[Ésta es la sextra entrega de la serie Charlas
Matrimoniales, del Padre Antonio Rivero]
Artículos precedentes:
La fuerza del
amor
Tu familia
La barca del
matrimonio
Las estaciones en el matrimonio
Decálogo para ser fiel
La comunicación es muy diferente de la conversación; la comunicación es
poner en común lo más valioso: es profunda, comprometedora, hace correr
riesgos. Es fácil conversar, es muy difícil comunicarse de verdad. Pero
la comunicación verdadera enriquece; la simple conversación sólo
entretiene.
Ésta es la diferencia fundamental si miramos el resultado: una cosa es
hacer pasar el tiempo, y otra es hacer sentir más feliz a la persona,
entregarle las propias riquezas interiores, alimentando su amor.
Un matrimonio es más feliz si es capaz de tener una verdadera
comunicación. La comunicación alimenta el amor. Comunicarse es amar de
verdad, porque regala la propia intimidad, que es la riqueza de la
persona, su originalidad. Sólo quien se comunica en profundidad, ama.
¿Qué es la comunicación? Por comunicación entendemos poner en común lo
“íntimo” de cada uno, lo que cada uno siente por dentro, en su intimidad
personal que es siempre original, única, exclusiva, irrepetible, y que
sólo uno mismo conoce y valora como algo personalísimo.
No hay recetas mágicas para las dificultades de la vida, pero sí hay
maneras en que la carga puede ser más ligera.
Día a día debemos ir construyendo el edificio del matrimonio.
I. PROBLEMAS
¿Cuál es la diferencia entre la comunicación y la conversación?
¿Qué requisitos se necesitan para comunicarse? ¿Y para conversar?
¿Qué impide la comunicación en familia, ya sea entre esposo y esposa, y
entre padres e hijos?
¿Por qué no se llega a una comunicación profunda, constructiva?
¿Por qué en la comunicación entre esposos se llega a conflictos que
podían haberse evitado?
¿Por qué los chicos no hablan con sus padres, no intiman con ellos? ¿Por
qué no les tienen confianza? ¿Por qué gustan estar más fuera de casa que
dentro?
II. DEFINAMOS TÉRMINOS
1. Comunicar: los contenidos de una verdadera comunicación
son todas aquellas cosas que están dentro de nosotros, en nuestro mundo
íntimo: sentimientos, emociones, penas, alegrías, tristezas,
desconciertos, dudas, miedos. Cuando uno abre su interior a otro, debe
tener conciencia de que corre el “riesgo” de no ser acogido como
quisiera y, por lo tanto, una comunicación verdadera no se puede
realizar con cualquiera, en cualquier momento. No puede exponerse
imprudentemente al riesgo de sufrir un rechazo o una incomprensión.
2. Conversar: los contenidos, por el contrario, de una
conversación son las cosas que nos suceden de fuera de nosotros. En la
conversación expresamos ideas, relatos, juicios, razones, explicaciones.
Una conversación puede ser muy interesante, puede durar horas, puede ser
entretenidísima, pero no revela ni regala la propia intimidad, o si lo
hace, lo hace fugazmente, como quien no quiere y se le escapa una
emoción personal. Lo conversado es algo que otros también podrían
relatar, explicar. Lo comunicado, por el contrario, es algo que sólo el
interesado, el que lo experimenta puede revelar y transmitir. Es su
“sentir”, su vivencia personalísima, original, irrepetible. Un
matrimonio que sabe comunicarse, se enriquece. Un matrimonio que sólo
conversa, seguramente se “entretiene”, pero entran muy poco en comunión.
Por tanto, se comunican sentimientos íntimos; y se conversan ideas y
opiniones. Las ideas no comprometen tanto, no identifican tanto como los
sentimientos. Las ideas se pueden rebatir. Los sentimientos, por el
contrario, son irrebatibles, me desnudan psicológicamente, muestran mi
persona. Si no se aceptan mis ideas en una conversación, no se sufre
nada; pero si en una comunicación no se me acoge mi sentimiento, se
sufre mucho, es como una traición, una puñalada, e introduce la
desconfianza, el temor de quedar herido, y esa persona se cierra. Cuando
uno oye estas expresiones: “ya no tenemos nada que decirnos...me da
miedo salir solo con mi pareja...yo siento que lo/la quiero, pero es una
lata estar juntos...se casaron los hijos, el nido está vacío, para qué
seguir juntos...” estas expresiones son revelación de un lento pero
inexorable fracaso en la comunicación.
