Servicio diario - 13 de septiembre de 2020


 

ANGELUS
“Estamos llamados a perdonar siempre” recuerda el Papa en el rezo del Ángelus
Rosa Die Alcolea
Palabras antes de la oración

ECOLOGÍA
El Papa a las Comunidades de Laudato si’: “Todo es armonioso”
Rosa Die Alcolea
Ecología integral es “comteplación”

ANGELUS
Ángelus: Cercanía del Papa a las víctimas de los incendios de Lesbos
Rosa Die Alcolea
Saludos al terminar la oración

PAPA FRANCISCO
Corinaldo: El Papa rezó con las familias de las víctimas de la estampida
Rosa Die Alcolea
Ocurrida el 8 de diciembre de 2018

TESTIMONIOS
Exaltación de la Santa Cruz, 14 de septiembre
Isabel Orellana Vilches
La señal del cristiano


 

 

 

“Estamos llamados a perdonar siempre” recuerda el Papa en el rezo del Ángelus

Palabras antes de la oración

septiembre 13, 2020 13:05

Angelus

(zenit – 13 sept. 2020).- “Estamos llamados a perdonar siempre” así lo ha recordado el Papa Francisco este domingo, 13 de septiembre de 2020, en el rezo del Ángelus, dirigiéndose a los fieles reunidos en la plaza de San Pedro.

“Es necesario aplicar el amor misericordioso en todas las relaciones humanas: entre los esposos, entre padres e hijos, dentro de nuestras comunidades, en la Iglesia, y también en la sociedad y en la política”, ha especificado.

Asimismo, el Santo Padre he contado que esta mañana, mientras celebraba la Misa, le sorprendió una frase de la Primera Lectura, que dice así: “Recuerda el final y deja de odiar”, y ha exhortado a vivirla: “Piensa en el fin, que estarás en un ataúd al final, y te llevarás el odio ahí, piensa que al final… deja de odiar, deja de tener rencor. Pensemos en esta frase, acuérdate del fin y deja de odiar”.

El Papa advierte de que “no es fácil perdonar” y señala que “es mejor perdonar para ser perdonado, pero después el rencor vuelve como una mosca fastidiosa del verano que vuelve y vuelve”. “Perdonar no es algo de un momento, es algo continuo contra este rencor, con este odio que vuelve”.

Siguen a continuación las palabras del Papa Francisco antes de rezar el Ángelus, este domingo, 13 de septiembre de 2020, traducción no oficial difundida por la Oficina de Prensa de la Santa Sede.

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Palabras del Papa antes del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En la parábola que leemos en el Evangelio de hoy, la del rey misericordioso (cf. Mt 18,21-35), encontramos dos veces esta súplica: “Ten paciencia conmigo que todo te los devolveré” (vv. 26.29). La primera vez la pronuncia el siervo que le debe a su amo diez mil talentos, una suma enorme. La segunda vez la repite otro criado del mismo amo. Él también tiene deudas, no con su amo, sino con el siervo que tiene esa enorme deuda. Y su deuda es muy pequeña, –tal vez como el sueldo de una semana– comparada con la de su compañero.

El centro de la parábola es la indulgencia que el amo muestra hacia el siervo más endeudado. El evangelista subraya que “movido a compasión el señor de aquel siervo le dejó marchar y le perdonó la deuda” (v. 27). ¡Una deuda enorme, por tanto, una condonación enorme! Pero ese criado, inmediatamente después, se muestra despiadado con su compañero, que le debe una modesta suma. No lo escucha, le insulta y lo hace encarcelar, hasta que haya pagado la deuda (cf. v. 30). El amo se entera de esto y, enojado, llama al siervo malvado y lo condena (cf. vv. 32-34).

Vemos en esta parábola dos actitudes diferentes: la de Dios, representado por el rey, que perdona todo, porque Dios siempre perdona, y la del hombre. En la actitud divina, la justicia está impregnada de misericordia, mientras que la actitud humana se limita a la justicia. Jesús nos exhorta a abrirnos valientemente al poder del perdón, porque no todo en la vida se resuelve con la justicia. Es necesario ese amor misericordioso, que también es la base de la respuesta del Señor a la pregunta de Pedro que precede a la parábola: “Señor, dime, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano?” (v. 21). Y Jesús le respondió: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete” (v. 22). En el lenguaje simbólico de la Biblia, esto significa que estamos llamados a perdonar siempre.

