Servicio diario - 15 de noviembre de 2020


 

ANGELUS
Ángelus: El Señor encomienda a cada uno un capital de acuerdo con sus capacidades
Raquel Anillo
Palabras antes del Ángelus

ANGELUS
Ángelus: Costa de Marfil celebra la Jornada Nacional por la Paz
Raquel Anillo
Palabras después de la oración mariana

PAPA FRANCISCO
Homilía del Papa en la IV Jornada Mundial de los Pobres
Redacción zenit
Texto completo

PAPA FRANCISCO
Chemin Neuf: “Una vida sin riesgos no es cristiana”, el mensaje del Papa
Anne Kurian-Montabone
Una delegación de responsables de la comunidad en el Vaticano

PAPAS
Mensaje del Papa para la IV Jornada Mundial de los Pobres
Redacción zenit
15 de noviembre de 2020

TESTIMONIOS
Santa Gertrudis “la Grande”, 16 de noviembre
Isabel Orellana Vilches
“Agraciada con favores sobrenaturales”


 

 

 

Ángelus: El Señor encomienda a cada uno un capital de acuerdo con sus capacidades

Palabras antes del Ángelus

noviembre 15, 2020 12:40

Angelus

(zenit – 15 nov. 2020).- A las 12 del mediodía de hoy, 15 de noviembre de 2020, el Santo Padre Francisco se asomó a la ventana del estudio del Palacio Apostólico Vaticano para recitar el Ángelus con los fieles y peregrinos reunidos en la plaza de San Pedro.

A continuación, siguen las palabras de Francisco, según la traducción oficial ofrecida por la Oficina de Prensa de la Santa Sede.

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Palabras antes del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En este penúltimo domingo del año litúrgico, el Evangelio nos presenta la famosa parábola de los talentos (cf. Mt 25, 14-30). Forma parte del discurso de Jesús sobre los últimos tiempos, que precede inmediatamente a su pasión, muerte y resurrección. La parábola —la hemos escuchado— cuenta de un rico señor que debe partir y, previendo una larga ausencia, encomienda sus bienes a tres de sus siervos: al primero le encomienda cinco talentos, al segundo dos, al tercero uno. Jesús especifica que la distribución se hace “según la capacidad de cada uno” (v. 15). Así hace el Señor con todos nosotros: nos conoce bien, sabe que no somos iguales y no quiere privilegiar a nadie en detrimento de otros, sino que encomienda a cada uno un capital de acuerdo con sus capacidades.

Durante la ausencia del amo, los dos primeros siervos se esforzaron hasta el punto de duplicar la suma que se les había encomendado. No así el tercer siervo, que esconde su talento en un hoyo: para evitar peligros, lo deja allí, a salvo de los ladrones, pero sin hacerlo fructífero. Llega el momento del regreso del amo, que pide cuentas a sus siervos. Los dos primeros presentan el buen fruto de sus esfuerzos; han trabajado, y el amo los elogia, los recompensa y los invita a participar en su fiesta, en su alegría. El tercero, sin embargo, al darse cuenta de que está en falta, inmediatamente empieza a justificarse diciendo: «Señor, sé que eres un hombre duro, que cosechas donde no sembraste y recoges donde no esparciste, por lo cual tuve miedo, y fui y escondí tu talento bajo tierra; aquí tienes lo que es tuyo» (vv. 24-25). Se defiende de su pereza acusando a su amo de ser “duro”. Esta es una costumbre que también nosotros tenemos: muchas veces nos defendemos acusando a los demás. Pero ellos no tienen la culpa, la culpa es nuestra, el defecto es nuestro. Y este siervo acusa a los demás, acusa al amo, para justificarse. A menudo también nosotros hacemos lo mismo. Entonces el amo le recrimina: le llama siervo “malo y perezoso” (v. 26); hace que le quiten su talento y lo echen de su casa.

Esta parábola vale para todos, pero, como siempre, especialmente para los cristianos. También hoy es muy actual, hoy que es la Jornada de los Pobres, en la que la Iglesia nos dice a los cristianos: “Tiende la mano al pobre, tiende tu mano al pobre”. No estás solo en la vida, hay gente que te necesita; no seas egoísta, tiende la mano al pobre.

Todos hemos recibido de Dios un “patrimonio” como seres humanos, una riqueza humana, del tipo que sea. Y como discípulos de Cristo, también hemos recibido la fe, el Evangelio, el Espíritu Santo, los sacramentos, y tantas otras cosas. Estos dones hay que emplearlos para hacer el bien, el bien en esta vida, como servicio a Dios y a los hermanos. Y hoy la Iglesia te dice, nos dice: “Utiliza lo que te ha dado Dios y mira a los pobres. Mira, hay muchos, también en nuestras ciudades, en el centro de nuestra ciudad, hay muchos. ¡Haz el bien!”.

A veces pensamos que ser cristianos es no hacer el mal. Y no hacer el mal es bueno. Pero no hacer el bien no es bueno. Tenemos que hacer el bien, salir de nosotros mismos y mirar, mirar a quienes tienen más necesidad. Hay mucha hambre, incluso en el corazón de nuestras ciudades, y tantas veces entramos en esa lógica de la indiferencia: el pobre está ahí y miramos para el otro lado. Tiende tu mano al pobre: es Cristo. Sí, algunos dicen: “Estos sacerdotes, estos obispos que hablan de los pobres, de los pobres… ¡Nosotros queremos que nos hablen de la vida eterna!”. Escuchad, hermano y hermana, los pobres están en el centro del Evangelio. Es Jesús quien nos ha enseñado a hablar a los pobres, es Jesús quien ha venido por los pobres. Tiende tu mano al pobre. Has recibido muchas cosas, ¿y dejas que tu hermano, tu hermana, muera de hambre?

