Servicio diario - 30 de septiembre de 2020


 

AUDIENCIA GENERAL
Audiencia general: Catequesis COVID-19, “la normalidad del Reino de Dios”
Larissa I. López
Resumen en español

DOCUMENTOS
‘Sacrae scripturae affectus’: Carta Apostólica del Papa Francisco
Larissa I. López
Texto completo

AUDIENCIA GENERAL
Audiencia general: Catequesis completa, “preparar el futuro con Jesús”
Larissa I. López
Final del ciclo sobre COVID-19

AUDIENCIA GENERAL
San Jerónimo: El Papa firma nueva Carta Apostólica en el día de su fiesta
Larissa I. López
‘Sacrae scripturae affectus’

CAUSAS DE SANTOS
El Papa reconoce el martirio de 4 sacerdotes españoles
Larissa I. López
Y las virtudes heroicas de dos religiosas

CIUDAD DEL VATICANO
Vaticano: Comienza la visita de evaluación contra el blanqueo de dinero
Larissa I. López
Discurso del cardenal Parolin

AUDIENCIA GENERAL
Mes del Rosario: El Papa invita a meditar los misterios de la oración mariana
Larissa I. López
Rezar a María todos los días

CIUDAD DEL VATICANO
‘Samaritanus Bonus’: “El deber de nutrir e hidratar”
Anita Bourdin
Tercer apartado del capítulo 5

ANÁLISIS
Editorial de Andrea Tornielli: La prórroga del acuerdo entre la Santa Sede y China
Redacción zenit
Publicado en Vatican News

ANÁLISIS
Monseñor Felipe Arizmendi: “Sofalización de la Misa”
Felipe Arizmendi Esquivel
Gozar de la participación en la Eucaristía

TESTIMONIOS
Santa Teresa del Niño Jesús, 1 de octubre
Isabel Orellana Vilches
Patrona de las misiones


 

 

 

Audiencia general: Catequesis COVID-19, “la normalidad del Reino de Dios”

Resumen en español

septiembre 30, 2020 10:58

Audiencia General

(zenit – 30 sept. 2020).- En la catequesis sobre la COVID-19 de la audiencia general de hoy, el Papa Francisco ha invitado a construir “la normalidad del Reino de Dios: donde el pan llega a todos y sobra, y la organización social se basa en contribuir, compartir y distribuir”.

En la mañana de este 30 de septiembre de 2020, el Santo Padre se ha reunido nuevamente con los fieles en el patio de San Dámaso del Vaticano y ha pronunciado la última catequesis de la serie “Curar al mundo”, titulada “Prepara el futuro junto a Jesús que salva y cura”.

Con este ciclo de catequesis, Francisco ha querido tratar “las cuestiones apremiantes que la pandemia ha puesto de relieve, sobre todo las enfermedades sociales” a la luz del Evangelio, de las virtudes teologales y de los principios de la Doctrina Social de la Iglesia, indicó en la primera de ellas.

 

Amar y curar como Jesús

El Papa recordó hoy que en el Evangelio, Jesús curó a enfermos de todo tipo y que, además de sanar los males físicos, “sanaba también el espíritu con el perdón de los pecados, así como los ‘dolores sociales’, incluyendo a los marginados”.

También a nosotros “Jesús nos concede los dones necesarios para amar y curar como Él lo hizo, acogiendo a todos sin distinción de raza, lengua o nación”, indicó.

 

La mirada fija en Jesús

Asimismo, el Pontífice resaltó que, en medio de la pandemia actual, en la que comprobamos cómo un “pequeño virus” continúa “causando heridas profundas y desenmascarando nuestra fragilidad física, social y espiritual”, se evidencia “la desigualdad que reina en el mundo, que ha hecho crecer en muchas personas la incertidumbre, la angustia y la falta de esperanza”.

Es precisamente en este contexto, y “con la mirada fija en Jesús”, en el que estamos llamados a construir “la normalidad del Reino de Dios: “donde el pan llega a todos y sobra, y la organización social se basa en contribuir, compartir y distribuir”, concluyó.

 

 

 

 

‘Sacrae scripturae affectus’: Carta Apostólica del Papa Francisco

Texto completo

septiembre 30, 2020 13:01

Documentos
Papa Francisco

(zenit – 30 sept. 2020).- El Papa Francisco ha firmado este miércoles la Carta Apostólica Sacrae Scripturae affectus (Amor a la Sagrada Escritura) para fomentar el amor a la Biblia por parte de los fieles en 16º el centenario de la muerte de san Jerónimo.

San Jerónimo (340-420) fue el primer traductor de la Biblia. En Tierra Santa se dedicó traducir manuscritos antiguos de sus idiomas originales –hebreo, arameo y griego– al latín de su tiempo, traducción conocida como Vulgata.

En la Carta, Francisco describe que este santo ha dejado a la Iglesia como herencia “una estima por la Sagrada Escritura, un amor vivo y suave por la Palabra de Dios escrita” y destaca “su admirable figura en la historia de la Iglesia y su gran amor por Cristo”.

Este amor, prosigue el texto del Pontífice,  “se extiende, como un río en muchos cauces, a través de su obra de incansable estudioso, traductor, exegeta, profundo conocedor y apasionado divulgador de la Sagrada Escritura; fino intérprete de los textos bíblicos; ardiente y en ocasiones impetuoso defensor de la verdad cristiana; ascético y eremita intransigente, además de experto guía espiritual, en su generosidad y ternura”.

De manera que hoy, “mil seiscientos años después, su figura sigue siendo de gran actualidad para nosotros, cristianos del siglo XXI”.

A continuación, sigue el texto completo de la Carta Apostólica Sacrae Scripturae affectus.

***

 

 

CARTA APOSTÓLICA Scripturae Sacrae affectus

DEL SANTO PADRE

FRANCISCO

EN EL XVI CENTENARIO DE LA MUERTE DE SAN JERÓNIMO

 

Una estima por la Sagrada Escritura, un amor vivo y suave por la Palabra de Dios escrita es la herencia que san Jerónimo ha dejado a la Iglesia a través de su vida y sus obras. Las expresiones, tomadas de la memoria litúrgica del santo[1], nos ofrecen una clave de lectura indispensable para conocer, en el XVI centenario de su muerte, su admirable figura en la historia de la Iglesia y su gran amor por Cristo. Este amor se extiende, como un río en muchos cauces, a través de su obra de incansable estudioso, traductor, exegeta, profundo conocedor y apasionado divulgador de la Sagrada Escritura; fino intérprete de los textos bíblicos; ardiente y en ocasiones impetuoso defensor de la verdad cristiana; ascético y eremita intransigente, además de experto guía espiritual, en su generosidad y ternura. Hoy, mil seiscientos años después, su figura sigue siendo de gran actualidad para nosotros, cristianos del siglo XXI.

 

Introducción

El 30 de septiembre del año 420, Jerónimo concluía su vida terrena en Belén, en la comunidad que fundó junto a la gruta de la Natividad. De este modo se confiaba a ese Señor que siempre había buscado y conocido en la Escritura, el mismo que como Juez ya había encontrado en una visión, cuando padecía fiebre, quizá en la Cuaresma del año 375. En ese acontecimiento, que marcó un viraje decisivo en su vida, un momento de conversión y cambio de perspectiva, se sintió arrastrado a la presencia del Juez: “Interrogado acerca de mi condición, respondí que era cristiano. Pero el que estaba sentado me dijo: ‘Mientes; tú eres ciceroniano, tú no eres cristiano’”.[2] San Jerónimo, en efecto, había amado desde joven la belleza límpida de los textos clásicos latinos y, en comparación, los escritos de la Biblia le parecían, inicialmente, toscos e imprecisos, demasiado ásperos para su refinado gusto literario.

Ese episodio de su vida favoreció la decisión de consagrarse totalmente a Cristo y a su Palabra, dedicando su existencia a hacer que las palabras divinas, a través de su infatigable trabajo de traductor y comentarista, fueran cada vez más accesibles a los demás. Ese acontecimiento dio a su vida una orientación nueva y más decidida: convertirse en servidor de la Palabra de Dios, como enamorado de la “carne de la Escritura”. Así, en la búsqueda continua que caracterizó su vida, revalorizó sus estudios juveniles y la formación recibida en Roma, reordenando su saber en un servicio más maduro a Dios y a la comunidad eclesial.

Por eso, san Jerónimo entra con pleno derecho entre las grandes figuras de la Iglesia de la época antigua, en el periodo llamado el siglo de oro de la patrística, verdadero puente entre Oriente y Occidente: fue amigo de juventud de Rufino de Aquilea, visitó a Ambrosio y mantuvo una intensa correspondencia con Agustín. En Oriente conoció a Gregorio Nacianceno, Dídimo el Ciego, Epifanio de Salamina. La tradición iconográfica cristiana lo consagró representándolo, junto con Agustín, Ambrosio y Gregorio Magno, entre los cuatro grandes doctores de la Iglesia de Occidente.

Mis predecesores también quisieron recordar su figura en diversas circunstancias. Hace un siglo, con ocasión del decimoquinto centenario de su muerte, Benedicto XV le dedicó la Carta encíclica Spiritus Paraclitus (15 septiembre 1920), presentándolo al mundo como “doctor maximus explanandis Scripturis”.[3] En tiempos más recientes, Benedicto XVI expuso su personalidad y sus obras en dos catequesis sucesivas.[4] Ahora, en el decimosexto centenario de su muerte, también yo deseo recordar a san Jerónimo y volver a proponer la actualidad de su mensaje y de sus enseñanzas, a partir de su gran estima por las Escrituras.

En este sentido, puede conectarse perfectamente, como guía segura y testigo privilegiado, con la XII Asamblea del Sínodo de los Obispos, dedicada a la Palabra de Dios,[5] y con la Exhortación apostólica Verbum Domini (VD) de mi predecesor Benedicto XVI, publicada precisamente en la fiesta del santo, el 30 de septiembre de 2010.[6]

 

De Roma a Belén

La vida y el itinerario personal de san Jerónimo se consumaron por las vías del imperio romano, entre Europa y Oriente. Nació alrededor del año 345 en Estridón, frontera entre Dalmacia y Panonia, en el territorio de la actual Croacia y Eslovenia, y recibió una sólida educación en una familia cristiana. Según el uso de la época, fue bautizado en edad adulta, en los años en que estudió retórica en Roma, entre el 358 y el 364. Precisamente en este periodo romano se convirtió en un lector insaciable de los clásicos latinos, que estudiaba bajo la guía de los maestros de retórica más ilustres de su tiempo.

Al finalizar los estudios emprendió un largo viaje a la Galia, que lo llevó a la ciudad imperial de Tréveris, hoy Alemania. Allí entró en contacto, por primera vez, con la experiencia monástica oriental difundida por san Atanasio. De este modo maduró un deseo profundo que lo acompañó a Aquilea donde inició con algunos de sus amigos “un coro de bienaventurados”[7], un periodo de vida en común.