¡Cuánto sufrimiento, cuántas divisiones, cuántas guerras podrían evitarse, si el perdón y la misericordia fueran el estilo de nuestra vida! También en las familias… cuantas familias desunidas, que no saben perdonar, cuantos hermanos y hermanas que tienen este rencor dentro. Es necesario aplicar el amor misericordioso en todas las relaciones humanas: entre los esposos, entre padres e hijos, dentro de nuestras comunidades, en la Iglesia, y también en la sociedad y en la política.

Hoy durante la mañana, mientras celebraba la Misa, me sorprendió una frase de la Primera Lectura, del Libro del Eclesiástico. La frase dice así: “Recuerda el final y deja de odiar”. Es hermosa esta frase. Piensa en el fin, que estarás en un ataúd al final, y te llevarás el odio ahí, piensa que al final… deja de odiar, deja de tener rencor. Pensemos en esta frase, acuérdate del fin y deja de odiar.

Y no es fácil perdonar porque en los momentos tranquilos uno dice este o estos me pusieron de todos los colores pero yo también hice tantas… mejor perdonar para ser perdonado, pero después el rencor vuelve como una mosca fastidiosa del verano que vuelve y vuelve. Perdonar no es algo de un momento, es algo continuo contra este rencor, con este odio que vuelve. Pensemos en el final y dejemos de odiar.

La parábola de hoy nos ayuda a comprender plenamente el significado de esa frase que recitamos en la oración del Padre nuestro: “Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores” (Mt 6, 12). Estas palabras contienen una verdad decisiva. No podemos pretender para nosotros el perdón de Dios, si nosotros, a nuestra vez, no concedemos el perdón a nuestro prójimo. Echemos el rencor como la mosca fastidiosa que vuelve, vuelve y vuelve. Si no nos esforzamos por perdonar y amar, tampoco seremos perdonados ni amados.

Encomendémonos a la maternal intercesión de la Madre de Dios: que Ella nos ayude a darnos cuenta de cuánto estamos en deuda con Dios, y a recordarlo siempre, para tener el corazón abierto a la misericordia y a la bondad.

 

© Librería Editorial Vaticano

 

 

 

 

El Papa a las Comunidades de Laudato si’: “Todo es armonioso”

Ecología integral es “comteplación”

septiembre 13, 2020 12:05

Ecología
Papa Francisco

(zenit – 13 sept. 2020).- El Papa Francisco se encontró con los participantes del Encuentro de las Comunidades de Laudato si’, el sábado, 12 de septiembre, en el Aula Pablo VI, en el Vaticano.

En un emocionante encuentro, con la presencia de Carlo Petrini, fundador de Slow Food y autor del libro TerraFutura. Diálogos con el Papa Francisco sobre la ecología integral –recientemente presentado en Roma–, el Santo Padre dirigió potentes mensajes a los participantes, marcados por una gran preocupación por “cómo podrá ser la vida de la próxima generación”, “nuestro verdadero reto”, señaló.

“Todos somos criaturas y todo en la creación está relacionado, todo está conectado”, la premisa de Francisco no es nueva. El Papa asegura que “todo es armonioso”. Así, sostiene que “la pandemia lo ha demostrado: la salud del hombre no puede prescindir de la del entorno en el que vive”.

Francisco, el primer papa que dedicó una encíclica al cuidado de la casa común y a la ecología integral, habló a los miembros de las Comunidades Laudato si’ de la contemplación y la compasión como elementos fundamentales para comprender la importancia de la ecología integral.

 

Contemplación y acción

“Hoy en día, la naturaleza que nos rodea ya no es admirada, contemplada, sino ‘devorada’”, adviertió el Santo Padre. “Nos hemos vuelto voraces, dependientes de los beneficios y de los resultados inmediatos y a cualquier precio. La mirada sobre la realidad es cada vez más rápida, distraída, y superficial, mientras que en poco tiempo se queman las noticias y los bosques”, indicó.

Dirigiéndose a los jóvenes y adultos de hoy, señaló que es necesario, por ejemplo, “liberarse de la prisión del móvil, para mirar a los ojos a los que están a nuestro lado y a la creación que se nos ha dado”.