Queridos hermanos y hermanas, que cada uno diga en su corazón esto que Jesús nos dice hoy, que repita en su corazón: “Tiende tu mano al pobre”. Y Jesús nos dice otra cosa: “Sabes, el pobre soy yo”. Jesús nos dice esto: “El pobre soy yo”.

La Virgen María recibió un gran don: Jesús; pero no se lo guardó para sí misma sino que se lo dio al mundo, a su pueblo. Aprendamos de ella a tender la mano a los pobres.

 

 

 

 

Ángelus: Costa de Marfil celebra la Jornada Nacional por la Paz

Palabras después de la oración mariana

noviembre 15, 2020 15:34

Angelus

(zenit – 15 nov. 2020).-  Después del rezo del Ángelus de este domingo 15 de noviembre de 2020, el Papa Francisco se dirigió a los fieles reunidos en la plaza de San Pedro.

El Santo Padre expresó su solidaridad y oración por la población de Filipinas después de las inundaciones por el paso del tifón. También dirigió su pensamiento a Costa de Marfil que celebra hoy la Jornada Nacional por la Paz, en un contexto de tensiones y recordó el incendio que sufrió ayer un hospital de Rumanía que provocó varias víctimas.

A continuación, siguen las palabras de Francisco, según la traducción oficial ofrecida por la Oficina de Prensa de la Santa Sede.

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Palabras después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas:

Con la oración, estoy cerca de las poblaciones de las Filipinas, que sufren a causa de la destrucción y, sobre todo, de las inundaciones provocadas por un fuerte tifón. Expreso mi solidaridad a las familias más pobres y expuestas a estas calamidades, y mi apoyo a cuantos se esfuerzan por socorrerlas.

Mi pensamiento se dirige a continuación a Costa de Marfil, que celebra hoy la Jornada Nacional de la Paz, en un contexto de tensiones sociales y políticas que, lamentablemente, han provocado numerosas víctimas. Me uno a la oración para obtener del Señor el don de la concordia nacional, y exhorto a todos los hijos e hijas de ese querido país a colaborar responsablemente en la reconciliación y en una convivencia serena. Animo, especialmente, a los diversos actores políticos a que restablezcan un clima de confianza recíproca y diálogo en la búsqueda de soluciones justas que tutelen y promuevan el bien común.

Ayer, en una estructura hospitalaria de Rumanía en la que estaban ingresados varios pacientes afectados por el coronavirus, estalló un incendio que provocó varias víctimas. Expreso mi cercanía y rezo por ellas. Oremos por ellas.

Os saludo a todos vosotros, fieles de Roma y peregrinos procedentes de diversos países. No os olvidéis, que suene hoy en nuestro corazón esta voz de la Iglesia: “Tiende tu mano al pobre. Porque, sabes, el pobre es Cristo”.

Me alegro en especial por la presencia del Coro de Voces Blancas de Hösel (Alemania). ¡Gracias por vuestros cantos!

Os deseo a todos un buen domingo y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta la vista!

 

 

 

 

Homilía del Papa en la IV Jornada Mundial de los Pobres

Texto completo

noviembre 15, 2020 12:29

Papa Francisco

(zenit – 15 nov. 2020).- El Papa Francisco ha presidido la Santa Misa dominical en la basílica de San Pedro con motivo de la IV Jornada Mundial de los Pobres.

Hoy, domingo 15 de noviembre de 2020, a las 10 horas, la Eucaristía ha sido transmitida en vivo con comentarios en español en la página de Facebook de zenit, en el portal de Vatican News y en el canal de YouTube del medio vaticano.

A continuación, sigue la homilía completa del Papa Francisco.

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Homilía del Santo Padre

La parábola que hemos escuchado tiene un comienzo, un desarrollo y un desenlace, que iluminan el principio, el núcleo y el final de nuestras vidas.

El comienzo. Todo inicia con un gran bien: el dueño no se guarda sus riquezas para sí mismo, sino que las da a los siervos; a uno cinco, a otro dos, a otro un talento, “a cada cual según su capacidad” (Mt 25,15).

Se ha calculado que un único talento correspondía al salario de unos veinte años de trabajo: era un bien superabundante, que entonces era suficiente para toda una vida. Aquí está el comienzo: también para nosotros todo empezó con la gracia de Dios —todo, inicia siempre con la gracia, no con nuestras fuerzas— con la gracia de Dios, que es Padre y ha puesto tanto bien en nuestras manos, confiando a cada uno talentos diferentes.

Somos portadores de una gran riqueza, que no depende de cuánto poseamos, sino de lo que somos: de la vida que hemos recibido, del bien que hay en nosotros, de la belleza irreemplazable que Dios nos ha dado, porque somos hechos a su imagen, cada uno de nosotros es precioso a sus ojos, cada uno de nosotros es único e insustituible en la historia. Así nos mira Dios, así nos trata Dios.