Hacia el año 374, pasando por Antioquía, decidió retirarse al desierto de Calcis, para realizar, de forma cada vez más radical, una vida ascética, en la que estaba reservado un amplio espacio al estudio de las lenguas bíblicas, primero del griego y después del hebreo. Se confió a un hermano judío, convertido al cristianismo, que lo introdujo en el conocimiento de la nueva lengua hebrea y de los sonidos, que definió “palabras fricativas y aspiradas”.[8]

Jerónimo eligió y vivió el desierto, con la consiguiente vida eremítica, en su significado más profundo: como lugar de las elecciones existenciales fundamentales, de intimidad y encuentro con Dios, donde a través de la contemplación, las pruebas interiores y el combate espiritual llegó al conocimiento de la fragilidad, con una mayor conciencia de los límites propios y ajenos, reconociendo la importancia de las lágrimas.[9] Así, en el desierto, experimentó concretamente la presencia de Dios, la necesaria relación del ser humano con Él, su consolación misericordiosa. A este respecto, me gusta recordar una anécdota, de tradición apócrifa. Jerónimo le dijo al Señor: “¿Qué quieres de mí?” Y Él le respondió: “Todavía no me has dado todo”. “Pero, Señor, yo te di esto, esto y esto…” —“Falta una cosa” —“¿Qué cosa?” —“Dame tus pecados, para que pueda tener la alegría de perdonarlos otra vez”.[10]

Volvemos a encontrarlo en Antioquía, donde fue ordenado sacerdote por el obispo Paulino, después en Constantinopla, hacia el año 379, donde conoció a Gregorio Nacianceno y prosiguió sus estudios; se dedicó a traducir del griego al latín importantes obras (las homilías de Orígenes y la crónica de Eusebio), respiró el clima del Concilio celebrado en esa ciudad en el año 381. En esos años, su pasión y su generosidad se revelaron en el estudio. Una bendita inquietud lo guiaba y lo volvía incansable y apasionado en la búsqueda: “Cuántas veces me desanimé, cuántas desistí para empezar de nuevo en mi empeño de aprender”, conducido por la “amarga semilla” de semejantes estudios para poder recoger “dulces frutos”.[11]

En el año 382 Jerónimo volvió a Roma y se puso a disposición del papa Dámaso quien, valorando sus grandes cualidades, lo nombró su estrecho colaborador. Aquí Jerónimo se dedicó a una actividad incesante, sin olvidar la dimensión espiritual. En el Aventino, gracias al apoyo de mujeres aristocráticas romanas, deseosas de elecciones evangélicas radicales, como Marcela, Paula y su hija Eustoquio, creó un cenáculo fundado en la lectura y el estudio riguroso de la Escritura. Jerónimo fue exegeta, docente, guía espiritual. En ese tiempo comenzó una revisión de las anteriores traducciones latinas de los Evangelios, y quizá también de otras partes del Nuevo Testamento; continuó su trabajo como traductor de homilías y comentarios escriturísticos de Orígenes, desplegó una intensa actividad epistolar, se confrontó públicamente con autores heréticos, a veces con excesos e intransigencias, pero siempre movido sinceramente por el deseo de defender la verdadera fe y el depósito de las Escrituras.

Este periodo intenso y prolífico se interrumpió con la muerte del papa Dámaso. Se vio obligado a dejar Roma y, seguido por algunos amigos y mujeres deseosas de continuar la experiencia espiritual y el estudio bíblico que habían comenzado, partió hacia Egipto —donde conoció al gran teólogo Dídimo el Ciego— y Palestina, para establecerse definitivamente en Belén en el año 386. Retomó sus estudios filológicos, arraigados en los lugares físicos que habían sido escenario de esas narraciones.

La importancia que daba a los lugares santos se evidencia no sólo por la elección de vivir en Palestina, desde el año 386 hasta su muerte, sino también por el servicio a las peregrinaciones. Precisamente en Belén, lugar privilegiado para él, cerca de la gruta de la Natividad fundó dos monasterios “gemelos”, masculino y femenino, con albergues para acoger a los peregrinos venidos ad loca sancta, manifestando así su generosidad para alojar a cuantos llegaban a aquella tierra para ver y tocar los lugares de la historia de la salvación, uniendo de este modo la búsqueda cultural a la espiritual.[12]

Poniéndose a la escucha, Jerónimo se encontró a sí mismo en la Sagrada Escritura, como también el rostro de Dios y de los hermanos, y afinó su predilección por la vida comunitaria. De ahí su deseo de vivir con los amigos, como en los tiempos de Aquilea, y de fundar comunidades monásticas, persiguiendo el ideal cenobítico de vida religiosa que ve al monasterio como “lugar de entrenamiento” donde formar personas “que se hayan hecho los más insignificantes de todos para merecer ser los primeros”, felices en la pobreza y capaces de enseñar con el propio estilo de vida. De hecho, consideraba formativo vivir “bajo la disciplina de un solo padre y en compañía de muchos hermanos” para aprender la humildad, la paciencia, el silencio y la mansedumbre, consciente de que “a la verdad no le gustan los rincones ni le hacen falta los chismosos”.[13] Además, confiesa que comenzó a “sentir […] nostalgia de las celdas del monasterio y a echar de menos la similitud de aquellas hormigas con los monjes, entre los cuales se trabaja en común y, aunque nada sea propiedad de cada cual, todos lo tienen todo”.[14]

Jerónimo no encontró en el estudio un deleite efímero centrado en sí mismo, sino un ejercicio de vida espiritual, un medio para llegar a Dios y, de este modo, su formación clásica se reordenó también en un servicio más maduro a la comunidad eclesial. Pensemos en la ayuda que dio al papa Dámaso, en la enseñanza que dedicó a las mujeres, especialmente para el hebreo, desde el primer cenáculo en el Aventino, hasta hacer entrar a Paula y Eustoquio en “las discrepancias de los traductores”[15] y, algo inaudito para ese tiempo, permitirles que pudieran leer y cantar los Salmos en la lengua original.[16]

Una cultura, la suya, puesta al servicio y confirmada como necesaria para todo evangelizador. Así le recordaba al amigo Nepociano: “La palabra del presbítero está inspirada por la lectura de las Escrituras. No te quiero ni declamador, ni deslenguado, ni charlatán, sino conocedor del misterio e instruido en los designios de tu Dios. Hablar con engolamiento o precipitadamente para suscitar admiración ante el vulgo ignorante es propio de hombres incultos. El hombre de frente altanera se lanza con frecuencia a interpretar lo que ignora, y si logra convencer a los demás, se arroga para sí mismo el saber”.[17]

Hasta su muerte en el año 420, Jerónimo transcurrió en Belén el periodo más fecundo e intenso de su vida, completamente dedicado al estudio de la Escritura, comprometido en la monumental obra de traducción de todo el Antiguo Testamento a partir del original hebreo. Al mismo tiempo, comentaba los libros proféticos, los salmos, las obras paulinas, escribía subsidios para el estudio de la Biblia. El trabajo valioso que se encuentra en sus obras es fruto del diálogo y la colaboración, desde la copia y el análisis de los manuscritos hasta su reflexión y discusión: Para estudiar “los libros divinos yo nunca he confiado en mis propias fuerzas ni he tenido como maestra mi propia opinión, sino que he solido preguntar incluso sobre aquellas cosas que yo creía saber, ¡cuánto más sobre aquellas de las que yo estaba dudoso!”.[18] Por eso, consciente de sus propios límites, pedía auxilio continuamente en la oración de intercesión, para que la traducción de los textos sagrados estuviera hecha “con el mismo espíritu con que fueron escritos los libros”[19], sin olvidar traducir también otras obras de autores como Orígenes, indispensables para el trabajo exegético, para “procurar materiales a quienes quieran adelantar en el conocimiento de las cosas”.[20]

El estudio de Jerónimo se reveló como un esfuerzo realizado en la comunidad y al servicio de la comunidad, modelo de sinodalidad también para nosotros, para nuestro tiempo y para las diversas instituciones culturales de la Iglesia, con vistas a que sean siempre “lugar donde el saber se vuelve servicio, porque sin el saber nacido de la colaboración y que se traduce en la cooperación no hay desarrollo humano genuino e integral”[21]. El fundamento de esa comunión es la Escritura, que no podemos leer por nuestra cuenta: “La Biblia ha sido escrita por el Pueblo de Dios y para el Pueblo de Dios, bajo la inspiración del Espíritu Santo. Sólo en esta comunión con el Pueblo de Dios podemos entrar realmente, con el ‘nosotros’, en el núcleo de la verdad que Dios mismo quiere comunicarnos”.[22]

La vigorosa experiencia de vida de Jerónimo, alimentada por la Palabra de Dios, hizo que se convirtiera en guía espiritual, a través de una intensa correspondencia epistolar. Se hizo compañero de viaje, convencido de que “ningún arte se aprende sin maestro”, como escribe a Rústico: “Todo lo que pretendo insinuarte, tomándote de la mano, todo lo que pretendo inculcarte, como el experto marino que ha pasado por muchos naufragios lo haría con un remero bisoño”.[23] Desde aquel rincón tranquilo del mundo acompañaba a la humanidad en una época de grandes cambios, marcada por acontecimientos como el saqueo de Roma del año 410, que lo afectó profundamente.

Confiaba en sus cartas las polémicas doctrinales, siempre en defensa de la recta fe, revelándose como hombre de relaciones vividas con fuerza y con dulzura, involucrado totalmente, sin formas edulcoradas, experimentando que “el amor no tiene precio”.[24] Así vivía sus afectos, con ímpetu y sinceridad. Esta implicación en las situaciones en las que vivía y actuaba se constata también con el hecho de que ofrecía su trabajo de traducción y crítica como munus amicitiae. Era un don ante todo para los amigos, a quienes destinaba y dedicaba sus obras, y a quienes les pedía que las leyeran con ojos amigables más que críticos, y luego para los lectores, sus contemporáneos y los de todos los tiempos.[25]

Dedicó los últimos años de su vida a la lectura orante personal y comunitaria de la Escritura, a la contemplación, al servicio a los hermanos a través de sus obras. Todo esto en Belén, junto a la gruta donde la Virgen dio a luz al Verbo, consciente de que es “dichoso aquel que porta en su pecho la cruz, la resurrección y el lugar del nacimiento de Cristo y el de la ascensión. Dichoso aquel que tiene a Belén en su corazón, y en cuyo corazón Cristo nace a diario”.[26]

 

La clave sapiencial de su retrato

Para una plena comprensión de la personalidad de san Jerónimo es necesario conjugar dos dimensiones características de su existencia como creyente. Por un lado, su absoluta y rigurosa consagración a Dios, con la renuncia a cualquier satisfacción humana, por amor a Cristo crucificado (cf. 1 Co 2,2; Flp 3,8.10); por otro lado, el esfuerzo de estudio asiduo, dirigido exclusivamente a una comprensión del misterio del Señor cada vez más profunda. Es precisamente este doble testimonio ofrecido de modo admirable por san Jerónimo, el que se propone como modelo, sobre todo, para los monjes, quienes viven de ascesis y oración, con vistas a que se dediquen al trabajo asiduo de la investigación y del pensamiento; después, para los estudiosos, que deben recordar que el saber sólo es válido religiosamente si está fundado en el amor exclusivo a Dios, y expoliado de toda ambición humana y aspiración mundana.

Tales dimensiones fueron incorporadas en el campo de la historia del arte, donde la presencia de san Jerónimo es frecuente: grandes maestros de la pintura occidental nos han dejado sus representaciones. Podríamos organizar las diversas tipologías iconográficas en dos líneas distintas. Una lo define sobre todo como monje y penitente, con un cuerpo marcado por el ayuno, retirado en zonas desérticas, de rodillas o postrado en tierra, en muchos casos apretando una piedra en la mano derecha para golpearse el pecho, y con los ojos vueltos al Crucificado. En esta línea se sitúa la conmovedora obra maestra de Leonardo da Vinci conservada en la Pinacoteca Vaticana. Otro modo de representar a Jerónimo es el que lo muestra vestido como un estudioso, sentado en su escritorio, dedicado a la traducción y al comentario de la Sagrada Escritura, rodeado de libros y pergaminos, consagrado a la misión de defender la fe a través del pensamiento y la escritura. Albrecht Dürer, por citar otro ejemplo ilustre, lo representó más de una vez en esta actitud.