La importancia de contemplar, según el Papa “es regalarse tiempo para estar en silencio, para rezar, para que regresen al alma la armonía, el equilibrio sano entre la cabeza, el corazón y las manos, entre el pensamiento, el sentimiento y la acción”.

Y enseñó que el que contempla “aprende a sentir el terreno que lo sostiene, comprende que no está solo y sin sentido en el mundo. Descubre la ternura de la mirada de Dios y entiende que es precioso. Cada uno es importante a los ojos de Dios, cada uno puede transformar un pedazo del mundo contaminado por la voracidad humana en la realidad buena querida por el Creador”.

Y así, la contemplación te lleva a la acción, a hacer: “el que sabe contemplar, en efecto, no se queda de brazos cruzados, sino que actúa de forma concreta”, observó el Pontífice.

A continuación ofrecemos el discurso del Papa a las Comunidades Laudato si’Papa a las Comunidades Laudato si’.

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Discurso del Papa Francisco

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Os doy la bienvenida, y al saludaros deseo unirme a todos los miembros de las Comunidades Laudato si’ de Italia y del mundo. Doy las gracias al señor Carlo Petrini, en mi lengua paterna, no en la materna; “Carlin”. Habéis puesto como centro propulsor de todas vuestras iniciativas a la ecología integral propuesta por la Encíclica Laudato si’. Integral, porque todos somos criaturas y todo en la creación está relacionado, todo está conectado. Todavía más, me atrevería a decir: todo es armonioso. Incluso la pandemia lo ha demostrado: la salud del hombre no puede prescindir de la del entorno en el que vive. También es evidente que los cambios climáticos no sólo alteran el equilibrio de la naturaleza, sino que causan pobreza y hambre, golpean a los más vulnerables y a veces los obligan a abandonar sus tierras. El desprecio de la creación y las injusticias sociales se influyen mutuamente: se puede decir que no hay ecología sin equidad y no hay equidad sin ecología.

Estáis motivados para ocuparos de los últimos y de la creación, juntos, y queréis hacerlo siguiendo el ejemplo de San Francisco de Asís, con mansedumbre y laboriosidad. Os doy las gracias por ello, y renuevo mi llamamiento a comprometerse para salvaguardar nuestra casa común. Es una tarea que concierne a todos, especialmente a los responsables de las naciones y de las actividades productivas. Hace falta una voluntad real de enfrentar desde la raíz las causas de los trastornos climáticos en curso. No bastan los compromisos genéricos, palabras, palabras… y no se puede apuntar sólo al consenso inmediato de los propios votantes o financiadores. Hay que mirar muy lejos, de lo contrario la historia no perdonará. Hay que trabajar hoy para el mañana de todos. Los jóvenes y los pobres nos pedirán cuentas. Es nuestro reto. Tomo una frase del teólogo mártir Dietrich Bonhoeffer: nuestro reto, hoy, no es “cómo nos las arreglamos”, cómo salimos nosotros de esto; nuestro verdadero reto es “cómo podrá ser la vida de la próxima generación”: ¡es lo que tenemos que pensar!

Queridos amigos, ahora me gustaría compartir con vosotros dos palabras clave de la ecología integral: contemplación y compasión.

Contemplación. Hoy en día, la naturaleza que nos rodea ya no es admirada, contemplada, sino “devorada”. Nos hemos vuelto voraces, dependientes de los beneficios y de los resultados inmediatos y a cualquier precio. La mirada sobre la realidad es cada vez más rápida, distraída, y superficial, mientras que en poco tiempo se queman las noticias y los bosques. Enfermos de consumo: esta es nuestra enfermedad, enfermos de consumo. Nos afanamos por la última app, pero ya no sabemos los nombres de nuestros vecinos, y mucho menos sabemos distinguir un árbol de otro. Y lo que es más grave, con este modo de vida se pierden las raíces, se pierde la gratitud por lo que hay y por quienes nos lo han dado. Para no olvidar hay que volver a la contemplación; para no distraerse con mil cosas inútiles hay que encontrar el silencio; para que el corazón no enferme hay que detenerse. No es fácil. Es necesario, por ejemplo, liberarse de la prisión del móvil, para mirar a los ojos a los que están a nuestro lado y a la creación que se nos ha dado.