Qué importante es recordar esto: En demasiadas ocasiones, cuando miramos nuestra vida, vemos sólo lo que nos falta y nos quejamos de lo que no tenemos. Entonces cedemos a la tentación del “¡ojalá!”: ¡ojalá tuviera ese trabajo, ojalá tuviera esa casa, ojalá tuviera dinero y éxito, ojalá no tuviera ese problema, ojalá tuviera mejores personas a mi alrededor!…

Pero la ilusión del “ojalá” nos impide ver lo bueno y nos hace olvidar los talentos que tenemos. Sí, tú no tienes aquello, pero tienes esto, y el “ojalá” hace que olvidemos esto. Pero Dios nos los ha confiado porque nos conoce a cada uno y sabe de lo que somos capaces; confía en nosotros, a pesar de nuestras fragilidades. También confió en aquel siervo que ocultó el talento: Dios esperaba que, a pesar de sus temores, también él utilizara bien lo que había recibido.

En concreto, el Señor nos pide que nos comprometamos con el presente sin añoranza del pasado, sino en la espera diligente de su venida. Esa nostalgia fea, que es como un humor amarillo, un humor negro que envenena el alma y hace que siempre mire hacia atrás, siempre a los demás, pero nunca a las propias manos, a las posibilidades de trabajo que el Señor nos ha dado, a nuestras condiciones, incluso a nuestra pobreza.

Así llegamos al centro de la parábola: es el trabajo de los sirvientes, es decir, el servicio. El servicio es también obra nuestra, el esfuerzo que hace fructificar nuestros talentos y da sentido a la vida: de hecho, no sirve para vivir el que no vive para servir. Necesitamos repetir esto, repetirlo muchas veces: No sirve para vivir el que no vive para servir. Debemos meditar esto: No sirve para vivir el que no vive para servir.

¿Pero cuál es el estilo de servicio? En el Evangelio, los siervos buenos son los que arriesgan. No son cautelosos y precavidos, no guardan lo que han recibido, sino que lo emplean. Porque el bien, si no se invierte, se pierde; porque la grandeza de nuestra vida no depende de cuánto acaparamos, sino de cuánto fruto damos.

Cuánta gente pasa su vida acumulando, pensando en estar bien en vez de hacer el bien. ¡Pero qué vacía es una vida que persigue las necesidades, sin mirar a los necesitados! Si tenemos dones, es para ser nosotros dones para los demás. Y aquí, hermanos y hermanas, nos preguntamos: ¿Sigo las necesidades, solamente, o soy capaz de mirar a los que tienen necesitad? ¿A quién está necesitado? ¿Mi mano es así [abierta] o así [cerrada]?

Cabe destacar que los siervos que invierten, que arriesgan, son llamados “fieles” cuatro veces (vv. 21.23). Para el Evangelio no hay fidelidad sin riesgo. “Pero, Padre, ¿ser cristiano significa correr riesgos?” ― “Sí, queridos, arriesgar. Si no te arriesgas, terminarás como el tercer siervo: enterrando tus capacidades, tus riquezas espirituales y materiales, todo”.

Arriesgar: no hay fidelidad sin riesgo. Ser fiel a Dios es gastar la vida, es dejar que los planes se trastoquen por el servicio. “Yo tengo este plan, pero si sirvo…”. Deja que se trastoque el plan, tú sirve”. Es triste cuando un cristiano juega a la defensiva, apegándose sólo a la observancia de las reglas y al respeto de los mandamientos. Esos cristianos “comedidos” que nunca dan un paso fuera de las normas, nunca, porque tienen miedo al riesgo.

Y estos, permítanme la imagen, estos que se cuidan tanto que nunca se arriesgan, estos comienzan en la vida un proceso de momificación del alma, y terminan siendo momias. Esto no es suficiente, no basa observar las normas; la fidelidad a Jesús no se limita simplemente a no equivocarse; es negativo esto. Así pensaba el sirviente holgazán de la parábola: falto de iniciativa y creatividad, se escondió detrás de un miedo estéril y enterró el talento recibido. El dueño incluso lo calificó como “malo” (v. 26). A pesar de no haber hecho nada malo, pero tampoco nada bueno. Prefirió pecar por omisión antes de correr el riesgo de equivocarse.

No fue fiel a Dios, que ama entregase totalmente; y le hizo la peor ofensa: devolverle el don recibido. “Tú me has dato esto, yo te doy esto”, nada más. En cambio, el Señor nos invita a jugárnosla generosamente, a vencer el miedo con la valentía del amor, a superar la pasividad que se convierte en complicidad.

Hoy, en estos tiempos de incertidumbre, en estos tiempos de fragilidad, no desperdiciemos nuestras vidas pensando sólo en nosotros mismos, con esa actitud de indiferencia. No nos engañemos diciendo: “Hay paz y seguridad” (1 Ts 5,3). San Pablo nos invita a enfrentar la realidad, a no dejarnos contagiar por la indiferencia.

Entonces, ¿cómo podemos servir siguiendo la voluntad de Dios? El dueño le explica esto al sirviente infiel: “Debías haber llevado mi dinero a los prestamistas, para que, al volver yo, pudiera recoger lo mío con los intereses” (v. 27). ¿Quiénes son los “prestamistas” para nosotros, capaces de conseguir un interés duradero? Son los pobres.

No lo olviden: los pobres están en el centro del Evangelio; el Evangelio no puede ser entendido sin los pobres. Los pobres tienen la misma personalidad que Jesús, que siendo rico se despojó de todo, se hizo pobre, se hizo pecado, la pobreza más fea. Los pobres nos garantizan un rédito eterno y ya desde ahora nos permiten enriquecernos en el amor. Porque la mayor pobreza que hay que combatir es nuestra carencia de amor. La mayor pobreza para combatir es nuestra pobreza de amor.