Los dos aspectos evocados anteriormente se encuentran unidos en el lienzo de Caravaggio, en la Galería Borghese de Roma. En una única escena se representa al anciano asceta, vestido ligeramente con un manto rojo, que tiene un cráneo sobre la mesa, símbolo de la vanidad de las realidades terrenas; pero al mismo tiempo también se manifiesta con vehemencia su cualidad de estudioso, que tiene los ojos fijos en el libro, mientras su mano mete la pluma en el tintero, como acto que caracteriza al escritor.

De manera análoga —que llamaría sapiencial— debemos comprender el doble perfil del itinerario biográfico de Jerónimo. Cuando, como un verdadero “León de Belén”, exageraba en los tonos, lo hacía por la búsqueda de una verdad que estaba dispuesto a servir incondicionalmente. Y como él mismo explica en el primero de sus escritos, Vida de san Pablo, ermitaño de Tebas, los leones son capaces de “desaforados rugidos”, pero también de lágrimas.[27] Por este motivo, las dos fisonomías contrapuestas que aparecen en su figura son, en realidad, elementos con los que el Espíritu Santo le permitió madurar su unidad interior.

 

Amor por la Sagrada Escritura

El rasgo peculiar de la figura espiritual de san Jerónimo sigue siendo, sin duda, su amor apasionado por la Palabra de Dios, transmitida a la Iglesia en la Sagrada Escritura. Si todos los Doctores de la Iglesia —y en particular los de la época cristiana primitiva— obtuvieron explícitamente de la Biblia el contenido de sus enseñanzas, Jerónimo lo hizo de una manera más sistemática y en algunos aspectos única.

En los últimos tiempos los exegetas han descubierto el genio narrativo y poético de la Biblia, exaltado precisamente por su calidad expresiva. Jerónimo, en cambio, lo que enfatizaba de las Escrituras era más bien el carácter humilde con el que Dios se reveló, expresándose en la naturaleza áspera y casi primitiva de la lengua hebrea, comparada con el refinamiento del latín ciceroniano. Por tanto, no se dedicaba a la Sagrada Escritura por un gusto estético, sino —como es bien conocido— sólo porque lo llevaba a conocer a Cristo, porque ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo.[28]

Jerónimo nos enseña que no sólo se deben estudiar los Evangelios, y que no es solamente la tradición apostólica, presente en los Hechos de los Apóstoles y en las Cartas, la que hay que comentar, sino que todo el Antiguo Testamento es indispensable para penetrar en la verdad y la riqueza de Cristo.[29] Las mismas páginas del Evangelio lo atestiguan: nos hablan de Jesús como Maestro que, para explicar su misterio, recurre a Moisés, a los profetas y a los Salmos (cf. Lc 4,16-21; 24,27.44-47). Incluso la predicación de Pedro y Pablo, en los Hechos, se fundamenta emblemáticamente en las antiguas Escrituras; sin ellas, no puede entenderse plenamente la figura del Hijo de Dios, el Mesías Salvador. El Antiguo Testamento no debe considerarse como un vasto repertorio de citas que demuestran el cumplimiento de las profecías en la persona de Jesús de Nazaret. En cambio, más radicalmente, sólo a la luz de las “figuras” veterotestamentarias es posible comprender plenamente el significado del acontecimiento de Cristo, cumplido en su muerte y resurrección. De ahí la necesidad de redescubrir, en la práctica catequética y en la predicación, así como en las discusiones teológicas, el aporte indispensable del Antiguo Testamento, que debe ser leído y asimilado como alimento precioso (cf. Ez 3,1-11; Ap 10,8-11).[30]

La dedicación total de Jerónimo a las Escrituras se manifestó en una forma de expresión apasionada, semejante a la de los antiguos profetas. De ellos sacaba nuestro Doctor su fuego interior, que se convertía en palabra impetuosa y explosiva (cf. Jr 5,14; 20,9; 23,29; Ml 3,2; Si 48,1; Mt 3,11; Lc 12,49), necesaria para expresar el celo ardiente del servidor de la causa de Dios. Siguiendo los pasos de Elías, Juan el Bautista e incluso el apóstol Pablo, el desdén ante la mentira, la hipocresía y las falsas doctrinas enciende el discurso de Jerónimo haciéndolo provocativo y aparentemente duro. La dimensión polémica de sus escritos se comprende mejor si se lee como una especie de calco y actualización de la tradición profética más auténtica. Jerónimo, por tanto, es un modelo de testimonio inflexible de la verdad, que asume la severidad del reproche para inducir a la conversión. En la intensidad de las locuciones e imágenes se manifiesta la valentía del siervo que no quiere agradar a los hombres sino sólo a su Señor (Ga 1,10), por quien ha consumido toda la energía espiritual.

 

El estudio de la Sagrada Escritura

El amor apasionado de san Jerónimo por las divinas Escrituras está impregnado de obediencia. En primer lugar respecto a Dios, que se ha comunicado con palabras que exigen una escucha reverente[31] y, en consecuencia, también la obediencia a quienes en la Iglesia representan la tradición interpretativa viva del mensaje revelado. Sin embargo, la “obediencia de la fe” (Rm 1,5; 16,26) no es una mera recepción pasiva de lo que es conocido; al contrario, requiere el compromiso activo de la investigación personal. Podemos considerar a san Jerónimo como un “servidor” de la Palabra, fiel y trabajador, completamente consagrado a favorecer en sus hermanos de fe una comprensión más adecuada del “depósito” sagrado que les ha sido confiado (cf. 1 Tm 6,20; 2 Tm 1,14). Si no se entiende lo escrito por los autores inspirados, la misma Palabra de Dios carece de eficacia (cf. Mt 13,19) y el amor a Dios no puede surgir.

Ahora bien, las páginas bíblicas no siempre son accesibles de inmediato. Como se dice en Isaías (29,11), incluso para aquellos que saben “leer” —es decir, que han tenido una formación intelectual suficiente— el libro sagrado aparece “sellado”, cerrado herméticamente a la interpretación. Por tanto, es necesario que intervenga un testigo competente para proporcionar la llave liberadora, la de Cristo Señor, único capaz de desatar los sellos y abrir el libro (cf. Ap 5,1-10), para revelar la prodigiosa efusión de la gracia (cf. Lc 4,17-21). Muchos entonces, incluso entre los cristianos practicantes, declaran abiertamente que no saben leer (cf. Is 29,12), no por analfabetismo, sino porque no están preparados para el lenguaje bíblico, sus modos expresivos y las tradiciones culturales antiguas, por lo que el texto bíblico resulta indescifrable, como si estuviera escrito en un alfabeto desconocido y en una lengua poco comprensible.

Se vuelve necesario, por tanto, la mediación del intérprete, ejerciendo su función “diaconal”, al ponerse al servicio de quienes no pueden comprender el sentido de lo escrito proféticamente. La imagen que se puede evocar, a este respecto, es la del diácono Felipe, impulsado por el Señor para ir en ayuda del eunuco que está leyendo un pasaje de Isaías en su carroza (53,7-8), pero sin poder comprender su significado: “¿Crees entender lo que estás leyendo?”, pregunta Felipe; y el eunuco responde: “¿Cómo voy a entender si nadie me lo explica?” (Hch 8,30-31).[32]

Jerónimo es nuestro guía sea porque, como lo hizo Felipe (cf. Hch 8,35), lleva a quien lee al misterio de Jesús, sea también porque asume responsable y sistemáticamente las mediaciones exegéticas y culturales necesarias para una lectura correcta y fecunda de la Sagrada Escritura[33]. La competencia en las lenguas en las que se transmitió la Palabra de Dios, el cuidadoso análisis y evaluación de los manuscritos, la investigación arqueológica precisa, además del conocimiento de la historia de la interpretación, en definitiva, todos los recursos metodológicos que estaban disponibles en su época histórica los supo utilizar armónica y sabiamente, para orientar hacia una comprensión correcta de la Escritura inspirada.

Una dimensión tan ejemplar de la actividad de san Jerónimo es muy importante incluso en la Iglesia de hoy. Como nos enseña la Dei Verbum, si la Biblia es “como el alma de la sagrada teología”[34] y la columna vertebral espiritual de la práctica religiosa cristiana[35], es indispensable que el acto interpretativo de la misma esté sostenido por competencias específicas.

A este propósito sirven ciertamente los centros especializados para la investigación bíblica —como el Pontificio Instituto Bíblico en Roma y L’École Biblique y el Studium Biblicum Franciscanum en Jerusalén— y patrística —como el Augustinianum en Roma—, pero también las Facultades de Teología deben esforzarse para que la enseñanza de la Sagrada Escritura esté programada de tal manera que se asegure a los estudiantes una capacidad interpretativa competente, tanto en la exégesis de los textos como en la síntesis de la teología bíblica. La riqueza de las Escrituras es desafortunadamente ignorada o minimizada por muchos, porque no se les han proporcionado las bases esenciales del conocimiento. Por tanto, junto a un incremento de los estudios eclesiásticos dirigidos a sacerdotes y catequistas, que valoricen de manera más adecuada la competencia en la Sagrada Escritura, se debe promover una formación extendida a todos los cristianos, para que cada uno sea capaz de abrir el libro sagrado y extraer los frutos inestimables de sabiduría, esperanza y vida.[36]

Aquí quisiera recordar lo que expresó mi predecesor en la Exhortación apostólica Verbum Domini: “La sacramentalidad de la Palabra se puede entender en analogía con la presencia real de Cristo bajo las especies del pan y del vino consagrados. […] Sobre la actitud que se ha de tener con respecto a la Eucaristía y la Palabra de Dios, dice san Jerónimo: ‘Nosotros leemos las Sagradas Escrituras. Yo pienso que el Evangelio es el Cuerpo de Cristo; yo pienso que las Sagradas Escrituras son su enseñanza. Y cuando él dice: «Quien no come mi carne y bebe mi sangre» (Jn 6,53), aunque estas palabras puedan entenderse como referidas también al Misterio [eucarístico], sin embargo, el cuerpo de Cristo y su sangre es realmente la palabra de la Escritura, es la enseñanza de Dios’’”.[37]

Lamentablemente, en muchas familias cristianas nadie se siente capaz —como en cambio está prescrito en la Torá (cf. Dt 6,6)— de dar a conocer a sus hijos la Palabra del Señor, con toda su belleza, con toda su fuerza espiritual. Por eso quise establecer el Domingo de la Palabra de Dios,[38] animando a la lectura orante de la Biblia y a la familiaridad con la Palabra de Dios.[39] Todas las demás manifestaciones de la religiosidad se enriquecerán así de sentido, estarán orientadas por una jerarquía de valores y se dirigirán a lo que constituye la cumbre de la fe: la adhesión plena al misterio de Cristo.