Contemplar es regalarse tiempo para estar en silencio, para rezar, para que regresen al alma la armonía, el equilibrio sano entre la cabeza, el corazón y las manos, entre el pensamiento, el sentimiento y la acción. La contemplación es el antídoto para las decisiones precipitadas, superficiales y sin pies ni cabeza. El que contempla aprende a sentir el terreno que lo sostiene, comprende que no está solo y sin sentido en el mundo. Descubre la ternura de la mirada de Dios y entiende que es precioso. Cada uno es importante a los ojos de Dios, cada uno puede transformar un pedazo del mundo contaminado por la voracidad humana en la realidad buena querida por el Creador. El que sabe contemplar, en efecto, no se queda de brazos cruzados, sino que actúa de forma concreta. La contemplación te lleva a la acción, a hacer.

He aquí la segunda palabra: compasión. Es el fruto de la contemplación. ¿Cómo se entiende si alguien es contemplativo, si ha asimilado la mirada de Dios? Si tiene compasión por los demás. Compasión no es decir: “pero, me da pena esto”; compasión es “padecer con”; se tiene compasión por los demás si se va más allá de excusas y teorías, para ver en los demás hermanos y hermanas a los que hay que custodiar: es lo que ha dicho al final Carlo Petrini sobre la fraternidad. Esta es la prueba, porque esto es lo que hace la mirada de Dios, que no obstante todo el mal que pensamos y hacemos, siempre nos ve como hijos amados. No ve individuos, sino hijos, nos ve como hermanos y hermanas de una sola familia, que vive en la misma casa. Nunca somos extraños a sus ojos. Su compasión es lo contrario de nuestra indiferencia. La indiferencia es aquel -me permito la frase algo vulgar- “pasar de”, que entra en el corazón, en la mentalidad y que termina con un “que se las arregle”. La compasión es lo opuesto a la indiferencia.

Es lo mismo para nosotros: nuestra compasión es la mejor vacuna contra la epidemia de la indiferencia. “No me concierne”, “no me corresponde”, “no tengo nada que ver”, “es asunto suyo”: he aquí los síntomas de la indiferencia. Hay una buena foto… ya lo he dicho otras veces ¿eh? – una hermosa fotografía tomada por un fotógrafo romano, en la Limosnería. Una noche de invierno, se ve a una señora mayor que sale de un restaurante de lujo, con pieles, sombrero, guantes: bien tapada contra el frío; sale, después de comer bien – lo cual no es pecado, ¡comer bien! [se ríen] – y hay otra mujer en la puerta, con una muleta, mal vestida, se puede ver que siente frío… una “sin techo”, con la mano así [hace el gesto]… Y la señora que sale del restaurante mira para otro lado. La imagen se llama “Indiferencia”. Cuando la vi, llamé al fotógrafo para decirle: “Fuiste muy bueno al sacar esta instantánea”, y le dije que la pusiera en la Limosnería: para no caer en el espíritu de la indiferencia. En cambio, el que tiene compasión, pasa del “no me importas” a “eres importante para mí”. O por lo menos “tú me has llegado al corazón”. Pero la compasión no es sólo un buen sentimiento, no es pietismo, es crear un nuevo vínculo con el otro. Es hacerse cargo, como el buen samaritano que, movido por la compasión, se ocupa del desgraciado al que ni siquiera conoce (cf. Lc 10, 33-34). El mundo necesita esta caridad creativa y activa, gente que no esté comentando delante de una pantalla , sino gente que se ensucie las manos para remover la degradación y restaurar la dignidad. Tener compasión es una decisión: es elegir no tener ningún enemigo para ver en cada uno a mi prójimo. Y esta es una decisión.

Esto no significa volverse pusilánimes y dejar de luchar. Al contrario, quien tiene compasión entra en una dura lucha diaria contra el descarte y el despilfarro, el descarte de los demás y el despilfarro de las cosas. Duele pensar en cuánta gente se descarta sin compasión: ancianos, niños, trabajadores, discapacitados… Pero también es escandaloso el despilfarro de cosas. La FAO ha documentado que en los países industrializados se tiran más de mil millones -¡más de mil millones!- de toneladas de alimentos. Esta es la realidad. Ayudémonos mutuamente a luchar contra el descarte y el despilfarro, exijamos opciones políticas que conjuguen el progreso y la equidad, el desarrollo y la sostenibilidad para todos, de modo que nadie se vea privado de la tierra en que vive, del buen aire que respira, del agua que tiene derecho a beber y del alimento que tiene derecho a comer.