El Libro de los Proverbios alaba a una mujer laboriosa en el amor, cuyo valor es mayor que el de las perlas: debemos imitar a esta mujer que, según el texto, “tiende sus brazos al pobre” (Pr 31,20): esta es la mayor riqueza de esta mujer. Extiende tu mano a los necesitados, en lugar de exigir lo que te falta: de este modo multiplicarás los talentos que has recibido.

Se aproxima la Navidad, tiempo de celebraciones. Cuántas veces, la pregunta que mucha gente se hace es: “¿Qué puedo comprar? ¿Qué más puedo tener? Necesito ir a las tiendas a comprar”. Digamos la otra palabra, “¿Qué puedo dar a los demás?”, para ser como Jesús, que se dio a sí mismo y nació propiamente en aquel pesebre.

Llegamos así al final de la parábola: habrá quien tenga abundancia y quien haya desperdiciado su vida y permanecerá siendo pobre (cf. v. 29). Al final de la vida, en definitiva, se revelará la realidad: la apariencia del mundo se desvanecerá, según la cual el éxito, el poder y el dinero dan sentido a la existencia, mientras que el amor, lo que hemos dado, se revelará como la verdadera riqueza.

Todo eso se desvanecerá, en cambio el amor emergerá. Un gran Padre de la Iglesia escribió: “Así es como sucede en la vida: después de que la muerte ha llegado y el espectáculo ha terminado, todos se quitan la máscara de la riqueza y la pobreza y se van de este mundo. Y se los juzga sólo por sus obras, unos verdaderamente ricos, otros pobres” (S. Juan Crisóstomo, Discursos sobre el pobre Lázaro, II, 3). Si no queremos vivir pobremente, pidamos la gracia de ver a Jesús en los pobres, de servir a Jesús en los pobres.

Me gustaría agradecer a tantos fieles siervos de Dios, que no dan de qué hablar sobre ellos mismos, sino que viven así, sirviendo. Pienso, por ejemplo, en D. Roberto Malgesini. Este sacerdote no hizo teorías; simplemente, vio a Jesús en los pobres y el sentido de la vida en el servicio.

Enjugó las lágrimas con mansedumbre, en el nombre de Dios que consuela. En el comienzo de su día estaba la oración, para acoger el don de Dios; en el centro del día estaba la caridad, para hacer fructificar el amor recibido; en el final, un claro testimonio del Evangelio.

Este hombre comprendió que tenía que tender su mano a los muchos pobres que encontraba diariamente porque veía a Jesús en cada uno de ellos. Hermanos y hermanas: Pidamos la gracia de no ser cristianos de palabras, sino en los hechos. Para dar fruto, como Jesús desea. Que así sea.

 

© Librería Editorial Vaticana

 

 

 

 

Chemin Neuf: “Una vida sin riesgos no es cristiana”, el mensaje del Papa

Una delegación de responsables de la comunidad en el Vaticano

noviembre 15, 2020 11:32

Papa Francisco

(zenit – 15 nov. 2020).- “Una vida sin riesgos no es cristiana”, advierte el Papa Francisco en un video filmado por una delegación francesa de la Comunidad Chemin Neuf, que llegó al Vaticano el 12 de noviembre de 2020. “El Señor no os dejará solos”, afirma él también.

Al recibir al p. François Michon, responsable de la comunidad, con su fundador, el P. Laurent Fabre, acompañado del P. Etienne Vetö, el Papa se prestó a unas pocas palabras de aliento en el acto: “Hermanos y hermanas”, dijo en el video publicado en Twitter al final del día , “Sé que vuestro nombre es Chemin Neuf; Sé que estáis en camino”.

“Estar en camino”, agregó el Papa, “es avanzar, no es dar vueltas, no es hacer turismo, ni es entrar en un laberinto. Pero recorrer un largo camino es avanzar. Y existe un riesgo. Siempre existe un riesgo. Pero una vida sin riesgo no es cristiana”.

“Os animo a emprender vuestro camino, en el discernimiento del Señor, en obediencia a la Iglesia, a la gran Iglesia donde todos somos hermanos. Pero dejemos que el Espíritu Santo guíe el camino”, continuó el Papa.

Llamó a los miembros de la comunidad a la “fidelidad a Cristo, fidelidad a la Iglesia, que es su esposa. Los dos siempre van juntos y nunca se separan”.

“Gracias por lo que hacéis, gracias por vuestro testimonio”, concluyó el Papa Francisco. Avanzar, siempre en diálogo, con los obispos, con el obispo de Roma, pero siempre adelante y con discernimiento. El Señor no os dejará solo. Gracias y rezad por mí”.

La comunidad Chemin Neuf, nació en 1973 en Lyon de un grupo de oración por iniciativa del jesuita Laurent Fabre, es ecuménico. Hoy cuenta con cerca de 2000 miembros, laicos y consagrados, en una treintena de países. Lleva el nombre de Chemin Neuf por la calle de Lyon donde nació.

 

Traducido por Raquel Anillo

 

 

 

 

Mensaje del Papa para la IV Jornada Mundial de los Pobres

15 de noviembre de 2020

noviembre 15, 2020 09:00

Papas

(zenit – 13 junio 2020).- Con motivo de la IV Jornada Mundial de los Pobres, que se celebra el XXXIII domingo del Tiempo Ordinario –este año el 15 de noviembre de 2020– y cuyo tema “Tiende tu mano al pobre” (Sir. 7:32), el Papa Francisco ha escrito un mensaje.