 

La Vulgata

El “fruto más dulce de la ardua siembra”[40] del estudio del griego y el hebreo, realizado por Jerónimo, es la traducción del Antiguo Testamento del hebreo original al latín. Hasta ese momento, los cristianos del imperio romano sólo podían leer la Biblia en griego en su totalidad. Mientras que los libros del Nuevo Testamento se habían escrito en griego, para los del Antiguo existía una traducción completa, la llamada Septuaginta (es decir, la versión de los Setenta) realizada por la comunidad judía de Alejandría alrededor del siglo II a.C. Para los lectores de lengua latina, sin embargo, no había una versión completa de la Biblia en su propio idioma, sino sólo algunas traducciones, parciales e incompletas, que procedían del griego. Jerónimo, y después de él sus seguidores, tuvieron el mérito de haber emprendido una revisión y una nueva traducción de toda la Escritura. Con el estímulo del papa Dámaso, Jerónimo comenzó en Roma la revisión de los Evangelios y los Salmos, y luego, en su retiro en Belén, empezó la traducción de todos los libros veterotestamentarios, directamente del hebreo; una obra que duró años.

Para completar este trabajo de traducción, Jerónimo hizo un buen uso de sus conocimientos de griego y hebreo, así como de su sólida formación latina, y utilizó las herramientas filológicas que tenía a su disposición, en particular las Hexaplas de Orígenes. El texto final combinó la continuidad en las fórmulas, ahora de uso común, con una mayor adherencia al estilo hebreo, sin sacrificar la elegancia de la lengua latina. El resultado es un verdadero monumento que ha marcado la historia cultural de Occidente, dando forma al lenguaje teológico. Superados algunos rechazos iniciales, la traducción de Jerónimo se convirtió inmediatamente en patrimonio común tanto de los eruditos como del pueblo cristiano, de ahí el nombre de Vulgata.[41] La Europa medieval aprendió a leer, orar y razonar en las páginas de la Biblia traducidas por Jerónimo. “La Sagrada Escritura se ha convertido así en una especie de ‘inmenso vocabulario ‘(P. Claudel) y de ‘Atlas iconográfico’ (M. Chagall) del que se han nutrido la cultura y el arte cristianos”.[42] La literatura, las artes e incluso el lenguaje popular se han inspirado constantemente en la versión jeronimiana de la Biblia, dejándonos tesoros de belleza y devoción.

En relación a este hecho indiscutible, el Concilio de Trento estableció el carácter “auténtico” de la Vulgata en el decreto Insuper, rindiendo homenaje al uso secular que la Iglesia había hecho de ella y certificando su valor como instrumento de estudio, predicación y discusión pública.[43] Sin embargo, no pretendía minimizar la importancia de las lenguas originales, como no dejaba de recordar Jerónimo, ni mucho menos prohibir nuevos trabajos de traducción integral en el futuro. San Pablo VI, asumiendo el mandato de los Padres del Concilio Vaticano II, quiso que la revisión de la traducción de la Vulgata se completara y se pusiera a disposición de toda la Iglesia. Así es como san Juan Pablo II, en la Constitución apostólica Scripturarum thesaurus,[44] promulgó en 1979 la edición típica llamada Neovulgata.

 

La traducción como inculturación

Con su traducción, Jerónimo logró “inculturar” la Biblia en la lengua y la cultura latina, y esta obra se convirtió en un paradigma permanente para la acción misionera de la Iglesia. En efecto, “cuando una comunidad acoge el anuncio de la salvación, el Espíritu Santo fecunda su cultura con la fuerza transformadora del Evangelio”[45], y de este modo se establece una especie de circularidad: así como la traducción de Jerónimo está en deuda con la lengua y la cultura de los clásicos latinos, cuyas huellas son claramente visibles, así ella, con su lengua y su contenido simbólico y de imágenes, se ha convertido a su vez en un elemento creador de cultura.

El trabajo de traducción de Jerónimo nos enseña que los valores y las formas positivas de cada cultura representan un enriquecimiento para toda la Iglesia. Los diferentes modos en que la Palabra de Dios se anuncia, se comprende y se vive con cada nueva traducción enriquecen la Escritura misma, puesto que —según la conocida expresión de Gregorio Magno— crece con el lector,[46] recibiendo a lo largo de los siglos nuevos acentos y nueva sonoridad. La inserción de la Biblia y del Evangelio en las diferentes culturas hace que la Iglesia se manifieste cada vez más como “sponsa ornata monilibus suis” (Is 61,10). Y atestigua, al mismo tiempo, que la Biblia necesita ser traducida constantemente a las categorías lingüísticas y mentales de cada cultura y de cada generación, incluso en la secularizada cultura global de nuestro tiempo.[47]

Ha sido recordado, con razón, que es posible establecer una analogía entre la traducción, como acto de hospitalidad lingüística, y otras formas de hospitalidad.[48] Por eso, la traducción no es un trabajo que concierne únicamente al lenguaje, sino que corresponde, de hecho, a una decisión ética más amplia, que está relacionada con toda la visión de la vida. Sin traducción, las diferentes comunidades lingüísticas no podrían comunicarse entre sí; nosotros cerraríamos las puertas de la historia y negaríamos la posibilidad de construir una cultura del encuentro.[49] En efecto, sin traducción no hay hospitalidad y se fortalecen las acciones de hostilidad. El traductor es un constructor de puentes. ¡Cuántos juicios temerarios, cuántas condenas y conflictos surgen del hecho de ignorar el idioma de los demás y de no esforzarnos, con tenaz esperanza, en esta prueba infinita de amor que es la traducción!

Jerónimo también tuvo que oponerse al pensamiento dominante de su época. Si en los albores del imperio romano, el saber griego era relativamente común, en ese momento ya era una rareza. Sin embargo, llegó a ser uno de los mejores conocedores de la lengua y literatura griega cristiana y se embarcó solo en un viaje aún más arduo cuando se dedicó al estudio del hebreo. Como fue escrito, si “los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”,[50] podemos decir que le debemos al poliglotismo de san Jerónimo una comprensión más universal del cristianismo y, al mismo tiempo, más acorde con sus fuentes.

Con la celebración del centenario de la muerte de san Jerónimo, nuestra mirada se vuelve hacia la extraordinaria vitalidad misionera expresada por la traducción de la Palabra de Dios a más de tres mil idiomas. Muchos son los misioneros a quienes debemos la preciosa labor de publicar gramáticas, diccionarios y otras herramientas lingüísticas que ofrecen las bases de la comunicación humana y son un vehículo del “sueño misionero de llegar a todos”.[51] Es necesario valorar todo este trabajo e invertir en él, contribuyendo a superar las fronteras de la incomunicabilidad y de la falta de encuentro. Todavía queda mucho por hacer. Como ha sido afirmado, no existe comprensión sin traducción;[52] no nos comprenderemos a nosotros mismos, ni a los demás.

 

Jerónimo y la cátedra de Pedro

Jerónimo siempre tuvo una relación especial con la ciudad de Roma: Roma es el puerto espiritual al que regresó continuamente; en Roma se formó el humanista y se forjó el cristiano; él era homo romanus. Este vínculo se daba, de manera muy peculiar, en la lengua de la Urbe, el latín, del que fue maestro y conocedor, pero estuvo sobre todo vinculado a la Iglesia de Roma y, en especial, a la cátedra de Pedro. La tradición iconográfica, de manera anacrónica, lo representaba con la púrpura cardenalicia, para señalar su pertenencia al presbiterio de Roma junto al papa Dámaso. Fue en Roma donde comenzó la revisión de la traducción; e incluso cuando la envidia y la incomprensión lo obligaron a abandonar la ciudad, siempre permaneció fuertemente vinculado a la cátedra de Pedro.

Para Jerónimo, la Iglesia de Roma era el terreno fértil donde la semilla de Cristo da fruto abundante.[53] En una época agitada, en la que la túnica inconsútil de la Iglesia se veía a menudo desgarrada por las divisiones entre los cristianos, Jerónimo consideraba la cátedra de Pedro como un punto de referencia seguro: “Yo, que no sigo más primacía que la de Cristo, me uno por la comunión a tu beatitud, es decir, a la cátedra de Pedro. Sé que la Iglesia está edificada sobre esa roca”. En medio de las disputas contra los arrianos, escribió a Dámaso: “Quien no recoge contigo, desparrama; es decir, el que no es de Cristo es del anticristo”.[54] Por eso podía afirmar también: “El que se adhiera a la cátedra de Pedro es mío”.[55]

Jerónimo a menudo se vio involucrado en discusiones ásperas a causa de la fe. Su amor por la verdad y la ardiente defensa de Cristo quizá lo llevaron a exagerar la violencia verbal en sus cartas y escritos. Sin embargo, vivía orientado a la paz: “También nosotros queremos la paz, y no sólo la queremos, sino que la pedimos suplicantes. Pero la paz de Cristo, la paz verdadera, una paz sin enemistades, una paz que no lleve escondida la guerra, una paz que no esclavice a los adversarios, sino que los una como amigos”.[56]

Nuestro mundo necesita más que nunca la medicina de la misericordia y la comunión. Permítanme repetir una vez más: Demos un testimonio de comunión fraterna que sea atractivo y luminoso.[57] “En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros” (Jn 13,35). Es lo que pidió intensamente Jesús con su oración al Padre: “Para que todos sean uno […] en nosotros, para que el mundo crea” (Jn 17,21).

 

Amar lo que Jerónimo amó

Como conclusión de esta Carta, quisiera hacer un nuevo llamamiento a todos. Entre los muchos elogios que la posteridad le rinde a san Jerónimo está el de no ser considerado solamente uno de los más grandes estudiosos de la “biblioteca” de la que el cristianismo se nutre a lo largo del tiempo, comenzando por el tesoro de las Sagradas Escrituras; sino que también se le puede aplicar lo que él mismo escribió sobre Nepociano: “Por la asidua lectura y la meditación prolongada, había hecho de su corazón una biblioteca de Cristo”.[58] Jerónimo no escatimó esfuerzos para enriquecer su biblioteca, en la que siempre vio un laboratorio indispensable para la comprensión de la fe y la vida espiritual; y en esto constituye un maravilloso ejemplo también para el presente. Pero, además, fue más lejos. Para él, el estudio no se limitaba a sus primeros años juveniles de formación, sino que era un compromiso constante, una prioridad de todos los días de su vida. En definitiva, podemos decir que asimiló toda una biblioteca y se convirtió en dispensador de conocimiento para muchos otros. Postumiano, que en el siglo IV viajó a Oriente para descubrir los movimientos monásticos, fue testigo ocular del estilo de vida de Jerónimo, con quien permaneció unos meses, y lo describió de la siguiente manera: “Él es todo en la lectura, todo en los libros; no descansa ni de día ni de noche; siempre lee o escribe algo”.[59]

En este sentido, a menudo pienso en la experiencia que puede tener un joven hoy al entrar en una librería de su ciudad, o en una página de internet, y buscar el sector de libros religiosos. Es un espacio que, cuando existe, en la mayoría de los casos no sólo es marginal, sino carente de obras sustanciales. Al examinar esos estantes, o esas páginas en la red, es difícil para un joven comprender cómo la investigación religiosa pueda ser una aventura emocionante que une pensamiento y corazón; cómo la sed de Dios haya encendido grandes mentes a lo largo de los siglos hasta hoy; cómo la maduración de la vida espiritual haya contagiado a teólogos y filósofos, artistas y poetas, historiadores y científicos. Uno de los problemas actuales, no sólo de religión, es el analfabetismo: escasean las competencias hermenéuticas que nos hagan intérpretes y traductores creíbles de nuestra propia tradición cultural. Deseo lanzar un desafío, de modo particular, a los jóvenes: Vayan en busca de su herencia. El cristianismo los convierte en herederos de un patrimonio cultural insuperable del que deben tomar posesión. Apasiónense de esta historia, que es de ustedes. Atrévanse a fijar la mirada en Jerónimo, ese joven inquieto que, como el personaje de la parábola de Jesús, vendió todo lo que tenía para comprar “la perla de gran valor” (Mt 13,46).