Estoy seguro de que los miembros de cada una de vuestras Comunidades no se contentarán con vivir como espectadores, sino que siempre serán protagonistas humildes y resueltos de la construcción del futuro de todos. Y todo esto hace la fraternidad. Trabajar como hermanos. Construir la fraternidad universal. Y este es el momento, este es el reto de hoy. Os deseo que alimentéis la contemplación y la compasión, ingredientes indispensables de la ecología integral. Gracias por vuestras oraciones y a todos los que rezan entre vosotros os pido que recéis, y a los que no rezan, por lo menos mandadme ondas buenas: ¡lo necesito! (ríen, aplausos).

Y ahora me gustaría pedirle a Dios que bendiga a cada uno de vosotros, que bendiga el corazón de cada uno de vosotros, creyentes o no, de cualquier tradición religiosa que sea: que Dios os bendiga a todos. Amén.

 

© Librería Editorial Vaticano

 

 

 

 

Ángelus: Cercanía del Papa a las víctimas de los incendios de Lesbos

Saludos al terminar la oración

septiembre 13, 2020 14:32

Angelus

(zenit – 13 sept. 2020).- Este domingo, tras el rezo del Ángelus, el Papa ha expresado su “cercanía” a las víctimas de los incendios de Lesbos, que han perdido su refugio: “Expreso mi solidaridad y cercanía a todas las víctimas de estos dramáticos acontecimientos”.

Este 13 de septiembre de 2020, víspera de la fiesta de la exaltación de la Santa Cruz, el Santo Padre ha recordado que se celebra la colecta por los santos lugares en Tierra Santa y ha invitado a participar en ella y a peregrinar allí “en espíritu, con imaginación, con el corazón, a Jerusalén, donde, como dice el Salmo, están nuestras fuentes”.

Asimismo, Francisco ha enviado un cariñoso a los ciclistas afectados por la enfermedad de Parkinson que recorrieron la Vía Francígena desde Pavia hasta Roma, presentes en la plaza de San Pedro para rezar el Ángelus con el Papa. “¡Han sido muy valientes! Gracias por este testimonio”, les ha dicho el Pontífice.

A continuación les ofrecemos las palabras del Papa después de rezar la oración mariana con los fieles reunidos en San Pedro, difundidas en italiano por la Oficina de Prensa de la Santa Sede y traducidas al español por la redacción de zenit.

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Palabras del Papa después del Ángelus

¡Queridos hermanos y hermanas!

En los días pasados, una serie de incendios ha devastado el campo de refugiados de Moria, en la isla de Lesbos, dejando miles de personas sin refugio, a pesar de que fuera precario.

Está siempre vivo en mí el recuerdo de la visita realizada allí y del llamamiento hecho junto al patriarca ecuménico Bartolomé y al arzobispo Jerónimo de Atenas, para asegurar “una acogida humana y digna para las mujeres y hombres migrantes, a los refugiados y a quienes buscan asilo en Europa” (16 abril 2016). Expreso mi solidaridad y cercanía a todas las víctimas de estos dramáticos acontecimientos.

Además, en estas semanas asisten en todo el mundo –en tantas partes—a numerosas manifestaciones populares de protesta, que expresan el creciente malestar de la sociedad civil ante situaciones políticas y sociales especialmente críticas.

Mientras exhorto a los manifestantes a presentar sus demandas de manera pacífica, sin ceder a la tentación de la agresividad y a la violencia, hago un llamamiento a todos aquellos que tienen responsabilidades públicas y gubernamentales para que escuchen la voz de sus conciudadanos y satisfagan sus justas aspiraciones, garantizando el pleno respeto de los derechos humanos y las libertades civiles.

Invito finalmente a las comunidades eclesiales que viven en tales contextos, bajo la guía de sus pastores, a trabajar por el diálogo, siempre a favor del diálogo, y a favor de la reconciliación, hoy hemos hablado de perdón, de reconciliación.