Publicamos a continuación el texto completo de Francisco, titulado “Tiende tu mano al pobre” .

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Mensaje del Papa Francisco

Tiende tu mano al pobre” (cf. Sir 7,32)

“Tiende tu mano al pobre” (cf. Sir 7,32). La antigua sabiduría ha formulado estas palabras como un código sagrado a seguir en la vida. Hoy resuenan con todo su significado para ayudarnos también a nosotros a poner nuestra mirada en lo esencial y a superar las barreras de la indiferencia. La pobreza siempre asume rostros diferentes, que requieren una atención especial en cada situación particular; en cada una de ellas podemos encontrar a Jesús, el Señor, que nos reveló estar presente en sus hermanos más débiles (cf. Mt 25,40).

1. Tomemos en nuestras manos el Eclesiástico, también conocido como Sirácida, uno de los libros del Antiguo Testamento. Aquí encontramos las palabras de un sabio maestro que vivió unos doscientos años antes de Cristo. Él buscaba la sabiduría que hace a los hombres mejores y capaces de escrutar en profundidad las vicisitudes de la vida. Lo hizo en un momento de dura prueba para el pueblo de Israel, un tiempo de dolor, luto y miseria causado por el dominio de las potencias extranjeras. Siendo un hombre de gran fe, arraigado en las tradiciones de sus antepasados, su primer pensamiento fue dirigirse a Dios para pedirle el don de la sabiduría. Y el Señor le ayudó.

Desde las primeras páginas del libro, el Sirácida expone sus consejos sobre muchas situaciones concretas de la vida, y la pobreza es una de ellas. Insiste en el hecho de que en la angustia hay que confiar en Dios: “Endereza tu corazón, mantente firme y no te angusties en tiempo de adversidad. Pégate a él y no te separes, para que al final seas enaltecido. Todo lo que te sobrevenga, acéptalo, y sé paciente en la adversidad y en la humillación. Porque en el fuego se prueba el oro, y los que agradan a Dios en el horno de la humillación. En las enfermedades y en la pobreza pon tu confianza en él. Confía en él y él te ayudará, endereza tus caminos y espera en él. Los que teméis al Señor, aguardad su misericordia y no os desviéis, no sea que caigáis” (2,2-7).

2. Página tras página, descubrimos un precioso compendio de sugerencias sobre cómo actuar a la luz de una relación íntima con Dios, creador y amante de la creación, justo y providente con todos sus hijos. Sin embargo, la constante referencia a Dios no impide mirar al hombre concreto; al contrario, las dos cosas están estrechamente relacionadas.

Lo demuestra claramente el pasaje del cual se toma el título de este Mensaje (cf. 7,29-36). La oración a Dios y la solidaridad con los pobres y los que sufren son inseparables. Para celebrar un culto que sea agradable al Señor, es necesario reconocer que toda persona, incluso la más indigente y despreciada, lleva impresa en sí la imagen de Dios. De tal atención deriva el don de la bendición divina, atraída por la generosidad que se practica hacia el pobre. Por lo tanto, el tiempo que se dedica a la oración nunca puede convertirse en una coartada para descuidar al prójimo necesitado; sino todo lo contrario: la bendición del Señor desciende sobre nosotros y la oración logra su propósito cuando va acompañada del servicio a los pobres.

3. ¡Qué actual es esta antigua enseñanza, también para nosotros! En efecto, la Palabra de Dios va más allá del espacio, del tiempo, de las religiones y de las culturas. La generosidad que sostiene al débil, consuela al afligido, alivia los sufrimientos, devuelve la dignidad a los privados de ella, es una condición para una vida plenamente humana. La opción por dedicarse a los pobres y atender sus muchas y variadas necesidades no puede estar condicionada por el tiempo a disposición o por intereses privados, ni por proyectos pastorales o sociales desencarnados. El poder de la gracia de Dios no puede ser sofocado por la tendencia narcisista a ponerse siempre uno mismo en primer lugar.

Mantener la mirada hacia el pobre es difícil, pero muy necesario para dar a nuestra vida personal y social la dirección correcta. No se trata de emplear muchas palabras, sino de comprometer concretamente la vida, movidos por la caridad divina. Cada año, con la Jornada Mundial de los Pobres, vuelvo sobre esta realidad fundamental para la vida de la Iglesia, porque los pobres están y estarán siempre con nosotros (cf. Jn 12,8) para ayudarnos a acoger la compañía de Cristo en nuestra vida cotidiana.

4. El encuentro con una persona en condición de pobreza siempre nos provoca e interroga. ¿Cómo podemos ayudar a eliminar o al menos aliviar su marginación y sufrimiento? ¿Cómo podemos ayudarla en su pobreza espiritual? La comunidad cristiana está llamada a involucrarse en esta experiencia de compartir, con la conciencia de que no le está permitido delegarla a otros. Y para apoyar a los pobres es fundamental vivir la pobreza evangélica en primera persona. No podemos sentirnos “bien” cuando un miembro de la familia humana es dejado al margen y se convierte en una sombra. El grito silencioso de tantos pobres debe encontrar al pueblo de Dios en primera línea, siempre y en todas partes, para darles voz, defenderlos y solidarizarse con ellos ante tanta hipocresía y tantas promesas incumplidas, e invitarlos a participar en la vida de la comunidad.