Verdaderamente, Jerónimo es la “biblioteca de Cristo”, una biblioteca perenne que dieciséis siglos después sigue enseñándonos lo que significa el amor de Cristo, un amor que no se puede separar del encuentro con su Palabra. Por esta razón, el centenario actual representa una llamada a amar lo que Jerónimo amó, redescubriendo sus escritos y dejándonos tocar por el impacto de una espiritualidad que puede describirse, en su núcleo más vital, como el deseo inquieto y apasionado de un conocimiento más profundo del Dios de la Revelación. ¿Cómo no escuchar, en nuestros días, lo que Jerónimo exhortaba incesantemente a sus contemporáneos: “Lee muy a menudo las Divinas Escrituras, o mejor, nunca el texto sagrado se te caiga de las manos”[60]

Un ejemplo luminoso es la Virgen María, evocada por Jerónimo sobre todo como madre virginal, pero también en su actitud de lectora orante de la Escritura. María meditaba en su corazón (cf. Lc 2,19.51) porque “era santa y había leído las Sagradas Escrituras, conocía a los profetas y recordaba lo que el ángel Gabriel le había anunciado y lo que se le había augurado por boca de los profetas. […] Veía a Aquel recién nacido, que era su Hijo, su único Hijo, acostado y dando vagidos, en ese pesebre, pero a quien en realidad estaba viendo allí acostado era al Hijo de Dios; y lo que ella estaba viendo andaba comparándolo con cuanto había oído y leído”.[61] Encomendémonos a ella, que mejor que nadie puede enseñarnos a leer, meditar, rezar y contemplar a Dios, que se hace presente en nuestra vida sin cansarse jamás.

 

Roma, San Juan de Letrán, 30 de septiembre, memoria de san Jerónimo, del año 2020, octavo de mi pontificado.

 

FRANCISCO

 

 

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[1] “Deus qui beato Hieronymo presbitero suavem et vivum Scripturae Sacrae affectum tribuisti, da, ut populus tuus verbo tuo uberius alatur et in eo fontem vitae inveniet” (Collecta Missae Sancti Hieronymi, Missale Romanum, editio typica tertia, Civitas Vaticana 2002). Traducción en lengua española: “Oh, Dios, que concediste al presbítero san Jerónimo un amor suave y vivo a la Sagrada Escritura, haz que tu pueblo se alimente de tu palabra con mayor abundancia y encuentre en ella la fuente de la vida” (Oración colecta Memoria litúrgica de san Jerónimo, Misal Romano, Madrid 2017).

[2] Epistula (en adelante: Ep.) 22, 30: CSEL 54, 190.

[3] AAS 12 (1920), 385-423.

[4] Cf. Audiencias Generales 7 y 14 noviembre 2007: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (9 noviembre 2007), p. 12; ibíd. (16 noviembre 2007), p. 16.

[5] Sínodo de los Obispos, Mensaje al Pueblo de Dios de la XII Asamblea general ordinaria (24 octubre 2008).

[6] Cf. AAS 102 (2010), 681-787.

[7] Chronicum 374: PL 27, 697-698.

[8] Ep. 125, 12: CSEL 56, 131.

[9] Cf. Ep. 122, 3: CSEL 56, 63.

[10] Cf. Homilía en la Santa Misa, Domus Sanctae Marthae (10 diciembre 2015): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (18 diciembre 2015), p. 13. La anécdota se encuentra en A. Louf, Sotto la guida dello Spirito, Qiqaion, Magnano (BI) 1990, 154-155.

 

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Audiencia general: Catequesis completa, “preparar el futuro con Jesús”

Final del ciclo sobre COVID-19

septiembre 30, 2020 14:22

Audiencia General

(zenit – 30 sept. 2020).- Esta mañana, en la audiencia general, el Papa Francisco ha pronunciado la novena y última catequesis del ciclo sobre COVID-19 “Sanar el mundo”, titulada “Preparar el futuro junto con Jesús que salva y sana”.

Hoy, 30 de septiembre de 2020, la audiencia general de los miércoles se ha celebrado públicamente en el patio de San Dámaso.

 

Dignidad, solidaridad y subsidariedad

Francisco se refirió al camino recorrido durante las catequesis de estos meses sobre cómo sanar el mundo actual, que sufre “por un malestar que la pandemia ha evidenciado y acentuado”. Y recordó que la dignidad, la solidaridad y la subsidiariedad son “vías indispensables para promover la dignidad humana y el bien común”.

Como discípulos de Jesús, propone “seguir sus pasos optando por los pobres, repensando el uso de los bienes y cuidando la casa común”, anclados en los principios de la doctrina social de la Iglesia, guiados por la fe, la esperanza y la caridad.

“Quisiera que este camino no termine con estas catequesis mías, sino que se pueda continuar caminando juntos, teniendo ‘fijos los ojos en Jesús’ (Hb 12, 2)”, la mirada en Jesús “que salva y sana al mundo”, expresó.

 

Contemplar la belleza de cada persona

Para que esto suceda realmente, el Papa señaló que es necesario “contemplar y apreciar la belleza de cada ser humano y de cada criatura”, pues cada una “tiene algo que decirnos de Dios creador”.

Así, continuó, “podremos contribuir a la nueva sanación de las relaciones con nuestros dones y nuestras capacidades” y “regenerar la sociedad y no volver a la llamada ‘normalidad’, que es una normalidad enferma”.

 

Normalidad del Reino de Dios

En este sentido, apuntó que la normalidad a la cual estamos llamados es la del Reino de Dios, donde “los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncian a los pobres la Buena Nueva” (Mt 11, 5).

En esta normalidad del Reino de Dios es importante “que el pan llegue a todos, que la organización social se base en el contribuir, compartir y distribuir, con ternura, no en el poseer, excluir y acumular. ¡Porque al final de la vida no llevaremos nada a la otra vida!

“La ternura es la señal propia de la presencia de Jesús. Ese acercarse al prójimo para caminar, para sanar, para ayudar, para sacrificarse por el otro”, añadió.

 

Heridas del coronavirus

Para el Pontífice, “un pequeño virus sigue causando heridas profundas y desenmascara nuestras vulnerabilidades físicas, sociales y espirituales” y ha evidenciado “la gran desigualdad que reina en el mundo”.

Estas injusticias “no son naturales ni inevitables”, sino “obras del hombre, provienen de un modelo de crecimiento desprendido de los valores más profundos”, que ha hecho “perder la esperanza en muchos y ha aumentado la incertidumbre y la angustia”.

 

Una sociedad más sana

Por todo ello, para salir de la pandemia, “tenemos que encontrar la cura no solamente para el coronavirus —¡que es importante! —, sino también para los grandes virus humanos y socioeconómicos”, subrayó.

Por último, el Santo Padre indicó que “tenemos que ponernos a trabajar con urgencia para generar buenas políticas, diseñar sistemas de organización social en la que se premie la participación, el cuidado y la generosidad, en vez de la indiferencia, la explotación y los intereses particulares”: “Una sociedad solidaria y justa es una sociedad más sana”.

A continuación, sigue la catequesis completa del Papa Francisco.

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Catequesis – “Curar el mundo”: 9. Preparar el futuro junto con Jesús que salva y sana

 

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En las semanas pasadas, hemos reflexionado juntos, a la luz del Evangelio, sobre cómo sanar al mundo que sufre por un malestar que la pandemia ha evidenciado y acentuado. El malestar estaba: la pandemia lo ha evidenciado más, lo ha acentuado. Hemos recorrido los caminos de la dignidad, de la solidaridad y de la subsidiariedad, caminos indispensables para promover la dignidad humana y el bien común. Y como discípulos de Jesús, nos hemos propuesto seguir sus pasos optando por los pobres, repensando el uso de los bienes y cuidando la casa común. En medio de la pandemia que nos aflige, nos hemos anclado en los principios de la doctrina social de la Iglesia, dejándonos guiar por la fe, la esperanza y la caridad. Aquí hemos encontrado una ayuda sólida para ser trabajadores de transformaciones que sueñan en grande, no se detienen en las mezquindades que dividen y hieren, sino que animan a generar un mundo nuevo y mejor.

Quisiera que este camino no termine con estas catequesis mías, sino que se pueda continuar caminando juntos, teniendo “fijos los ojos en Jesús” (Hb 12, 2), como hemos escuchado al principio; la mirada en Jesús que salva y sana al mundo. Como nos muestra el Evangelio, Jesús ha sanado a enfermos de todo tipo (cfr. Mt 9, 35), ha dado la vista a los ciegos, la palabra a los mudos, el oído a los sordos. Y cuando sanaba las enfermedades y las dolencias físicas, sanaba también el espíritu perdonando los pecados, porque Jesús siempre perdona, así como los “dolores sociales” incluyendo a los marginados (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 1421). Jesús, que renueva y reconcilia a cada criatura (cfr. 2 Cor 5, 17; Col 1, 19-20), nos regala los dones necesarios para amar y sanar como Él sabía hacerlo (cfr. Lc 10, 1-9; Jn 15, 9-17), para cuidar de todos sin distinción de raza, lengua o nación.

Para que esto suceda realmente, necesitamos contemplar y apreciar la belleza de cada ser humano y de cada criatura. Hemos sido concebidos en el corazón de Dios (cfr. Ef 1, 3-5). “Cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido, cada uno de nosotros es amado, cada uno es necesario”[1]. Además, cada criatura tiene algo que decirnos de Dios creador (cfr. Enc. Laudato si’69239). Reconocer tal verdad y dar las gracias por los vínculos íntimos de nuestra comunión universal con todas las personas y con todas las criaturas, activa “un cuidado generoso y lleno de ternura” (ibid., 220). Y nos ayuda también a reconocer a Cristo presente en nuestros hermanos y hermanas pobres y sufrientes, a encontrarles y escuchar su clamor y el clamor de la tierra que se hace eco (cfr. ibid., 49).

Interiormente movilizados por estos gritos que nos reclaman otra ruta (cfr. ibid., 53), reclaman cambiar, podremos contribuir a la nueva sanación de las relaciones con nuestros dones y nuestras capacidades (cfr. ibid., 19). Podremos regenerar la sociedad y no volver a la llamada “normalidad”, que es una normalidad enferma, en realidad enferma antes de la pandemia: ¡la pandemia lo ha evidenciado! “Ahora volvemos a la normalidad”: no, esto no va porque esta normalidad estaba enferma de injusticias, desigualdades y degrado ambiental. La normalidad a la cual estamos llamados es la del Reino de Dios, donde “los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncian a los pobres la Buena Nueva” (Mt 11, 5). Y nadie se hace pasar por tonto mirando a otro lado. Esto es lo que debemos hacer, para cambiar. En la normalidad del Reino de Dios el pan llega a todos y sobra, la organización social se basa en el contribuir, compartir y distribuir, no en el poseer, excluir y acumular (cfr. Mt 14, 13-21). El gesto que hace ir adelante a una sociedad, una familia, un barrio, una ciudad, todos, es el de darse, dar, que no es dar una limosna, sino que es un darse que viene del corazón. Un gesto que aleja el egoísmo y el ansia de poseer. Pero la forma cristiana de hacer esto no es una forma mecánica: es una forma humana. Nosotros no podremos salir nunca de la crisis que se ha evidenciado por la pandemia, mecánicamente, con nuevos instrumentos —que son importantísimos, nos hacen ir adelante y de los cuales no hay que tener miedo—, sino sabiendo que los medios más sofisticados podrán hacer muchas cosas, pero una cosa no la podrán hacer: la ternura. Y la ternura es la señal propia de la presencia de Jesús. Ese acercarse al prójimo para caminar, para sanar, para ayudar, para sacrificarse por el otro.