A causa de la situación de la pandemia, este año la tradicional colecta por Tierra Santa se trasladó del Viernes Santo a hoy, víspera de la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. En el contexto actual, esta colecta es todavía un signo de esperanza y solidaridad con los cristianos que viven en la Tierra donde Dios se hizo carne y murió y resucitó por nosotros. Hoy, realicemos una peregrinación espiritual, en espíritu, con imaginación, con el corazón, a Jerusalén, donde, como dice el Salmo, están nuestras fuentes (cf. Sal 87,7), y hagamos un gesto de generosidad para esas comunidades.

Les saludo a todos vosotros, fieles romanos y peregrinos de diferentes países. En particular, saludo a los ciclistas afectados por la enfermedad de Parkinson que recorrieron la Via Francigena desde Pavia hasta Roma. ¡Han sido muy valientes! Gracias por este testimonio.

Saludo a la Cofradía Madonna Addolorata (Virgen de la Dolorosa) de Monte Castello di Vibio. Veo que también hay un sí de la Comunidad Laudato si’: gracias por todo lo que hacen; y gracias por el encuentro de ayer aquí, con “Carlin” Petrini y todos los líderes que van adelante en esta lucha por la custodia de la creación.

Les saludo a todos ustedes, a todos, en modo especial a las familias italianas que en el mes de agosto han dedicado a la hospitalidad de los peregrinos. ¡Son tantas! A todos les deseo un buen domingo. Por favor, no se olviden de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y adiós!

 

© Librería Editorial Vaticano

 

 

 

 

Corinaldo: El Papa rezó con las familias de las víctimas de la estampida

Ocurrida el 8 de diciembre de 2018

septiembre 13, 2020 10:48

Papa Francisco

(zenit – 13 sept. 2020).- El Papa rezó ayer con las familias de las víctimas de la estampida en la discoteca de Corinaldo en la provincia de Ancona (Italia), cerca de la costa adriática el 8 de diciembre de 2018.

En una audiencia privada, el 12 de septiembre de 2020, con los familiares de las cinco adolescentes fallecidas en la tragedia, y de la madre de una de ellas, el Santo Padre les agradeció haber ido al Vaticano a compartir con él su “dolor” y su “oración”.

El Pontífice les dijo: “Recuerdo que entonces, cuando ocurrió la tragedia, me sobrecogió” y manifestó que el encuentro ayuda a “no olvidar, a guardar en sus corazones, y sobre todo a confiar a vuestros seres queridos al corazón de Dios Padre”.

 

Nuestra Señora de Loreto

Corinaldo, el lugar de la tragedia, se encuentra en una zona sobre la cual vela Nuestra Señora de Loreto: su Santuario no está lejos, recordó el Obispo de Roma. “Por eso quiero –queremos– pensar que ella, como Madre, nunca apartó de ellos su mirada, sobre todo en aquel momento de dramática confusión; que los acompañó con su ternura” y consoló a sus familiares: ¡Cuántas veces la invocaron en el Ave María: “¡Ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte!”.

Después de la tragedia, el 9 de diciembre de 2018, Francisco rezó públicamente por las víctimas de la estampida ocurrida en la madrugada del 8 de diciembre de 2018 en la sala de conciertos.

Así, al final de su saludo, el Papa invitó a los familiares a rezar un Ave María por las seis víctimas mortales de la tragedia: Asia, Benedetta, Daniele, Emma, Mattia y Eleonora.

 

Trágico accidente

El accidente se produjo en la concurrida sala de conciertos, donde gran parte del público se asustó después de que alguien rociara una “sustancia picante” en el concierto del popular rapero italiano Sfera Ebbasta. El pánico se produjo cuando la multitud, en su mayoría adolescentes, trató de salir del local.

Seis personas murieron, cinco de ellos menores y la sexta persona era la madre de un asistente al concierto. Además de las muertes, más de 50 resultaron heridas en la estampida para salir del lugar, varias de ellas de gravedad.

Publicamos a continuación el saludo que el Papa ha dirigido a los presentes durante el encuentro:

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Saludo del Papa Francisco

Queridos hermanos y hermanas,

Gracias por haber venido a compartir también conmigo vuestro dolor y vuestra oración. Recuerdo que entonces, cuando ocurrió la tragedia, me sobrecogió. Pero con el paso del tiempo, y desafortunadamente con la sucesión de tantas, demasiadas tragedias humanas, se corre el riesgo de olvidar. Este encuentro me ayuda a mí y a la Iglesia a no olvidar, a guardar en sus corazones, y sobre todo a confiar a vuestros seres queridos al corazón de Dios Padre.