Es cierto, la Iglesia no tiene soluciones generales que proponer, pero ofrece, con la gracia de Cristo, su testimonio y sus gestos de compartir. También se siente en la obligación de presentar las exigencias de los que no tienen lo necesario para vivir. Recordar a todos el gran valor del bien común es para el pueblo cristiano un compromiso de vida, que se realiza en el intento de no olvidar a ninguno de aquellos cuya humanidad es violada en las necesidades fundamentales.

5. Tender la mano hace descubrir, en primer lugar, a quien lo hace, que dentro de nosotros existe la capacidad de realizar gestos que dan sentido a la vida. ¡Cuántas manos tendidas se ven cada día! Lamentablemente, sucede cada vez más a menudo que la prisa nos arrastra a una vorágine de indiferencia, hasta el punto de que ya no se sabe más reconocer todo el bien que cotidianamente se realiza en el silencio y con gran generosidad. Así sucede que, sólo cuando ocurren hechos que alteran el curso de nuestra vida, nuestros ojos se vuelven capaces de vislumbrar la bondad de los santos “de la puerta de al lado”, “de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios” (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 7), pero de los que nadie habla. Las malas noticias son tan abundantes en las páginas de los periódicos, en los sitios de internet y en las pantallas de televisión, que nos convencen que el mal reina soberano. No es así. Es verdad que está siempre presente la maldad y la violencia, el abuso y la corrupción, pero la vida está entretejida de actos de respeto y generosidad que no sólo compensan el mal, sino que nos empujan a ir más allá y a estar llenos de esperanza.

6. Tender la mano es un signo: un signo que recuerda inmediatamente la proximidad, la solidaridad, el amor. En estos meses, en los que el mundo entero ha estado como abrumado por un virus que ha traído dolor y muerte, desaliento y desconcierto, ¡cuántas manos tendidas hemos podido ver! La mano tendida del médico que se preocupa por cada paciente tratando de encontrar el remedio adecuado. La mano tendida de la enfermera y del enfermero que, mucho más allá de sus horas de trabajo, permanecen para cuidar a los enfermos. La mano tendida del que trabaja en la administración y proporciona los medios para salvar el mayor número posible de vidas. La mano tendida del farmacéutico, quién está expuesto a tantas peticiones en un contacto arriesgado con la gente. La mano tendida del sacerdote que bendice con el corazón desgarrado. La mano tendida del voluntario que socorre a los que viven en la calle y a los que, a pesar de tener un techo, no tienen comida. La mano tendida de hombres y mujeres que trabajan para proporcionar servicios esenciales y seguridad. Y otras manos tendidas que podríamos describir hasta componer una letanía de buenas obras. Todas estas manos han desafiado el contagio y el miedo para dar apoyo y consuelo.

7. Esta pandemia llegó de repente y nos tomó desprevenidos, dejando una gran sensación de desorientación e impotencia. Sin embargo, la mano tendida hacia el pobre no llegó de repente. Ella, más bien, ofrece el testimonio de cómo nos preparamos a reconocer al pobre para sostenerlo en el tiempo de la necesidad. Uno no improvisa instrumentos de misericordia. Es necesario un entrenamiento cotidiano, que proceda de la conciencia de lo mucho que necesitamos, nosotros los primeros, de una mano tendida hacia nosotros.

Este momento que estamos viviendo ha puesto en crisis muchas certezas. Nos sentimos más pobres y débiles porque hemos experimentado el sentido del límite y la restricción de la libertad. La pérdida de trabajo, de los afectos más queridos y la falta de las relaciones interpersonales habituales han abierto de golpe horizontes que ya no estábamos acostumbrados a observar. Nuestras riquezas espirituales y materiales fueron puestas en tela de juicio y descubrimos que teníamos miedo. Encerrados en el silencio de nuestros hogares, redescubrimos la importancia de la sencillez y de mantener la mirada fija en lo esencial. Hemos madurado la exigencia de una nueva fraternidad, capaz de ayuda recíproca y estima mutua. Este es un tiempo favorable para “volver a sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad por los demás y por el mundo […]. Ya hemos tenido mucho tiempo de degradación moral, burlándonos de la ética, de la bondad, de la fe, de la honestidad […]. Esa destrucción de todo fundamento de la vida social termina enfrentándonos unos con otros para preservar los propios intereses, provoca el surgimiento de nuevas formas de violencia y crueldad e impide el desarrollo de una verdadera cultura del cuidado del ambiente” (Carta enc. Laudato si’, 229). En definitiva, las graves crisis económicas, financieras y políticas no cesarán mientras permitamos que la responsabilidad que cada uno debe sentir hacia al prójimo y hacia cada persona permanezca aletargada.

8. “Tiende la mano al pobre” es, por lo tanto, una invitación a la responsabilidad y un compromiso directo de todos aquellos que se sienten parte del mismo destino. Es una llamada a llevar las cargas de los más débiles, como recuerda san Pablo: “Mediante el amor, poneos al servicio los unos de los otros. Porque toda la Ley encuentra su plenitud en un solo precepto:Amarás a tu prójimo como a ti mismo. […] Llevad las cargas los unos de los otros” (Ga5,13-14; 6,2). El Apóstol enseña que la libertad que nos ha sido dada con la muerte y la resurrección de Jesucristo es para cada uno de nosotros una responsabilidad para ponernos al servicio de los demás, especialmente de los más débiles. No se trata de una exhortación opcional, sino que condiciona de la autenticidad de la fe que profesamos.

