certeza en su vida lo llevó a tener una gran caridad con el prójimo. Sobre todo hacia los pobres, los ancianos, las personas solas y abandonadas, sin techo, los discapacitados y las personas marginadas. Carlo fue siempre acogedor con los necesitados y cuando iba a la escuela los encontraba en la calle y se detenía a hablar, escuchaba sus problemas y, en la medida de lo posible, los ayudaba.

Carlo nunca se centró en sí mismo, sino que fue capaz de comprender las necesidades y los requerimientos de las personas, en quienes veía el rostro de Cristo. En este sentido, por ejemplo, no dejó de ayudar a sus compañeros de clase, en particular los que estaban en problemas.

Una vida luminosa, por tanto, totalmente entregada a los demás, como el Pan Eucarístico.

Queridos hermanos y hermanas, la Iglesia hoy se regocija. Porque en este joven beato se cumplen hoy las palabras del Señor: “Yo os he elegido a vosotros y os he constituido para que vayáis y llevéis mucho fruto”.

Y Carlo fue y llevó el fruto de la santidad, mostrándola como meta al alcance de todos y no como algo abstracto y reservado para unos pocos. Su vida es un modelo particularmente para los jóvenes, para no encontrar justificaciones no solo en los éxitos efímeros, sino en los valores perennes que Jesús sugiere en el Evangelio, es decir, para poner a Dios en primer lugar en las grandes y pequeñas circunstancias de la vida, y para servir a los hermanos especialmente los últimos.

La beatificación de Carlo Acutis, hijo de la tierra lombarda y enamorado de la tierra de Asís, es una buena noticia, un anuncio fuerte de que un joven de nuestro tiempo, uno como muchos, ha sido conquistado por Cristo y se ha convertido en un faro luminoso para quienes quieren conocerlo y seguir su ejemplo.

Él testificó que la fe no nos aleja de la vida, sino que nos sumerge profundamente en ella, indicándonos el camino concreto para vivir la alegría del Evangelio. Depende de nosotros seguirlo, atraídos por la fascinante experiencia del beato Carlo para que nuestra vida pueda brillar de luz y esperanza.

Beato Carlo Acutis, ruega por nosotros.

 

 

 

 

Beatificación de Carlo Acutis: “Al cielo sin red”

Primer “influencer de Dios”

octubre 10, 2020 08:05

Testimonios

(zenit – 10 oct. 2020).- La beatificación de Carlo Acutis, joven italiano que murió en 2006 ofreciendo todos sus sufrimientos por la Iglesia y por el Papa, tendrá lugar hoy, 10 de octubre de 2020 en Asís.

A continuación ofrecemos un artículo de Isabel Orellana sobre el nuevo beato de la Iglesia.

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Carlo Acutis, contemporáneo nuestro, tenía 15 años cuando entregó su alma a Dios habiendo legado al mundo una mochila repleta de bendiciones que obtuvo con su cotidiana entrega. Oración, Eucaristía, amor a la Virgen…, y un hondísimo afán por llevar la fe con el instrumento que tenía en sus manos y que sabía manejar de forma hábil, inteligente: Internet. Y lo logró conmoviendo a incontables personas que antes seguramente ignoraban la existencia de milagros eucarísticos, amén de las igualmente numerosas que ya sabían de ellos. Por algo se le denomina “primer influencer de Dios” y “ciberapóstol de la Eucaristía”. Él, que puso el símil del globo que para ascender debe soltar todo lastre, al igual que hemos de hacer nosotros con “nuestros pecados veniales”, subió al cielo sin red. Se había lanzado al vacío sin fondo del amor divino siendo un niño y ya nada ni nadie podría sujetarlo.

De padres milaneses, bien situados profesionalmente, nació en Londres el día de la Santa Cruz, 3 de mayo de 1991, y pocos meses más tarde lo llevaron a Milán donde iba a pasar el resto de su corta existencia. Era bien parecido, aplicado en sus estudios, un chaval despierto y en apariencia como los demás si bien sus actos de generosidad hacia los débiles y desamparados ya delataban que en él latía algo grande.