Cada muerte trágica trae consigo un gran dolor. Pero cuando se lleva a cinco adolescentes y a una joven madre, es inmenso, insoportable sin la ayuda de Dios aguantarlo. No voy a entrar en las causas de los accidentes en esa discoteca donde murieron vuestros familiares. Pero me uno con todo mi corazón a vuestro sufrimiento y a vuestro legítimo deseo de justicia.

Deseo también ofreceros una palabra de fe, de consuelo y de esperanza.

Corinaldo, el lugar de la tragedia, se encuentra en una zona sobre la cual vela Nuestra Señora de Loreto: su Santuario no está lejos. Y por eso quiero – queremos – pensar que ella, como Madre, nunca apartó de ellos su mirada, sobre todo en aquel momento de dramática confusión; que los acompañó con su ternura. ¡Cuántas veces la invocaron en el Ave María: “¡Ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte!”. Y aunque en esos momentos caóticos no pudieron hacerlo, Nuestra Señora no olvida, no olvida, nuestras súplicas: es Madre. Ciertamente los acompañó al abrazo misericordioso de su Hijo Jesús.

Esta tragedia tuvo lugar durante la noche, en la madrugada del 8 de diciembre de 2018, la fiesta de la Inmaculada Concepción. Ese mismo día, al final del rezo del Ángelus, recé con la gente por las jóvenes víctimas, por los heridos y por sus familias. Sé que muchos, empezando por vuestros obispos, aquí presentes, vuestros sacerdotes y vuestras comunidades, os han apoyado con la oración y el afecto. También continúa mi oración por vosotros, y la acompaño con mi bendición.

Cuando perdemos al padre o a la madre, somos huérfanos: existe un adjetivo. Huérfano, huérfana. Cuando en el matrimonio se pierde al cónyuge, el que se queda es viudo o viuda: existe también un adjetivo para ello. Pero cuando se pierde un hijo, no existe un adjetivo. La pérdida de un hijo es imposible de “adjetivar”. He perdido a un hijo: pero ¿qué soy? No, no soy ni huérfano, ni viudo. He perdido a un hijo. Sin adjetivo. No existe. Y este es también vuestro gran dolor.

Ahora me gustaría rezar junto con vosotros el Ave María por Asia, Benedetta, Daniele, Emma, Mattia y Eleonora.

(Ave María)

(Bendición)

 

© Librería Editorial Vaticano

 

 

 

 

Exaltación de la Santa Cruz, 14 de septiembre

La señal del cristiano

septiembre 13, 2020 09:00

Testimonios

 

“La señal del cristiano, único camino para conquistar la unión con la Santísima Trinidad, condición puesta por Cristo para seguirle. Motivo de gozo y esperanza, signo de nuestra salvación”

Los cristianos sabemos que la señal que nos identifica es la Santa Cruz. Lo aprendimos en el catecismo y el Evangelio nos enseña que cualquiera que se disponga a seguir a Cristo tiene en ella su única brújula, la que va a guiarle por el camino que lleva a la unión con la Santísima Trinidad. Es la condición puesta por Él: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame” (Lc 9, 23). San Juan de la Cruz lo recordaba con estas palabras: “Quien busca la gloria de Cristo y no busca la cruz de Cristo, no busca a Cristo”. La cruz exige renunciar por amor a Él y al prójimo a lo que más cuesta. Quien no la acepta no sabe amar. Requiere coherencia, disponibilidad, valentía, etc. Dios rechaza la tibieza. Cuando la cruz se acepta con alegría resulta liviana; fortalece y dispone para superar las dificultades que se presentan.