III. CAUSAS DE LA FALTA DE COMUNICACIÓN
Diversos factores dificultan la comunicación de la pareja.
1. Egocentrismo y narcisismo: me creo el ombligo del
mundo. No sólo me creo el ombligo, sino que me enamoro de mí mismo, como
le sucedió al personaje mitológico, Narciso.
2. Superficialidad: la superficialidad da como resultado
diálogos insulsos, intrascendentes, sosos. Uno de los mayores peligros
en un matrimonio es la superficialidad, ofrecer al otro la cáscara de la
propia persona, y guardar para sí –generalmente por miedo- la propia
riqueza interior, la intimidad personal, lo que uno “es” por dentro. El
miedo surge ante el posible peligro de sentirse descalificado,
menospreciado, incomprendido al momento de revelar la propia intimidad,
que es lo que más apreciamos de nosotros mismos.
3. Cansancio: llego muy cansado de mi trabajo, no tengo
ganas de hablar; sólo de sentarme y ver televisión. La televisión se
convierte en el intruso que obstaculiza la comunicación familiar y
matrimonial. Una mujer acumula ganas de hablar durante el día mientras
que el hombre parece gastarlas en el trabajo. Para el hombre, la pequeña
pantalla puede ser un medio para relajarse de las tensiones del día,
pero si no se regula bien su uso, puede afectar la convivencia conyugal.
“Durante el día sentía muchas ganas de ver a mi esposo. No vino a
comer y cuando llegó a las 10.00 de la noche me saludó con “estoy
muerto, sólo tengo ganas de ver la televisión; además juega mi equipo
preferido”. Esta gota derramó el vaso, porque yo tenía muchas ganas de
estar con él, de charlar y él ni caso me hizo”. El cansancio es el
desafío que la comunicación debe superar.
4. Dedo acusador: ese creerme que yo soy el inocente y el
otro es el culpable. Esto se demuestra en frases como éstas: “nunca
me tomas en cuenta... jamás me haces caso... siempre me haces lo
mismo... todo es igual contigo... nada te satisface... siempre me
espías... siempre te sales con la tuya... siempre quieres tener la
razón...”
5. Piedra en el zapato: tu mal humor, impaciencia, tu
manía de juzgar mal, de controlarle al otro. Esta piedra pone a prueba
la resistencia psíquica. Es la que te molesta durante tu convivencia
diaria. O la sacas o aguántatela.
6. Dejar meterse a la familia política: suegros,
hermanos... “Mi esposo es el que carga con todos los problemas de la
casa de sus padres. En muchas ocasiones cuando yo lo he necesitado más,
él está en casa de sus padres tomando un papel que no le corresponde.
Esto es un gran problema, especialmente cuando hay necesidad y uno no
cuenta con su compañero y esposo”.
7. Ausentismo del papá: como siempre, papá no está.
8. La caída del héroe: sea por infidelidad, alcoholismo.
Cuando descubren que su padre o su madre no son como ellos habían
idealizado, entonces tomarán una pica para dedicarse no sólo a derrumbar
el pedestal en que estaba el héroe, sino también para destruir al propio
héroe. No quiere que de su padre quede nada. Ni el recuerdo. Porque el
recuerdo lo haría sufrir. Es cuando se comporta severo con sus padres,
cuando brota la crítica y aun la burla, cuando la oposición a cuanto
huela a padre y madre se torna sistemática y feroz. Así empezará lo que
el hijo cree que es el camino de la independencia y de la libertad. Si
el hijo fracasa, achacará el fracaso a sus padres. Si triunfa, el
triunfo lo considerará exclusivamente suyo para mayor desprestigio de
sus padres. El fracaso es por ellos. El éxito es a pesar de ellos.
Trágico final de los padres que un día fueron estatuas y después ruinas.
9. El no tener una meta, un objetivo grande en el matrimonio:
no sé qué estamos construyendo, a dónde vamos, qué pretendemos. No tener
cimientos, ni columnas, ni argamasa...ni los planos de la casa que
queremos construir.
III. SOLUCIONES
El clima de intimidad para una comunicación se forma, se construye, no
se improvisa. Menos aún se puede imponer. Toda presión asusta. Ningún
caracol sale de su concha protectora si lo golpeamos o lo molestamos
para que salga. Sólo sacará su cabeza si capta que no hay peligro ni
amenaza de peligro. Así también la comunicación.