Así es importante esa normalidad del Reino de Dios: que el pan llegue a todos, que la organización social se base en el contribuir, compartir y distribuir, con ternura, no en el poseer, excluir y acumular. ¡Porque al final de la vida no llevaremos nada a la otra vida!

Un pequeño virus sigue causando heridas profundas y desenmascara nuestras vulnerabilidades físicas, sociales y espirituales. Ha expuesto la gran desigualdad que reina en el mundo: desigualdad de oportunidades, de bienes, de acceso a la sanidad, a la tecnología, a la educación: millones de niños no pueden ir al colegio, y así sucesivamente la lista. Estas injusticias no son naturales ni inevitables. Son obras del hombre, provienen de un modelo de crecimiento desprendido de los valores más profundos.  El derroche de la comida que sobra: con ese derroche se puede dar de comer a todos. Y esto ha hecho perder la esperanza en muchos y ha aumentado la incertidumbre y la angustia. Por esto, para salir de la pandemia, tenemos que encontrar la cura no solamente para el coronavirus —¡que es importante! —, sino también para los grandes virus humanos y socioeconómicos. No hay que esconderlos, haciendo una capa de pintura para que no se vean. Y ciertamente no podemos esperar que el modelo económico que está en la base de un desarrollo injusto e insostenible resuelva nuestros problemas. No lo ha hecho y no lo hará, porque no puede hacerlo, incluso si ciertos falsos profetas siguen prometiendo “el efecto cascada” que no llega nunca[2]. Habéis escuchado vosotros, el teorema del vaso: lo importante es que el vaso se llene y así después cae sobre los pobres y sobre los otros, y reciben riquezas. Pero esto es un fenómeno: el vaso empieza a llenarse y cuando está casi lleno crece, crece y crece y no sucede nunca la cascada. Es necesario estar atentos.

Tenemos que ponernos a trabajar con urgencia para generar buenas políticas, diseñar sistemas de organización social en la que se premie la participación, el cuidado y la generosidad, en vez de la indiferencia, la explotación y los intereses particulares. Tenemos que ir adelante con la ternura. Una sociedad solidaria y justa es una sociedad más sana. Una sociedad participativa —donde a los “últimos” se les tiene en consideración igual que a los “primeros”— refuerza la comunión. Una sociedad donde se respeta la diversidad es mucho más resistente a cualquier tipo de virus.

Ponemos este camino de sanación bajo la protección de la Virgen María, Virgen de la Salud. Ella, que llevó en el vientre a Jesús, nos ayude a ser confiados. Animados por el Espíritu Santo, podremos trabajar juntos por el Reino de Dios que Cristo ha inaugurado en este mundo, viniendo entre nosotros. Es un Reino de luz en medio de la oscuridad, de justicia en medio de tantos ultrajes, de alegría en medio de tantos dolores, de sanación y de salvación en medio de las enfermedades y la muerte, de ternura en medio del odio. Dios nos conceda “viralizar” el amor y globalizar la esperanza a la luz de la fe.

 

 

[1] Benedicto XVI, Homilía por el inicio del ministerio petrino (24 de abril de 2005); cfr. Enc. Laudato si’, 65.

[2] “Trickle-down effect” en inglés, “ derrame” en español (cfr. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 54).

 

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San Jerónimo: El Papa firma nueva Carta Apostólica en el día de su fiesta

‘Sacrae scripturae affectus’

septiembre 30, 2020 11:50

Audiencia General

(zenit – 30 sept. 2020).- Después de la catequesis en la audiencia general de este miércoles, el Papa Francisco anunció que ha firmado una nueva Carta Apostólica con motivo de la fiesta de san Jerónimo, este 30 de septiembre de 2020.

La carta se titula Sacrae scripturae affectus (Amor a la Sagrada Escritura) y ha sido signada en el 16º centenario de la muerte de san Jerónimo, gran biblista.

“El ejemplo de este gran doctor y padre de la Iglesia, que puso la Biblia en el centro de su vida despertará en todos un renovado amor por la Sagrada Escritura y el deseo de vivir en diálogo personal con la Palabra de Dios”, ha señalado Francisco al final de la audiencia general de este miércoles.

 

La figura de San Jerónimo

San Jerónimo (340-420) fue el primer traductor de la Biblia. En Tierra Santa se dedicó traducir manuscritos antiguos de sus idiomas originales –hebreo, arameo y griego– al latín de su tiempo, traducción conocida como Vulgata.

En sus palabras a los hablantes de español, el Santo Padre apuntó que hoy se celebra su memoria,  resaltando que se trata de “un estudioso apasionado de la Sagrada Escritura, que hizo de ella el motor y el alimento de su vida”.

Y deseó que su ejemplo “nos ayude también a nosotros a leer y conocer la Palabra de Dios, ‘porque ignorar las Escrituras ―decía él― es ignorar a Cristo’”.

Igualmente, en su saludo a los fieles de habla portuguesa, remarcó que la figura de este santo, “recuerda que la ignorancia de las Escrituras es la ignorancia de Cristo” e invitó a hacer de la Biblia “el alimento diario de su diálogo con el Señor, para que se conviertan en colaboradores cada vez más dispuestos para el Reino que Cristo ha inaugurado en este mundo”.

 

 

 

 

El Papa reconoce el martirio de 4 sacerdotes españoles

Y las virtudes heroicas de dos religiosas

septiembre 30, 2020 18:01

Causas de Santos

(zenit – 30 sept. 2020).- El Papa Francisco reconoce el martirio de 4 sacerdotes españoles y las virtudes heroicas de dos religiosas españolas ayer, 29 de septiembre de 2020.

La Oficina de Prensa de la Santa Sede informó que el Santo Padre autorizó a la Congregación para las causas de los Santos promulgar nuevos decretos que reconocen un milagro, cuatro martirios y las virtudes heroicas de dos religiosas.

De este modo, serán beatificados los siervos de Dios Francisco Cástor Sojo López y sus 3 compañeros, sacerdotes de la Hermandad Secular de Sacerdotes Operarios Diocesanos; asesinados, por odio a la fe durante la guerra civil española (1936-1939).

 

Causa por martirio

Una causa de santidad introducida por motivo de martirio se centra en el momento de la muerte del siervo de Dios, pues se trata de demostrar que murió por odio a la fe.

Si la causa de beatificación se sigue por la vía de martirio, no se procede a la declaración de venerable. El reconocimiento del martirio abre el camino para la beatificación de ese siervo de Dios. Un milagro, posterior a la proclamación de beato, solo será necesario para la eventual canonización.

 

Virtudes heroicas

El Papa ha aprobado también las virtudes heroicas de dos españolas: la sierva de Dios Francisca de la Concepción Pascual Doménech, fundadora de la Congregación de las Hermanas Franciscanas de la Inmaculada; y las de la Sierva de Dios María Dolores Segarra Gestoso, fundadora de las Hermanas Misioneras de Cristo Sacerdote.

El reconocimiento de las virtudes heroicas de una persona otorga el título de venerable. Esta condición ratifica que un fallecido vivió las virtudes teologales (fe, esperanza y caridad), las cardinales (fortaleza, prudencia, templanza y justicia) y todas las demás virtudes de manera heroica, es decir, extraordinaria.

Ser venerable consiste en el primer paso en el proceso oficial de la causa de los santos, antes de ser proclamado beato y santo. Los criterios por los que se consideraba “santa” a una persona son: su reputación entre la gente (“fama de santidad”); el ejemplo de su vida como modelo de virtud heroica; y su poder de obrar milagros, en especial aquellos producidos póstumamente sobre las tumbas o a través de las reliquias.

Francisco también aprobó el milagro, atribuido a la intercesión de la venerable sierva de Dios Gaetana Tolomeo, llamada Nuccia. Gracias a ello, esta laica de Calabria, Italia, será proclamada beata.

 

Decretos

El 29 de septiembre de 2020, el Papa Francisco autorizó a la Congregación para las Causas de los Santos a promulgar los decretos concernientes a:

– el milagro, atribuido a la intercesión de la Venerable Sierva de Dios Gaetana Tolomeo, llamada Nuccia, fiel laica; nacida el 10 de abril de 1936 en Catanzaro (Italia) y fallecida allí el 24 de enero de 1997.

– el martirio de los Siervos de Dios Francisco Cástor Sojo López y 3 compañeros, Sacerdotes de la Hermandad Secular de Sacerdotes Operarios Diocesanos; asesinados, por odio a la fe, en España entre 1936 y 1938.

– las virtudes heroicas de la Sierva de Dios Francisca de la Concepción Pascual Doménech, Fundadora de la Congregación de las Hermanas Franciscanas de la Inmaculada; nacida el 13 de octubre de 1833 en Moncada (España) y fallecida allí el 26 de abril de 1903.

– las virtudes heroicas de la Sierva de Dios María Dolores Segarra Gestoso, Fundadora de las Hermanas Misioneras de Cristo Sacerdote; nacida el 15 de marzo de 1921 en Melilla (España) y fallecida en Granada (España) el 1 de marzo de 1959.

 

 

 

 

Vaticano: Comienza la visita de evaluación contra el blanqueo de dinero

Discurso del cardenal Parolin

septiembre 30, 2020 16:37

Ciudad del Vaticano

(zenit – 29 sept. 2020).- Hoy, en el Vaticano, comienza la visita del Comité de expertos del Consejo de Europa para la evaluación de las medidas contra el blanqueo de dinero y la financiación del terrorismo en el marco de la quinta ronda de evaluación (Fifth Evaluation Round), informa la Oficina de Prensa de la Santa Sede a través de un comunicado.

Esta evaluación, a la que se someten progresivamente todas las jurisdicciones que se adhieren al Grupo Moneyval, fue acordada en 2019.

 

Fase de evaluación

La nota describe que esta fase de evaluación “se centra principalmente en la eficacia de los instrumentos legislativos y organizativos adoptados en los últimos años por las jurisdicciones para prevenir el blanqueo de dinero y la financiación del terrorismo”.

La valoración actual de la Santa Sede forma parte de la evolución natural de un proceso que comenzó con la primera visita in situ en 2012 y la posterior aprobación del Informe de Evaluación Mutua de 4 de julio de 2012 y continuó con el Primer Informe de Progreso de 9 de diciembre de 2013, el Segundo Informe de Progreso de 8 de diciembre de 2015 y el Tercer Informe de Progreso de 6 de diciembre de 2017.

 

Discurso del cardenal Parolin

En el discurso pronunciado con ocasión de la visita de Moneyval, el cardenal Secretario de Estado Pietro Parolin destacó el compromiso de la Santa Sede y del Estado de la Ciudad del Vaticano en el frente de la transparencia, la corrección y la cooperación internacional en el ámbito económico-financiero, así como con la elección “de formar parte del sistema de evaluación de las normas contra el blanqueo de dinero y la financiación del terrorismo, promovido por el Programa Moneyval del Consejo de Europa”.