No hay integrante de la vida santa que no haya contemplado este “árbol de la vida”; todos se han abrazado a él. El beato Charles de Foucauld advertía: “Sin cruz, no hay unión a Jesús crucificado, ni a Jesús Salvador. Abracemos su cruz, y si queremos trabajar por la salvación de las almas con Jesús, que nuestra vida sea una vida crucificada”. No hay otra vía para alcanzar la santidad, como también reconocía santa Maravillas de Jesús: “El camino de la propia santificación es el santo misterio de la cruz”. La cruz confiere sentido al sufrimiento humano, ilumina y consuela en las fatigas del camino, inunda de esperanza el corazón, suaviza las circunstancias más adversas, lima toda aspereza. “Poned los ojos en el Crucificado y se os hará todo poco…”, manifestaba santa Teresa de Jesús.

El “árbol de la cruz” es el símbolo de la Salvación. Contiene todos los matices semánticos que se atribuyen a la expresión exaltar. Se reconocen en el santo madero los excelsos méritos que Cristo le otorgó con su propia vida, ya que en él estuvo “colgado” salvando al mundo libremente, mostrando su insondable amor. Se deja correr el caudal de pasión que inspira cuando se contempla, induciéndonos a ir a él y adorarlo. La cruz es signo de unidad, de paz y de reconciliación, es el distintivo de los “ciudadanos del cielo” (Flp 3, 20), llave que nos abre sus puertas. “O morir o padecer; no os pido otra cosa para mí. En la cruz está la vida y el consuelo, y ella sola es camino para el cielo”, expresaba Teresa de Jesús. Solo es “necedad”, como decía san Pablo, para los que se pierden; para el resto, es “fuerza de Dios”: “Pues la predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan –para nosotros– es fuerza de Dios […]. Así, mientras los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; mas para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de los hombres” (I Corintios 1, 18ss).

Esta festividad rememora el acontecimiento que se produjo el 14 de septiembre del año 320, cuando la emperatriz de Constantinopla, santa Elena, madre de Constantino el Grande, encontró el madero (Vera Cruz) en el que murió el Redentor. Hechos extraordinarios marcaron este momento: la resurrección de una persona y la aparición de la cruz en el cielo. Para albergar esta excelsa reliquia –signo de la victoria de Cristo, manifestación del perdón y de la misericordia de Dios, esperanza para los creyentes, centro de nuestra fe–, santa Elena y Constantino hicieron construir la basílica del Santo Sepulcro. Unos siglos más tarde, en el 614, el rey de Persia, Cosroes II, conquistó Jerusalén y tomó como trofeo la Vera Cruz, el venerado emblema cristiano que se custodiaba en el templo. Mofándose de los cristianos, lo utilizó como escabel de sus pies. Pero catorce años más tarde el emperador Heraclio, una vez que derrotó a los persas, pudo devolver el santo madero a Constantinopla. Después, fue trasladado a Jerusalén el 14 de septiembre del año 628.

Al parecer, cuando Heraclio se propuso introducir la cruz solemnemente no pudo cargarla sobre sus hombros; se quedó paralizado. El patriarca Zacarías, que formaba parte de la comitiva caminando a su lado, señaló que el esplendor de la procesión nada tenía que ver con la faz de Cristo humilde y doliente en su camino hacia el Calvario. El emperador se desprendió de sus ricas vestiduras y de la corona que ceñía su cabeza, y cubierto con una humilde túnica pudo transportar la cruz caminando descalzo por las calles de Jerusalén para depositarla en el lugar de donde había sido arrebatada siglos atrás. Desde entonces se celebra litúrgicamente esta festividad de la Exaltación de la Santa Cruz. Con objeto de evitar otro expolio, fue dividida en cuatro fragmentos. Uno de ellos quedó custodiado en Jerusalén en un cofre de plata; otro se llevó a Roma, un tercero a Constantinopla y el resto fue convertido en minúsculas astillas que se repartieron en templos dispersos por el mundo.

Esta fecha litúrgica es crucial para los creyentes. La cruz no es ninguna tragedia, como no lo es amarla, algo que resultará extraño fuera de la fe. Es una bendita “locura” que inunda el corazón de gozo. Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein) lo advertía: “ayudar a Cristo a llevar la cruz proporciona una alegría fuerte y pura”. No la rehuyamos. Cristo nos ayuda a portarla con su gracia; sigue compartiéndola con nosotros. Que un día no nos tenga que decir lo que en celeste coloquio le confió al Padre Pío: “Casi todos vienen a Mí para que les alivie la cruz; son muy pocos los que se me acercan para que les enseñe a llevarla”.