Aunque sus padres eran católicos no practicantes le habían bautizado y no pusieron impedimento para que recibiese la primera comunión y la confirmación. Estudió en colegios religiosos y se inició en las verdades de la fe a través de su niñera polaca; después un empleado doméstico que había en su hogar que había en su hogar debido a su testimonio se convirtió. A su costumbre de entrar en cualquier templo que tenía a la mano, fue añadiendo las prácticas de piedad comunes a los integrantes de la vida santa. Sus compañeros, sus amigos apreciaban su valía, y sus seres queridos, como su madre, impregnada también por su ejemplo, se acostumbraron a ver como algo natural la singularidad de Carlo. Porque en sus gestos y palabras se traslucía la excepcionalidad de alguien que estando en el mundo vivía con los ojos puestos en el cielo. Son esos “santos de la puertas al lado” que aparecen rutilantes cuando se van al seno de nuestro Padre celestial.

Había sido adornado con la sabiduría divina. Consideraba a la Eucaristía como su “autopista hacia el cielo” y el “Rosario la escalera más corta” para ascender a él, y el “arma más poderosa” después de la Eucaristía, para luchar contra el diablo. Juzgaba que “nuestra meta debe ser el infinito; no el finito”, porque aquél es “nuestra patria. Desde siempre el cielo nos espera”. Amaba profundamente a la Iglesia que defendía sin dudar. Con enorme lucidez había reparado en la singularidad de la persona: “Todos nacemos como originales, pero muchos mueren como fotocopias”. Sabía que “una vida normal puede convertirse en extraordinaria si colocamos a Dios en ella”. Estar siempre unido a Jesús era el único “programa” de su vida. Así aconsejaba: “Encuentra a Dios y encontrarás el sentido de tu vida”. No hubo en ella otra mujer que la Virgen María. Y tenía muy claro que a lo único que “debemos temer realmente es al pecado”. Estos y otros pensamientos que estos días salen a la luz reflejan toda una teología.

El 11 de octubre de 2005 una agresiva leucemia de la que supo no saldría con vida, y así lo vaticinó en un video con serena alegría, se mostró con toda su crudeza. Se ofreció en libación por el Papa y por la Iglesia “para no tener que estar en el Purgatorio y poder ir directo al cielo”. Y el 12 de octubre, día de la Virgen del Pilar se apagaban sus ojos abriéndose en el cielo que soñó. Tanto bien sembrado comenzó a germinar. Al abrir su tumba se halló su cuerpo incorrupto. Beatificado el 10 de octubre de 2020.

 

 

 

 

San Juan XXIII, 11 de octubre

Conocido como el “papa bueno”

octubre 10, 2020 09:00

Testimonios

 

“La inesperada influencia eclesial y mundial de un hombre bueno que desde niño vivió con honda piedad. Fue un gran pacificador, artífice del Concilio Vaticano II y de memorables encíclicas como la Pacem in terris y Mater et Magistra

Hoy se celebra la festividad de Nuestra Señora de Begoña, y entre otros santos y beatos, la vida de este pontífice.

Ángelo Giuseppe, internacionalmente conocido por su afabilidad como el “papa bueno”, nació el 25 de noviembre de 1881 en Sotto il Monte, Bérgamo, Italia. Era el cuarto de trece hermanos de una humilde familia de piadosos campesinos. Creció arropado por las hondas convicciones religiosas del clan Roncalli. Su tío y padrino Zaverio influyó notablemente en su formación espiritual. Ingresó en el seminario de Bérgamo en 1892.

En 1895 comenzó a redactar su extraordinario Diario del alma mientras realizaba ejercicios espirituales. No solo consignó en él buenos propósitos sino que, al ser fiel a ellos, arrebató para su vida un cúmulo de bendiciones. Incluyó pautas cotidianas de oración, reflexión, examen de conciencia, lectura de libros piadosos, rezo a María, de la que fue devoto, etc. Un programa minucioso que iba ampliando atendiendo al mes, al año, y en todo tiempo, caracterizado por la concisión en cuanto a las prácticas de las virtudes en las que juzgó debía progresar. Se encomendaba a sus santos preferidos, que eran junto a Bernardino, Luís Gonzaga, Estanislao de Kostka y Juan Berchmans, todos adalides de la pureza a la que aspiraba. Entonces advirtió que le conduciría al altar la “vida oculta, oración y trabajo. Orar y trabajar, trabajar orando”.