El cardenal declaró que “se está llevando a cabo una aplicación progresiva de sistemas que permiten un mayor control de las corrientes financieras que podrían exponer a riesgos de blanqueo de dinero y financiación del terrorismo y, en este sentido, las intervenciones y recomendaciones de los evaluadores de Moneyval son un recurso que atesoramos”.

A diferencia de otros sujetos que se adhieren al proyecto Moneyval, “cuyas economías están destinadas a crear riqueza y bienestar para sus respectivas comunidades nacionales”, el purpurado apuntó que los fondos gestionados por la Santa Sede y el Estado de la Ciudad del Vaticano “están destinados principalmente a obras de religión o de caridad”.

 

Dimensión ética de las inversiones

Precisamente por el destino prioritario de los fondos “es necesario que se preste especial atención a la dimensión ética de las inversiones”, añadió.

“Agradecemos su presencia y los estímulos que nos dais para prestar un servicio que nos permita pensar en una financiación cada vez más al servicio del hombre”, dijo finalmente el secretario de Estado Vaticano.

 

 

 

 

Mes del Rosario: El Papa invita a meditar los misterios de la oración mariana

Rezar a María todos los días

septiembre 30, 2020 17:02

Audiencia General

(zenit – 30 sept. 2020).- El Papa Francisco ha recordado durante la audiencia general que estamos a punto de entrar en el mes de octubre, “tradicionalmente dedicado a Nuestra Señora del Rosario”, mes del Rosario.

“Sean fieles a su costumbre de rezar el Rosario en sus comunidades y, sobre todo, en sus familias”, ha indicado en su saludo a los fieles polacos, tras la catequesis de este miércoles, 30 de septiembre de 2020.

Además, ha animado a meditar cada día “los misterios de la vida de María a la luz de la obra salvadora de su Hijo”, haciéndola partícipe “de tus alegrías, tus preocupaciones y momentos de felicidad”.

 

Última catequesis sobre COVID-19

La de hoy ha sido la novena y última catequesis del Papa perteneciente al ciclo sobre COVID-19 “Sanar el mundo”, titulada “Preparar el futuro junto con Jesús que salva y sana”. El Pontífice se ha reunido en el patio de San Dámaso del Palacio Apostólico en su tradicional cita de la audiencia general de los miércoles.

A lo largo de la misma, Francisco ha invitado a construir “la normalidad del Reino de Dios: donde el pan llega a todos y sobra, y la organización social se basa en contribuir, compartir y distribuir”.

 

 

 

 

‘Samaritanus Bonus’: “El deber de nutrir e hidratar”

Tercer apartado del capítulo 5

septiembre 30, 2020 08:58

Ciudad del Vaticano
Documentos

(zenit – 30 sept. 2020) .- “El principio fundamental e ineludible de apoyo al paciente en condiciones críticas y/o terminales es “la continuidad de la asistencia a sus funciones fisiológicas esenciales”.

En particular, un cuidado básico que debe tener cada hombre es administrar los alimentos y líquidos necesarios para mantener la homeostasis del organismo, en la medida y mientras esta administración demuestre lograr su propio objetivo, que es el de proporcionar al paciente hidratación y nutrición”: así lo recuerda un documento de la Santa Sede de unas veinte páginas Samaritanus Bonus “sobre el cuidado de personas en fases críticas y terminales de la vida”.

Esta presenta un claro rechazo de la eutanasia y de la lógica del “rechazo como ensañamiento terapéutico”. Reflexiona sobre temas delicados como la vida prenatal y los estados reducidos de conciencia y reafirma el derecho a la objeción de conciencia del personal sanitario.

Esta nueva “carta” de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre el fin de la vida se titula “El buen samaritano”. Fue publicada y presentado a la prensa el martes 22 de septiembre de 2020. Fue aprobada por el Papa Francisco el 25 de junio, que ordenó su publicación. El dicasterio adoptó el texto el 29 de enero.

Samaritanus Bonus está fechado el 14 de julio, memoria litúrgica de san Camilo de Lelis (+1614), sacerdote italiano, patrón del personal de enfermería. Decía: “Mi música favorita es la que hacen los pacientes pobres cuando uno pide que le rehagan la cama, el otro para refrescarse la lengua o calentar los pies”.

Este es el espíritu de los cuidados paliativos, cuando hay “mucho por hacer”. El documento reafirma de hecho una “ética del cuidado”, con este principio: “cuando curar es imposible, cuidar siempre lo es”.

Tras la prohibición de la eutanasia y el suicidio asistido, y la afirmación de “la obligación moral de evitar el ensañamiento terapéutico”, el documento aborda el “deber de alimentación e hidratación».

Traducido por Raquel Anillo

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Los cuidados básicos: el deber de alimentación e hidratación

Principio fundamental e ineludible del acompañamiento del enfermo en condiciones críticas y/o terminales es la continuidad de la asistencia en sus funciones fisiológicas esenciales. En particular, un cuidado básico debido a todo hombre es el de administrar los alimentos y los líquidos necesarios para el mantenimiento de la homeostasis del cuerpo, en la medida en que y hasta cuando esta administración demuestre alcanzar su finalidad propia, que consiste en el procurar la hidratación y la nutrición del paciente.[61]

Cuando la administración de sustancias nutrientes y líquidos fisiológicos no resulte de algún beneficio al paciente, porque su organismo no está en grado de absorberlo o metabolizarlo, la administración viene suspendida. De este modo, no se anticipa ilícitamente la muerte por privación de las ayudas a la hidratación y a la nutrición, esenciales para las funciones vitales, sino que se respeta la evolución natural de la enfermedad crítica o terminal. En caso contrario, la privación de estas ayudas se convierte en una acción injusta y puede ser fuente de gran sufrimiento para quien lo padece. Alimentación e hidratación no constituyen un tratamiento médico en sentido propio, porque no combaten las causas de un proceso patológico activo en el cuerpo del paciente, sino que representan el cuidado debido a la persona del paciente, una atención clínica y humana primaria e ineludible. La obligatoriedad de este cuidado del enfermo a través de una apropiada hidratación y nutrición puede exigir en algunos casos el uso de una vía de administración artificial,[62] con la condición que esta no resulte dañina para el enfermo o provoque sufrimientos inaceptables para el paciente.[63]

 

 

 

 

Editorial de Andrea Tornielli: La prórroga del acuerdo entre la Santa Sede y China

Publicado en Vatican News

septiembre 30, 2020 09:19

Análisis

(zenit – 30 septiembre 2020).- Andrea Tornielli, director editorial del Dicasterio para la Comunicación del Vaticano, ha publicado un artículo en la edición española Vatican News del 29 de septiembre de 2020, titulado “Santa Sede y China: razones para un acuerdo sobre el nombramiento de obispos”.

El “acuerdo provisional” entre China continental y la Santa Sede fue firmado en Pekín el 22 de septiembre de 2018 y expirará el próximo 22 de octubre. Se trata de un acuerdo histórico, después de años de conversaciones, que no fue político sino pastoral.

El texto, que no se hizo público, trataba “del nombramiento de obispos, un asunto de gran importancia para la vida de la Iglesia, y (creó) las condiciones para una colaboración bilateral más amplia”, decía la declaración oficial.

Durante octubre se toma la decisión sobre la propuesta del Vaticano de prorrogar ad experimentum las reglas provisionales. “Vale la pena continuar”, indicó el cardenal Parolin.

A continuación, sigue el artículo íntegro.

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El Acuerdo Provisional sellado el 22 de septiembre de 2018 entre la Santa Sede y la República Popular China, relativo al nombramiento de obispos, entró en vigor un mes después de su firma y, por lo tanto, expirará el 22 de octubre próximo. Firmado en Pekín, preveía una duración de dos años ad experimentum, antes de una eventual confirmación definitiva u otra decisión. El cardenal Secretario de Estado, Pietro Parolin, explicó recientemente que la intención es proponer una prórroga a las autoridades chinas, continuando la adopción del Acuerdo en forma provisional, “como se ha hecho en estos dos primeros años, a fin de verificar posteriormente su utilidad para la Iglesia en China”. A pesar de la lentitud y las dificultades, agravadas en los últimos diez meses por la pandemia, Parolin dijo: “me parece que se ha marcado una dirección que vale la pena continuar, luego ya veremos”.

Desde el primer comunicado, publicado conjuntamente por la Santa Sede y el gobierno chino el 22 de septiembre de 2018, se especificó con claridad inmediatamente la materia propia del Acuerdo, que no se refiere directamente a las relaciones diplomáticas entre la Santa Sede y China, ni al estatuto jurídico de la Iglesia Católica china, ni a las relaciones entre el clero y las autoridades del país. El Acuerdo Provisional se refiere exclusivamente al proceso de nombramiento de obispos, una cuestión esencial para la vida de la Iglesia y para la comunión de los pastores de la Iglesia Católica China con el obispo de Roma y los obispos del mundo. Por consiguiente, el objetivo del Acuerdo Provisional nunca ha sido meramente diplomático y menos aún político, sino que siempre ha sido genuinamente pastoral: su finalidad es permitir que los fieles católicos tengan obispos que estén en plena comunión con el Sucesor de Pedro y que, al mismo tiempo, sean reconocidos por las autoridades de la República Popular China.

El Papa Francisco, en su Mensaje a los católicos chinos y a la Iglesia Universal, en septiembre de 2018, inmediatamente después de la firma del Acuerdo Provisional, recordó que en los últimos decenios, las heridas y las divisiones en el seno de la Iglesia Católica en China se habían polarizado “sobre todo, en torno a la figura del obispo como guardián de la autenticidad de la fe y garante de la comunión eclesial”. Las intervenciones de las estructuras políticas en la vida interna de las comunidades católicas habían provocado la aparición del fenómeno de las llamadas comunidades “clandestinas”, que trataban de escapar al control de la política religiosa del gobierno.

Consciente de las heridas de la comunión de la Iglesia causadas por las debilidades y los errores, pero también por la indebida presión externa sobre las personas, el Papa Francisco, después de años de largas negociaciones iniciadas y llevadas a cabo por sus predecesores, restableció la plena comunión con los obispos chinos ordenados sin mandato pontificio. Una decisión tomada después de reflexionar, rezar y examinar cada situación personal. El único propósito del Acuerdo Provisional, el Pontífice dejó claro, es “sostener y promover el anuncio del Evangelio, así como el de alcanzar y mantener la plena y visible unidad de la comunidad católica en China”.

Los dos primeros años han traído nuevos nombramientos episcopales con el acuerdo de Roma y algunos obispos fueron reconocidos oficialmente por el gobierno de Pekín. Los resultados -también a causa de la pandemia que, de hecho, ha bloqueado los contactos en los últimos meses- han sido positivos, aunque limitados, y sugieren seguir adelante con la aplicación del Acuerdo durante otro período.

 

 

 

 

Monseñor Felipe Arizmendi: “Sofalización de la Misa”

Gozar de la participación en la Eucaristía

septiembre 30, 2020 08:50

Análisis

Monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo emérito de San Cristóbal de Las Casas, y responsable de la Doctrina de la Fe en la Conferencia del Episcopado Mexicano, reflexiona sobre el peligro de preferir la Misa online hasta el punto de “sofalizar” la Eucaristía.