El libro del Eclesiástico viene otra vez en nuestra ayuda: sugiere acciones concretas para apoyar a los más débiles y también utiliza algunas imágenes evocadoras. En un primer momento toma en consideración la debilidad de cuantos están tristes: “No evites a los que lloran” (7,34). El período de la pandemia nos obligó a un aislamiento forzoso, incluso impidiendo que pudiéramos consolar y permanecer cerca de amigos y conocidos afligidos por la pérdida de sus seres queridos. Y sigue diciendo el autor sagrado: “No dejes de visitar al enfermo” (7,35). Hemos experimentado la imposibilidad de estar cerca de los que sufren, y al mismo tiempo hemos tomado conciencia de la fragilidad de nuestra existencia. En resumen, la Palabra de Dios nunca nos deja tranquilos y continúa estimulándonos al bien.

9. “Tiende la mano al pobre” destaca, por contraste, la actitud de quienes tienen las manos en los bolsillos y no se dejan conmover por la pobreza, de la que a menudo son también cómplices. La indiferencia y el cinismo son su alimento diario. ¡Qué diferencia respecto a las generosas manos que hemos descrito! De hecho, hay manos tendidas para rozar rápidamente el teclado de una computadora y mover sumas de dinero de una parte del mundo a otra, decretando la riqueza de estrechas oligarquías y la miseria de multitudes o el fracaso de naciones enteras. Hay manos tendidas para acumular dinero con la venta de armas que otras manos, incluso de niños, usarán para sembrar muerte y pobreza. Hay manos tendidas que en las sombras intercambian dosis de muerte para enriquecerse y vivir en el lujo y el desenfreno efímero. Hay manos tendidas que por debajo intercambian favores ilegales por ganancias fáciles y corruptas. Y también hay manos tendidas que, en el puritanismo hipócrita, establecen leyes que ellos mismos no observan.

En este panorama, “los excluidos siguen esperando. Para poder sostener un estilo de vida que excluye a otros, o para poder entusiasmarse con ese ideal egoísta, se ha desarrollado una globalización de la indiferencia. Casi sin advertirlo, nos volvemos incapaces de compadecernos ante los clamores de los otros, ya no lloramos ante el drama de los demás ni nos interesa cuidarlos, como si todo fuera una responsabilidad ajena que no nos incumbe” (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 54). No podemos ser felices hasta que estas manos que siembran la muerte se transformen en instrumentos de justicia y de paz para el mundo entero.

10. “En todas tus acciones, ten presente tu final” (Sir7,36). Esta es la expresión con la que elSirácida concluye su reflexión. El texto se presta a una doble interpretación. La primera hace evidente que siempre debemos tener presente el fin de nuestra existencia. Acordarse de nuestro destino común puede ayudarnos a llevar una vida más atenta a quien es más pobre y no ha tenido las mismas posibilidades que nosotros. Existe también una segunda interpretación, que evidencia más bien el propósito, el objetivo hacia el que cada uno tiende. Es el fin de nuestra vida que requiere un proyecto a realizar y un camino a recorrer sin cansarse. Y bien, la finalidad de cada una de nuestras acciones no puede ser otro que el amor. Este es el objetivo hacia el que nos dirigimos y nada debe distraernos de él. Este amor es compartir, es dedicación y servicio, pero comienza con el descubrimiento de que nosotros somos los primeros amados y movidos al amor. Este fin aparece en el momento en que el niño se encuentra con la sonrisa de la madre y se siente amado por el hecho mismo de existir. Incluso una sonrisa que compartimos con el pobre es una fuente de amor y nos permite vivir en la alegría. La mano tendida, entonces, siempre puede enriquecerse con la sonrisa de quien no hace pesar su presencia y la ayuda que ofrece, sino que sólo se alegra de vivir según el estilo de los discípulos de Cristo.

En este camino de encuentro cotidiano con los pobres, nos acompaña la Madre de Dios que, de modo particular, es la Madre de los pobres. La Virgen María conoce de cerca las dificultades y sufrimientos de quienes están marginados, porque ella misma se encontró dando a luz al Hijo de Dios en un establo. Por la amenaza de Herodes, con José su esposo y el pequeño Jesús huyó a otro país, y la condición de refugiados marcó a la sagrada familia durante algunos años. Que la oración a la Madre de los pobres pueda reunir a sus hijos predilectos y a cuantos les sirven en el nombre de Cristo. Y que esta misma oración transforme la mano tendida en un abrazo de comunión y de renovada fraternidad.

Roma, en San Juan de Letrán, 13 de junio de 2020,
memoria litúrgica de san Antonio de Padua.

 

Francisco

 

 

 

 

Santa Gertrudis “la Grande”, 16 de noviembre

“Agraciada con favores sobrenaturales”

noviembre 15, 2020 09:00

Testimonios

 

“Esta gran benedictina es un ejemplo de fortaleza en medio de la debilidad. Toda su vida tuvo que luchar contra su fuerte temperamento. Vio conmovida cómo, a pesar de ello, era constantemente agraciada con favores sobrenaturales”

En los claustros del monasterio de Helfta se fraguó el itinerario espiritual de esta gran santa mística benedictina nacida el 6 de enero de 1256, de la que no se puede proporcionar fehacientemente ni lugar de nacimiento ni nombre de sus progenitores.

Santa Gertrudis comprendió a través de una locución que este hecho se insertaba en un plan divino sobre su vida. Sin referente alguno familiar, exonerada de cualquier lazo de sangre, en su horizonte solo cupo la oración y la contemplación, alimento de sus jornadas monacales que se iniciaron cuando tenía 5 años. En esa unión con la Santísima Trinidad que perseguía no cabrían más afectos.