Nadie se abre ni puede abrirse porque el otro le dice “ábrete”. Uno
quiere estar seguro de ser bien acogido al comunicar la propia
intimidad. La única manera segura de invitar al otro a abrirse es
abrirse primero uno mismo, abriendo la puerta de la propia intimidad,
expresando lo que siente en ese momento. Al mostrarse indefenso,
inofensivo, lejos de toda agresividad y acusación, es posible...o es más
fácil que el otro se atreva a abrirse o a expresar lo que siente por
dentro.
Si el otro, en cambio, le discute y él o ella se siente acusado (a), y
se defiende, la comunicación aborta enseguida y surge la discusión: cada
uno quiere ganar y tener la razón, y esto exactamente se debe evitar,
porque no sólo se pierde la ocasión para comunicarse, sino que se abre
una herida más, lo que aumenta las defensas ante cualquier nuevo ensayo.
Por estas razones, dijimos que no es fácil la comunicación, pero su buen
resultado es maravilloso.
Es una gran ventaja para los novios que empiezan su vida en común, tener
estas ideas claras y hacer pequeños ejercicios para adquirir hábitos de
verdadera comunicación y rectificar conductas a tiempo, antes de que se
formen heridas y hábitos perversos.
Les pongo un ejemplo:
La niña tiene 13 años. Termina de hablar por teléfono y la mamá nota
luego, cuando ésta se va a encerrarse sin decir palabra en su pieza que
algo grave ha pasado. La sigue y le encuentra llorando a la hija.
- ¿Qué te pasa? ¿Por qué lloras?
- Nada mamá...
- Cómo nada... estás llorando y no te pasa nada... ¿No tienes confianza
en tu madre?
La niña llora más desconsolada y se de vuelta de espaldas, tapándose la
cara, sollozando más angustiada.
¿Qué hacer? Analicemos el caso. La mamá tiene la mejor intención, pero
no le es útil, porque “hay amores que matan”. La buena intención es
necesaria, es indispensable, pero no es suficiente. Se requiere
“acertar” en la conducta.
La niña expresaba claramente una emoción fuerte, una desilusión que la
hacía sufrir. Con su actitud comunicaba un sentimiento: “sufro”. La mamá
no acogió en sentimiento. Podría haberle dicho: “te veo sufrir, ¿te
duele mucho? ¿te puedo ayudar?”. Se habría mostrado desarmada,
inofensiva, dispuesta a empatizar sin peligro de enjuiciamiento, y la
niña, con más probabilidad, se habría abierto. La madre actuó en
frecuencia AM, con ideas: “¿qué te pasa”, como insinuando “veamos si lo
que te pasa justifica ese llanto o si lloras por una tontería...”. Todo
esto no lo dijo la madre, pero a la niña le llega de esa forma.; para
ella es una amenaza de peligro, de nuevo sufrimiento, porque no está
segura de ser bien acogida en su realidad, corre peligro de ser juzgada
(si es bueno o malo, válido o no válido lo que le pasa) y contesta con
razón “nada” (nada para ti, porque representan un peligro para mí, de
sentirme reprochada o ridiculizada por lo que me pasa, y no quiero
aumentar mi sufrimiento).
Si la mamá se hubiera acercada en actitud claramente “inofensiva”,
abierta, desnudándose ella primero: “Te veo sufrir, me da
pena...quisiera ayudarte, no sé cómo hacerlo...me duele no poder
ayudarte...sabes que mamacita está para ayudarte, para aliviarte la
pena...Créeme...” y si la acaricia respetuosamente, respetando su llanto
todavía inexplicable, y se aleja dejándola libre, sin la presión
emocional materna, que complica la situación, más fácilmente la niña
habría podido abrirse y confiar su problema.
Por tanto, no confundamos ideas y sentimientos. El sentimiento expresa
sólo “algo de uno”. La idea expresa algo del otro. Un ejemplo típico de
autoengaño es éste: “siento que estás enojado...”. ¡No! No se puede
sentir interiormente algo que está fuera de uno; está en ti el enojo, no
en mí. Es algo tuyo, no lo puedo sentir yo, sólo lo veo, lo constato.
No es que “siento”, sino que “veo” que estás enojado. ¿Y qué siento (en
mi interior) al verte enojado? Siento rabia, pena, miedo,
preocupación...Esto es mío, nace en mí. Por tanto, hay que tener cuidado
de no confundir “siento” con “me doy cuenta”. Hay que pasar de ser un
observador como esa mamá, un posible juez, para meterme en el ánimo del
otro. Tengo que comunicar y no conversar.
arivero@legionaries.org
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