 

VER

Durante esta pandemia sanitaria, muchas personas han seguido las Misas desde la comodidad de un sofá, en su casa, quizá con botanas y hasta con una cerveza al lado, y al irse abriendo gradualmente los templos para las celebraciones presenciales, les da pereza dejar su hogar, reunirse con más personas, como es lo normal, y tener que dedicar tiempo, en torno a una hora, para participar presencialmente en la Misa.

Un obispo vecino nos compartía, en una reunión virtual de la provincia eclesiástica, que le preocupa que ahora ya no van igual que antes quienes participaban en su Misa de catedral los domingos. Le decíamos que tuviera paciencia, porque la situación es explicable, pues mucha gente tiene temor al contagio; quienes más acostumbran ir a Misa son las personas mayores, y éstas deben permanecer en casa. Yo le decía que, el primer domingo que celebramos en mi pueblo con el 30% de fieles en el templo, pocas personas llegaban, por esas razones. Poco a poco se ha ido regularizando la presencia física y ahora vamos hacia la normalidad para todos.

Sin embargo, es posible que algunos creyentes sigan prefiriendo participar en las Misas en forma virtual, y lo hagan por pereza y comodidad, no por enfermedad y ancianidad, o por precaución ante posibles contagios. Es más cómodo seguir las Misas en el celular, en la tableta o en la televisión, porque puedes estar haciendo, al mismo tiempo, otras cosas, o simplemente ver la Misa desde tu cama, no tanto participar en ella. Quien cocina los alimentos, puede estar pendiente de que no se quemen los frijoles u otros manjares. Se puede estar atendiendo otros asuntos. No te mezclas con personas cuya presencia te es desagradable. Puedes escoger al celebrante que más te guste, no necesariamente a tu párroco y a la comunidad local. No te sientes con la presión de dar una ofrenda, y así te ahorras unas monedas. En fin, puede haber otras razones para preferir las misas virtuales; es el peligro de la sofalización.

 

PENSAR

Ya en otros artículos he tratado este asunto, y repito algo de lo ya expresado. El Papa Francisco dijo: “Cuidado de no viralizar la Iglesia, de no viralizar los sacramentos, de no viralizar al pueblo de Dios. La Iglesia, los sacramentos, el pueblo de Dios son concretos. Es cierto que en este momento debemos mantener la familiaridad con el Señor de esta manera, pero para salir del túnel, no para quedarnos. Y esta es la familiaridad de los apóstoles: no gnóstica, no viralizada, no egoísta para cada uno de ellos, sino una familiaridad concreta, en el pueblo” (17-IV-2020).

Lo normal es la presencia física de fieles y la comunión sacramental, pues Jesús es muy claro: “Les aseguro que si no comen la carne y no beben la sangre del Hijo del hombre, no tendrán vida en ustedes” (Jn 6,53). Y en la última cena: “Tomen y coman, esto es mi cuerpo” (Mt 26,26). Es lo que hacían los primeros cristianos: “Los discípulos asistían con perseverancia a la enseñanza de los apóstoles, tenían sus bienes en común, participaban en la fracción del pan y en las oraciones” (Hech 2,42).

Así debe ser, con personas concretas y con comunión sacramental. Mientras estamos en la pandemia, se seguirá transmitiendo la Misa en forma virtual, pero ésta no es lo mismo que la presencial, pues en aquélla no hay cercanía física de una asamblea que comparte la fe y la vida, no hay alimento sacramental. Pero es por una situación excepcional. Lo virtual, sin embargo, también es alimento, aunque no pleno. Es peor quedarse sin nada. Además, hay que reconocer que se logra una asamblea virtual, pues estamos conectados con cientos y miles de personas. Esto también es comunidad, es Iglesia; no es una nube en el aire, una red sin personas reales, sino que internet es un medio salvífico que nos congrega, usándolo correctamente.

Tengamos en cuenta, sin embargo, lo que nos dice el Papa Francisco en su mensaje para la 53 Jornada de las Comunicaciones sociales: “El uso de las redes sociales es complementario al encuentro en carne y hueso, que se da a través del cuerpo, el corazón, los ojos, la mirada, la respiración del otro. Si se usa la red como prolongación o como espera de ese encuentro, entonces no se traiciona a sí misma y sigue siendo un recurso para la comunión. Si una familia usa la red para estar más conectada y luego se encuentra en la mesa y se mira a los ojos, entonces es un recurso. Si una comunidad eclesial coordina sus actividades a través de la red, para luego celebrar la Eucaristía juntos, entonces es un recurso”. Es decir, no menospreciemos las Misas virtuales, pero lo normal, lo conveniente, lo deseable, es la Misa con presencia física de los fieles, aunque esto comporte mayor esfuerzo. Somos hermanos de carne y hueso, no figuras de pantalla.

 

ACTUAR

Si nuestras condiciones de salud lo permiten, acudamos con gozo a la celebración presencial de nuestras Misas, sobre todo en domingo. Gocemos al compartir el alimento de la Palabra de Dios y la presencia cercana e inmediata de Cristo en la Eucaristía, junto con nuestra comunidad parroquial, con hermanas y hermanos concretos. Así es la Iglesia. Así es el plan de salvación del Señor.

 

 

 

 

Santa Teresa del Niño Jesús, 1 de octubre

Patrona de las misiones

septiembre 30, 2020 08:37

Testimonios

 

“Doctora de la Iglesia, maestra del camino espiritual, con su virtud esta gran carmelita ha legado al mundo un excelso tratado de cómo sobrenaturalizar lo ordinario. Es la patrona de las misiones”

Su frágil apariencia y forma de expresión de algunos escritos, que pueden recordar un estilo un tanto infantil, a estas alturas, y con lo que se sabe de ella, no puede confundir a nadie. La gran Teresa de Lisieux era una mujer de una reciedumbre espiritual poco común. Fue doctora del amor en grado sublime, ciertamente heroico. Sobrenaturalizó las pequeñas cosas cotidianas, afrontando con decisión irrevocable por amor a Cristo las que más cuestan, las que interrumpen el flujo del amor a Dios y a los demás en cuestiones aparentemente nimias, sutiles, pero que esconden cierto grado de sufrimiento nada desdeñable. El camino espiritual que ha trazado con su virtud es un excelso tratado de cómo superarlas.

Tuvo una vida corta, intensa y entregada, rebosante de tanta ternura y de tal riqueza, que habría sido irreparable de todo punto no haber podido contar con su impresionante testimonio de amor. Por fortuna, dejó plasmada en su formidable Historia de un alma, además de hacerlo en sus cartas y escritos, la pasión que inundaba todo su ser en un gesto supremo de generosidad, culminando esta obra a punto de morir. Sembró el amor hasta que exhaló el último suspiro. Esta insigne carmelita, patrona de las misiones, continúa perfumando con su exquisita caridad el orbe entero.

Vino al mundo en Alençon, Francia, el 2 de enero de 1873. Tuvo el privilegio de nacer en un hogar de dos auténticos hijos de Dios, encumbrados por la Iglesia a los altares: Luis y Celia. Vio desfilar ante ella a sus hermanas María, Paulina y Celina, precediéndole en el Carmelo. Soñó con seguir sus pasos ardientemente, suplicó tanto, que al final obtuvo lo que deseaba. Tenía de su parte, además de la gracia divina, el apoyo de su padre; su madre ya había fallecido. Leonia, otra de sus hermanas, eligió a las religiosas de la Visitación. Como su fe no tenía fronteras, en julio de 1887 Teresa arrancó con su oración la conversión del condenado a muerte Pranzini. Esa Navidad la marcó a fuego. Comprendió que el Niño Dios se había hecho pequeño por amor a ella, para infundirle valor en su seguimiento. Y aunque tenía 15 años, su padre no dudó en conducirla ante el papa León XIII, a quien expuso con firmeza su deseo de ingresar en el Carmelo, lo cual se produjo en 1888.

Profesó en 1890, cuando su padre ya había enfermado, teniendo claro su objetivo de escalar las más altas cumbres del amor. Apuraba el tiempo, como si supiese que no se le concedería demasiado, orando, haciendo penitencia y aprovechando todos los momentos para mortificarse con cualquier circunstancia propiciada por la convivencia. Delicada, sensible y exquisita en su trato, sufría gestos que contravenían su visión de cómo debía ser la vida religiosa y los ofrendaba a Cristo. Según el precepto evangélico buscaba expresamente a las hermanas de trato más complejo y les dedicaba a conciencia lo mejor de sí. “Ahora comprendo que la caridad perfecta consiste en soportar los defectos de los demás, en no extrañarse de sus debilidades, en edificarse de los más pequeños actos de virtud que les veamos practicar. Pero, sobre todo, comprendí que la caridad no debe quedarse encerrada en el fondo del corazón”. Llevó con espíritu ejemplar las bajas temperaturas del convento: –“he sufrido de frío en el Carmelo hasta morir”–, silenció su horror a determinados insectos, soportó con dulzura acusaciones infundadas sin justificarse, etc. Y cuando veía que su debilidad podía ponerla en grave aprieto faltando a la caridad, huía, haciendo de este gesto una victoria sobre su tendencia dominante. Era la expresión de su oración continua. “Para mí, orar consiste en elevar el corazón, en levantar los ojos al cielo, en manifestar mi gratitud y mi amor lo mismo en el gozo que en la prueba”.

Anhelaba el martirio: “Quería Jesús concederme el martirio del corazón o el martirio de la carne; preferiría que me concediera ambos”. El primero le fue otorgado. Sin embargo, en un momento dado de su vida expresó: “He llegado a un punto en el que me es imposible sufrir, porque todo sufrimiento es dulce”. En 1893 fue designada ayudante de la maestra de novicias. Desconocían que vivía una intensa aridez. Y es que estaba tan centrada en la Eucaristía que era hartamente difícil imaginarlo. Sabía que la vivencia de la virtud sin la gracia de Dios es imposible. Humildemente escribió: “Yo soy un alma minúscula, que solo puede ofrecer pequeñeces a nuestro Señor”. Con esas “pequeñeces” iluminó el camino de la perfección y se convirtió en maestra de la infancia espiritual. “La santidad no consiste en esta o la otra práctica, sino en una disposición del corazón que nos hace humildes y pequeños entre los brazos de Dios, conscientes de nuestra flaqueza y confiados hasta la audacia en su bondad de Padre”.

En 1894 murió su padre, y a finales de ese año comenzó a escribir la Historia de un alma por indicación de la madre Inés de Jesús, su hermana Paulina. En 1895 se sintió llamada a ofrendarse al amor misericordioso. Poco después experimentó la más alta intensidad del mismo, la “herida de amor”. Acogió con entusiasmo la misión de acompañar espiritualmente a Bellière, que se preparaba para ser misionero, y en 1896 la del padre Roulland que se hallaba en misiones en el extranjero. En Semana Santa de ese año sufrió los primeros ataques de hemoptisis, y entró en la “noche de la fe”, que perduró hasta el fin de sus días.

En 1897, ya gravemente enferma, la madre María de Gonzaga le indicó que continuase el manuscrito de su vida. El 8 de julio de ese año fue conducida a la enfermería. En el Cuaderno amarillo se constata la inmensa riqueza que continúo legando en el lecho del dolor. Allí entregó su vida el 30 de septiembre, exclamando: “Oh, le amo…”. Como vaticinó, tras su partida hizo “caer una lluvia de rosas”. Pío XI la beatificó el 29 de abril de 1923, y la canonizó el 17 de mayo de 1925. Juan Pablo II la proclamó doctora de la Iglesia el 19 de octubre de 1997.