El Diario muestra su extraordinaria sensibilidad plasmada en su amor a Cristo, a la Iglesia, a su familia y al género humano: “cualquier forma de desconfianza o de trato descortés con alguien –sobre todo, si se trata de débiles, pobres o inferiores–, cualquier dureza o irreflexión de juicio me procuran pena e íntimo sufrimiento”. Revela la conciencia de su propia indigencia –“el Miserere por mis pecados debería ser mi plegaria más familiar”–,la humildad y generosidad de un alma nobilísima, dispuesta a conquistar la santidad: “el pensamiento de que estoy obligado, como mi tarea principal y única, a hacerme santo cueste lo que cueste, debe ser mi preocupación constante; pero preocupación serena y tranquila, no agobiante y tirana”. En suma, el Diario revela la trayectoria vital y espiritual de este gran hombre de Dios. Es uno de esos textos que, por su enseñanza, merecen estar en la cabecera de cualquier persona.

Becado en 1901 por la diócesis de Bérgamo, prosiguió su formación en el Pontificio Seminario Romano. Mientras aguardaba el momento de su ordenación que se produjo en 1904, cumplió el servicio militar. En 1905 fue designado secretario del obispo de Bérgamo, Giacomo María Radini Tedeschi, misión que simultaneó como profesor en el seminario de diversas disciplinas y otras acciones pastorales y apostólicas. Comenzaba a ser reconocido como excelente predicador y reclamado por diversas instituciones católicas. Monseñor Radini murió en 1914, y al año siguiente el futuro pontífice tuvo que partir al frente actuando como sargento sanitario y capellán de los combatientes heridos en la batalla.

Culminada la Primera Guerra Mundial, creó la “Casa del estudiante” y desempeñó una gran labor entre los alumnos. Fue director espiritual del seminario en 1919, y a partir de entonces su carrera diplomática fue imparable. Presidió el consejo central de las Obras pontificias para la Propagación de la Fe, fue visitador apostólico y obispo de Bulgaria con sede en Areópoli, delegado apostólico en Turquía y Grecia, nuncio apostólico en París, y finalmente, cardenal y patriarca de Venecia en 1953. En estas relevantes misiones fueron evidentes su sencillez y apertura, así como su carácter respetuoso y dialogante. Era un observador excepcional y supo actuar con prudencia y tacto en todos los momentos delicados que se le presentaron. Ya entonces acogió a miembros de otras religiones. A su paso fue dejando copiosos frutos, apaciguando los ánimos entre el clero y el estamento diplomático. En la Segunda Guerra Mundial ayudó a muchos judíos proporcionándoles el “visado de tránsito”. Siempre tuvo presente el fiat evangélico: “Basta la preocupación por el presente; no es necesario tener fantasía y ansiedad por la construcción del futuro”.

Cuando en 1958, contando ya 77 años, fue elegido pontífice, nadie pudo imaginar –y menos él mismo– que su pontificado iba a suponer un hito de insondables proporciones en la Iglesia. “No puedo mirar demasiado lejos en el tiempo”, decía. Sin embargo, en cinco años escasos fue artífice de una renovación sin precedentes. “Obediencia y paz”, el lema que escogió cuando fue nombrado obispo de Bulgaria, seguía animando su vida que le urgía al amor. No se olvidó de los enfermos, especialmente de los niños, ni de los presos a los que confortó visitándoles, portando con su testimonio el evangelio de la mansedumbre, de la alegría evangélica y de la generosidad. Fue un intrépido apóstol, creativo, innovador… Con ese gesto de paz que le acompañó abría sus brazos a todos. Pero fue también un Papa firme. No dudó en cercenar de raíz formas de vida de la curia que juzgó impropias de su condición, logró que se respetasen los derechos laborales de los empleados del Vaticano, designó cardenales a miembros de países lejanos del Oriente y de América, algo novedoso en la Iglesia, etc.

A los tres meses de pontificado convocó el Concilio Vaticano II, y poco después mantuvo un encuentro con el arzobispo de Canterbury. El Concilio se inició el 11 de octubre de 1962 y con él franqueó la puerta al ecumenismo. “Lo que más vale en la vida es Jesucristo bendito, su santa Iglesia, su Evangelio, la verdad y la bondad”, dijo antes de morir. Había querido renovar la Iglesia con el fin de que pudiese afrontar su misión evangelizadora en la etapa moderna en la que estaba inserta con este luminoso criterio: fijarse “en lo que nos une y no en lo que nos separa”. Escribió ocho encíclicas, entre otras, la Pacem in terris y Mater et Magistra. En mayo de 1963 se conoció el funesto diagnóstico: cáncer de estómago. Murió el 3 de junio de ese año en medio de la consternación del mundo que le amaba profundamente. Juan Pablo II lo beatificó el 3 de septiembre de 2000. Y Francisco lo canonizó el 27 de abril de 2014.