Las religiosas benedictinas le dieron una esmerada y vasta formación espiritual y cultural en conformidad con el espíritu monacal, que incluía diversas disciplinas. Como le ha sucedido a muchos seguidores de Cristo, tuvo modelos para su acontecer.

Se fijó en otras grandes místicas alemanas, Matilde y Gertrudis de Hackeborn, que era entonces la abadesa del monasterio. Una tercera hermana, con la que compartió amistad y vivencias de manera singular, fue la excepcional mística, también de origen germano, Matilde de Magdeburgo, que se incorporó a la comunidad hacia el año 1270.

A simple vista Gertrudis no mostraba rasgos significativos espirituales que pudieran identificar en ella a una persona que podía recibir el privilegio divino de ser agraciada con diversos favores. Su fina sensibilidad y hondura espiritual pronto le llevaron a reconocer en su interior debilidades y tendencias que constituían un veto para caminar por el sendero de la perfección.

Santa Gertrudis examinaba su alma apreciando en ella zonas umbrías, alejadas de Dios. La piedra de toque de toda vida santa es el defecto dominante que usualmente no se circunscribe a uno solo. Malos hábitos agazapados, a veces inconscientes, sutilmente perviven insertados en él.

Se hallan prestos a exteriorizarse a la primera de cambio, dominando al asceta, a menos que viva una oración continua. Un temperamento impulsivo y otras manifestaciones caracterológicas provocaban muchos sufrimientos a Gertrudis que, como san Pablo advirtió, veía que no hacía el bien que quería sino el mal que no deseaba.

Con todo, la apreciación de rasgos no virtuosos en ella no le indujeron al desánimo. Por el contrario, humildemente y de manera insistente oraba por su conversión; lo hizo en medio de la lucha que sostuvo contra sus tendencias a lo largo de su existencia.

Pese a sus flaquezas, Dios la agraciaba con diversos favores, lo cual era incomprensible para ojos ajenos regidos por razones humanas, esas que no reparan en el misterio de los designios divinos. La victoria sobre la debilidad es fuente de fortaleza.

Y aunque Gertrudis se sintiera empujada por un carácter impetuoso y poco dado a la templanza, fue humilde, caritativa, sencilla, servicial, sensible hacia los débiles que socorrió con ternura, una persona accesible a todos, fiel observante de la regla y penitente.

El 27 de enero de 1281 constituyó el inicio de su despegue espiritual e intelectual. Se produjo después de ver a un joven Jesucristo que le invitaba a cambiar de vida asegurándole que la asistiría conduciéndola en ese camino.

Desde ese momento, huyendo de la vanidad y desprendiéndose de sus aficiones, santa Gertrudis se centró en alcanzar la unión con Dios, y comenzó a profundizar en la Escritura, los santos Padres y la teología, abandonando otros intereses intelectuales. Tenía una dotes formidables para el estudio al que estaba dedicada muy especialmente.

Se ha considerado que quizá esta atención pudo influirle de forma inicial en su progreso espiritual, restándole recogimiento. Pero también se ha hecho notar que debió ayudarle a neutralizar flaquezas, y preservarla de incurrir en otros errores personales, debidos a su fuerte temperamento, que hubieran podido conducirla por derroteros ajenos a la vida espiritual.

Lo cierto es que a esa primera revelación siguieron otras comunicaciones y experiencias místicas que le alentaban en su búsqueda de lo divino, mientras se esforzaba en progresar en la virtud, horrorizada por sus pecados y agraciada por el don de temor de Dios.

Confundida, sintiéndose cada vez más indigna de recibir tantos favores sobrenaturales porque se veía frágil y pecadora, vivía con indecible conmoción que Dios le otorgara tal cúmulo de dones: “…he aprovechado tan poco tus gracias que no puedo decidirme a creer que me hayan sido concedidas para mí sola, no pudiendo tu eterna sabiduría ser frustrada por alguien. Haz, por tanto, oh Dador de todo bien, que me has concedido gratuitamente dones tan inmerecidos, que, leyendo este escrito, el corazón de al menos uno de tus amigos se conmueva por el pensamiento de que el celo por las almas te ha inducido a dejar durante tanto tiempo una gema de valor tan inestimable en medio del fango abominable de mi corazón”.

En los cinco tomos que comprenden sus Revelaciones plasman las gracias que recibió; el segundo es de su autoría. Con rigor y fidelidad transmitió la fe en sus escritos, entre los que también se cuentan Heraldo del divino amor y sus excepcionales ejercicios espirituales.

Santa Gertrudis fue agraciada, entre otros, con el don de milagros y de profecía. Se le otorgó reposar su cabeza en la llaga del costado de Cristo oyendo el pálpito de su divino corazón. Pero entre todos los favores que recayeron sobre ella, destacó dos en particular con estas palabras: “Los estigmas de tus saludables llagas que me imprimiste, como preciosas joyas, en el corazón, y la profunda y saludable herida de amor con que lo marcaste…”.

Y “el de darme por Abogada a la Santísima Virgen María Madre Tuya, y de haberme recomendado a menudo a su afecto como el más fiel de los esposos podría recomendar a su propia madre su esposa querida”. Gertrudis padeció muchas enfermedades. Murió el 17 de noviembre, bien de 1301 o de 1302. El 27 de enero de 1678 fue inscrita en el Martirologio Romano.